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[escepticos] Rushdie, lúcido y brillante



Colisteros, pego aquí abajo un escrito de Rushdie que ha aparecido hoy en
"El Mundo" y que considero os interesará. Es una joya, de verdad.

Saludos,

Luis Alfonso

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«Imagina que el cielo no existe»

SALMAN RUSHDIE

Querida personita seis mil millones:
Como miembro más reciente de una especie que destaca por su curiosidad, es
probable que no pase mucho tiempo antes de que empieces a formular las dos
preguntas de los sesenta y cuatro mil dólares con las que los demás
5.999.999.999 de nosotros llevamos algún tiempo peleándonos:

-«¿Cómo llegamos aquí?»

-«Y, ahora que estamos aquí, ¿cómo viviremos?»

Por extraño que parezca, por si seis mil millones no fuéramos bastantes, con
casi toda seguridad te sugerirán que la respuesta a la pregunta de nuestro
origen exige que creas en la existencia de un ser distinto, invisible,
inefable, que se encuentra «en algún lugar, allá arriba»; un creador
omnipotente a quien nosotros, pobres seres limitados, somos incapaces de
percibir, y mucho menos comprender. Es decir, te animarán encarecidamente a
imaginar un cielo, habitado por un dios, como mínimo.

Este dios del cielo, según se dice, creó el universo revolviendo su materia
en una olla gigante. O bien bailó. O bien vomitó la creación de su propio
interior. O bien se limitó a decir que se hiciera y, hete aquí, que se hizo.
En algunas de las historias más interesantes de la creación, ese único
poderoso Dios del cielo se subdivide en muchas fuerzas menos importantes,
divinidades menores, avatares, antepasados metamórficos gigantescos cuyas
aventuras crean el paisaje, o los panteones crueles, entrometidos,
licenciosos y caprichosos de los grandes politeísmos, cuyos actos alocados
te convencerán de que el motor real de la creación fue el deseo: de poder
infinito, de cuerpos humanos demasiado quebradizos, de aureolas de gloria.
Pero es de justicia añadir que también hay historias que transmiten el
mensaje de que el principal impulso creador fue, y es, el amor.

Muchas de estas historias te parecerán muy bellas y, por lo tanto,
seductoras. Por desgracia, sin embargo, no tendrás que reaccionar de modo
puramente literario a ellas. Sólo las historias de las religiones muertas
pueden valorarse por su belleza. Las religiones vivas son mucho más
exigentes. Así que te dirán que la creencia en tus historias, y la
observancia de los rituales de culto que han surgido a su alrededor, deben
convertirse en una parte fundamental de tu vida en este concurrido mundo.
Las llamarán el corazón de tu cultura, incluso de tu identidad individual.

Es posible que en algún momento te parezcan ineludibles, no en la forma en
que la verdad lo es, sino más bien como una cárcel de la que uno no puede
evadirse. Puede que en algún momento dejen de parecerte textos que los seres
humanos han empleado para resolver un gran misterio, y en cambio te parezcan
pretextos para que otros seres humanos, ungidos como es debido, te den
órdenes. Y es cierto que la historia humana abunda en la opresión pública
que ejercen los aurigas de los dioses. Según la gente religiosa, sin
embargo, el consuelo particular que la religión proporciona compensa con
creces el mal que se inflige en su nombre.

A medida que los conocimientos humanos han ido aumentando, también se ha
vuelto evidente que todas las historias religiosas sobre cómo hemos llegado
aquí son, sencillamente, falsas. Eso es, finalmente, lo que todas las
religiones tienen en común. No lo entendieron bien. No hubo ni revolvimiento
celestial, ni danza del Creador, ni vómito de galaxias, ni antepasados
serpiente o canguro, ni Valhalla, ni Olimpo, ni seis días de magia seguidos
de uno de descanso. Falso, falso, falso.

Sin embargo, hay un punto que resulta de lo más extraño. La falsedad de los
relatos sagrados no ha disminuido en lo más mínimo el fervor de los devotos.
Más bien, la sandez total y desfasada de la religión lleva a sus adeptos a
insistir con mayor estridencia aun en la importancia de la fe ciega.

Por cierto, como consecuencia de esta fe, en muchas partes del mundo ha
resultado imposible impedir que la cantidad de miembros de la raza humana
aumente de modo alarmante. La culpa de esta superpoblación, por lo menos en
algunas zonas del planeta, la tienenlos malos consejos de los guías
espirituales. En tu propia vida, es muy posible que asistas a la llegada del
ciudadano nueve mil millones del mundo. Si eres indio (y tienes una entre
seis probabilidades de serlo) estarás vivo cuando, gracias al fracaso de los
planes de planificación familiar, en esa tierra pobre y temerosa de Dios, la
población supere a la de China.

(Si bien muchas personas nacen como consecuencia, en parte, de las
restricciones religiosas al control de la natalidad, también muchos seres
humanos mueren a causa de la cultura religiosa que, al negarse a enfrentarse
a los hechos de la sexualidad humana, también impide que se combata la
propagación de las enfermedades de transmisión sexual).

Hay quienes te dirán que los grandes conflictos del nuevo siglo serán otra
vez enfrentamientos religiosos, yihad y cruzadas, como lo fueron en la Edad
Media. Yo no lo creo, al menos en la forma en que ellos se refieren. Mira el
mundo musulmán, o mejor dicho, el mundo islamista, por usar la palabra
acuñada para describir el actual brazo político del islam. Las divisiones
entre sus grandes poderes (Afganistán contra Irán, contra Irak contra Arabia
Saudí, contra Siria contra Egipto) es lo que impacta con más fuerza. Apenas
hay nada que se parezca a un objetivo común. Incluso después de que la no
islámica OTAN combatiera una guerra a favor de los albano-kosovares
musulmanes, el mundo musulmán se demoró en aportar la tan necesitada ayuda
humanitaria.

Las verdaderas guerras religiosas son las luchas que las religiones libran
contra los ciudadanos corrientes de su ámbito de influencia. Son guerras de
los piadosos contra los muy indefensos; fundamentalistas americanos contra
médicos a favor de la legalización del aborto, ulemas iraníes contra la
minoría judía de su país, fundamentalistas hindúes de Bombay contra los cada
vez más atemorizados musulmanes de esa ciudad.

Los vencedores de este enfrentamiento no deben ser los de miras estrechas
que van al combate, como siempre, con Dios de su parte. Elegir la falta de
fe es optar por el pensamiento por encima del dogma, confiar en nuestra
humanidad en lugar de en todas esas divinidades peligrosas. Así pues, ¿cómo
llegamos hasta este punto? No busques la respuesta en los libros de cuentos.
Los imperfectos conocimientos humanos pueden ser como una carretera llena de
baches, pero son la única vía hacia la sabiduría que merece la pena conocer.
Virgilio, que creía que el apicultor Aristeo podía generar espontáneamente
nuevas abejas a partir del cadáver putrefacto de una vaca, estaba más cerca
de la verdad sobre el origen que todos los libros antiguos venerados.

Las sabidurías antiguas son las tonterías modernas. Vive en tu propio
tiempo, usa lo que sabemos y, cuando crezcas, puede que por fin la especie
humana crezca contigo y deje de lado las cosas infantiles.

Como dice la canción, «it's easy if you try» («es fácil si lo intentas»).

En cuanto a moralidad, la segunda gran pregunta (¿cómo vivir?, ¿qué está
bien y qué está mal?) se reduce a tu disposición a pensar por ti mismo. Sólo
tú puedes decidir si quieres que los sacerdotes te dicten las leyes, y
aceptar que el bien y el mal son algo externo a nosotros mismos. A mi
entender, la religión, incluso en su forma más sofisticada, infantiliza
esencialmente nuestro yo ético al establecer unos árbitros morales
infalibles y unos tentadores inmorales irredimibles por encima de nosotros;
los padres eternos, buenos y malos, brillantes y oscuros, del reino
sobrenatural.

¿Cómo va a haber entonces elecciones éticas sin un reglamento o juez divino?
¿Es la falta de fe el primer paso en el largo declive hacia la muerte
cerebral del relativismo cultural, de modo que muchas cuestiones
insoportables (la ablación del clítoris, por mencionar sólo una) pueden
excusarse por motivos culturales, y la universalidad de los derechos humanos
puede asimismo ignorarse? (Esta última muestra de desmoronamiento moral
encuentra seguidores en algunos de los regímenes más autoritarios del mundo
y también, de modo desalentador, en los artículos de opinión de Daily
Telegraph).

Pues no, no lo es, pero las razones que llevan a tal conclusión no son
claras. Sólo la ideología de línea dura es clara. La libertad, que es la
palabra que yo uso para la posición ética-secular, es inevitablemente más
confusa. Sí, la libertad es ese espacio donde puede reinar la contradicción,
es un debate infinito. No es en sí la respuesta a la pregunta sobre la
moral, sino la conversación sobre esa pregunta.

Y es mucho más que el mero relativismo, porque no es meramente una tertulia
infinita, sino un lugar donde se elige, donde se definen y se defienden
valores. La libertad intelectual, en la Historia europea, ha significado
sobre todo la libertad respecto a las limitaciones de la Iglesia, no del
Estado. Esa es la batalla que libraba Voltaire, y es también lo que los seis
mil millones podríamos hacer por nosotros mismos, la revolución en que cada
uno de nosotros tendría su pequeña seis mil millonésima parte; de una vez
por todas podríamos negarnos a dejar que los sacerdotes y las ficciones, en
cuyo nombre afirman hablar, sean los policías de nuestras libertades y
nuestra conducta. De una vez por todas, podría devolver las historias a los
libros, devolver los libros a los estantes e interpretar el mundo sin dogmas
ni complicaciones.

Imagina que el cielo no existe, mi querido seis mil millones, y de inmediato
verás el cielo abierto.
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Salman Rushdie es escritor. Ha contribuido con este artículo a la obra
colectiva Carta al ciudadano 6.000 millones, publicada por Ediciones B.