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RE: [escepticos] ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE EL UNIVERSO



Eugenio Gregorio:

A pesar  de que tú mismo reconocías en tu mensaje de presentación:

?No soy un gran científico .. mi formación es más humanística que
 científica?

Y de que afirmas ser capaz de entender:

? Pero soy un gran amante de la Ciencia y con los conocimientos y la
cultura necesarias para poder entender y hacerme entender .?

De tus mensajes se desprende que tu ?cultura científica? se asemeja a lo que
Un premio Nobel de Física describe en una de sus obras:

Durante el proceso incesante de avivar, y volver a avivar, el entusiasmo por
la construcción del SSC (el Supercolisionador Superconductor), visité la
oficina del senador Bennett Johnston, demócrata de Luisiana cuyo apoyo fue
importante para el destino del Supercolisionador, del que se espera que
cueste ocho mil millones de dólares. Para ser un senador de los Estados
Unidos, Johns-ton es un tipo curioso. Le gusta hablar de los agujeros
negros, de las distorsio-nes del tiempo y de otros fenómenos. Cuando entré
en su despacho, se levantó tras la mesa y agitó un libro ante mi cara.
«Lederman  me rogó, tengo que hacerle un montón de preguntas sobre esto.» El
libro era The Dancing Wu Li Masters, de Gary Zukav. Durante nuestra
conversación, alargó mis «quince mi-nutos» hasta el punto de que nos pasamos
una hora hablando de física. Estuve buscando un pie, una pausa, una frase
que me sirviese para meter baza con mi perorata sobre el Supercolisionador.
(«Hablando de protones, tengo esta maqui-na...») Pero Johnston no cejaba.
Hablaba de física sin parar. Cuando su secreta-ria de citas le interrumpió
por cuarta vez, se sonrió y dijo: «Mire, sé por qué ha venido. Si usted me
hubiese soltado su perorata le habría prometido 'hacer lo que pueda". ¡Pero
esto ha sido mucho más divertido! Y haré lo que pueda». En realidad, hizo
mucho.
Para mí fue un poco perturbador que este senador de los Estados Unidos.
hambriento de conocimiento, satisficiese su curiosidad con el libro de
Zukav. En los últimos años ha habido una lluvia de libros ~The Tao of
Physics es otro ejemplo~ que intentan explicar la física moderna a partir de
la religión oriental y del misticismo. Los autores son capaces de concluir
extasiadamente que todos somos parte del cosmos y que el cosmos es parte de
nosotros. ¡Todos somos uno! (Pero, inexplicablemente, American Express nos
pasa las facturas por se-parado.) Lo que me preocupaba era que un senador
pudiese sacar algunas ideas alarmantes de esos libros justo antes de que
tuviese lugar una votación relativa a una máquina de ocho mil millones de
dólares o más que se pondría en manos de los físicos. Por supuesto, Johnston
está instruido científicamente y conoce a muchos científicos.
Esos libros se inspiran por lo normal en la teoría cuántica y en lo que hay
en ella de inherentemente fantasmagórico. Uno de los libros, del que no
diremos el título, presenta unas sobrias explicaciones de las relaciones de
incertidumbre de lleisenberg, del experimento mental de
Einstein-Podolski-Rosen y del teorema de Bell, y a continuación se lanza a
una arrobada discusión de los viajes de LSD, los poltergeists y un ente
muerto hace mucho, Seth, que comunicaba sus ideas por medio de la voz y la
mano escritora de un ama de casa de Elmira, Nueva York. Es evidente que una
de las premisas de ese libro, y de muchos otros por el estilo, es que la
teoría cuántica es fantasmagórica, así que ¿por qué no aceptar otras
mate-rias extrañas también como hechos científicos?
Por lo general, uno no se preocuparía de libros así si se los encontrase en
las secciones de religión, fenómenos paranormales o poltergeist de las
librerías. Por desgracia, están puestos a menudo en la categoría de ciencia,
probablemente porque se usan en sus títulos palabras como «cuántico» y
«física». Una parte excesi-va de lo que el público lector sabe de física lo
sabe por haber leído esos libros. Co-jamos sólo dos de ellos, los más
prominentes: The Tao ofPhysics y The Dance Wit Li Masters, ambos publicados
en los años setenta. Para ser justos, Tao, de Fritjof Capra, que tiene un
doctorado por la Universidad de Viena, y Wu Li, de Gary Zu-kav, que es un
escritor, han introducido a mucha gente en la física, lo que es bue-no. Y lo
cierto es que nada malo hay en encontrar paralelismos entre la nueva fí-sica
cuántica y el hinduismo, el budismo, el taoísmo, el Zen o, tanto da, la
cocina de Hunan. Capra y Zukav han hecho además muchas cosas bien. En ambos
libros no faltan buenas páginas de física, lo que les da una sensación de
credibilidad. Por desgracia, los autores saltan de conceptos científicos
sólidos, bien probados, a conceptos ajenos a la física y hacia los cuales el
puente lógico apenas si se tiene en pie o no existe.
En Wu Li, por ejemplo, Zukav hace un trabajo excelente al explicar el famoso
experimento de la rendija doble de Thomas Young. Pero su análisis de los
resul-tados es bastante peculiar. Como ya se ha comentado, salen patrones
diferentes de fotones (o electrones) según haya una o dos rendijas abiertas,
así que una experi-mentadora podría preguntarse: «¿Cómo sabe la partícula
cuántas rendijas están abiertas?». Esta es, claro, una forma caprichosa de
expresar un problema de me-canismos. El principio de incertidumbre de
Heisenberg, noción que es la base de la teoría cuántica. dice que no se
puede determinar por qué rendija se cuela la partícula sin destruir el
experimento. Según el curioso pero eficaz rigor de la teoría cuántica, esas
preguntas no son pertinentes.
Pero Zukav extrae un mensaje diferente del experimento de la rendija doble:
la partícula sabe si hay una rendija o dos abiertas. ¡Los fotones son
inteligentes! Esperad, es todavía mejor. «Apenas si nos queda otra salida;
hemos de reconocer -escribe Zukav~ que los fotones, que son energía, parecen
procesar informa-ción y actuar en consecuencia, y, por lo tanto, por extraño
que parezca, da la im-presión de que son orgánicos.» Es divertido, puede que
filosófico, pero nos hemos apartado de la ciencia.
Paradójicamente, Zukav está dispuesto a atribuirles conciencia a los
fotones, pero se niega a aceptar la existencia de los átomos Escribe: «Los
átomos nunca fueron en absoluto cosas 'reales". Los átomos son entes
hipotéticos construidos para que las observaciones experimentales sean
inteligibles. Nadie, ni una sola persona ha visto jamás un átomo». Ahí sale
otra vez la señora del público que nos quiere poner en apuros con la
pregunta: «¿Ha visto usted alguna vez un átomo?». En favor de la señora, hay
que decir que estaba dispuesta a escuchar la respuesta. Zukav ya la ha
respondido, con un no. Incluso literalmente está hoy fuera de lu-gar. Desde
que se publicó su libro, son muchos los que han visto átomos gracias al
microscopio de barrido por efecto túnel, que toma bellas imágenes de estos
pequeños chismes.
En cuanto a Capra, es mucho más inteligente y juega a dos barajas en sus
apuestas y con su lenguaje, pero, en lo esencial, tampoco es creyente.
Insiste en que «la simple imagen mecanicista de los ladrillos con que se
construyen las cosas» debería abandonarse. A partir de una descripción
razonable de la mecánica cuántica, construye unas elaboradas ampliaciones de
la misma carentes de la menor comprensión de la delicadeza con que se
entrelazan el experimento y la teoría y hasta qué punto ha habido sangre,
sudor y lágrimas en cada penoso avance.
Si la descuidada falta de seriedad de estos autores carece de interés para
mi, los verdaderos charlatanes hacen que me desconecte. En realidad, Tao y
Wu Li constituyen un nivel medio relativamente respetable entre los libros
científicos buenos y el sector lunático de timadores, charlatanes y locos.
Esta gente te ga-rantiza la vida eterna si no comes otra cosa que raíces de
zumaque. Te dan prue-bas de primera de mano de la visita de extraterrestres.
Sacan a la luz la falacia de la relatividad en favor de una versión sumeria
del Almanaque del Granjero. Escriben para el New York Inquirer y contribuyen
al correo delirante que todo científico destacado recibe. La mayoría de
estas personas son inofensivas, como la mujer de setenta años de edad que me
contaba, en ocho páginas de apretada caligrafía, la conversación que tuvo
con unos pequeños visitantes verdes del es-pacio. Pero no todos son
inofensivos. Una secretaria de la revista Physical Re-view fue asesinada a
tiros por un hombre al que se le rechazó un artículo incoherente.
Lo importante, creo, es esto: todas las disciplinas, todo campo de
actividad, tienen un «orden establecido», sea la colectividad de los
profesores de físicas de cierta edad de las universidades prestigiosas, los
magnates del negocio de las co-midas rápidas, los dirigentes de la
Asociación Norteamericana de la Abogacía o los viejos jefes de la Orden
Fraternal de los Trabajadores Postales. En ciencia, el camino del progreso
es más rápido cuando se derriba a los gigantes. (Sabía que me saldría de
todo esto una buena metáfora mezclada.) Por lo tanto, se buscan con celo
iconoclastas y rebeldes con bombas (intelectuales); hasta el propio régimen
científico los busca. Por supuesto, a ningún teórico le divierte que tiren
su teoría a la basura; algunos hasta pueden reaccionar momentánea,
instintivamente como un régimen político ante una rebelión. Pero la
tradición del derrocamiento está demasiado enraizada. Alimentar y premiar al
joven y creativo es una obligación sagrada del régimen científico. (Lo más
triste que te pueden decir de fulano de tal es que no basta con ser joven.)
Esta lección moral -que debemos mantenernos abiertos a lo joven, lo
heterodoxo y lo rebelde- deja un resquicio para los charlatanes y los
descarriados, que pueden hacer presa en los periodistas y editores ~y otros
responsables de los medios de comunicación~ descuidados y científicamente
analfabetos. Algunos timadores han tenido notable éxito, como el mago
israelí Uri Geller o el escritor Immanuel Velikovsky, incluso ciertos
docto-res en ciencias (un doctorado es aún una garantía de la verdad menor
que un pre-mio Nobel) que han promovido cosas tan fuera de quicio como las
«manos que ven», la «psicoquinesia», la «ciencia de la creación», la
«poliagua», la «fusión fría» y tantas otras ideas fraudulentas. Lo usual es
que se diga que la verdad reve-lada está siendo suprimida por el acomodado
régimen, que quiere así preservar el statu quo con todos sus derechos y
privilegios.
Sin duda, eso puede pasar. Pero en nuestra disciplina, hasta los miembros
del orden establecido hacen campaña contra el régimen. Nuestro santo patrón,
Ri-chard Feynman, en el ensayo «¿Qué es la ciencia?», hacía al estudiante
esta admonición: «Aprende de la ciencia que debes dudar de los expertos. ...
La ciencia es la creencia en la ignorancia de los expertos». Y más adelante:
«Cada generación que descubre algo a partir de su experiencia debe
transmitirlo, pero debe trans-mitirlo guardando un delicado equilibrio entre
el respeto y la falta de respeto, para que la raza ... no imponga con
demasiada rigidez sus errores a sus jóvenes, sino que transmita junto a la
sabiduría acumulada la sabiduría de que quizá no sea tal sabiduría».
Este elocuente pasaje expresa la educación que todos los que laboramos en el
viñedo de la ciencia tenemos profundamente imbuida. Por supuesto, no todos
los científicos pueden reunir la agudeza crítica, la mezcla de pasión y
percepción que Feynman era capaz de ponerle a un problema. Eso es lo que
diferencia a los cien-tíficos, y también es verdad que muchos grandes
científicos se toman a sí mismos demasiado en serio. Se ven entonces
lastrados a la hora de aplicar su capacidad crítica a su propio trabajo o,
lo que es peor todavía, al trabajo de los chicos que les están poniendo en
la estacada. No hay especialidad perfecta. Pero lo que raras ve-ces
entienden los profanos es lo presta, ansiosa, desesperadamente que la
comuni-dad científica de una disciplina dada le abre los brazos al
iconoclasta intelectual... si él o ella tienen lo que hace falta.
En todo esto lo trágico no son los escritores pseudocientificos chapuceros,
ni el vendedor de seguros de Wichita que sabe exactamente dónde se equivocó
Eins-tein y publica su propio libro al respecto, ni el timador que dirá lo
que sea por ganar unos duros, los Geller o los Velikovsky. Lo trágico es el
daño que se le hace al público común, crédulo y científicamente analfabeto,
a quien con tanta facili-dad se le toma el pelo. Ese público construirá
pirámides, pagará una fortuna por inyecciones de glándula de mono, mascará
huesos de albaricoque, irá adonde sea y hará lo que sea tras los pasos del
charlatán de feria que, habiendo progresado de la trasera de un carromato a
la hora punta de un canal de televisión, venderá lenitivos aún más
escandalosos en el nombre de la «ciencia».
¿Por qué somos, y me refiero a nosotros, el público, tan vulnerables? Una
respuesta posible es que los profanos se sienten incómodos con la ciencia,
por-que la manera en que se desenvuelve y progresa no les es familiar. El
público ve la ciencia como un edificio monolítico de reglas y creencias
inflexibles, y a los científicos gracias al retrato que ofrecen los medios
de ellos como envarados ratones de biblioteca de bata blanca  como unos
plúmbeos, vetustos, escleróticos- defensores del statu quo. En verdad, la
ciencia es algo mucho más flexible. La ciencia no tiene que ver con el statu
quo. La ciencia tiene que ver con la revolución.