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[escepticos] F. Ares: "Ciencia: ¡ciudadanos, a los mandos!"



  Hola:

  Esto salió publicado ayer en el diario El Correo.

. . . .

Ciencia: ¡ciudadanos, a los mandos!

Félix Ares de Blas es director de Miramon
Kutxaespacio de la Ciencia.

La ciencia y su hija directa, la tecnología, influyen en todos los aspectos
de nuestra vida cotidiana. De ellas depende que, por la mañana, al
levantarnos, suene un radio-despertador que activa nuestra emisora
favorita, que encendamos la luz pulsando un interruptor, que tengamos agua
corriente en el baño, agua caliente en la ducha, un tostador para hacer
tostadas, un horno de microondas para calentar café, un ascensor para bajar
hasta la calle, un coche para ir al trabajo... Prácticamente, cada hora de
nuestra vida estamos utilizando los frutos del desarrollo
científico-técnico del último siglo. Es más, nuestra propia vida depende en
gran parte del mismo. Sin ir más lejos, hace una década, tuvieron que
operarme urgentemente de apendicitis. Hoy, es una operación rutinaria; hace
cien años, ¡sólo cien años!, casi con seguridad hubiera muerto. Y no soy un
caso especial. Gran parte de la población vive gracias a los avances
científico-técnicos de la medicina, que no hubieran sido posibles sin los
descubrimientos en otras ciencias tan dispares entre sí como la biología,
la química, la física o la teoría de la información.

Estamos tan acostumbrados a la existencia de todas estas cosas que apenas
nos damos cuenta de su importancia. Quizá no esté de más recordar que este
año se cumple un siglo de la primera fabricación industrial de la aspirina.
¿Se imaginan la vida sin analgésicos? Por favor, imagínense un simple dolor
de muelas o un catarro sin ellos. Es más, imagínense una extracción de
muelas sin anestesia.

Hace 350 años, el filósofo inglés Thomas Hobbes escribió que la vida de la
mayoría de la población era «mezquina, brutal y corta». Lo escribió porque
era verdad. Unos datos pueden ayudarnos a objetivar esta observación. En
1693, el astrónomo inglés Edmund Halley, que explicó el movimiento de los
cometas y predijo la llegada del que hoy lleva su nombre, publicó los datos
de la esperanza de vida en la ciudad de Breslau: de cada 100 niños nacidos,
sólo 51 seguían vivos a los diez años; sólo 43 alcanzaban la edad de
treinta; 28, el medio siglo, y únicamente once llegaban a los setenta años.
Lo mismo ocurría en el resto de la civilizada Europa. La vida era
brutalmente corta. La enfermedad, la escasez de alimentos y la falta de
medicinas hacían que, además, fuera mezquina.

De la ciencia, depende tanto nuestra vida como su calidad. Sin embargo, a
la ciencia se la mira con mucho recelo, cuando no con franca hostilidad.
Ello se traduce en pocas vocaciones y en que dedicamos escasos recursos a
la investigación. Si tenemos en cuenta que los nuevos puestos de trabajo
están ligados directamente con dichos recursos, la situación es poco menos
que suicida.

Los números son fríos, pero indican con claridad nuestra situación. En
1995, nuestra comunidad autónoma, empleó en investigación y desarrollo 194
euros por persona, mientras que Suecia dedicó 583; Japón, 523; y Estados
Unidos, 590. Con ser estas cifras graves, todavía lo son más si
establecemos la comparación con los resultados. Nuestras patentes frente a
las de Estados Unidos son pura y simplemente ridículas. Dramático si
pensamos que patentes significan independencia tecnológica, royalties y
puestos de trabajo. En los últimos años, hemos avanzado mucho, pero estamos
muy lejos de los líderes. Para mejorar esta situación, los políticos y los
votantes deben estar convencidos de que invertir en ciencia y tecnología es
hacerlo en futuro, en puestos de trabajo, en bienestar, en calidad de
vida... Colaborar a crear ese estado de opinión favorable a la
investigación es una de las labores más importantes y más nobles de la
divulgación científica.

No se trata de conseguir que la sociedad proporcione de un modo acrítico
fondos para investigar. Todo lo contrario. Se trata de que los ciudadanos
entiendan para qué se utiliza su dinero e influyan de un modo razonado en
los derroteros que deben tomar las investigaciones. Se trata, en
definitivas cuentas, de que los ciudadanos dejen de ser beneficiarios o
sufridores mudos e impotentes de los productos y servicios que crea la
maquinaria de la ciencia para saltar a los mandos: ellos deben controlar el
volante, el acelerador, el freno, decidir si echan gasolina o no, qué
carretera y qué rumbo han de seguirse...

Pero, para poderlo hacer sin estrellarse o desplomarse por un barranco,
antes deben aprender a conducir y a interpretar un mapa. Simplemente, a
conducir responsablemente: no necesitan aprender a diseñar el coche o los
mapas, ni tan siquiera a entenderlos hasta sus últimos detalles. La
divulgación científica es la imprescindible autoescuela.

. . . .

  Ha aplicarse el cuento se ha dicho.

Víctor R. Ruiz
rvr en idecnet.com