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[escepticos] RV: Uruguay, un país contradictorio.



Galeano sigue en la vena (abierta todavia):)
Hay otro que podria compararse a este, de Mario Benedetti, publicado por
ElPais online el dia 15 de noviembre. No lo envio porque veo que muchos de
ustedes leen esa edicion asi que solo la referencia.




-----Mensaje original-----
De: Elisa Steinberg [mailto:esteinbe en midway.uchicago.edu]
Enviado el: Monday, November 15, 1999 11:49 PM
Para: manueldiaz; bibi; marcela; raul
Asunto: FW: Uruguay, un país contradictorio.


Una contradicción llamada Uruguay

Por Eduardo Galeano

Los uruguayos tenemos cierta tendencia a creer que nuestro país
existe,
pero el mundo no se entera. Los grandes medios de comunicación, los
que
tienen influencia universal, jamás mencionan a esta nación chiquita y
perdida al sur del mapa.

Por excepción, hace unos meses, la prensa británica se ocupó de
nosotros,
en vísperas de la visita del príncipe Carlos. Entonces, el
prestigioso
diario The Times informó a sus lectores que la ley uruguaya autoriza
al
marido traicionado a cortar la nariz de la esposa infiel y a castrar
al
amante. The Times atribuyó a nuestra vida conyugal esas malas
costumbres de
las tropas coloniales británicas: se agradece la gentileza, pero la
verdad
es que tan bajo no hemos caído.

Este país bárbaro, que abolió los castigos corporales en las escuelas
ciento veinte años antes que Gran Bretaña, no es lo que parece ser
cuando
se lo mira desde arriba y desde lejos. Si los periodistas se bajaran
del
avión, podrían llevarse algunas sorpresas. Los uruguayos somos
poquitos,
nada más que tres millones. Cabemos, todos, en un solo barrio de
cualquiera
de las grandes ciudades del mundo. Tres millones de anarquistas
conservadores: no nos gusta que nadie nos mande, y nos cuesta
cambiar.
Cuando nos decidimos a cambiar, la cosa va en serio. Ahora soplan, en
el
país, buenos vientos de cambio. Ya va siendo hora de que nos dejemos
de ser
testigos de nuestras desgracias. El Uruguay lleva mucho tiempo
estacionado
en su propia decadencia, desde las épocas en que supimos estar a la
vanguardia de todo. Los protagonistas se habían vuelto espectadores.

Tres millones de ideólogos políticos, y la política práctica en manos
de
los politiqueros que han convertido los derechos ciudadanos en
favores del
poder: tres millones de directores técnicos de fútbol y el fútbol
uruguayo
viviendo de la nostalgia; tres millones de críticos de cine, y el
cine
nacional no ha pasado de ser una esperanza. El país que es vive en
perpetua
contradicción con el país que fue.

La jornada de trabajo de ocho horas se impuso por ley, en el Uruguay,
un
año antes que en Estados Unidos y cuatro años antes que en Francia;
pero
hoy día encontrar trabajo es un milagro, y más milagro es llenar la
olla
trabajando nada más que ocho horas: sólo Jesús podría, si fuera
uruguayo y
si fuera todavía capaz de multiplicar los panes y los peces. El
Uruguay
tuvo ley de divorcio setenta años antes que España, y voto femenino
catorce
años antes que Francia; pero la realidad sigue tratando a las mujeres
peor
que los tangos, lo que ya es decir, y las mujeres brillan por su
ausencia
en el poder político, escasas islas femeninas en un mar de machos.
Este
sistema, cansado y estéril, no sólo traiciona su propia memoria:
además,
sobrevive en contradicción perpetua con la realidad. El país depende
de las
ventas al exterior de carnes, cueros, lanas y arroz, pero el campo
está en
manos de pocos. Esos pocos, que predican las virtudes de la familia
cristiana pero echan a los peones que se casan, acaparan todo.
Mientras
tanto, quien quiere tierra para trabajar recibe un portazo en las
narices;
y quien alguna tierrita consigue, depende de créditos que los bancos
otorgan siempre al que tiene y jamás al que necesita. Hartos de
recibir un
peso por cada producto que vale diez, los pequeños productores
rurales
terminan buscando mejor suerte en Montevideo.

A la capital del país, centro del poder burocrático y de todos los
poderes,
acuden los desesperados, esperando el trabajo que niegan las fábricas
cubiertas de telarañas. Muchos terminan recogiendo basura y muchos
siguen
viaje desde el puerto o el aeropuerto. En materia de contradicciones
entre
el poder y la realidad, ganamos los campeonatos mundiales que el
fútbol nos
niega. En el mapa, rodeado por sus grandes vecinos, el Uruguay parece
enano. No tanto. Tenemos cinco veces más tierra que Holanda y cinco
veces
menos habitantes. Tenemos más tierra cultivable que el Japón, y una
población cuarenta veces menor. Sin embargo, son muchos los uruguayos
que
emigran, porque aquí no encuentran su lugar bajo el sol.

Una población escasa y envejecida: pocos niños nacen, en las calles
se ven
más sillas de ruedas que cochecitos de bebés. Cuando esos pocos niños
crecen, el país los expulsa. Exportamos jóvenes. Hay uruguayos hasta
en
Alaska y Hawaii. Hace veintitantos años, la dictadura militar arrojó
a
mucha gente al exilio. En plena democracia, la economía condena al
destierro a mucha gente más. La economía está manejada por los
banqueros,
que practican el socialismo socializando sus fraudulentas bancarrotas
y
practican el capitalismo ofreciendo un país de servicios. Para entrar
por
la puerta de servicio al mercado mundial, nos reducen a un santuario
financiero con secreto bancario, cuatro vacas atrás y vista al mar.
En esa
economía, la gente sobra, por poca que sea.

Modestia aparte, todo hay que decirlo, también por buenos motivos
mereceríamos figurar en la guía Guinness. Durante la dictadura
militar, no
hubo en el Uruguay ni un solo intelectual importante ni científico
relevante ni artista representativo, ni uno solo, dispuesto a
aplaudir a
los mandones. Y en los tiempos que corren, ya en democracia, el
Uruguay fue
el único país en el mundo que derrotó las privatizaciones en consulta
popular: en el plebiscito de fines del '92, el 72 por ciento de los
uruguayos decidió que los servicios públicos esenciales seguirán
siendo
públicos. La noticia no mereció ni una línea en la prensa mundial,
aunque
era una insólita prueba de sentido común.

La experiencia de otros países latinoamericanos nos enseña que las
privatizaciones pueden engordar las cuentas privadas de algunos
políticos,
pero duplican la deuda externa, como ocurrió en la Argentina, Brasil,
Chile
y México en los últimos diez años; y las privatizaciones humillan, a
precio
de banana, la soberanía. El habitual silencio de los grandes medios
de
comunicación evitó cualquier mínima posibilidad de que el plebiscito
contagiara su ejemplo fuera de fronteras. Pero, fronteras adentro,
aquel
acto colectivo de afirmación nacional a contraviento, aquel
sacrilegio
contra la dictadura universal del dinero, anunció que estaba viva la
energía de dignidad, que el terror militar había querido aniquilar.

Valgan estas líneas, si de algo valen, como un fundamento de voto por
el
Encuentro Progresista. Ojalá las urnas confirmen, en estas
elecciones, la
vocación respondona del paradójico país donde yo nací y volvería a
nacer.


Eduardo Galeano
Página 12 - Buenos Aires