[Date Prev][Date Next][Thread Prev][Thread Next][Date Index][Thread Index]

[escepticos] Oi Dialogoi



No me resisto a transcribir esta parte de este librito encantador que
encontré por 200 pelas en una librería de viejo y que está repleto de
buen humor, filosofía, y sentido común napolitano (como otros libros
de su autor). No esperaba encontrar esta perla en su interior, porque
no es un libro de ni sobre ni para escépticos ni afines, o enemigos:


[Fragmento de "Oi Dialogoi, (los Diálogos de Bellavista)", de Luciano
de Crescenzo, 1985, Ed. Mondadori, pp. 151-156]

SÓCRATES Y LOS OVNIS

SÓCRATES. Salve, Eupolemo, por fin estás de nuevio entre nosotros; si
la memoria no me engaña, han transcurrido por lo menos tres meses
desde que partiste hacia Larisa.
EUPOLEMO. Tres meses justos, oh Sócrates. El último día que nos vimos
fue el cuarto de las Panateneas. Aún recuerdo que, nada más bajar de
la Acrópolis, fuimos juntos a casa de Filoxeno y que allí, tras un
buen vaso de vino de Teos, tú me hablaste de los Dioses y del Hado y
de cómo el Hado es siempre el más poderoso entre todos los Dioses.
SÓCRATES. ¿Y cuál es la razón de que esta vez te hayas detenido tanto
tiempo en tu ciudad natal? ¿No eras acaso tú el que acusabas a los
tesalios de ser tan vagos y superficiales?
EUPOLEMO. Sí, pero me ha afligido un hecho luctuoso: he perdido a mi
padre y he tenido que ocuparme de los asuntos de la familia por ser
mis hermanos todavía menores de edad.
SÓCRATES. Lo lamento de veras. Aunque tardías, acepta mis palabras de
consuelo.
EUPOLEMO. En el fondo, no hay mucho de qué condolerse, oh Sócrates; mi
padre era viejo y había vivido una larga vida conforme a sus deseos.
CRITÓN. Perdona que me meta, oh Eupolemo, pero yo también soy viejo y
también yo he vivido tal como me ha placido; no obstante, mis hijos
hallarían disgusto en mi muerte.
EUPOLEMO. No sólo tus hijos, oh Critón, sino todos los hombres justos
de Atenas llorarían tu óbito.
SÓCRATES. Y, dime, Eupolemo: ¿cómo has encontrado esta vez a los
tesalios?
EUPOLEMO. Siguen siendo los mismos, oh Sócrates, primero se inventan
cosas y luego las consideran como ciertas. Uno de mis conciudadanos,
por ejemplo, un tal Prestiforemo jura haberse encontrado una noche a
un extraterrestre en carne y hueso en un olivar que hay en sus
tierras?
CRITÓN. ¿Un extraterrestre?
EUPOLEMO. Sí, un homúnculo de color verde con dos ojos delante y otros
dos detrás, y con una oreja giratoria en la cabeza para captar los
sonidos. Pues bien, los tesalios, en lugar de chancearse de él, como
habría merecido, han prestado fe a lo que dice, y le han llevado
presentes. Ahora el muy ladino, hasta se niega a trabajar sus tierras
y prefiere vivir a costa de la polis, contando sin parar la misma
historia. Me han contado que, por dos minas, hasta está dispuesto a
dibujar en una tableta el cuerpo del alienígena.
SÓCRATES. ¡Es curioso que todos los que han visto seres de otros
mundos los describan siempre y únicamente de color verde!
EUPOLEMO. Puede que para distinguirlos mejor de nosotros, los
terrestres. A un hombre que se encontrara con un extraterrestre
amarillo se le podría objetar que lo que ha visto es un chino.
CRITÓN. Dice Anaxágoras, docto en cosas celestes, que hasta hoy se han
registrado más de doscientas mil localizaciones de OVNIS y que, en el
bosque de Oreos, en Eubea, se han hallado huellas gigantescas con
forma de patas de gallina.
SÓCRATES. Si alguien ha visto platillos volantes y hombrecillos verdes
paseando por los bosques y, al mismo tiempo, se trata de una persona
digna de aprecio, no veo por qué no habría que creer en sus palabras;
sin embargo, me extraña que esos seres misteriosos hayan visitado la
Tierra nada menos que doscientas mil veces y luego se hayan evaporado.
Tú, oh Eupolemo, has dejado Larisa esta mañana e imagino que habrás
empleado algún tiempo para llegar a Atenas.
EUPOLEMO. Cinco horas y diez minutos, desde la entrada hasta la salida
de la autopista.
SÓCRATES. Y, en cuanto vislumbraste las murallas de Temístocles, ¿no
cambiaste de idea e invertiste la marcha para volver a Larisa?
EUPOLEMO. No lo habría hecho nunca, oh Sócrates; si he venido a
Atenas, es porque tenía un fin concreto, veros a ti y a Critón,
precisamente.
SÓCRATES. Los extraterrestres, he de presumir, también tendrán su
propio fin; de no ser así, jamás emprenderían un viaje tan largo.
Imagino que han de ser buscadores de civilizaciones galácticas o, en
todo caso, personas interesadas en los millares de interrogantes que
la naturaleza plantea a los exploradores del espacio: materias hasta
ahora desconocidas, inventos raros, alimentos diferentes, usos y
costumbres locales, y así sucesivamente. Pues bien, según quienes dan
por cierta la presencia de los extraterrestres en la Tierra, los
alienígenas que hasta ahora se han avistado, tras un viaje
extremadamente aburrido de dos o trescientos mil años, se dejan ver
por un campesino durante escasísimos instantes, para luego emprender
de inmediato el viaje de regreso.
EUPOLEMO. Desde luego, es poco creíble.
SÓCRATES. Es como si Cristóbal Colón, tras avistar las playas de
América, nada más oír a su grumete gritar aquello de "¡Tierra!,
¡tierra!", le hubiese dicho a la tripulación: "Muy bien, chicos, ahora
volvámonos rápidamente a España, que la reina Isabel estará preocupada
por nosotros"; mientras tanto, un indígena salía corriendo a decirle
al jefe: "Jefe, yo esta mañana haber visto tres carabelas-OVNIS."
CRITÓN. Al hablar así, oh Sócrates, ¿quieres acaso decir que nosotros
somos los únicos habitantes del Universo?
SÓCRATES. Nunca me atrevería a decirlo, oh Critón; es más, si de veras
quieres saber lo que pienso, te diré que en el universo hay millares,
puede que millones de planetas habitados; sólo que esos mundos no se
comunican entre sí, debido a las enormes distancias que los separan.
Demócrito me dijo un día que en los planetas más cercanos a nosotros
no puede haber ninguna forma de vida: Mercurio es una pelota de fuego
y lo mismo puede decirse de Venus, donde las temperaturas sobrepasan
los mil grados. A partir de Marte, en cambio, los planetas, al
hallarse más lejos del Sol, son más fríos que los glaciares del
Cáucaso. Con una situación como ésta, para hallar un ambiente más o
menos similar al nuestro, no nos queda más remedio que desplazarnos a
otro sistema solar.
CRITÓN. Y ¿cuál podría ser el Sol de ese otro sistema?
SÓCRATES. Una estrella llamada Alpha Centauro. Según Demócrito, está
tan cerca de nosotros, que, viéndola desde otro punto de la Galaxia,
parecería pegada a nuestro sol, al igual que aquellos que gozan de
buena vista ven Mizar pegada a su gemela.
EUPOLEMO. Pues bien, ¿no podría ser que a una cierta distancia de esa
estrella, igual a la que media con el Sol, hubiera un planeta similar
al nuestro, con la misma temperatura, con la misma atmósfera y con
otro Sócrates que, justamente en este momento, estuviese razonando
sobre nuestra existencia?
SÓCRATES. Es muy probable que así sea; aunque, para llegar a ese
planeta, emplearíamos tal cantidad de tiempo, pero tanto (cien mil
años para ir y cien mil para volver), que ninguna expedición podría
contarnos nunca las maravillas que hubiera visto. Por ello estoy
convencido de que el primer encuentro con un individuo de otro mundo
no podrá ser nunca de cerca, sino de tipo radioastronómico. Un día
sucederá que uno de los muchos radiotelescopios dirigidos hacia los
espacios interestelares captará una señal distinta de todas las demás.
En ese momento, nuestros astrónomos se emplearán en descifrar su
contenido y en responder con otro mensaje, utilizando el mismo código.
EUPOLEMO. Y ¿cómo explicas tú, oh Sócrates, que tantas personas juren
haber visto alienígenas y haber hablado con ellos?
SÓCRATES. El alma del hombre necesita nutrirse de esperanza, al igual
que su estómago necesita alimento. Pero, en cambio, la vida suele ser
amarga y no concede escapatoria a los deseos de los mortales. Algunas
verdades carecen de alternativa: todos hemos de morir, el feo jamás
podrá ser guapo, el viejo jamás podrá volver a ser joven y el que vive
una vida opaca y sin entusiasmo sabe que le resultará muy difícil
cambiarla. ¿Qué hacer, entonces? Sólo cabe refugiarse en el misterio,
evadirse en lo trascendente. Y así florecen por todas partes las
fábulas, los mitos, los extraterrestres, los horóscopos, las drogas y
los extremismos políticos. Cuando hay demanda en el mercado, la oferta
no se hace esperar: los explotadores de angustias ajenas, los
adivinos, los cabecillas populares, los camellos y los vendedores de
lotería brotan como hongos.
EUPOLEMO. Y ¿qué se podría hacer contra esos mercaderes?
SÓCRATES. ¡Habría que echarlos de los templos! Yo ya soy viejo y no me
sobran fuerzas para batallas de esa índole. En todo caso, deberías
hacerlo tú, Eupolemo, que eres joven y fuerte.
EUPOLEMO. Gracias por los consejos que me das y por tus palabras
esclarecedoras. Pero ahora he de dejarte, oh Sócrates, y siento tener
que dejarte a ti también, oh Critón, pero estoy citado con Simias el
tebano delante del cine Apolo? Esta noche dan el estreno mundial de
"La vuelta de ET a la Tierra" y Simias y yo no queremos llegar tarde.


(Por la transcripción y los errores: Adela Torres)