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[escepticos] Artículo sobre mesianismos




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	Santi

Mesianismos
Por Juan Gelman

 Abundan en Jerusalén, sobre todo en este fin de milenio. Suelen ser
turistas y se creen súbitamente Jesucristo, el rey David, la Virgen María o
María Magdalena -según el credo de cada quien- por un rato. A veces siempre,
como el judío canadiense que practicaba pesas y culturismo, se convenció de
que era Sansón y fue a la Ciudad Santa con la misión autoasignada de remover
una piedra del Muro de los Lamentos para instalarla en su sitio original.
Todavía es Sansón en el hospital psiquiátrico Kefar Shaul, donde lo atienden
y el doctor Carlos Yair Bar-El, judío uruguayo, estudia lo que se ha dado en
llamar "el síndrome de Jerusalén".
Es que la ciudad sagrada para las tres religiones monoteístas más
importantes del mundo tiene un influjo particular, aun en quienes se creen
muy ateos. Casi imposible no conmoverse ante la Torre de David, los
vestigios del Segundo Templo, la Vía Dolorosa, el Santo Sepulcro, la
mezquita El-Aqsa, la visión del Monte de los Olivos mientras el crepúsculo
asciende desde un llamado a la oración hacia La Meca que resuena lejos. Se
siente el peso de la historia y de la tradición judeocristiana de Occidente.
Las estadísticas lo dicen: la aplastante mayoría de los atacados por el
síndrome -sobre todo, protestantes- son europeos (35 por ciento) y
norteamericanos (60 por ciento). El resto se reparte entre asiáticos y
latinoamericanos.
Esos pujos de encarnación bíblica afectan a personas perfecta -o
aparentemente- equilibradas. Se cuenta el caso de un turista alemán que en
los años 80 realizaba un plácido crucero por el Mediterráneo, pasó por
Grecia deslumbrado, en Jerusalén lo visitó el síndrome y siguió con
normalidad su viaje por Egipto tras una breve internación en uno de los
departamentos de salud mental en que el personal médico de los hospitales de
la ciudad investigan y atienden estos casos. Algunos originan fugaces actos
de colaboración palestino-israelí como el del muchacho que, sin documentos,
ni un peso y cubierto con una piel de animal, vagaba por el desierto de
Judea. Lo encontró la policía palestina y pidió ayuda al ejército israelí.
"¿Usa una piel de animal?", fue la pregunta. Y la siguiente: "¿Es que
todavía no saben que se trata de San Juan?". Sí: el joven protestante se
empeñaba en reproducir los días de formación y purificación que el Bautista
vivió en el desierto antes de bautizar a Jesús en el río Jordán.
Este fin de milenio -como el anterior- abona creencias en la resurrección de
los muertos, el advenimiento del Mesías, la irrupción del Apocalipsis.
Grupos de fundamentalistas cristianos, en especial de Estados Unidos,
vendieron todos sus bienes para instalarse en Jerusalén a esperar la llegada
del Tiempo. La secta de los Cristianos Preocupados, de Dallas, planeó llevar
a cabo suicidios colectivos para recibir a los resurrectos y algunos de sus
miembros fueron deportados por las autoridades israelíes. Claro que estas
vehemencias mesiánicas palidecen frente a las del pasado.
Para no hablar del sabatianismo, ese formidable movimiento religioso de
masas que sacudió a la diáspora judía en el siglo XVII y creó la paradójica
figura del mesías apóstata, un Sabbatai Zevi que en 1665 se proclama enviado
de Jehová y al año siguiente se convierte al Islam ante el sultán de
Turquía: curiosamente -o no-, el siglo XIX presenció estallidos mesiánicos
de signo judío, musulmán y cristiano en países alejados entre sí y de
entornos sociopolíticos, económicos y culturales muy distintos. Véase el
Yemen. Faqih Sarid se autoproclama "Madhi" ("el que es guiado" por Alá),
acuña moneda propia con la inscripción "El Liberador Esperado" en una cara y
"Soberano del Orbe" en la otra, declara que su misión es purificar la fe de
Mahoma, abolir los impuestos y echar a los infieles (las tropas británicas)
de Adén, ocupa con sus partidariosbuena parte del país y el imán lo decapita
en 1840. También los 80 mil judíos yemenitas esperaban su mesías. Tuvieron
varios: Shukr Kuhayl I, que despertó un movimiento en 1861-1865 y fue
decapitado; Shukr Kuhayl II (1868-1875), que se dijo reencarnación del I;
Joseph Abdalla (1888-1893), que se apoyó en la tradición judía, pero
incorporó elementos de la escatología y la mística musulmanas. El mesianismo
judío del Yemen tuvo un claro sentido político: estaba dirigido contra los
ocupantes británicos de Adén y los usurpadores otomanos del país.
La rebelión de los Taiping (1850-1864) nació signada por el cuño
protestante. Hong Xiuquan, su mesías, se había encontrado con la misión de
purgar a China de manchúes, seguidores de Confucio, ladrones, esclavistas,
fornicadores y "otros demonios". Creó un ejército que tuvo hasta un millón
de hombres y mujeres bien disciplinados -en general, campesinos pobres
atraídos por la promesa de un reino milenario de igualdad, paz y justicia- y
se apoderó de un vasto territorio del país. No escaseaban los levantamientos
campesinos de tinte mesiánico en la vieja China, empujados por la opresión y
la miseria, pero en vez de asumirse como Maitreya -el Buda que será-, Hong
se presentó como el hermano menor de Jesús y, desde luego, también Hijo de
Dios. Se dio el lujo de revisar la Biblia y los Diez Mandamientos. Anunció
que, en visita especial a la Tierra, Dios y Jesús habían cambiado de idea y
aprobaban ya la poligamia, de modo que Hong amontonó 88 mujeres en su harén.
Su prédica, con aspectos que recuerdan el comunismo primitivo, produjo en 14
años más conversiones al cristianismo que casi 3 mil misioneros occidentales
en todo el siglo XIX. La rebelión costó millones de vidas.
El siglo XX no se ha librado del fenómeno. Los mesianismos de entonces han
sido reemplazados hoy por otro aún más mortífero: su dios es el mercado
libre y el poder político, su profeta.