Una carta abierta al príncipe Carlos

Richard Dawkins

Traducción: Gabriel Rodríguez Alberich

21 de mayo de 2000

Su discurso Reith me ha entristecido. Tengo una profunda simpatía por sus metas y admiración por su sinceridad. Pero su hostilidad hacia la ciencia no servirá a esas metas; y su abrazo a una mezcla mal clasificada de alternativas mutuamente contradictorias hará que pierda el respeto que yo creo que se merece. He olvidado quién fue el que dijo: ``Por supuesto que debemos tener la mente abierta, pero no tanto que se nos salga el cerebro''.

Echemos un vistazo a algunas de las filosofías alternativas que parece usted preferir antes que la razón científica. Primero, la intuición, la sabiduría del corazón ``susurrando como la brisa sobre las hojas''. Desafortunadamente, depende de la intuición que escoja. Respecto a las metas (que no métodos), sus propias intuiciones coinciden con las mías. Yo comparto sinceramente su pretensión de una administración a largo plazo de nuestro planeta, con toda su diversa y compleja biosfera.

Pero, ¿qué hay de la sabiduría instintiva del corazón negro de Saddam Hussein? ¿Qué precio tiene el viento wagneriano que susurró en las dementes hojas de Hitler? El Destripador de Yorkshire oía voces religiosas en su cabeza que le impulsaban a matar. ¿Cómo decidimos a qué voces interiores debemos atender?

Esto, es importante decirlo, no es un dilema que la ciencia pueda resolver. Mi propia preocupación apasionada de la administración del mundo es tan emocional como la suya. Pero aunque permita que mis sentimientos influyan en mis propósitos, cuando se trata de decidir el mejor método para lograrlos, elijo pensar antes que sentir. Y pensar, aquí, significa pensar científicamente. No existen otros métodos efectivos. Si existieran, la ciencia los habría incorporado.

Además, Señor, creo que ha exagerado la idea de la naturalidad de la agricultura ``tradicional'' y ``orgánica''. La agricultura siempre ha sido artificial. Nuestra especie comenzó a abandonar su forma de vida cazadora-recolectora hace tan solo 10.000 años (muy poco para que cuente en el calendario evolutivo).

El trigo, ya sea integral o refinado, no es un alimento natural para el Homo sapiens. Tampoco lo es la leche, excepto para los bebés. Casi todo bocado de nuestra comida está modificado genéticamente (obviamente por selección artificial, no por mutación artificial, aunque el resultado es el mismo). Un grano de trigo es una semilla de hierba modificada genéticamente, al igual que un pekinés es un lobo modificado genéticamente. ¿Jugando a ser Dios? ¡Hemos estado jugando a ser Dios desde hace siglos!

Las muchedumbres grandes y anónimas en las que hormigueamos en la actualidad comenzaron con la revolución agrícola, y sin la agricultura solo podría sobrevivir una pequeña fracción de nuestro número. Nuestra gran población es un artefacto agrícola (y tecnológico y médico). Es mucho más artificial que los métodos de llimitación de población que el Papa condena como artificiales. Le guste o no, estamos atados a la agricultura, y la agricultura (toda la agricultura) es artificial. Aceptamos dar ese paso hace 10.000 años.

¿Significa eso que no hay nada que elegir entre los distintos tipos de agricultura cuando se trata de procurar el bienestar del planeta? Ciertamente no. Algunas son mucho más dañinas que otras, pero no sirve de nada apelar a la ``naturaleza'' o al ``instinto'' para decidir cuáles. Hay que estudiar la evidencia, sobria y razonadamente (científicamente). Talar y quemar (casualmente, no hay sistema agrícola más cercano a lo ``tradicional'') destruye nuestros bosques antiguos. El pastoreo indiscriminado (de nuevo, practicado ampliamente por las culturas ``tradicionales'') causa erosión en el suelo y convierte pastos fértiles en desierto. Trasladándonos a nuestra propia tribu moderna, el monocultivo, alimentado por fertilizantes en polvo y venenos, es malo para el futuro; el uso indiscriminado de antibióticos para promover el crecimiento del ganado es peor.

A propósito, un aspecto preocupante de la oposición histérica a los posibles riesgos de las cosechas modificadas genéticamente es que desvía la atención sobre los peligros definidos que ya se conocen pero que son ampliamente ignorados. La evolución de cepas de bacterias resistentes a los antibióticos es algo que un darwinista podría haber previsto desde el día en que se descubrieron los antibióticos. Desafortunadamente, las voces de alarma han sido más bien silenciosas, y ahora son ahogadas por una aullante cacofonía: ``¡Modificado genéticamente, modificado genéticamente, modificado genéticamente!''.

Por otra parte si, como espero, las horrendas profecías del destino de la modificación genética no se materializan la sensación de haber fallado puede desembocar en complacencia con los verdaderos riesgos. ¿No se le ha ocurrido que nuestro chihuahua modificado genéticamente podría ser un terrible caso de lobo aullador?

Incluso si la agricultura pudiera ser natural, y aunque pudiéramos desarrollar algún tipo de simpatía por los métodos de la naturaleza, ¿sería la naturaleza un buen modelo de comportamiento? Debemos pensar cuidadosamente sobre esto. Ciertamente hay un sentido en el que los ecosistemas son equilibrados y armoniosos, en los que algunas de sus especies constituyentes se hacen mutuamente dependientes. Esta es una de las razones por las que es tan criminal el asesinato corporativo que está destruyendo nuestros bosques.

Por otra parte, debemos tener precaución ante una interpretación del darwinismo muy mala y muy común. Tennyson escribió antes que Darwin pero estaba en lo correcto. La naturaleza tiene las garras y los dientes manchados de rojo. Por mucho que queramos creer lo contrario, la selección natural, trabajando dentro de cada especie, no favorece la administración a largo plazo. Favorece a las ganancias a corto plazo. Los aserradores, cazadores de ballenas y todo tipo de acaparadores que malgastan el futuro por la avaricia actual, tan solo están haciendo lo que todas las criaturas salvajes han estado haciendo desde hace 3.000 millones de años.

No es extraño que T.H. Huxley, el bulldog de Darwin, encontrara su ética en un rechazo al darwinismo. No un rechazo al darwinismo como ciencia, por supuesto, ya que no se puede rechazar la verdad. Pero el mismo hecho de que el darwinismo sea cierto hace que sea aún más importante para nosotros luchar contra el egoísmo natural y las tendencias explotadoras de la naturaleza. Podemos hacerlo. Probablemente ninguna otra especie animal o vegetal pueda. Podemos hacerlo porque nuestros cerebros (obviamente obtenidos gracias a la selección natural por motivos de ganancia darwinista a corto plazo) son lo suficientemente grandes para ver el futuro y trazar consecuencias a largo plazo. La selección natural es como un robot que sólo puede trepar colina arriba, incluso aunque se quede atascada en la cima de una mala colina. No hay mecanismo para ir colina abajo, para cruzar el valle hasta las laderas bajas de la gran montaña del otro lado. No hay previsión natural, no hay mecanismo que nos avise de que las actuales ganancias egoístas están conduciendo a la extición de la especie (y, de hecho, el 99 por ciento de las especies que han vivido están extintas).

El cerebro humano, probablemente único en toda la historia de la evolución, puede ver a través del valle y trazar una ruta hacia tierras altas, lejos de la extinción. La planificación a largo plazo (y por tanto la misma posibilidad de administración) es algo completamente nuevo en el planeta, casi alienígena. Sólo existe en los cerebros humanos. El futuro es una nueva invención en la evolución. Es precioso. Y frágil. Debemos utilizar todo nuestro artificio científico para protegerlo.

Puede sonar paradójico, pero si queremos conservar el planeta en el futuro, la primera cosa que debemos hacer es no seguir consejo de la naturaleza. La naturaleza es una acaparadora darwinista a corto plazo. El propio Darwin lo dijo: ``Menudo libro podría escribir un capellán del diablo sobre el torpe, derrochador, nada fiable, sucio y horrorosamente cruel trabajo de la naturaleza.''

Por supuesto que esto suena duro, pero no hay ley que diga que la verdad tenga que ser alegre; no hay por qué disparar al mensajero (la ciencia) y no tiene sentido preferir una visión alternativa del mundo sólo porque resulta más cómoda. En cualquier caso, la ciencia no es todo crudeza. Tampoco, por cierto, es la ciencia una sabelotodo arrogante. Cualquiera que merezca llamarse científico se regocija con la cita de Sócrates: ``La sabiduría es saber que no se sabe nada''. ¿Qué más nos conduce a descrubrir?

Lo que más me apena, Señor, es cuánto perderá si le vuelve la espalda a la ciencia. Yo mismo he tratado de escribir sobre la maravilla poética de la ciencia., pero debo tomarme la libertad de presentarle un libro de otro autor. Es ``El mundo y sus demonios'', del difunto Carl Sagan. Llamo su atención especialmente al subtítulo: La Ciencia como una vela en la oscuridad.

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Gabriel Rodríguez Alberich 2005-06-27