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[escepticos] "Caidas" de la fé



Fresquito de hoy....


CARTAS AL DIRECTOR
El señor Tamayo y las 'caídas' de la fe  

Manuel Figueroa León y Cristina Falcón Aguilar - Córdoba
EL PAÍS | Opinión - 29-09-2003   


El escollo fundamental en las relaciones entre ateos y creyentes es que
los primeros somos casi 
siempre percibidos por los segundos en formato negativo. Por ello, el
problema de la tolerancia 
y el respeto que insistentemente andan reclamando los creyentes de los
que no lo somos tiene 
mayormente un carácter unidireccional. 

La idea es la siguiente: al no tener ningún credo firme, ningún valor
fideístico abrigado de 
cualquier crítica racional, carecemos de valores de textura inefable que
puedan ser ofendidos 
por manifestación, declaración o acción alguna que en el ejercicio de su
libertad religiosa los 
creyentes pudieran inferirnos. Es más, nuestra no-fe es percibida no
como una herramienta gnoseológica 
confeccionada en libertad y responsabilidad a la luz de la razón y de
las evidencias de la ciencia y 
la humanística, sino fruto de una desgraciada carencia producto de una
infortunada pérdida trasunto 
de una malhadada caída. 

Lo dice claramente el señor Tamayo, afamado teólogo progresista (menos
mal) en su artículo sobre la 
religión en la escuela (EL PAÍS, 15-09-03). 

Según él, el peligro de la sobredosis de adoctrinamiento confesional en
los colegios es que muchos 
alumnos "terminan cayendo en actitudes de ateísmo, agnosticismo,
indiferencia religiosa...". Ni siquiera 
habla de que puedan terminar pasándose a las filas de esas escuelas de
pensamiento, en igualdad de planos, 
o de que se conviertan a otra fe, en deportiva lid. No: se trata de una
caída. Como si hablase de drogas 
u otros vicios innombrables. Y lo hace (al parecer) sin conciencia de
faltar al respeto a los que 
profesamos esos convencimientos. 

En cambio, probablemente a él sí le parecerá ofensivo si alguno de
nosotros mostramos nuestra perplejidad,
teñida de (disimulado) horror, porque ingentes cantidades de personas
con formación científica y humanística, 
con herramientas epistemológicas perfectamente engrasadas, consideren
como más que probable la existencia 
de un universo trascendente fuera de sus propias mentes y a la vez y sin
rubor rubriquen la validez científica 
de las teorías de la evolución, y por tanto, del origen de la vida y del
origen del universo, junto con los 
conocimientos actuales en genética que apuntan palmariamente a lo
contrario. 

O que consideremos de igual rango las lucubraciones de una cátedra de
teología que las de un gabinete de 
parapsicólogos. 

O que no encontremos diferencia sustancial entre una iglesia y una secta
de las que aquéllas tanto abominan. 

El problema es que no somos militantes ni estamos organizados. No
tenemos apostolado, ni ayatolás, ni catequesis, 
ni cátedras de ateísmo o escepticismo, ni siquiera celebraciones (tal
vez ¿Día del Orgullo Ateo?). Y mucho menos 
al poder de nuestra parte. 

Sólo el convencimiento de que el mundo sería un lugar mucho mejor una
vez fosilizadas todas las religiones y las 
pruebas científicas de que el origen y la finalidad del universo pueden
ser explicables racionalmente en términos 
de fenómenos físicos, sin necesidad de intervención de Entes Inasibles e
Indescriptibles. Y que, dadas las 
circunstancias, esas ideas deberían poder competir (al menos) en
igualdad de condiciones en el corpus pedagógico 
y didáctico oficial con las doctrinas teístas. 

Por eso cada vez que un chico cae en alguna de las garras que el señor
Tamayo enumera nosotros tendemos a considerar 
que es más que posible que haya comenzado a usar adecuadamente las armas
adaptativas que la naturaleza le ha 
proporcionado para desenvolverse en este mundo a la luz de la época en
la que vive. La ética civil deberá ser 
su nuevo material de trabajo. 

Por lo demás, suscribimos plenamente el resto del artículo. Es lo menos
que se puede esperar de una persona 
razonable y progresista como él.