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Re: [escepticos] cita
> Date: Fri, 27 Feb 1998 04:39:13 -0800
> From: Miguel Angel Velilla Mula <m.velilla en sul.com.br>
> Organization: Mig
> To: escepticos en CCDIS.dis.ulpgc.es
> Subject: Re: [escepticos] cita
> Reply-to: escepticos en dis.ulpgc.es
> Santiago Arteaga wrote:
> >
> > Estaba ojeando una coleccion de citas famosas y me he encontrado esta:
> >
> > "Recordad que el hombre permanece en el rincon de la oscuridad por
> > temor a que la luz de la verdad le deje ver cosas que derrumbarian
> > sus conjturas."
> > J.J. Benitez
> >
> > ...pues a mi me ha hecho gracia...
> >
> > Santi
>
>
> Ahora se las de de Jesucristo, solo falta venir con una parabola.
>
> Mig
En aquel tiempo dijo Juanjo a sus discípulos:
Había una vez en Galilea un señor que tenía tres criados. Una vez que
tenía que marcharse de viaje por no sé qué problema con la Hacienda
Pùblica del César, los llamó ante él y les dijo:
"Tomad cada uno estas diez monedas, y usadlas mientras yo esté
ausente para incrementar mi hacienda y que mi esposa y mis hijos no
tengan que pasar hambre"
Y el señor se marchó, dejándoles las monedas.
Y el primero de aquellos criados habló así a los otros:
"Yo dedicaré estas monedas para comprar un chaleco verde en el
mercado de Jerusalén, y recado de escribir en la casa de los
escribas, y un azadón. Y así podré ir a cavar huellas de ovnis, y
después investigarlas y publicar pergaminos que hablen de todos esos
misterios. Y con la venta de los pergaminos recuperaré las diez
monedas y ganaré muchas más con las que acrecentar la hacienda de mi
señor."
Y así habló el segundo:
"Pues yo emplearé los dineros en irme a Atenas, y allí asistiré al
teatro y escucharé todas las fábulas y narraciones que en él se
cuenten. Y luego volveré a Galilea y las escribiré, diciendo que son
secretos que me han contado las legiones del César. Y con la venta de
los escritos ganaré dineros con los que acrecentar la hacienda de mi
señor."
Y dijo el tercero:
"Pues yo iré por los pueblos de Galilea, preguntando a los soldados
si vieron por acaso la luna, y pidiendo a los campesinos que me digan
si algún extraño ser ha chupado la sangre de sus cabras, y rogando a
los pescadores del lago Tiberiades que me den nuevas del hombre-pez
que algunos dicen que han visto por ahí. Y todos esos misterios los
escribiré, y los escritos los venderé, y haré así una fortuna con la
que acrecentar la hacienda de mi señor."
Y una vez hubo partido el señor, los tres criados se pusieron a hacer
lo que habían dicho, y aun muchas cosas más. Y pronto ganaron muchos
dineros a costa de los crédulos.
Y sucedió que volvió el señor, y llamó a sus criados para que les
dieran cuenta de los dineros. Y ellos le contaron lo que habían hecho
y le dieron las cuentas de lo que habían ganado, y el señor se alegró
mucho de todo.
Y entonces los criados preguntaron:
"Señor, ¿cuál de nosotros ha obrado más sabiamente y de acuerdo con
tus deseos?"
Y el señor les contestó:
"Los tres lo habéis hecho. Y para demostraros mi aprecio, os libero
de vuestras obligaciones. Desde hoy no me diréis más 'señor', ni yo a
vosotros 'siervos', sino que seréis mis amigos y mis iguales, y junto
conmigo haréis sesiones de ouija para comunicarnos con nuestro padre
celestial que está en Zeta Retículi"
Y así terminó la parábola que contó Juanjo. Y viendo el maestro que
sus discípulos daban muestras de aburrirse, y que alguno estaba
intentando disimular un bostezo, les preguntó:
"¿Y vosotros, quién decís que obró de manera más sabia?"
Y unos contestaron que el primero, otros que el segundo y otros que
el tercero (bueno, y uno de los discípulos dijo que el cuarto, pero
los demás ya estaban acostumbrados a esas cosas).
"¿Y tú, maestro, quién dices que fue?", preguntáronle a Juanjo.
Y el maestro fue a contestarles, pero en ese momento se abrieron los
cielos, y el Espíritu Santo en forma de humanoide de cuatro metros y
medio descendió, agarró al maestro por el pescuezo y se lo llevó a
las alturas.
Y entre los discípulos fue el llanto y el rechinar de dientes, sobre
todo porque a algunos de ellos les había crecido un tercer testículo.
Fernando L. Frías Sánchez
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