Luis Alfonso
Lo de Campoy, el librito OUIJA, y los mensajitos del Grupo Atzlan...me parece simplemente demencial.
Ese es un grupo con el que os meteis poco...y que a mi me parece francamente peligroso.
Aunque claro, tu los conoceras, pero viendo la cultura sufológica que abunda por aquí...mejoir no digo nada ( igual alguno me pide que demuestre documental, paleográfica y judicialmente) la existencia de dicho grupeto de publicistas metidos a mensajeros cósmicos.
CUrioso, los únicos que en este país hemos publicado algo contra este grupo que goza dl respeto de todo dios hemos sido el sr. Lorenzo Fernandez y servidor. ( que raro, reporteros de Enigmas metiendose con contactados...hum)
Los demas, como siempre...callan. O hablan por internet.
Saludos IJE
---------- De: Luis Alfonso Gámez <vader en ctv.es> A: Escepticos. <escepticos en correo.dis.ulpgc.es> Asunto: Sánchez Drago y los marcianos (II) Fecha: jueves 5 de junio de 1997 0:55
Para que os partáis un poco el culo, os envío la última memez publicada por Fernando Sánchez Dragó en EPOCA (Nº 641, 2 a 9 de Junio de 1997), elogiando al director de MAS ALLA por el libro en el que entrevista a un extraterrestres, Saludos, Luis Alfonso Gámez vader en ctv.es http://www.ctv.es/USERS/vader
Fernando Sánchez Dragó La Dragontea El genoma de Geenom
Abundan, al parecer, en estos tiempos de crisis, las gentes que dialogan con ángeles, demonios, marcianos, venusinos, vírgenes negras o blancas y, en general, seres más o menos sobrenaturales
Mi amigo José Antonio Campoy, director de la revista Más allá, acaba de publicar su primer libro. Se titula Entrevista a un extraterrestre: Geenom (Proyectos Editoriales J & C) y es un diálogo entre el autor y un alienígena a cuento del sentido, si es que existe, de la condición humana. Me creo obligado, por imperiosas razones personales y generales, a decir algo sobre esta obra que se echa valientemente a navegar por entre los rabiones y remolinos del Milenio que se nos viene encima.
Campoy ha escrito -o, mejor, transcrito- un puñado de páginas llenas de cosas, de seres humanos y no humanos (o, por lo menos, no terrícolas), de preguntas, de respuestas y de incitaciones al lector para que salte las bardas de su corral y se aventure por el movedizo terreno de las cuestiones off limits que desde la más remota noche de los tiempos han preocupado y, a menudo, atormentado, en el seno de todas las culturas y ámbitos de vida, a nuestros antepasados, coetáneos y semejantes. Estas cuestiones -viejas, reviejas y requeteviejas- son tres: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, ¿de dónde venimos? No existen, por definición, preguntas de más urgente respuesta en lo tocante a la búsqueda (tan generalizada como, en la mayor parte de los casos, frustrada) y obtención de la felicidad. Alcanza ésta únicamente quien descubre eso, tan manoseado y maltratado, que se llama sentido -o norte- de la existencia. No conozco otro camino por la sencilla razón de que, probablemente, no lo hay. El libro de Campoy intenta desbrozarlo y roturarlo para bien de todos.
Llegado a este punto, por si las moscas, me apresuro a manifestar que no albergo la más mínima intención de añadir glosas, comentarios, enmiendas o puntos sobre las íes a las sorprendentes aseveraciones de origen macrocósmico que dan cuerpo, y cabeza, y corazón, y sístole y diástole, a los diálogos en la tercera fase transcritos por Campoy, pero sí me gustaría decir algo a cuenta del amigo y, en cierto modo, cofrade que lo ha alumbrado en silencio y en sordina, entre bastidores, sin anunciar prácticamente a nadie (o, por lo menos, a mí) su propósito y pisando, por así decir, el dudoso, quebradizo, resbaladizo y translúcido límite que no separa, sino que re-liga el más acá y el más allá del universo, de la energía y de la conciencia.
Se publican últimamente muchos libros de talante similar. Es, sin duda, el soplo, el viento, el magnetismo, la polarización de lo que algunos llaman Nueva Era. Abundan, al parecer, en estos tiempos de crisis, de insatisfacción, de desconcierto, de búsqueda de otro paradigma (que, a ser posible, no nos conduzca, como lo hizo el que ahora desfallece, a un atolladero) y de supermercado espiritual las gentes que dialogan con ángeles, demonios, marcianos, venusinos, vírgenes negras o blancas, hermanos mayores, maitreyas, jinetes del apocalipsis, reyes del mundo y, en general, seres más o menos sobrenaturales. Algunos de esos libros dicen unas cosas, otros postulan las contrarias -todas ellas son, por lo general, indemostrables- y el lector, al final, se queda tan perplejo y atocinado como lo estaba antes de acometer tales lecturas y de meterse en tales harinas. No es fácil, desde la sensatez, prestar oído, dar pábulo y conceder fiabilidad a tamañas consejas.
¿Por qué, entonces, tengo yo la impresión, después de haber devorado el de profundis escrito por Campoy, de que esta vez lo que se nos cuenta es escrupulosamente cierto?
Nota bene: cierto, quiero decir, por lo que hace a la sinceridad de quien lo escribe, no al contenido de las sorprendentes informaciones y peregrinas afirmaciones que el misterioso personaje venido de otros mundos por vía de ouija va suministrando al autor. Pero es éste, sin necesidad de que los lectores se lo reclamen, quien donosamente se cura al respecto en salud avisándonos de todas y cada una de las hipótesis desjarretadoras que los escépticos de turno -él mismo lo es- podría aducir para buscarle cinco pies al gato de la presunta extraterritorialidad de las conversaciones galácticas que se reproducen y bajarle los humos a su índice de veracidad y credibilidad. Esa actitud honra al autor y desbarata de antemano cualquier crítica malévola que desde la óptica racionalista, materialista y reduccionista del cientifismo hoy en boga quepa formular.
Pero volvamos atrás. Había yo empezado a decir que el libro de Campoy merece crédito, y ello -insisto- no tanto por lo que en él se dice cuanto por la autoridad de quien lo dice. Conozco el autor desde hace muchos años, hemos intervenido juntos en no pocas batallas de cariz gnóstico y hermético hemos reflexionado al alimón en infinidad de ocasiones públicas y privadas sobre asuntos lindantes con los que en su libro se manejan, hemos confluido -siempre por la brecha de la luz- en bastantes zonas de cortocircuito de la hoy confusa espiritualidad ibérica y puedo dar fe de que, entre todos nosotros (los de la avanzadilla esotérica), Campoy es, a distancia, el menos crédulo, el menos dado a elucubrar sobre la base de la fantasía y el wishful thinking, el más parecido al apóstol que se negó a admitir la resurrección de Jesús si no metía los dedos en sus llagas. Pongo, pues, la mano en el fuego por mi amigo y proclamo notarialmente que no me cabe ni la sombra de una duda acerca de la honradez de su testimonio.
Eso sí: algunas de las cosas que su interlocutor aduce a propósito de temas tan palpitantes y controvertidos como lo son el aborto o la susodicha resurrección de Jesús, pongo por caso, levantan ronchas en las convicciones de quienes luchamos con las armas del conocimiento -no, líbrenos Dios, de la fe- por el feliz parto de un nuevo paradigma espiritual y dan sobrado pie a muchas y muy sabrosas controversias que, a buen seguro, no tardarán en desatarse puertas adentro de los círculos iniciáticos.
Jose (sin acento agudo): que las Coéforas del tercer milenio te pillen confesado y se transformen cuanto antes en Euménides. Vas a necesitar suerte y, desde aquí, yo, de corazón, te la deseo. Al toro. * ----------
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