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Re: [escepticos] Re: La "alta" radiactividad del plutonio



A toda la corrala:
Les transcribo el artículo que les prometí del Ing. Mario E. Bancora.
Ya dije, pero espero que no moleste que repita que fue presidente
de la Comisión Nacional de la Energía Atómica, fue fundador del
Instituto Balseiro de Bariloche (es la institución de mayor prestigio
científico de la Argentina) y construyó la central nuclear de Atucha.
Le tengo un cariño inmenso y el respeto que los escépticos tenemos
para los grandes científicos.
    Él me convocó en ocasión de que yo le di a la Facultad de Ciencias
Exactas (de la cual es profesor emérito) el premio de "El Cascote
Dorado" por haber concedido el Aula Magna para que diera
una conferencia sobre limpieza de auras, ruptura de cascarones
energéticos y magufadas varias un fantasmón con título PhD,
el Ing. Livio Vinardi, posteriormente condenado por ejercicio ilegal
de la medicina en base a la denuncia que le hice.
    Con él y otros científicos impedimos el dictado de la ley
de "zona no nuclear", pero ya lo conté y me remito a eso.
    Este gran científico argentino es un hombre de mucha edad,
ochenta y pico de años, está jubilado desde hace muchos años
y no tiene interés económico alguno ligado a la energía atómica.
Vive en una casa de clase media, sin nada de lujo.
    Desde hace unos meses tiene Parkinson, lo que me ha dejado
desolado, porque de eso murió mi madre, y me duele ver que
una mente superior en pocos años será destruida por la enfermedad.
Espero que salga un buen remedio pronto, que he leído que hay
algunas investigaciones muy promisorias.
    He aquí el artículo, que fue publicado por la Revista de la
Facultad de Ciencias Exactas de la Univ. Nac. de Rosario:
(Aclaro que me autorizó a reproducirlo)

        IMPACTO AMBIENTAL DE LA ENERGÍA NUCLEAR
                                                                Mario E. Báncora
    La historia de la civilización humana registra dos hitos
fundamentales; la conquista del fuego y la generación de energía
a partir del núcleo atómico. Mediante la primera, el hombre
consigue convertirse en la especie dominante del planeta y
puede extender su dominio a cualquier zona del mismo.
Mediante el segundo, adquiere la capacidad de generar
energía no dependiente de la existencia del sol, y puede así
iniciar la conquista del espacio y eventualmente, sobrevivir
a una catástrofe natural o autoprovocada en su planeta
madre.
    La trascendencia de ambos hitos es obviamente muy
diferente. El fuego pre-existía originado por fenómenos
naturales, y el hombre meramente aprendió a iniciarlo.
La energía nuclear, en cambio, liberada en las condiciones
ambientales terrestres, es una auténtica conquista de la
mente humana.
    A pesar de estas diferencias, ambos hechos requirieron
similar espíritu de insaciable curiosidad y de valor personal
para afrontar lo desconocido, y con él, los riesgos que
siempre implica la innovación. El fuego era un fenómeno
misterioso en presencia del cual, hombre y bestias trataban
de poner distancia de por medio. Se requirió una gran cuota
de valor personal de parte del desconocido pionero que,
sobreponiéndose a su instinto animal, se animó a empuñar
la tea encendida y aún llevarla a una caverna. Es de imaginar
la oposición que debió afrontar por parte de los integrantes
de la tribu. Oposición que debe de haberse consolidado
cuando ocurrieron los inevitables accidentes tales como
quemaduras o asfixias.
    Hoy, afrontamos una situación semejante con respecto
al empleo de la energía nuclear y a las radiaciones de ese
origina. Estas últimas constituyen el elemento misterioso
actual, pues no son sensorialmente perceptibles ni aún en
dosis mortales. El temor que inspiran es tal, que se han
creado a nivel mundial corrientes de opinión que llegan a
propugnar la eliminación lisa y llana de todas las Centrales
Nucleares en operación o en construcción. Haciendo uso
de los medios de difusión masiva, se proclaman riesgos
sensacionalistas, como la explosión nuclear de las Centrales
e incluso, se han hecho películas con ese argumento.
    Se puede afirmar categóricamente que un Reactor Nuclear
no puede explotar como una bomba, ni aún tratando de
lograrlo intencionalmente en un acto de sabotaje. Se han
hecho experiencias en tal sentido en el Centro Atómico de
Idaho en EEUU con resultados consistentemente negativos.
    Esto es así, en p rimer lugar, por el combustible utilizado.
Una bomba requiere una elevada concentración de uranio
235 (mayor del 95 %). Los reactores que utilizan uranio
enriquecido en la producción de energía eléctrica, lo
emplean enriquecido apenas en un 3 %. En particular, es
físicamente imposible hacer explotar el uranio natural que
se emplea en los reactores de potencia argentinos.
    En segundo lugar, existen razones de diseño. Una bomba
debe tener una estructura tal, que permite liberar, en el menor
tiempo posible, la mayor fracción de su energía potencial.
Esto no es un problema trivial, y su solución constituye uno
de los secretos de la bomba A. Un reactor, en cambio,
tiene como punto fundamental de su diseño, el hecho de
liberar su energía potencial en forma gradual. Cuenta para
ello con refrigerantes que regulan la temperatura, un sistema
de sensores que monitorean todos los parámetros de la
reacción, y sistemas de enclavamiento que aseguran el
orden adecuado de las operaciones. Si como resultado
de un accidente, o por intervención humana, estos sistemas
fueran anulados y se produjeran también fallas mayores en
los sistemas de disipación de energía, el resultado sería la
fusión del núcleo con la consiguiente liberación de los
residuos de fisión acumulados en él. Esta cadena de
eventos es el mayor accidente concebible que,
lamentablemente tuvo lugar en dos oportunidades:
Three Miles Island en EEUU y Chernobyl en la URSS.
Las consecuencias fueron, sin embargo muy distintas
debidos a las diferencia de diseño.
    En el primer caso no hubo que lamentar víctimas
fatales, y gracias a la existencia de un recinto de
contención, la enorme mayoría de los productos de
fisión quedaron confinados en el edificio del reactor.
    El accidente de Chernobyl fue el producto de una
serie increíble de fallas humanas y de un diseño destinado
a minimizar costos. Su cobertura publicitaria fue
sensacionalista. Se magnificó el número de bajas y se
aprovechó para exagerar los peligros de la nueva
tecnología. Se llegó a especular con que la masa
fundida del núcleo habría podido producir una
reacción concatenada, fuera del edificio (el llamado
Síndrome de China). Tal eventualidad es imposible
porque existen poquísimos isótopos (denominados
fisionables) que pueden mantener una reacción en
cadena y ellos no están disponibles fuera del
núcleo. Cabe aquí mencionar, el contraste existente
con una combustión química que se propaga a casi
todos los elementos cuando queda fuera de control.
    Frente a la publicidad dada a Chernobyl, muy pocas
veces se menciona el comportamiento adecuado de
más de 400 Reactores de Potencia que, en todo el
mundo están suministrando un 13 % de sus
requerimientos eléctricos. Estas cifras en algunos
países es muy superior. En Francia, por ejemplo,
alcanza el 69,8 % del total.
    Las estadísticas internacionales registran como
"desastre" los accidentes que causan más de 20
víctimas. Hasta Chernobyl no existió ningún evento
nuclear civil que mereciese ese calificativo. Las
cifras más bajas de probabilidad de muerte súbita
por persona y por año corresponden, en efecto,
a la operación de Centrales Nucleares: 5 X 10
a potencia -9. Para comparar: a tráfico vehicular
se la asigna un 2,5 X 10 a potencia -4, a caídas
un 1,25 X 10 a potencia -4, a incendios y explosiones
un 3 X 10 a potencia -5 y a viajes aéreos un
7 X 10 a potencia -6. Según estadísticas compiladas
en EEUU existen, por ejemplo, 10 veces más
posibilidad de tener un accidente por desplazarse
en bicicleta que por trabajar en una Central Nuclear.
    Dejando de lado el tema de los accidentes, la mayor
preocupación de la opinión pública se focaliza en
los efectos de la radioactividad ambiental.
    El número de efectos producidos por la radiación
sobre la salud, según el modelo lineal generalmente
aceptado, es proporcional a la dosis de radiación
recibida. De manera que el riesgo se reduce eliminando
las actividades que la produce. Lamentablemente, no hay
soluciones sencillas para problemas de gran envergadura,
tal como el que plantea el suministro de energía, y la acción
aparentemente más simple, destinada a limitar los riesgos,
puede producir un efecto opuesto al buscado.
    Como primera consideración consignamos que,
inevitablemente, debemos aprender a convivir con la
radiación. Estamos expuestos cotidianamente al efecto
de las fuentes naturales de radiación como rayos cósmicos
y los minerales radioactivos presentes en el suelo. Nosotros
mismos calificamos como fuentes, en virtud del potasio
contenido en nuestro cuerpo. La radiación ha estado, en
efecto, presente a lo largo de toda la historia de la tierra y
la humanidad se ha originado y ha evolucionado sin que
ella haya sido un escollo para su supervivencia. Las
dosis recibidas varían con el lugar, su altura sobre el
nivel del mar, y el tiempo de vida del individuo.
En zonas de actividad promedio y altura reducida, la
dosis anual por fuentes naturales se ha calculado en 2,4
miliSievert (el Sievert es la unidad internacional de dosis
equivalente). Existen zonas de gran altura, como las
laderas del Everest, donde la radiación cósmica produce
una exposición 25 veces superior, y los pasajeros de los
vuelos intercontinentales están aún más expuestos. En
lugares como Kerala (India) debido a la presencia de
arenas monazíticas, se registran dosis 50 veces superiores.
En Poços da Calda (Brasil) hay una colina donde las
cifras son 800 veces superiores a la media, y en Ramsar
(Irán) se elevan 1.400 veces por efecto de manantiales
ricos en radio. Se ha comprobado que uno de los
productos de desintegración del radio, el Radón (que
es un gas noble) contribuye en un 55 % a la dosis anual
recibida de fuentes naturales. El radón fluye de la tierra
en todas partes y se acumula en ambientes cerrado,
especialmente en aquellos acondicionados para economizar
energía, habiéndose detectado en Helsinsky (Finlandia),
niveles 5.000 superiores a los normales en aire.
Si asignamos el valor 100 a la dosis total, le corresponde
un valor 78 a las fuentes naturales (constantes en una
determinada ubicación) y las actividades humanas
contribuyen con un: 20 % por usos médicos, 1 % por
explosiones nucleares en la atmósfera (decreciendo) y
apenas del 0,1 % por producción de energía
nucleoeléctrica (creciendo) Por lo tanto, si se
suprime la industria nuclear, se reduce solo en ese
porcentaje del 0,1 % el total de los efectos de la
salud, es decir, una variante insignificante.
 
Hasta aquí llego hoy yo en mi copiado, seguiré mañana
con  la parte que habla de los efectos carcinogenéticos
de las radiaciones nucleares.
¿Qué les ha parecido esta primer parte?
                                Un abrazo para todos
                                    Héctor W. Navarro