Dinosaurios capaces de surcar los cielos
Las plumas surgieron en la evolución como
aislamiento térmico o como exhibición sexual, pero no
para volar
JOSÉ LUIS SANZ/ BERNARDINO P.
PÉREZ-MORENO
Kevin Aulenbeck prepara el
fósil de Caudipteriyx recientemente
hallado en China
(Reuters) | Uno de los
objetivos de la paleontología es intentar responder a
preguntas del tipo ¿de dónde procede este organismo,
cuáles fueron sus antecesores? Es evidente que estos
interrogantes sólo tienen sentido dentro de un contexto
evolutivo, es decir, dentro de un sistema conceptual que describa
históricamente a la materia viva como una compleja trama de
antecesores y descendientes. Por ello, los primeros naturalistas que
se plantearon estas cuestiones fueron evolucionistas predarwinistas
como J. B. Lamarck, quien propuso, a comienzos del siglo XIX, que
las tortugas eran los ancestros de las aves.
Número de géneros
de aves del Mesozoico descubiertos desde la
década de 1860 |
Esta sorprendente idea procedía, probablemente, de que
ambos grupos de vertebrados tienen pico y carecen de dientes. Hay
que tener en cuenta que el registro fósil conocido en
época de Lamarck era muy limitado, y en términos
comparativos con los diferentes tipos de vertebrados actuales, las
aves son organismos muy modificados cuyas relaciones de parentesco
eran difíciles de establecer. Esta dificultad es superada
cuando el registro fósil nos ofrece algún tipo de
organismo cuya morfología contenga una combinación de
caracteres que nos permita establecer las relaciones de parentesco
de un linaje determinado. Para el caso de las aves fue determinante
el hallazgo, en 1861 (dos años después de la
publicación de El origen de las especies), del primer
ejemplar conocido de Archaeopteryx. Este extraordinario
animal, actualmente considerado como el ave conocida más
primitiva, tenía al mismo tiempo dientes, una larga cola y
plumas. Esta combinación de caracteres avianos y reptilianos
fue ya señalada por T. H. Huxley (el famoso bulldog de
Darwin) para corroborar las nacientes propuestas evolucionistas en
la década de 1860. En 1882, Huxley propuso que las aves (y
los cocodrilos) procedían de los dinosaurios.
El 'hueso del deseo'
En 1927, el ornitólogo danés G.Heilmann
publicó El origen de las aves. Él
reconocía las notables semejanzas esqueléticas entre
el dinosaurio Compsognathus, y otros terópodos, y
Archaeopteryx, pero llegó a la conclusión de
que era imposible que estuviesen emparentados. Esta propuesta estaba
basada en la ley de irreversibilidad evolutiva, según la cual
una estructura o carácter perdido en el curso de la
evolución de un linaje no puede reaparecer en los
descendientes. La estructura a la que hacía referencia
Heilmann era la fúrcula, un elemento esquelético que
en aquella época se creía típico de las aves,
ausente en los dinosaurios terópodos conocidos hace 70
años. La fúrcula (o hueso del deseo) es ese elemento
pectoral en forma de horquilla que sirve para que un consumidor de
un suculento pollo gane a otro la materialización de un deseo
al tirar de uno de los extremos del hueso y conseguir quedarse con
el fragmento mayor. Aparte de esta curiosidad costumbrista, la
fúrcula sirve para ayudar en la aireación del tracto
respiratorio de un ave durante el vuelo.
A comienzos de los años setenta, el estadounidense J.
H.Ostrom, basándose en el reciente descubrimiento del
dinosaurio terópodo Deinonychus, volvió a
plantear la hipótesis del origen dinosauriano de las aves.
Desde entonces, y pese a la constante oposición de una
minoría de paleontólogos, la hipótesis
dinosauriana se ha visto ampliamente reforzada por descubrimientos
recientes. Durante estos últimos años, el problema de
la fúrcula ha sido claramente superado.
Hoy día sabemos que multitud de dinosaurios
terópodos, incluso linajes relativamente alejados del origen
de las aves, poseían fúrcula. Una rápida lista
incluye géneros tan conocidos como Allosaurus,
Oviraptor o Velociraptor. Por otra parte, recientes
hallazgos chinos permiten albergar ya pocas dudas de que las aves
pertenecen al mismo linaje que los dinosaurios. El año pasado
fue descrito Sinosauropteryx, un pequeño
terópodo semejante en tamaño y rasgos
osteológicos al género Compsognathus. Esta
forma china se caracteriza por tener el cuerpo recubierto de
estructuras tegumentarias, interpretadas como plumas o protoplumas.
Nuevos géneros chinos
Recientemente, dos nuevos géneros chinos, de hace unos 145
millones de años, han confirmado la condición
emplumada de ciertos dinosaurios terópodos cercanos al origen
de las aves. El género Protarchaeopteryx tiene el
cuerpo y la cola cubiertos de plumón y plumas rectrices al
final del apéndice caudal. El otro género,
Caudipteryx, presenta incluso plumas largas, asociadas al
segundo dedo de la mano, que en las aves actuales se denominan
remiges. Su estructura es en todo equivalente a la de las aves
actuales. El hallazgo de estas formas chinas despeja algunos
interrogantes y abre de forma inmediata nuevas cuestiones. Por
ejemplo, parece que el viejo debate sobre el origen de las plumas
queda ahora algo más despejado.
Dado el hecho de que ninguna de estas formas chinas era capaz de
volar (sus extremidades anteriores son demasiado cortas), parece
bastante claro que el origen evolutivo de las plumas no puede ser
asociado al vuelo. Por tanto, estas maravillas de la
ingeniería de la naturaleza aparecieron como aislamiento
térmico, reconocimiento de especies, exhibición sexual
o alguna otra función, y queda descartada la voladora, que
tanta aceptación ha tenido hasta el hallazgo de los
fósiles chinos.
Uno de los interrogantes más espectaculares que abren
estos hallazgos se refiere al posible aspecto emplumado de
dinosaurios terópodos hasta ahora reconstruidos sin plumas.
La nueva evidencia predice que géneros como
Velociraptor, Deinonychus y quizá incluso los
tiranosaurios eran animales cubiertos de plumas.
La confirmación del origen dinosauriano de las aves se
puede establecer también a partir de la evidencia obtenida de
aves primitivas, es decir, de géneros avianos situados
filogenéticamente entre Archaeopteryx y las aves
modernas. Esta área de investigación ha experimentado
un notable incremento en los últimos años, gracias al
incesante hallazgo de nuevas formas fósiles, principalmente
en España y China. El número de géneros de aves
mesozoicas hallados en la década de los noventa supone casi
el 60% de todo el registro conocido.
En España
En España, los hallazgos se sitúan en dos
áreas: Las Hoyas (Serranía de Cuenca) y El Montsec
(Lleida). Ambas localidades se sitúan en el Cretácico
inferior, con una edad absoluta de unos 120 millones de años.
Uno de los géneros españoles más conocidos es
Iberomesornis (ave intermedia de Iberia).
Esta ave de Las Hoyas, del tamaño de un gorrión,
presenta una sorprendente combinación de caracteres. Por un
lado, su esqueleto pectoral es muy semejante al de un ave actual,
indicando una indudable capacidad voladora. Por otro, los elementos
esqueléticos de la pelvis (huesos de la cadera) y las
extremidades posteriores son comparables a los de un dinosaurio
terópodo. Estas características permiten inferir
cómo serían sus ancestros. Parece bien establecido
cuáles fueron los antecesores de las aves. Estos formidables
vertebrados voladores, símbolos de la libertad para los seres
humanos, no son sino dinosaurios capaces de surcar los cielos.
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