[Date Prev][Date Next][Thread Prev][Thread Next][Date Index][Thread Index]
[escepticos] Sancho III (1/4). Era: Nacionalismos y varas de medir
Hola:
Sospecho que a estas alturas del cruce de mensajes ya casi nadie 
recuerda a Sancho III, pero yo si y os envio un articulo de 
Historia16 sobre el tema.
Lo enviare en 4 partes. Salvo errores debidos al ORC, va completo y 
con las siguientes convenciones tipograficas: lo que en el original 
estaba en cursiva, aqui va entre comillas simples, ej.: 'ejemplo', y 
lo que iba en negrita ahora va entre asteriscos, ej.: *ejemplo*.
¡Que lo disfruteis!
       Saludos
PD: No, no me da la gana de usar html en un mensaje electronico. Me 
parece de mal gusto y antiecologico.
PPD: Este mensaje esta escrito con un 100% de electrones reciclados.
---------- Principio de la primera parte ----------
Sancho III 'el Mayor:' Un rey pamplonés e hispano
Armando Besga Marroquín
(Publicado en Historia16, nº 327, pp. 42-71)
Sancho Garcés III (1004-1035) es el rey navarro más importante y 
durante la mayor parte de su reinado fue el soberano más poderoso de 
la Península. -Sin embargo, su figura es muy mal conocida. Por una 
parte, ninguna crónica contemporánea da cuenta de sus hechos, y 
cuando a partir del siglo XII comenzó a relatarse su historia ésta 
comenzó a deformarse, una tendencia que ha llegado hasta nuestros 
días (1). Por otro lado, los aproximadamente 70 documentos que 
provienen de su reinado se encuentran a falta de una edición crítica; 
y esto es muy importante, «pues la mayor parte de ellos fueron 
rehechos, interpolados, maquillados e incluso 'inventados' en tiempos 
posteriores, unos porque habían desaparecido en las precedentes 
calamidades y se debió restituirlos a partir de la memoria oral que 
sugería su proyección sobre ulteriores realidades, otros porque su 
tenor no correspondía a las mutaciones de la observancia regular y la 
organización eclesiástica ocurridas a lo largo del siguiente siglo y, 
finalmente, algunos porque quizás no habían existido nunca» (2).
Afortunadamente estos problemas no nos afectan ahora, porque el 
objetivo del presente estudio no es trazar la historia de Sancho III 
'el Mayor' -cometido que probablemente merecería una tesis doctoral-, 
sino responder a la iniciativa tomada recientemente por, el 
Ayuntamiento de Fuenterrabía de levantar un monumento a la memoria 
del rey navarro como «Rey, del Estado Vasco, Reino de Navarra», para 
lo cual se ha convocado un concurso dotado con un premio de 6.010 
euros, iniciativa que ha provocado polémica. Pues bien, pese a los 
problemas que presenta el reinado de Sancho III 'el Mayor' se puede 
decir que se poseen elementos de juicio claros y en abundancia para 
dar una respuesta terminante a esta cuestión.
Una monarquía hispana
E1 reino que heredó Sancho 111, pese a su pequeñez (unos 15.000 
kilómetros cuadrados), estaba formado por tres unidades: lo que se ha 
llamado Navarra primordial, origen del Reino de Pamplona y centro de 
la monarquía, de la que estaba excluida probable aún la Navarra 
atlántica (cuya vinculación al reino pamplonés no se puede acreditar 
hasta el año 1066) y la parte meridional, que se encontraba en poder 
de los musulmanes; el condado de Aragón, limitado entonces a los 
valles más occidentales y septentrionales de la región a la que ha 
dado su nombre, unido durante el siglo X mediante una vinculación 
personal, consecuencia de una herencia, al Reino de Pamplona y que 
conservaba su autonomía; y La Rioja (que incluía probablemente La 
Rioja alavesa, integrada en el Reino de Navarra hasta el siglo XV), 
arrebatada a al-Andalus en la primera mitad del siglo X.
No hace al caso entrar en las particularidades que presentaban Aragón 
y La Rioja, región esta última que gozaba de una importancia 
creciente en la monarquía pamplonesa. Lo que nos interesa ahora es la 
Navarra primordial, un territorio de unos 5.500 kilómetros cuadrados 
en el que había nacido un reino cuya naturaleza estrictamente vasca 
se da muchas veces por sentada, pues -a diferencia de lo sucedido con 
el Reino de Asturias- nunca ha habido un intento serio por estudiar 
sus orígenes indígenas. Sin embargo, los escritores nacionalistas han 
tratado de justificar los orígenes exclusivamente vascos del reino 
navarro con varias explicaciones, que pueden ser complementarias. Una 
consiste en hacer del Reino de Pamplona el heredero del supuesto 
ducado merovingio de Wasconia, entendido como el primer Estado 
nacional vasco, que se habría extendido desde el Garona hasta más 
allá del Ebro (para incluir territorios, de La Rioja, Aragón y 
Cantabria) (3). La falsedad de esta interesada interpretación es 
evidente, puesto que ese ducado no existió (4) y porque 
tradicionalmente se han situado los orígenes del Reino de Pamplona en 
la victoria lograda en el 824 por los navarros (ayudados en esta 
ocasión por aragoneses y musulmanes) sobre un ejército franco de 
wascones, que acababa de establecer la soberanía carolingia en 
Pamplona (5). Otra explicación -relacionable con la anterior- 
consiste en hacer descender a la familia de Iñigo Arista de un 
refugiado político vascofrancés, hipótesis que ha sido también 
defendida por algunos historiadores, pero que no goza actualmente de 
crédito alguno entre los investigadores (6). Una tercera explicación 
pretende ver el origen del Reino de Pamplona en las luchas de los 
vascones contra visigodos y francos (7), lo que esta claramente 
contradicho por el hecho de que la geografía del primitivo Reino de 
Pamplona es distinta de la de los vascones independientes de época 
visigoda y porque entre las mencionadas guerras y el nacimiento del 
reino navarro -sea cual sea el año de su aparición (8)- transcurre 
más de un siglo (9). Finalmente, otra interpretación generalizada en 
la historiografía nacionalista es la que presenta la formación del 
Reino de Pamplona como el desarrollo natural del pueblo vasco, o -en 
palabras de B. Estornés Lasa, que es el que más ha escrito al 
respecto- «de las fuerzas internas  vocacionales de la nacionalidad 
vasca» (10). El carácter puramente doctrinario de la interpretación 
hace innecesaria la crítica. Pero estimo conveniente que el lector 
conozca la variante democrática de semejante tesis (porque puede ser 
un elemento de juicio de cierta importancia para entender el llamado 
problema vasco) cuyo ejemplo más destacable corresponde a C. Clavería 
(11):
'Su gobierno era una república federativa compuesta de valles o 
comarcas que se gobernaban independientemente según sus costumbres 
respectivas, determinándose sus diferencias por un consejo de 
ancianos o sabios de la tierra.
En esta situación estaban los vascones, cuando comenzaron una guerra 
contra los sarracenos, pero bien pronto las diferencias surgidas 
entre ellos les hace comprender la necesidad de un jefe que los 
dirija contra el enemigo común y que les gobierne con paz y justicia 
a imitación de los godos y de los francos. A este caudillo lo 
denominan rey.
Antes de su elección acordaron establecer un pacto entre el pueblo y 
el candidato, basado en que había de comprometerse a regirlos con 
arreglo a las leyes tradicionales vascas, sus costumbres y libertades 
procurando mejorarlas y nunca empeorarlas; que no haría justicia por 
sí solo, sino que debería contar con un consejo de 12 ancianos y 
sabios, y que no podría hacer la paz o la guerra sin contar con el 
mismo Consejo.
Hecho esto eligen su primer rey' (12).
Evidentemente el Reino de Pamplona tiene unos orígenes vascos que 
nadie discute, aunque están por estudiar y precisar (13). Pero 
también son claros sus orígenes hispanogodos, o, mejor dicho, 
hispanos, entendiendo por Hispania el país que en el siglo VIII tenía 
un pasado romano y visigodo y la presencia inmediata del enemigo 
musulmán (14).
El primer y más importante elemento que hay que tener en cuenta es 
que el Reino de Pamplona nació en una ciudad y durante mucho tiempo 
fue el reino de una ciudad, como indica, entre otras cosas, su 
denominación, que no se convirtió en Reino de Navarra hasta 1162 
(15). No puede ser casualidad que en un ambiente abrumadoramente 
rural, como el del mundo vasco de los últimos siglos del primer 
milenio, el reino pamplonés naciera en una ciudad, cuyo nombre en 
'euskera', 'Iruña' (ciudad), revela claramente su excepcionalidad, ya 
que indica que no había en el territorio otra urbe de la que hubiera 
necesidad de distinguirla. Es decir, que el Reino de Pamplona nació 
en lo distinto: en la ciudad, en lo heredado de Roma, que seguramente 
tenía unos orígenes indoeuropeos (16) y fue un obispado del Reino 
Visigodo. Si, por ejemplo, el único Estado vasco de la Historia 
hubiera surgido en Guipúzcoa, el único territorio vasco sin contacto 
con otros territorios no vascos y por ello auténtico corazón del 
país, o en otro territorio vasco resguardado de al-Andalus, no habría 
problemas para admitir, unos orígenes exclusivamente indígenas. Pero 
precisamente Guipúzcoa, de la que se carece de cualquier noticia 
entre el 456 y el 1025, continuaba en los alrededores del año 1000 en 
la Prehistoria, la última de Occidente, y, dividida en varias 
unidades, era incapaz de articularse políticamente (17), lo que 
muestra a mi entender la incapacidad del llamado 'saltus vasconum' 
para organizarse en un Estado, empresa por lo demás difícil. Si a 
esto añadimos que el Reino de Pamplona surgió en la primera línea de 
lucha contra al-Andalus, no encontraremos otra causa para explicar su 
nacimiento que el desarrollo político de la ciudad. Si la aparición 
de los estados hispanocristianos hubiera tenido lugar en el seno de 
ciudades, el significado de los orígenes urbanos del Reino de 
Pamplona no estaría tan claro, porque se podría aducir que ese 
nacimiento urbano es una condición para la formación de una monarquía 
pero, precisamente, la aparición del reino navarro es una excepción 
en la historia de los orígenes de la Reconquista. En Asturias, donde 
la importancia del elemento hispanogodo fue decisivo (18), el reino 
tuvo un origen rural; y los condados aragoneses carecieron de 
cualquier ciudad hasta el siglo XI (19).
Más significativo aún es el hecho de que Pamplona fuera una ciudad 
visigoda situada en la frontera con los vascones independientes de la 
época de los reinos germánicos. El único documento pamplonés 
proveniente de esta época -el 'De laude Pampilone'-, pese a su 
carácter de alabanza a la manera del famoso 'Laus Spaniae' de San 
Isidoro (que parece haberlo inspirado), muestra claramente las 
preocupaciones defensivas de los habitantes de la capital navarra (la 
mayor parte de la breve composición responde a esa angustia) e 
identifica a los enemigos de la ciudad: los vascones. Después, como 
cualquier otra ciudad hispanogoda, capituló ante los musulmanes sin 
que haya constancia de que hubiera protagonizado algún acto de 
resistencia. Ciertamente Pamplona fue, con gran diferencia, la ciudad 
hispanocristiana que mas veces se rebeló contra los musulmanes en el 
siglo VIII. Dada la sumisión de la Hispania mozárabe, esta actitud 
singular parece revelar la existencia de una alianza de los antiguos 
adversarios (Pamplona y los vascones) frente a un enemigo común, 
mucho más poderoso y peligroso (algo similar sucedió a mediados del 
siglo VIII entre el Reino de Asturias y los habitantes de Vizcaya y 
Álava). En todo caso, antes o después esa alianza terminó por 
producirse y tuvo un carácter decisivo en la larga y compleja 
gestación del Reino de Pamplona. Cabe señalar también que en Pamplona 
-como en otras ciudades del valle del Ebro- apareció un partido 
procarolingio a finales del siglo IX, cuya actividad facilitó a 
principios del siglo IX una breve incorporación al Imperio Carolingio 
(806-816).
Además, hay que destacar que la monarquía no sólo no fue el 'Regnum 
Vasconum' (20), sino que nunca empleó la palabra «vascón», que a 
partir del año 1000 -y hasta hace poco (la extraña, para la lengua 
española, expresión País Vasco es un galicismo introducido en el 
siglo XIX)- servirá únicamente para designar a los habitantes del 
País Vasco francés (21). Y esto debe de ser muy significativo porque 
Navarra fue la primitiva Vasconia y porque ese gentilicio indoeuropeo 
no puede considerarse un exónimo, ya que consta la existencia de una 
ceca con el nombre de 'Bar(s)cunes' (que puede significar «los altos» 
o «los orgullosos»), que muy probablemente correspondió a la 
primitiva Pamplona prerromana (22). Este olvido, que no puede ser una 
casualidad parece el resultado de una actitud deliberada por resaltar 
únicamente los orígenes hispanogodos (y romanos), algo que se puede 
probar desde el mismo momento en que en la segunda mitad del siglo X 
aparecen los documentos. Ciertamente en algunos textos bajomedievales 
reaparece el término «vasco», pero, como en otros lugares 
peninsulares, con un sentido lingüístico, de donde surgirá la voz 
«vascongado», en principio, vascoparlante (y no habitante de las 
Vascongadas, como sucede desde el siglo XVIII).
Pero la existencia de unos importantes orígenes hispanogodos del 
Reino de Pamplona no descansa únicamente en planteamientos teóricos. 
En un contexto de penuria documental, existen varias pruebas que 
acreditan esos orígenes. Una se encuentra en la antroponimia, apenas 
conocida en el siglo IX. Cuando entre los mozárabes de la época los 
nombres germánicos eran minoritarios (un quinto entre los mártires 
voluntarios cordobeses de mediados del siglo IX), tiene que ser 
significativo que, tras la invasión musulmana los dos primeros 
obispos conocidos de Pamplona tengan nombre godo: Opilano y 
Wiliesindo, contemporáneos de Iñigo Arista (824-852) y, por 
consiguiente, de los orígenes del proceso de constitución del Reino 
de Pamplona (23). Y éste no es un dato aislado: gracias a San 
Eulogio, conocemos a mediados del siglo IX una serie de nombres de 
abades pertenecientes todos ellos, probablemente, a la diócesis de 
Pamplona: Fortún de Leire, Atilio de Cillas, Odoario de Siresa, 
Jimeno de Igal y Dadilano de Urdaspal (24). Los nombres germánicos 
también se encuentran entre los laicos como se aprecia en las dos 
familias principales de Navarra: Galindo, uno de los antropónimos más 
frecuentes en el ámbito navarro-aragonés en el siglo X, fue el nombre 
del segundo hijo de Iñigo Arista, y Toda, más frecuente aún, el de la 
madre y la esposa de Sancho Garcés I (905-925), probablemente el 
primero en tomar el título de rey (25). La antroponimia germánica 
conocida en Navarra antes del año 1000 es suficiente para acreditar 
la presencia de individuos pertenecientes a la minoría visigoda, que 
por su importante relevancia no pueden ser considerados como meros 
refugiados. Este fenómeno cobra mayor significación si se tiene en 
cuenta que al hablar de orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona 
hablamos, ante todo, de orígenes hispanos o romanos.
Otra prueba relevante se encuentra en la vigencia del 'Liber 
Iudiciorum' visigodo en el Reino de Pamplona, ya que, como ha 
señalado J. J. Larrea, «todo lo que sabemos sobre el Derecho privado, 
sobre las instancias judiciales y sobre el procedimiento en nuestra 
región debe ser relacionado con la tradición romano-visigoda» (26). Y 
esto es imposible que haya sido impuesto por una monarquía joven y 
con escasos medios. Es más: dada la falta de ejemplares del 'Liber' y 
de formación jurídica, el mismo autor ha podido escribir que «en 
Navarra, la ley escrita parece haberse convertido en costumbre» (27), 
fenómeno que sólo es posible tras una importante implantación 
anterior.
Otros indicios que apuntan en la misma dirección son: la propia 
organización social, en la que no se han detectado elementos 
importantes que la singularicen (28); la vigencia de la liturgia de 
la Iglesia visigoda hasta el siglo XI, cuando al Norte de los 
Pirineos había sido sustituida por el rito romano; la utilización de 
la cursiva visigótica que, como en Aragón y el reino astur-leonés, es 
la escritura más antigua detectada en Navarra, lo que cobra aún más 
valor si se tiene en cuenta la introducción de la minúscula carolina 
en el Imperio Carolingio; la utilización de la Era hispánica hasta el 
siglo XIV; y la aparición de una lengua romance muy parecida al 
castellano (29) en un reino por cuyo territorio San Eulogio pudo 
viajar sin problemas de entendimiento a mediados del siglo IX. Una 
lengua que, por cierto, tiene su acta de nacimiento en las famosas 
glosas de San Millán de la Cogolla -que formaba parte entonces del 
Reino de Pamplona y en las que, significativamente, se encuentran 
también las primeras (y breves) frases en 'euskera' (30). Pues bien, 
esta lengua se convirtió en idioma oficial en Navarra medio siglo 
antes que en Castilla y dio lugar a la primera crónica peninsular 
escrita en romance ('Cronicón Villarense') (31).
Por todo ello, no es de extrañar que en el Reino de Pamplona surgiera 
también el neogoticismo, lo que es asimismo una prueba de sus 
orígenes hispanogodos (32). Este fenómeno es claramente perceptible 
en la segunda mitad del siglo X, cuando empieza a haber 
documentación, y tiene su mejor exponente en una serie de códices 
encargados por el rey Sancho Garcés II Abarca (970-994), que 
constituyen lo que Ángel J. Martín Duque ha denominado, con acierto, 
«primera memoria historiográfica 'autóctona'» (33). En estas obras 
elaboradas en monasterios de la monarquía pamplonesa, «un equipo de 
monjes y clérigos reunió y compendió ordenadamente todos los 
subsidios textuales necesarios para intentar fijar en la memoria 
colectiva los horizontes universales, los antecedentes geohistóricos 
y las premisas directas de la reciente comunidad política, que no 
había surgido por una especie de generación espontánea» (34). Pues 
bien, «esta labor bien meditada y cuidadosa» constituye una 
reivindicación del legado hispanogodo.
El primero de esos libros es el llamado 'Códice Vigilano' o 
'Albeldense', realizado entre el 974 y el 976 en el Monasterio de San 
Martín de Albelda, fundado por Sancho Garcés 1. «Sus 429 folios 
comprenden principalmente dos extensas piezas de carácter normativo, 
magno mensaje de unas tradiciones de convivencia hasta entonces 
soterradas en tierras pamplonesas, pero nunca desmentidas» (35): la 
'Colección Canónica Hispana', esto es, el legado normativo de la 
Iglesia hispanovisigoda, y el 'Liber Iudiciorum' «es decir, Las 
pautas de convivencia religiosa y civil de la fenecida sociedad 
hispano-goda que sin duda habían seguido vivas en tierras 
pamplonesas» (36). En este sentido, que resaltar la famosa miniatura 
del folio 428, modelo del estilo mozárabe, que remata la copia del 
'Liber Iudiciorum' y corona el códice, porque constituye la primera 
imagen de una monarquía hispana. En el centro de la composición 
aparece el rey Sancho Garcés II flanqueado por la reina Urraca y su 
hermano Ramiro y bajo las representaciones de Chindasvinto, 
Recisvinto y Egica, es decir, «los tres reyes a los que se atribuyen 
prácticamente todas las leves del código visigótico, excluidas las 
reseñadas como 'antiquae', que, como tales, no circulan bajo el 
nombre de ningún rey» (37). Este folio miniado constituye un colofón 
que compendia gráficamente la reivindicación de los orígenes 
hispanogodos de la monarquía pamplonesa, que está presente en todo el 
códice. El libro se completa con otras obras del legado cultural 
hispanogodo generalmente y unas piezas que componen un conjunto con 
un claro significado. Entre estas últimas hay que destacar dos 
pequeñas composiciones originales, que son las más antiguas 
narraciones sobre el Reino de Pamplona: la llamada 'Additio de 
regibus pampilonensium', que da breve cuenta de los reinados de 
Sancho Garcés I (905-925), García Sánchez I (925-970) y Sancho Garcés 
II (970-994), y una 'Nomina Pampilonensium regum', que se limita a 
los tres monarcas citados a los que un glosista contemporáneo añadió 
al margen que desconocía la existencia de otros anteriores (prueba de 
que el reino se fundó con Sancho Garcés I). Pues bien, ese vacío está 
colmado por la 'Crónica Albendense', llamada así por figurar en este 
códice, es decir, un epitome de la historia romana y del Reino 
Visigodo y una crónica del Reino de Asturias, de la que la 'Additio 
de regibus pampilonensium', es como ha señalado A. J. Martín Duque, 
«un apéndice necesario» (38). Con ello no sólo se asume como propio 
el pasado romano y visigodo, sino incluso la historia del Reino de 
Asturias, que aparece como el necesario eslabón para vincular a los 
navarros con los monarcas godos (39).
El segundo libro es el 'Códice Emilianense' elaborado en San Millán 
de la Cogolla por el obispo Sisebuto de Pamplona, otro individuo del 
mismo nombre y Velasco, que lo terminaron en el 992. Básicamente está 
obra es una copia del 'Códice Albendense' (como lo prueba el que 
presente una miniatura análoga a la del folio 428 del citado código), 
lo que demuestra que la recopilación del 'Códice de Vigilano' 
respondía a las necesidades del momento (40).
Pero el manuscrito más interesante es el 'Códice de Roda' compuesto 
en Nájera hacia el 990 bajo la probable inspiración del ya citado 
obispo de Pamplona Sisebuto. Este códice parte de la historia de 
Orosio, que ocupa las tres cuartas partes del conjunto, continúa con 
la historia de los godos de San Isidoro, a la que siguen la 'Crónica 
Albeldense' y la 'Crónica de Alfonso 1II' (41), y concluye con una 
serie de textos navarros que, en opinión de A. Martín Duque, son «el 
punto nuclear del argumento, la glorificación de Pamplona y de su 
reciente casta de soberanos» (42). Entre estos últimos sobresalen las 
famosas 'Genealogías de Roda' (fuente fundamental para la historia 
del Pirineo en esta época), pero lo más destacable para el asunto que 
nos interesa ahora es la inclusión del visigótico 'De laude 
Pampilone' y de la 'Epistula de Honorio', cuyo significado ha sido 
interpretado con acierto por K. Larrañaga: «En las 'Genealogías de 
Roda', lejos de vindicar viejos ancestros vascones, se silencia 
-cabría decir que intencionadamente- cualquier referencia a éstos en 
relación con el Reino de Pamplona, y se incluyen, por otro lado, 
textos en la colección -como la epistula del emperador Honorio a los 
soldados de Pamplona, y una 'laus Pampilone' presumiblemente 
visigótica- que se dirían buscados 'ex professo' de entre la masa 
documental referida a la ciudad para poner de relieve los títulos de 
gloria de su pasado romano-cristiano y borrar de paso el recuerdo de 
la turbulencia vascona» (43).
Todo esto no son sólo interpretaciones más o menos razonadas de 
investigadores de nuestra época. Un contemporáneo de Sancho III, el 
poeta Abu Umar ibn Darray (958-1030), dejó un testimonio claro de la 
deliberada vinculación de los reyes navarros con Roma. Se trata de 
unos versos en los que increpó a Sancho Garcés II con motivo de su 
humillante comparecencia en el palacio de Almanzor (992) de la 
siguiente manera:
'Hijo de los reyes de la herejía en la cumbre de la grandeza y 
heredero de la realeza romana de sus antepasados se había situado en 
el centro mismo de los orígenes de los Césares y había pertenecido a 
los más nobles reyes por parentesco próximo''Hijo de los reyes de la 
herejía en la cumbre de la grandeza y heredero de la realeza romana 
de sus antepasados se había situado en el centro mismo de los 
orígenes de los Césares y había pertenecido a los más nobles reyes 
por parentesco próximo' (44).
Finalmente, cabe añadir una consideración más. La pérdida de una 
frontera con al-Andalus -consecuencia de la ruptura de la nobleza 
navarra con el Reino de Aragón tras la crisis motivada por el 
singular testamento de Alfonso I el Batallador (1134)- impidió que el 
reino pamplonés progresara hacia el Sur, como el resto de los Estados 
hispanocristianos. Es muy probable que este hecho preservara la 
capitalidad de Pamplona y el carácter navarro del reino (que poco 
después se va a llamar de Navarra), pues antes de la unión con Aragón 
(1076-1134) hubo una tendencia muy fuerte a fijar la residencia real 
en Nájera. Debe tenerse en cuenta que en el Reino de Asturias el 
traslado de su capital a León con García I (910-914) dio lugar al 
Reino de León, lo que prueba que la monarquía asturiana no fue el 
reino de los astures.
En realidad, las pruebas del legado hispanogodo del Reino de Pamplona 
aumentan conforme crece la documentación y nos alejamos del Reino 
Visigodo. Hasta tan punto es así que A. Martín Duque y J. Carrasco 
Pérez han podido concluir «la hispanidad radical, sustantiva e 
indeclinable desde sus lejanos prolegómenos antiguos hasta sus 
últimos destinos modernos» (45). Este juicio no es una simple 
interpretación más o menos discutible. Juan José Larrea, mediante una 
extraordinaria tesis doctoral, ha demostrado recientemente que hasta 
el siglo XII a Navarra «nada esencial distinguía de otros reinos y 
condados de la España cristiana» (46), pues la primitiva monarquía 
pamplonesa, «una monarquía isidoriana», tiene una clara filiación 
hispanovisigoda que no se reduce a la organización política (47).
Un monarca hispano
Sancho III fue hijo del rey García Sánchez II 'el Temblón' 
(994-1000), el monarca peor conocido de la España del siglo X. Su 
madre, Jimena, era hija del conde leonés Fernando Bermúdez y de su 
esposa Elvira. Es decir: Sancho III era sólo medio vasco. Es más: la 
sangre castellana abundaba en la ascendencia paterna de Sancho III 
'el Mayor', pues era biznieto de Fernán González (933-970) y nieto de 
la infanta castellana Urraca (es decir, tres de sus cuatro abuelos no 
eran vascos). Esto era así porque la dinastía Jimena, que reinaba en 
Pamplona desde el 905, había seguido una política matrimonial de 
enlaces con sus vecinos, particularmente los reyes de León y los 
condes de Castilla (que maniobraban entonces hacia la independencia y 
encontraron en los enlaces con la familia real navarra un poderoso 
medio en ese sentido).
Pero más relevante que los orígenes biológicos de Sancho III (48) es 
el hecho de que su madre doña Jimena y su abuela Urraca dirigieron la 
política del reino durante su minoría de edad, pues aquél sólo debía 
de contar con 8 años cuando murió su padre. Entre el 1000 y el 1004 
su tío materno Sancho Ramírez (primo carnal de García Sánchez II) 
parece que se hizo cargo de la monarquía con el título de rey (que en 
Navarra se daba también entonces a ciertos miembros de la familia 
real), en lo que fue más un interregno que una regencia (49). La 
prematura muerte de este oscuro personaje (que habría nacido hacia el 
970) significó la entronización de Sancho III con tan sólo 12 años 
ante los problemas que suponía la búsqueda de un nuevo regente. Pero 
el gobierno efectivo correspondió a su madre y abuela, que «le 
introdujeron seguramente en los intereses y complicaciones de la 
política de León y Castilla» (50).
Consecuencia de esta tutela y de esta política fue el matrimonio de 
Sancho III con Munia o Muniadonna, hija del conde de Castilla Sancho 
García (51). Seguramente esta boda fue el hecho más decisivo de su 
vida pues, como veremos, condicionó todo su reinado y la herencia que 
dejó: ni más ni menos que todas las familias reinantes en la España 
cristiana tengan su origen en Sancho III. Consta que Sancho III 
estaba casado ya en el 1011 y es muy probable que la celebración del 
matrimonio marcase el fin de la tutela de su madre y de su abuela. 
Pero la importante influencia de su madre se puede acreditar hasta 
casi el final del reinado. Desde luego, en ningún caso se puede 
considerar que el matrimonio citado le fuera impuesto a Sancho III, 
pues el monarca navarro siguió la misma política con sus hijos.
Para completar las vinculaciones castellanas de Sancho III, cabe 
destacar que el monarca navarro fue prohijado por algunas viudas 
castellanas, como doña Goto y doña Oneca (de probable ascendencia 
pamplonesa), que le hicieron donación a título privado de sus 
cuantiosos patrimonios (1028 y 1031). Esta práctica -que hoy parece 
extraña, pero entonces no era rara- sirvió para acrecentar el poder 
de Sancho III en el condado de Castilla.
Si en la ascendencia domina abrumadoramente la sangre no navarra, su 
descendencia controlará todos los tronos de la España cristiana. 
Efectivamente, su obra sentó las bases para que durante un siglo 
todos los reyes hispanocristianos descendieran de Sancho III por 
línea paterna (es lo que se ha llamado dinastía navarra), y después y 
hasta nuestros días también, aunque no de esa forma.
Por otra parte, hay que señalar la predilección de Sancho III por 
Nájera, que se convirtió en su residencia principal y añadió por 
primera vez a la titulación de los reyes de Pamplona (52). Esta 
predilección alcanzó su apogeo con su hijo García Sánchez III, que, 
como es sabido, ha pasado a la Historia como 'el de Nájera'.
Por último, no es ocioso recordar que Sancho III fue enterrado en el 
Monasterio burgalés de Oña, donde habían sido sepultados los últimos 
condes castellanos.
------------- Fin de la primera parte -------------
--
------------------------
Mail Adress: Xan Cainzos
             Dpto. Analise Matematica - Facultade de Matematicas
             Universidade de Santiago de Compostela
             15782 Santiago de Compostela
             SPAIN