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[escepticos] Calvino
Hola.
Envio este artículo del profesor Guillermo Fatás publicado
hoy, 7 de febrero de 2000, en el Heraldo de Aragón:
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CALVINO MODERNO
En estos días, Fernando Savater, por haberlo
caricaturizado en exceso, ha tenido que cantar la palinodia
por cuenta de Calvino y sus actuales devotos. Ha sido
acusado por sabios que hacen del teólogo francés poco menos
que el origen de la moderna democracia y de la ética de
nuestro tiempo. Así, sin duda, será y no hace falta acudir
a Max Weber. Pero en ninguno de los discursos que le han
llovido, ante los que el compungido profesor se muestra
contrito, se dice nada sobre un rasgo sobresaliente de su
actitud vital y su conducta: el despotismo rigorista,
intransigente y fanático con que se distinguió en su tiempo,
no obstante ser persona de sobresaliente instrucción en
varios campos. Desde luego se calla que buscó y ansió
largamente la muerte de Miguel Serveto, más conocido como
Servet. No se subraya que en Ginebra, en la que vivió mucho
tiempo, los clérigos partidarios de la reforma de la Iglesia
(protestantes) exigían que el gobierno de la ciudad, de
mayoría católica, pero políticamente protestante para
obtener los apoyos de Berna, reconociese el valor civil de
la excomunión clerical. Callan que, en 1541, la marea
calvinista logró tales objetivos, así como la educación
religiosa obligatoria de los ginebrinos según sus
concepciones. Hoy, lo llamaríamos teocracia. Tampoco
recuerdan que Calvino instaló allí una "república" ante la
que queda chica la tan censurada de Platón; pues creó cuatro
categorías clericales, que coagulaban en un consejo general
de prestes (pastores), encargados de implantar en Ginebra la
Ley de Dios. Ello implicó la abolición del catolicismo
("una superstición"), el control de imprenta y palabra, la
policía de costumbres, el puritanismo sexual, la inspección
de lugares públicos, la prohibición del juego y del baile,
la ortodoxia del lenguaje, etc., bajo un nada amable régimen
de policía, multas y sanciones. En fin: los mecanismos que
Calvino implantó en Ginebra acabaron por crear una especie
de enfrentamiento en el que los dos bandos en liza no podían
dejar que el otro ganase para sí la bandera de la más
acendrada ortodoxia y del rigor más celoso por el
cumplimiento a rajatabla de la ley divina.
Aunque algunos señalan que el insensato Serveto, que
tuvo la temeridad de ir a casa de su más feroz enemigo, fue
denunciado por unos frailes, no fue así. Se trata de una
mala traducción de "frères", que ha de entenderse como
"hermanos", esto es, calvinistas que reconocieron a Servet,
el cual huía de la Inquisición católica y del fanatismo
calvinista al mismo tiempo: ni unos ni otros soportaban al
díscolo. A Servet lo quemaron vivo en 1553 y Calvino era ya
la instancia más influyente de Ginebra, aunque no tanto como
dos años después, cuando en Ginebra no se hacía sino lo que
Juan Calvino ordenaba. La inquina de este por Serveto es
todo un ejemplo de actuación calvinista (a menos, claro, que
se niegue el calvinismo de Calvino). En 1546, la
publicación de una obra de Servet fue seguida de un cruce de
cartas con el fanático picardo. De ello salió una conocida
exigencia de Calvino a su amigo Guillaume Farel: si alguna
vez entraba Servet en Ginebra, "no debía salir vivo de la
ciudad". Debe señalarse que una de las más molestas
propuestas de Servet residía en la separación del Estado y
la Iglesia: algo que, con franqueza, parece mucho más
moderno que lo que propuso y llevó a la práctica Calvino.
Todos los sabuesos iban tras las huellas del
sigenense. Los católicos lo encarcelaron en Lión; escapó de
presidio, probablemente con ayuda, y los santos inquisidores
hubieron de conformarse con quemarlo en efigie: esto es,
pusieron en la pira un monigote con el nombre de Servet
escrito en un cartel. Pero la gente de Calvino (desde
entonces ha sido así, cosa que suscita grandes admiraciones)
era ya más eficiente y organizada que la grey romana. Es
decir, más calvinista. Servet, que hubo de ser reemplazado
por un pelele en la Plaza Charnève de Lión, en el mes de
junio, fue quemado en persona, el 27 de octubre siguiente,
en la ginebrina comuna de Champel. En el mismo lugar donde,
hoy, una minúscula placa vergonzante, da cuenta del pesar de
los ginebrinos por aquella atrocidad: nada comparable, desde
luego, al precioso mural en relieve consagrado a los
Reformadores, con que se adorna uno de los más lindos
parques de la ciudad helvética.
La catedral de Ginebra, dedicada a San Pedro, era
púlpito preferido de Calvino. Allí fue, en la mala tarde
del 13 de agosto, el osado aragonés a escuchar al temible
sujeto, especie de tronante Moisés en el Sinaí, siempre
enojado con su pueblo de idólatras y laxos. Dos meses y
medio más tarde, de Servet no existían ni las cenizas. En
el juicio previo, Calvino quiso carearse con el infeliz y
aprovechó la ocasión para poner en su contra su gran cultura
biblística y su preparación legal (pues era abogado).
Servet se defendió con tanto miedo como habilidad y Calvino
llegó a exasperarse: por ejemplo, cuando el español proponía
atenuar la culpa en el pecado en las personas menores de
veinte años. Calvino respondía que ojalá aquellos "pollitos
le sacasen cien mil veces los ojos". Servet pidió perdón.
No se lo dieron. Pidió ser decapitado. Lo denegaron.
Farel, el íntimo de Calvino, lo acompañó hasta la hoguera.
Excuso al lector la descripción de su agonía, que
fue tremenda, porque nada se ahorró para abreviar su
sufrimiento. Pero no debemos olvidar que la muerte de
Servet fue una muerte la mar de calvinista.
Guillermo Fatás
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Saludos
Eduardo Giménez
Ebardo en ciudadrobot.com