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[escepticos] Fin del mundo en Jerusalen



Miércoles, 29 de septiembre de 1999


JERUSALEN
TESTIGO DIRECTO

¡Aleluya!, llega el fin del mundo

Centenares de miembros de sectas se instalan en
Jerusalén para esperar allí el Juicio Final que,
según ellos, se producirá el próximo 31 de
diciembre

RAMY WURGAFT

La silueta de un árabe montando un burro de rala
pelambre los pone en estado de gracia.
«¡Aleluya!», exclaman, agitando los brazos,
contoneándose en una especie de gimnasia aeróbica
celestial. Cuando vuelven del extásis podemos
hablar. Que el periodista no piense que son unos
lunáticos.

Desde luego que aquel árabe no encarna al Señor
entrando triunfalmente en Jerusalén. «Son
estampas asociativas, como cuando el enamorado ve
una flor y piensa en su amada», explica el
hermano David, líder de un pequeño grupo
instalado en Jerusalén, a la espera de los
portentos que traerá consigo el segundo milenio.

Se calcula que centenares de peregrinos,
pertenecientes a sectas milenarias, han llegado a
Tierra Santa. No vienen en grupos, puesto que
haciéndolo así despertarían las sospechas de la
policía israelí, que ya se muestra aprensiva con
esto del 2000. Llegan por separado, en calidad de
turistas, y después se las apañan para ir
quedándose en la ciudad hasta el momento en que
Josué haga sonar las trompetas del Juicio Final.

Y entonces... El entonces depende de la
interpretación de cada secta. Los Cristianos
Preocupados de Winsconsin (Estados Unidos) creen
que, justo en la medianoche del entremilenio, se
abrirán las puertas del firmamento. Quienes
renuncien al lastre de su esencia corpórea se
elevarán hasta los cielos. Dicho en otras
palabras, los Cristianos Preocupados habían
venido a suicidarse y por eso fueron expulsados
del país.

En cambio, el hermano David y sus adeptos -una
secta sin nombre- tienen una visión optimista de
cómo la Jerusalén celestial y la terrenal se
fundirán en una sola ciudad de ensueño. «Un manto
de bondad descenderá sobre los hombres. Habrá paz
en Oriente Próximo, uno por uno se irán
resolviendo los conflictos que azotan a la
Humanidad», dice David con voz estentórea.

Del Hermano David sólo sabemos que tiene 57 años
y que trabajaba como ejecutivo de la firma
General Electric. Su atuendo evoca al de los
predicadores itinerantes del Misisipí que pueblan
las páginas de los libros de Mark Twain.

Tres varones y cuatro mujeres, todos
norteamericanos, forman el núcleo de la secta.
Son la avanzadilla que llegó a Israel hace un par
de meses a fin de preparar el terreno a los que
vendrán después. «No somos gente de recursos.
Durante años ahorramos para sufragar el viaje».
Les hubiera gustado afincarse en la parte judía
de la ciudad, ya que su credo se inspira en el
Antiguo Testamento.

Pero creencias y realidad aparte, Jerusalén
occidental es demasiado cara y han tenido que
alquilar habitaciones en los barrios palestinos
de A-Tur y de Ras el Amud. «El Señor siempre
acierta en sus designios: residimos a dos pasos
del Monte de los Olivos y del Huerto de
Getsemaní», explica David.

Como llevan una vida monacal y nunca dejan de
sonreír, los vecinos árabes les dispensan un
trato cordial. Las autoridades israelíes los
miran con recelo y los vigilan, no sea que estén
planeando alguna insensatez, al estilo de los
Cristianos Preocupados.

Para aumentar un poco sus caudales, hacen todo
tipo de trabajos: ayudan en un taller de
mecánica, dan lecciones de inglés, etcétera.
Todos los días recorren una parte de la ciudad,
pero la mayor parte del tiempo se iluminan en el
Monte de los Olivos. Desde allí, contemplan la
ciudad vieja, desde donde Jesús derramó sus
lágrimas al presagiar la destrucción de
Jerusalén.

de: EL MUNDO periodico