Todos estos factores anteriormente vistos, pueden llevar a pensar a una persona honesta e inteligente (tanto al enfermo como al curandero o pseudoterapeuta) que ha curado a alguien cuando realmente no es así. Cuando nos apoyamos en la experiencia personal para probar el valor de los tratamientos médicos, muchos factores están actuando simultáneamente, haciendo extremadamente difícil determinar que es causa y efecto. Pruebas personales sumi- nistran el apoyo para productos médicos no ortodoxos, pero ellos son de débil notoriedad por lo que Gilovich (1997) ha llamado el problema de "¿comparado con qué?". Sin comparar con un grupo similar de enfermos, tratados idénticamente excepto que el alegado elemento curativo se oculta, los destinatarios individuales nunca pueden saber si ellos se han recuperado sin este. La tarea de distinguir las relaciones causales reales de las falsas requiere no solo de observaciones controladas, sino también de abstracciones sistemáticas a partir de un gran número de datos. Psicólogos interesados en juzgar las predisposiciones han identificado muchas fuentes de error que plagan a las personas que se apoyan en los procesos de razonamiento informal para analizar sucesos complejos (Gilovich 1991, 1997; Schick and Vaughn 1995). Dean y cole- gas (1992) mostraron, usando ejemplos de otra pseudociencia popular, la quirografía (análisis de la escritura), que sin la ayuda de estadísticas sofisticadas, las habilidades cognoscitivas humanas estarían simplemente envueltas en la tarea de escudriñar las relaciones validas en masas de datos interactuantes. Similares dificultades habrán enfrentado los pioneros de la medicina precientífica y sus seguidores, y por esta razón, nosotros no podemos aceptar sus informes anecdotales, o testimoniales, como base de sus afirmaciones. Antes de aceptar cualquier tipo de tratamiento, debemos estar seguros de que ha sido validado por ensayos clínicos controlados con rigor. Para reducir la probabilidad de que la evidencia en que se apoya haya sido contaminada por predisposiciones o errores, los consumidores deben insistir en que la evidencia de apoyo sea publicada en revistas científicas. Cualquier practicante que no suministre este tipo de apoyo para sus tratamientos debe ser inmediatamente sospechoso. Los clientes en potencia deben ser cautelosos si, en vez de "evidencia" esto consiste meramente en testi- monios, anécdotas, panfletos autopublicados o libros, o artículos en los medios populares de difusión. Inclusive, si los artículos que apoyen parecen haber venido de publicacio- nes científicas legítimas, los consumidores deberán chequear si esas revistas en cuestión son publicadas por organizacio- nes científicas respetables. Las publicaciones que defienden pseudociencias frecuentemente aparecen en publicaciones de apariencia oficial que resultan ser controladas por grupos con una inadecuada credencial científica pero con una inver- sión financiera en los productos cuestionados. Igualmente uno debe descartar los artículos de TV, radio, y periódicos, que aceptan virtualmente todos los pedidos por dinero o responden a determinados intereses pseudocientíficos. Y finalmente, porque cualquier resultado positivo, aun salido de un experimento realizado correctamente y publicado en una revista respetable, siempre podría ser una chiripa, hacer una réplica por parte de grupos de investigadores indepen- dientes, es lo último en los estándares de prueba. Si el practicante de pseudoterapias clama persecución, es ignorante o se opone abiertamente a la ciencia, o no puede suministrar razonamientos científicos racionales para sus métodos y promete resultados que van más allá de los plan- teamientos de la biomedicina ortodoxa, existe una razón fuerte para sospechar que uno esta lidiando con un curande- ro. Apelar a otras formas de conocimiento o palabras miste- riosas como: "energías", "fuerzas", "vibraciones" o "inter- ferencias" son otros signos de un farsante, como es cual- quier presunción de tratar a la persona como un todo en vez de una patología localizada. Para las personas que no están bien, cualquier promesa de curación es esencialmente ilusoria. Como resultado, una falsa esperanza fácilmente suplanta el sentido común. En este vulnerable estado, la necesidad de una fuerte valora- ción es lo más necesario, pero por el contrario, nosotros frecuentemente vemos un entusiasmo por abandonar cualquier vestigio de escepticismo que pueda quedar. Los consumidores aquejados por enfermedades, insisten frecuentemente en menos evidencias para apoyar las presunciones de las pseudotera- pias o curandería de lo que ellos previamente habrían deman- dado de alguien vendiendo algún objeto usado. Cuando un médico no conoce por qué parecen que funcionan las pseudoterapias y cuales son los factores que inciden en este fenomeno aparentemente curativo, es seguro que algún curandero logre hacer el "milagro de curar" algun enfermo de los ya descritos y se comentará por las personas que no conocen al respecto que "la medicina no todo lo resuelve, pues hay cosas misteriosas sobrenaturales desconocidas para la ciencia". La ignorancia de un médico ayuda a generar el misticismo y alimenta la superchería e ignorancia en la población. Bibliografía: -Adair, J. 1973. The Human Subject. Boston: Little, Brown and Co. -Ader, R., and N. Cohen. 1993. Psychoneuroimmunology: Condi tioning and stress. Annual Review of Psychology 44: 53- 85. -Alcock, J. 1986. Chronic pain and the injured worker. Canadian Psychology 27(2): 196-203. - --------- . 1995. The belief engine. Skeptical Inquirer 19(3): 14-8. -Barrett, S., and W. Jarvis. 1993. The Health Robbers: A Close Look at Quackery in America. Amherst, N.Y.: Promet heus Books. -Basil, R., ed. 1988. Not Necessarily the New Age. Amherst, N.Y.: Prometheus Books. -Beyerstein, B., and P. Hadaway. 1991. On avoiding folly. Journal of Drug Issues 20(4): 689-700. -Beyerstein, B., and W. Sampson. 1996. Traditional medicine and pseudoscience in China. Skeptical Inquirer 20(4): 18- 26. -Beyerstein B. 1997. Why Bogus Therapies Seem to Work, Skeptical Inquirer, September. 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