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[escepticos] Escepticismo y debate (artículo en El País)



Hola,

os recomiendo que empleéis cinco minutos en leer esta estupenda reivindicación 
escéptica de Pere Puigdomènech en El País:

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TRIBUNA: PERE PUIGDOMÈNECH

Escepticismo y debate  

Pere Puigdomènech es director del Laboratorio de Genética Molecular Vegetal. 
CSIC-IRTA

La falta de debate sobre temas científicos es algo que lamentamos 
periódicamente en este país. Hace falta que se produzca una noticia sobre 
clonación humana o algún desastre climático o alimentario para que 
momentáneamente una noticia científica aparezca en algún lugar relevante de 
un periódico y merezca la formulación de opiniones. El debate científico 
continuado está, por desgracia, ausente en nuestros periódicos, mientras 
suele darse en los grandes diarios de Alemania o Francia, por citar dos 
ejemplos. Quizá podamos atribuir el hecho a la clásica separación artificial 
entre cultura y ciencia, acentuada por la baja tradición científica que 
tenemos en España. Sin embargo, este fenómeno se da en un momento en el que 
muchas decisiones políticas, del Prestige a las plantas transgénicas, de las 
vacas locas a las células madre, están basadas en datos y opiniones 
científicas, y cuando algunos de nuestros valores personales parecen estar 
puestos en cuestión por los avances de la ciencia.

La falta de debate se ponía sobre la mesa hace pocos días por Joaquín 
Estefanía a propósito del libro The Skeptical Environmentalist, de Bjorn 
Lomborg, un libro publicado hace más de dos años y que en muchos países ha 
levantado una polémica encendida. Se trata de un voluminoso libro en el que 
el autor, un especialista danés en análisis estadístico, pretende reestudiar 
los datos que se manejan para diagnosticar el estado del medio ambiente en 
nuestro planeta. Su conclusión es que muchos datos sobre el estado del medio 
ambiente en nuestro planeta están mal analizados y otros se exageran y, 
aunque concede que en algunos aspectos el medio ambiente se deteriora, su 
conclusión es que en otros casos mejora y, para decirlo en términos 
generales, concluye que no hay para tanto. El libro levantó un escándalo 
mayúsculo en Europa y Estados Unidos. Algunos de los científicos más 
prestigiosos que trabajan sobre el tema del cambio climático fueron invitados 
a escribir en la revista Scientific American una serie de artículos en los 
que descalificaban a Lomborg. Los artículos lo trataban de ignorante, de 
manipular los datos y de irresponsable. Venían a decir que alguien que nunca 
ha trabajado en el tema había escogido y elaborado como había querido datos 
para sacar unas conclusiones que había decidido a priori. Se le acusaba 
también de que estaba dando argumentos a aquellos que se oponen a actuar para 
corregir los efectos de la actividad humana sobre el cambio climático. Desde 
este punto de vista, en un momento en que hasta el muy benévolo convenio de 
Kioto no avanza, el libro sería especialmente nefasto. El hecho es que la 
controversia ha seguido. Lomborg fue nombrado director de un Instituto de 
Investigación sobre el Medio Ambiente por el Gobierno liberal- conservador de 
su país; sin embargo, el año pasado el Comité de Deshonestidad Científica 
danés le acusó de falta deontológica por haber manipulado los datos en los 
que se basa su libro. El Gobierno danés, sin embargo, no aceptó el veredicto, 
al tiempo que descalificaba duramente al comité argumentando que no se 
trataba de una falta deontológica y que se habían utilizado argumentos de 
índole personal en el proceso.

Dejando de lado la anécdota, que es, por otra parte, significativa, una de las 
cosas que el libro mencionado pone de manifiesto es la necesidad de recordar 
que lo que llamamos verdad científica es algo que se construye sobre la base 
de la duda sistemática. La actividad científica es sin duda más escéptica que 
cínica, y aunque sus bases se encuentran más bien en el epicureísmo, los 
científicos suelen vivir de forma más estoica. Por muy aceptada que esté la 
idea de que la actividad humana está creando cambios importantes en el clima, 
si los datos no se construyen con el rigor necesario, no sirven. En este 
sentido, el debate producido por Lomborg es sano. Pero también hay que tener 
en cuenta que en nuestra sociedad muchas veces aparecen problemas frente a 
los cuales hay que tomar decisiones que deben basarse en datos cuya 
elaboración científica no es completa. En estas situaciones es lógico que 
haya debate y que entre la comunidad científica haya posiciones encontradas. 
Sin embargo, quien tiene que tomar decisiones con urgencia demanda una 
certeza en la que basarlas, por muy provisional que sea. En este momento 
histórico en el que nos encontramos, el consenso, basado en los datos más 
sólidos que existen, es que hay que actuar si se quiere que nuestra actividad 
no altere en mayor medida el tipo de clima que hemos tenido hasta ahora. 
Puede que alguien piense que esto no sea negativo. Hay que recordar, por 
ejemplo, que ha habido voces, como la del presidente de Rusia, Vladímir 
Putin, para quien el cambio climático es perfecto para su país. Desde esta 
perspectiva, el libro de Lomborg es incluso peligroso, algo comparable a 
quienes todavía en este momento, aunque haya aspectos oscuros sobre la 
relación entre virus y enfermedad, crean dudas sobre la relación entre el 
virus VIH y el sida, produciendo confusión sobre las medidas para prevenir la 
enfermedad. Es cierto que en algunos casos la contaminación se está 
reduciendo, por ejemplo en ciertos ríos europeos, pero es posible que Lomborg 
olvide que esto se ha producido gracias al análisis pormenorizado de los 
datos, la formulación de políticas y el cumplimiento de éstas. Es posible que 
en los países desarrollados la superficie de bosques esté aumentando, pero 
quien haya estado en Asia del sureste y haya visto el cielo oscurecido por la 
quema de bosques de Borneo a dos mil kilómetros de distancia no puede admitir 
que no esté pasando nada.

Por todo ello, en mi opinión, lo que perjudica cualquier debate, y el que 
existe sobre los temas con base científica en particular, es la existencia de 
"paquetes" de conclusiones que hay que comprar en su integridad y para las 
que los datos científicos pueden llegar a ser irrelevantes, cuando no 
molestos. Si el paquete no se quiere todo entero, hay que comprar el de la 
competencia. Es algo a lo que Lomborg llama la "Letanía". Si estamos 
preocupados por la degradación del medio ambiente, hay que estar contra el 
cambio climático que es producido por cualquier actividad industrial o 
agrícola, hay que estar contra las centrales nucleares y contra las plantas 
transgénicas. Pero lo que se nos propone es que, si no estamos de acuerdo, 
hay que sustituir esta Letanía por otra en la que tenemos que coincidir con 
algunas propuestas según las cuales hay que aceptar las actividades 
económicas por su rentabilidad, y si se afecta el medio ambiente los 
mecanismos del mercado ya solucionarán con posterioridad los posibles 
problemas que aparezcan. Lo que parece imposible en el fragor de la 
batallapara unos y para otros es poder aceptar la validez de los argumentos 
caso por caso. Parece que no sea posible aceptar que quizá ciertas soluciones 
sean válidas en unos casos y en otros no, que ciertos datos son sólidos y no 
los otros, y que nada sustituye al debate en profundidad, transparente y 
riguroso. Y que a veces hay que tomar decisiones que a alguien le parecen 
extrañas. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que un país tan nórdico como 
Finlandia haya decidido construir en el 2003 una central nuclear? Es posible 
que haya quien esté pensando que no hay formas de producción de energía 
radicalmente buenas y otras radicalmente malas, sino que quizá haya que 
considerar lo que es más apropiado en cada caso. O en la orilla opuesta quizá 
habrá que ir aceptando cada vez más que los costes medioambientales tienen 
que introducirse en las actividades económicas. Está claro que si lo hacemos 
así hay un peligro para algunos valores y para intereses establecidos. 
Proponer una reflexión y las soluciones basadas en la reflexión nos aleja del 
eslogan, y, peor todavía, nos puede hacer cambiar de opinión. Se atribuye a 
Disraeli el comentario: "No pongas nunca a un científico en un comité: es 
capaz de escuchar al contrario y aceptar su opinión". ¡Qué mejor elogio 
podíamos esperar los científicos de un político!

Es ahí donde la falta de debate científico en un país que se quiere moderno 
como el nuestro es grave. En nuestras decisiones personales y en muchas 
decisiones políticas, en la balanza en la que se toman las decisiones hacemos 
pesar los valores que queremos respetar. Para ello es importante confiar en 
los datos de que disponemos, y la tentación de los poderes políticos de 
manipularlos es clara. Libros como el de Lomborg tienen la virtud de hacer 
reconsiderar puntos de vista que parecen establecidos; sin embargo, es 
posible que nos esté llevando a conclusiones opuestas, pero manipulando los 
datos, algo de lo que acusa a sus oponentes. No hace muchos días, un grupo de 
científicos americanos denunciaba el maquillaje de datos sobre el medio 
ambiente por parte de la Administración de Bush. También debemos ser 
conscientes de las consecuencias de las decisiones y de los valores que están 
en juego, y por ello es necesario explicitar unos y otros. Igual que se 
debaten cuestiones de índole política, hay que debatir las científicas, tanto 
más cuanto más afectan nuestra vida y nuestros valores. Y éstos pueden 
tenerse en cuenta en diferente medida en diferentes países. La historia, la 
forma de vida, la manera de pensar, las tradiciones ideológicas y religiosas 
de cada sociedad pesan en las decisiones que tomamos. Es útil considerar las 
decisiones que toman en otros países, pero no se puede sustituir el debate en 
el seno de la propia sociedad, hecho en función de sus propios valores y de 
sus propios intereses. Y esta opinión a su vez podrá tratar de influir en el 
debate que en muchos temas, como los medioambientales, está necesariamente 
globalizado. En ello, la rigurosa elaboración de los datos científicos 
disponibles, desde el escepticismo más radical, el debate transparente y 
abierto de sus consecuencias, muchas veces difícilmente previsibles, y la 
manifestación de los valores que se defienden es imprescindible. Los medios 
de comunicación tienen una gran responsabilidad en ello.
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¿No os ha encantado esa supuesta frase de Benjamin Disraeli?

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Saludos,

David de Cos