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[escepticos] Sancho III (1/4). Era: Nacionalismos y varas de medir



Hola:
Sospecho que a estas alturas del cruce de mensajes ya casi nadie recuerda a Sancho III, pero yo si y os envio un articulo de Historia16 sobre el tema.
Lo enviare en 4 partes. Salvo errores debidos al ORC, va completo y con las siguientes convenciones tipograficas: lo que en el original estaba en cursiva, aqui va entre comillas simples, ej.: 'ejemplo', y lo que iba en negrita ahora va entre asteriscos, ej.: *ejemplo*.
¡Que lo disfruteis!
Saludos


PD: No, no me da la gana de usar html en un mensaje electronico. Me parece de mal gusto y antiecologico.
PPD: Este mensaje esta escrito con un 100% de electrones reciclados.


---------- Principio de la primera parte ----------
Sancho III 'el Mayor:' Un rey pamplonés e hispano
Armando Besga Marroquín
(Publicado en Historia16, nº 327, pp. 42-71)

Sancho Garcés III (1004-1035) es el rey navarro más importante y durante la mayor parte de su reinado fue el soberano más poderoso de la Península. -Sin embargo, su figura es muy mal conocida. Por una parte, ninguna crónica contemporánea da cuenta de sus hechos, y cuando a partir del siglo XII comenzó a relatarse su historia ésta comenzó a deformarse, una tendencia que ha llegado hasta nuestros días (1). Por otro lado, los aproximadamente 70 documentos que provienen de su reinado se encuentran a falta de una edición crítica; y esto es muy importante, «pues la mayor parte de ellos fueron rehechos, interpolados, maquillados e incluso 'inventados' en tiempos posteriores, unos porque habían desaparecido en las precedentes calamidades y se debió restituirlos a partir de la memoria oral que sugería su proyección sobre ulteriores realidades, otros porque su tenor no correspondía a las mutaciones de la observancia regular y la organización eclesiástica ocurridas a lo largo del siguiente siglo y, finalmente, algunos porque quizás no habían existido nunca» (2).

Afortunadamente estos problemas no nos afectan ahora, porque el objetivo del presente estudio no es trazar la historia de Sancho III 'el Mayor' -cometido que probablemente merecería una tesis doctoral-, sino responder a la iniciativa tomada recientemente por, el Ayuntamiento de Fuenterrabía de levantar un monumento a la memoria del rey navarro como «Rey, del Estado Vasco, Reino de Navarra», para lo cual se ha convocado un concurso dotado con un premio de 6.010 euros, iniciativa que ha provocado polémica. Pues bien, pese a los problemas que presenta el reinado de Sancho III 'el Mayor' se puede decir que se poseen elementos de juicio claros y en abundancia para dar una respuesta terminante a esta cuestión.


Una monarquía hispana

E1 reino que heredó Sancho 111, pese a su pequeñez (unos 15.000 kilómetros cuadrados), estaba formado por tres unidades: lo que se ha llamado Navarra primordial, origen del Reino de Pamplona y centro de la monarquía, de la que estaba excluida probable aún la Navarra atlántica (cuya vinculación al reino pamplonés no se puede acreditar hasta el año 1066) y la parte meridional, que se encontraba en poder de los musulmanes; el condado de Aragón, limitado entonces a los valles más occidentales y septentrionales de la región a la que ha dado su nombre, unido durante el siglo X mediante una vinculación personal, consecuencia de una herencia, al Reino de Pamplona y que conservaba su autonomía; y La Rioja (que incluía probablemente La Rioja alavesa, integrada en el Reino de Navarra hasta el siglo XV), arrebatada a al-Andalus en la primera mitad del siglo X.

No hace al caso entrar en las particularidades que presentaban Aragón y La Rioja, región esta última que gozaba de una importancia creciente en la monarquía pamplonesa. Lo que nos interesa ahora es la Navarra primordial, un territorio de unos 5.500 kilómetros cuadrados en el que había nacido un reino cuya naturaleza estrictamente vasca se da muchas veces por sentada, pues -a diferencia de lo sucedido con el Reino de Asturias- nunca ha habido un intento serio por estudiar sus orígenes indígenas. Sin embargo, los escritores nacionalistas han tratado de justificar los orígenes exclusivamente vascos del reino navarro con varias explicaciones, que pueden ser complementarias. Una consiste en hacer del Reino de Pamplona el heredero del supuesto ducado merovingio de Wasconia, entendido como el primer Estado nacional vasco, que se habría extendido desde el Garona hasta más allá del Ebro (para incluir territorios, de La Rioja, Aragón y Cantabria) (3). La falsedad de esta interesada interpretación es evidente, puesto que ese ducado no existió (4) y porque tradicionalmente se han situado los orígenes del Reino de Pamplona en la victoria lograda en el 824 por los navarros (ayudados en esta ocasión por aragoneses y musulmanes) sobre un ejército franco de wascones, que acababa de establecer la soberanía carolingia en Pamplona (5). Otra explicación -relacionable con la anterior- consiste en hacer descender a la familia de Iñigo Arista de un refugiado político vascofrancés, hipótesis que ha sido también defendida por algunos historiadores, pero que no goza actualmente de crédito alguno entre los investigadores (6). Una tercera explicación pretende ver el origen del Reino de Pamplona en las luchas de los vascones contra visigodos y francos (7), lo que esta claramente contradicho por el hecho de que la geografía del primitivo Reino de Pamplona es distinta de la de los vascones independientes de época visigoda y porque entre las mencionadas guerras y el nacimiento del reino navarro -sea cual sea el año de su aparición (8)- transcurre más de un siglo (9). Finalmente, otra interpretación generalizada en la historiografía nacionalista es la que presenta la formación del Reino de Pamplona como el desarrollo natural del pueblo vasco, o -en palabras de B. Estornés Lasa, que es el que más ha escrito al respecto- «de las fuerzas internas vocacionales de la nacionalidad vasca» (10). El carácter puramente doctrinario de la interpretación hace innecesaria la crítica. Pero estimo conveniente que el lector conozca la variante democrática de semejante tesis (porque puede ser un elemento de juicio de cierta importancia para entender el llamado problema vasco) cuyo ejemplo más destacable corresponde a C. Clavería (11):

'Su gobierno era una república federativa compuesta de valles o comarcas que se gobernaban independientemente según sus costumbres respectivas, determinándose sus diferencias por un consejo de ancianos o sabios de la tierra.
En esta situación estaban los vascones, cuando comenzaron una guerra contra los sarracenos, pero bien pronto las diferencias surgidas entre ellos les hace comprender la necesidad de un jefe que los dirija contra el enemigo común y que les gobierne con paz y justicia a imitación de los godos y de los francos. A este caudillo lo denominan rey.
Antes de su elección acordaron establecer un pacto entre el pueblo y el candidato, basado en que había de comprometerse a regirlos con arreglo a las leyes tradicionales vascas, sus costumbres y libertades procurando mejorarlas y nunca empeorarlas; que no haría justicia por sí solo, sino que debería contar con un consejo de 12 ancianos y sabios, y que no podría hacer la paz o la guerra sin contar con el mismo Consejo.
Hecho esto eligen su primer rey' (12).


Evidentemente el Reino de Pamplona tiene unos orígenes vascos que nadie discute, aunque están por estudiar y precisar (13). Pero también son claros sus orígenes hispanogodos, o, mejor dicho, hispanos, entendiendo por Hispania el país que en el siglo VIII tenía un pasado romano y visigodo y la presencia inmediata del enemigo musulmán (14).

El primer y más importante elemento que hay que tener en cuenta es que el Reino de Pamplona nació en una ciudad y durante mucho tiempo fue el reino de una ciudad, como indica, entre otras cosas, su denominación, que no se convirtió en Reino de Navarra hasta 1162 (15). No puede ser casualidad que en un ambiente abrumadoramente rural, como el del mundo vasco de los últimos siglos del primer milenio, el reino pamplonés naciera en una ciudad, cuyo nombre en 'euskera', 'Iruña' (ciudad), revela claramente su excepcionalidad, ya que indica que no había en el territorio otra urbe de la que hubiera necesidad de distinguirla. Es decir, que el Reino de Pamplona nació en lo distinto: en la ciudad, en lo heredado de Roma, que seguramente tenía unos orígenes indoeuropeos (16) y fue un obispado del Reino Visigodo. Si, por ejemplo, el único Estado vasco de la Historia hubiera surgido en Guipúzcoa, el único territorio vasco sin contacto con otros territorios no vascos y por ello auténtico corazón del país, o en otro territorio vasco resguardado de al-Andalus, no habría problemas para admitir, unos orígenes exclusivamente indígenas. Pero precisamente Guipúzcoa, de la que se carece de cualquier noticia entre el 456 y el 1025, continuaba en los alrededores del año 1000 en la Prehistoria, la última de Occidente, y, dividida en varias unidades, era incapaz de articularse políticamente (17), lo que muestra a mi entender la incapacidad del llamado 'saltus vasconum' para organizarse en un Estado, empresa por lo demás difícil. Si a esto añadimos que el Reino de Pamplona surgió en la primera línea de lucha contra al-Andalus, no encontraremos otra causa para explicar su nacimiento que el desarrollo político de la ciudad. Si la aparición de los estados hispanocristianos hubiera tenido lugar en el seno de ciudades, el significado de los orígenes urbanos del Reino de Pamplona no estaría tan claro, porque se podría aducir que ese nacimiento urbano es una condición para la formación de una monarquía pero, precisamente, la aparición del reino navarro es una excepción en la historia de los orígenes de la Reconquista. En Asturias, donde la importancia del elemento hispanogodo fue decisivo (18), el reino tuvo un origen rural; y los condados aragoneses carecieron de cualquier ciudad hasta el siglo XI (19).

Más significativo aún es el hecho de que Pamplona fuera una ciudad visigoda situada en la frontera con los vascones independientes de la época de los reinos germánicos. El único documento pamplonés proveniente de esta época -el 'De laude Pampilone'-, pese a su carácter de alabanza a la manera del famoso 'Laus Spaniae' de San Isidoro (que parece haberlo inspirado), muestra claramente las preocupaciones defensivas de los habitantes de la capital navarra (la mayor parte de la breve composición responde a esa angustia) e identifica a los enemigos de la ciudad: los vascones. Después, como cualquier otra ciudad hispanogoda, capituló ante los musulmanes sin que haya constancia de que hubiera protagonizado algún acto de resistencia. Ciertamente Pamplona fue, con gran diferencia, la ciudad hispanocristiana que mas veces se rebeló contra los musulmanes en el siglo VIII. Dada la sumisión de la Hispania mozárabe, esta actitud singular parece revelar la existencia de una alianza de los antiguos adversarios (Pamplona y los vascones) frente a un enemigo común, mucho más poderoso y peligroso (algo similar sucedió a mediados del siglo VIII entre el Reino de Asturias y los habitantes de Vizcaya y Álava). En todo caso, antes o después esa alianza terminó por producirse y tuvo un carácter decisivo en la larga y compleja gestación del Reino de Pamplona. Cabe señalar también que en Pamplona -como en otras ciudades del valle del Ebro- apareció un partido procarolingio a finales del siglo IX, cuya actividad facilitó a principios del siglo IX una breve incorporación al Imperio Carolingio (806-816).

Además, hay que destacar que la monarquía no sólo no fue el 'Regnum Vasconum' (20), sino que nunca empleó la palabra «vascón», que a partir del año 1000 -y hasta hace poco (la extraña, para la lengua española, expresión País Vasco es un galicismo introducido en el siglo XIX)- servirá únicamente para designar a los habitantes del País Vasco francés (21). Y esto debe de ser muy significativo porque Navarra fue la primitiva Vasconia y porque ese gentilicio indoeuropeo no puede considerarse un exónimo, ya que consta la existencia de una ceca con el nombre de 'Bar(s)cunes' (que puede significar «los altos» o «los orgullosos»), que muy probablemente correspondió a la primitiva Pamplona prerromana (22). Este olvido, que no puede ser una casualidad parece el resultado de una actitud deliberada por resaltar únicamente los orígenes hispanogodos (y romanos), algo que se puede probar desde el mismo momento en que en la segunda mitad del siglo X aparecen los documentos. Ciertamente en algunos textos bajomedievales reaparece el término «vasco», pero, como en otros lugares peninsulares, con un sentido lingüístico, de donde surgirá la voz «vascongado», en principio, vascoparlante (y no habitante de las Vascongadas, como sucede desde el siglo XVIII).

Pero la existencia de unos importantes orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona no descansa únicamente en planteamientos teóricos. En un contexto de penuria documental, existen varias pruebas que acreditan esos orígenes. Una se encuentra en la antroponimia, apenas conocida en el siglo IX. Cuando entre los mozárabes de la época los nombres germánicos eran minoritarios (un quinto entre los mártires voluntarios cordobeses de mediados del siglo IX), tiene que ser significativo que, tras la invasión musulmana los dos primeros obispos conocidos de Pamplona tengan nombre godo: Opilano y Wiliesindo, contemporáneos de Iñigo Arista (824-852) y, por consiguiente, de los orígenes del proceso de constitución del Reino de Pamplona (23). Y éste no es un dato aislado: gracias a San Eulogio, conocemos a mediados del siglo IX una serie de nombres de abades pertenecientes todos ellos, probablemente, a la diócesis de Pamplona: Fortún de Leire, Atilio de Cillas, Odoario de Siresa, Jimeno de Igal y Dadilano de Urdaspal (24). Los nombres germánicos también se encuentran entre los laicos como se aprecia en las dos familias principales de Navarra: Galindo, uno de los antropónimos más frecuentes en el ámbito navarro-aragonés en el siglo X, fue el nombre del segundo hijo de Iñigo Arista, y Toda, más frecuente aún, el de la madre y la esposa de Sancho Garcés I (905-925), probablemente el primero en tomar el título de rey (25). La antroponimia germánica conocida en Navarra antes del año 1000 es suficiente para acreditar la presencia de individuos pertenecientes a la minoría visigoda, que por su importante relevancia no pueden ser considerados como meros refugiados. Este fenómeno cobra mayor significación si se tiene en cuenta que al hablar de orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona hablamos, ante todo, de orígenes hispanos o romanos.

Otra prueba relevante se encuentra en la vigencia del 'Liber Iudiciorum' visigodo en el Reino de Pamplona, ya que, como ha señalado J. J. Larrea, «todo lo que sabemos sobre el Derecho privado, sobre las instancias judiciales y sobre el procedimiento en nuestra región debe ser relacionado con la tradición romano-visigoda» (26). Y esto es imposible que haya sido impuesto por una monarquía joven y con escasos medios. Es más: dada la falta de ejemplares del 'Liber' y de formación jurídica, el mismo autor ha podido escribir que «en Navarra, la ley escrita parece haberse convertido en costumbre» (27), fenómeno que sólo es posible tras una importante implantación anterior.

Otros indicios que apuntan en la misma dirección son: la propia organización social, en la que no se han detectado elementos importantes que la singularicen (28); la vigencia de la liturgia de la Iglesia visigoda hasta el siglo XI, cuando al Norte de los Pirineos había sido sustituida por el rito romano; la utilización de la cursiva visigótica que, como en Aragón y el reino astur-leonés, es la escritura más antigua detectada en Navarra, lo que cobra aún más valor si se tiene en cuenta la introducción de la minúscula carolina en el Imperio Carolingio; la utilización de la Era hispánica hasta el siglo XIV; y la aparición de una lengua romance muy parecida al castellano (29) en un reino por cuyo territorio San Eulogio pudo viajar sin problemas de entendimiento a mediados del siglo IX. Una lengua que, por cierto, tiene su acta de nacimiento en las famosas glosas de San Millán de la Cogolla -que formaba parte entonces del Reino de Pamplona y en las que, significativamente, se encuentran también las primeras (y breves) frases en 'euskera' (30). Pues bien, esta lengua se convirtió en idioma oficial en Navarra medio siglo antes que en Castilla y dio lugar a la primera crónica peninsular escrita en romance ('Cronicón Villarense') (31).

Por todo ello, no es de extrañar que en el Reino de Pamplona surgiera también el neogoticismo, lo que es asimismo una prueba de sus orígenes hispanogodos (32). Este fenómeno es claramente perceptible en la segunda mitad del siglo X, cuando empieza a haber documentación, y tiene su mejor exponente en una serie de códices encargados por el rey Sancho Garcés II Abarca (970-994), que constituyen lo que Ángel J. Martín Duque ha denominado, con acierto, «primera memoria historiográfica 'autóctona'» (33). En estas obras elaboradas en monasterios de la monarquía pamplonesa, «un equipo de monjes y clérigos reunió y compendió ordenadamente todos los subsidios textuales necesarios para intentar fijar en la memoria colectiva los horizontes universales, los antecedentes geohistóricos y las premisas directas de la reciente comunidad política, que no había surgido por una especie de generación espontánea» (34). Pues bien, «esta labor bien meditada y cuidadosa» constituye una reivindicación del legado hispanogodo.

El primero de esos libros es el llamado 'Códice Vigilano' o 'Albeldense', realizado entre el 974 y el 976 en el Monasterio de San Martín de Albelda, fundado por Sancho Garcés 1. «Sus 429 folios comprenden principalmente dos extensas piezas de carácter normativo, magno mensaje de unas tradiciones de convivencia hasta entonces soterradas en tierras pamplonesas, pero nunca desmentidas» (35): la 'Colección Canónica Hispana', esto es, el legado normativo de la Iglesia hispanovisigoda, y el 'Liber Iudiciorum' «es decir, Las pautas de convivencia religiosa y civil de la fenecida sociedad hispano-goda que sin duda habían seguido vivas en tierras pamplonesas» (36). En este sentido, que resaltar la famosa miniatura del folio 428, modelo del estilo mozárabe, que remata la copia del 'Liber Iudiciorum' y corona el códice, porque constituye la primera imagen de una monarquía hispana. En el centro de la composición aparece el rey Sancho Garcés II flanqueado por la reina Urraca y su hermano Ramiro y bajo las representaciones de Chindasvinto, Recisvinto y Egica, es decir, «los tres reyes a los que se atribuyen prácticamente todas las leves del código visigótico, excluidas las reseñadas como 'antiquae', que, como tales, no circulan bajo el nombre de ningún rey» (37). Este folio miniado constituye un colofón que compendia gráficamente la reivindicación de los orígenes hispanogodos de la monarquía pamplonesa, que está presente en todo el códice. El libro se completa con otras obras del legado cultural hispanogodo generalmente y unas piezas que componen un conjunto con un claro significado. Entre estas últimas hay que destacar dos pequeñas composiciones originales, que son las más antiguas narraciones sobre el Reino de Pamplona: la llamada 'Additio de regibus pampilonensium', que da breve cuenta de los reinados de Sancho Garcés I (905-925), García Sánchez I (925-970) y Sancho Garcés II (970-994), y una 'Nomina Pampilonensium regum', que se limita a los tres monarcas citados a los que un glosista contemporáneo añadió al margen que desconocía la existencia de otros anteriores (prueba de que el reino se fundó con Sancho Garcés I). Pues bien, ese vacío está colmado por la 'Crónica Albendense', llamada así por figurar en este códice, es decir, un epitome de la historia romana y del Reino Visigodo y una crónica del Reino de Asturias, de la que la 'Additio de regibus pampilonensium', es como ha señalado A. J. Martín Duque, «un apéndice necesario» (38). Con ello no sólo se asume como propio el pasado romano y visigodo, sino incluso la historia del Reino de Asturias, que aparece como el necesario eslabón para vincular a los navarros con los monarcas godos (39).

El segundo libro es el 'Códice Emilianense' elaborado en San Millán de la Cogolla por el obispo Sisebuto de Pamplona, otro individuo del mismo nombre y Velasco, que lo terminaron en el 992. Básicamente está obra es una copia del 'Códice Albendense' (como lo prueba el que presente una miniatura análoga a la del folio 428 del citado código), lo que demuestra que la recopilación del 'Códice de Vigilano' respondía a las necesidades del momento (40).

Pero el manuscrito más interesante es el 'Códice de Roda' compuesto en Nájera hacia el 990 bajo la probable inspiración del ya citado obispo de Pamplona Sisebuto. Este códice parte de la historia de Orosio, que ocupa las tres cuartas partes del conjunto, continúa con la historia de los godos de San Isidoro, a la que siguen la 'Crónica Albeldense' y la 'Crónica de Alfonso 1II' (41), y concluye con una serie de textos navarros que, en opinión de A. Martín Duque, son «el punto nuclear del argumento, la glorificación de Pamplona y de su reciente casta de soberanos» (42). Entre estos últimos sobresalen las famosas 'Genealogías de Roda' (fuente fundamental para la historia del Pirineo en esta época), pero lo más destacable para el asunto que nos interesa ahora es la inclusión del visigótico 'De laude Pampilone' y de la 'Epistula de Honorio', cuyo significado ha sido interpretado con acierto por K. Larrañaga: «En las 'Genealogías de Roda', lejos de vindicar viejos ancestros vascones, se silencia -cabría decir que intencionadamente- cualquier referencia a éstos en relación con el Reino de Pamplona, y se incluyen, por otro lado, textos en la colección -como la epistula del emperador Honorio a los soldados de Pamplona, y una 'laus Pampilone' presumiblemente visigótica- que se dirían buscados 'ex professo' de entre la masa documental referida a la ciudad para poner de relieve los títulos de gloria de su pasado romano-cristiano y borrar de paso el recuerdo de la turbulencia vascona» (43).

Todo esto no son sólo interpretaciones más o menos razonadas de investigadores de nuestra época. Un contemporáneo de Sancho III, el poeta Abu Umar ibn Darray (958-1030), dejó un testimonio claro de la deliberada vinculación de los reyes navarros con Roma. Se trata de unos versos en los que increpó a Sancho Garcés II con motivo de su humillante comparecencia en el palacio de Almanzor (992) de la siguiente manera:

'Hijo de los reyes de la herejía en la cumbre de la grandeza y heredero de la realeza romana de sus antepasados se había situado en el centro mismo de los orígenes de los Césares y había pertenecido a los más nobles reyes por parentesco próximo''Hijo de los reyes de la herejía en la cumbre de la grandeza y heredero de la realeza romana de sus antepasados se había situado en el centro mismo de los orígenes de los Césares y había pertenecido a los más nobles reyes por parentesco próximo' (44).

Finalmente, cabe añadir una consideración más. La pérdida de una frontera con al-Andalus -consecuencia de la ruptura de la nobleza navarra con el Reino de Aragón tras la crisis motivada por el singular testamento de Alfonso I el Batallador (1134)- impidió que el reino pamplonés progresara hacia el Sur, como el resto de los Estados hispanocristianos. Es muy probable que este hecho preservara la capitalidad de Pamplona y el carácter navarro del reino (que poco después se va a llamar de Navarra), pues antes de la unión con Aragón (1076-1134) hubo una tendencia muy fuerte a fijar la residencia real en Nájera. Debe tenerse en cuenta que en el Reino de Asturias el traslado de su capital a León con García I (910-914) dio lugar al Reino de León, lo que prueba que la monarquía asturiana no fue el reino de los astures.

En realidad, las pruebas del legado hispanogodo del Reino de Pamplona aumentan conforme crece la documentación y nos alejamos del Reino Visigodo. Hasta tan punto es así que A. Martín Duque y J. Carrasco Pérez han podido concluir «la hispanidad radical, sustantiva e indeclinable desde sus lejanos prolegómenos antiguos hasta sus últimos destinos modernos» (45). Este juicio no es una simple interpretación más o menos discutible. Juan José Larrea, mediante una extraordinaria tesis doctoral, ha demostrado recientemente que hasta el siglo XII a Navarra «nada esencial distinguía de otros reinos y condados de la España cristiana» (46), pues la primitiva monarquía pamplonesa, «una monarquía isidoriana», tiene una clara filiación hispanovisigoda que no se reduce a la organización política (47).


Un monarca hispano

Sancho III fue hijo del rey García Sánchez II 'el Temblón' (994-1000), el monarca peor conocido de la España del siglo X. Su madre, Jimena, era hija del conde leonés Fernando Bermúdez y de su esposa Elvira. Es decir: Sancho III era sólo medio vasco. Es más: la sangre castellana abundaba en la ascendencia paterna de Sancho III 'el Mayor', pues era biznieto de Fernán González (933-970) y nieto de la infanta castellana Urraca (es decir, tres de sus cuatro abuelos no eran vascos). Esto era así porque la dinastía Jimena, que reinaba en Pamplona desde el 905, había seguido una política matrimonial de enlaces con sus vecinos, particularmente los reyes de León y los condes de Castilla (que maniobraban entonces hacia la independencia y encontraron en los enlaces con la familia real navarra un poderoso medio en ese sentido).

Pero más relevante que los orígenes biológicos de Sancho III (48) es el hecho de que su madre doña Jimena y su abuela Urraca dirigieron la política del reino durante su minoría de edad, pues aquél sólo debía de contar con 8 años cuando murió su padre. Entre el 1000 y el 1004 su tío materno Sancho Ramírez (primo carnal de García Sánchez II) parece que se hizo cargo de la monarquía con el título de rey (que en Navarra se daba también entonces a ciertos miembros de la familia real), en lo que fue más un interregno que una regencia (49). La prematura muerte de este oscuro personaje (que habría nacido hacia el 970) significó la entronización de Sancho III con tan sólo 12 años ante los problemas que suponía la búsqueda de un nuevo regente. Pero el gobierno efectivo correspondió a su madre y abuela, que «le introdujeron seguramente en los intereses y complicaciones de la política de León y Castilla» (50).

Consecuencia de esta tutela y de esta política fue el matrimonio de Sancho III con Munia o Muniadonna, hija del conde de Castilla Sancho García (51). Seguramente esta boda fue el hecho más decisivo de su vida pues, como veremos, condicionó todo su reinado y la herencia que dejó: ni más ni menos que todas las familias reinantes en la España cristiana tengan su origen en Sancho III. Consta que Sancho III estaba casado ya en el 1011 y es muy probable que la celebración del matrimonio marcase el fin de la tutela de su madre y de su abuela. Pero la importante influencia de su madre se puede acreditar hasta casi el final del reinado. Desde luego, en ningún caso se puede considerar que el matrimonio citado le fuera impuesto a Sancho III, pues el monarca navarro siguió la misma política con sus hijos.

Para completar las vinculaciones castellanas de Sancho III, cabe destacar que el monarca navarro fue prohijado por algunas viudas castellanas, como doña Goto y doña Oneca (de probable ascendencia pamplonesa), que le hicieron donación a título privado de sus cuantiosos patrimonios (1028 y 1031). Esta práctica -que hoy parece extraña, pero entonces no era rara- sirvió para acrecentar el poder de Sancho III en el condado de Castilla.

Si en la ascendencia domina abrumadoramente la sangre no navarra, su descendencia controlará todos los tronos de la España cristiana. Efectivamente, su obra sentó las bases para que durante un siglo todos los reyes hispanocristianos descendieran de Sancho III por línea paterna (es lo que se ha llamado dinastía navarra), y después y hasta nuestros días también, aunque no de esa forma.

Por otra parte, hay que señalar la predilección de Sancho III por Nájera, que se convirtió en su residencia principal y añadió por primera vez a la titulación de los reyes de Pamplona (52). Esta predilección alcanzó su apogeo con su hijo García Sánchez III, que, como es sabido, ha pasado a la Historia como 'el de Nájera'.

Por último, no es ocioso recordar que Sancho III fue enterrado en el Monasterio burgalés de Oña, donde habían sido sepultados los últimos condes castellanos.

------------- Fin de la primera parte -------------
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