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[escepticos] Un feriante en la corte de Lucy / Sumario de El Esc�ptico Digital



La verdad que el �ltimo n�mero de EL ESC�PTICO DIGITAL - Edici�n 2001 -
N�mero 36 viene que se sale y posiblemente podemos adelantar que
generar� pol�mica.
Para que abr�is boca os reenv�o un art�culo en el que se analiza el
nuevo libro "C�digo secreto" del supermafugo desinformador Bruno
Carde�osa.
Igualmente, podr�is encontrar un excelente trabajo de C�sar Esteban e
In�s Rodr�guez Hidalgo sobre la Astroglifica y/o la reinvenci�n del
pasado (este art�culo lo pod�is descargar en formato PDF con gr�ficos e
im�genes desde http://www.arp-sapc.org/docs/Astroglifica.pdf) as� como
otros igualmente interesantes, firmados por Jos� Luis Calvo, Julio
Valer, Javier Armentia, etc...
Espero sinceramente que sea de vuestro inter�s.

Pedro Luis Gomez Barrondo
Saludos arp�os y esc�pticos desde Bilbao.-((;.�D))))
http://www.arp-sapc.org
http://www.elistas.net/foro/el_esceptico/alta


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                           EL ESC�PTICO DIGITAL

       Bolet�n electr�nico de Ciencia, Escepticismo y Cr�tica a la
Pseudociencia
       � 2000 ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Cr�tico
       http://www.arp-sapc.org/

    Edici�n 2001 - N�mero 36 - 04 de Septiembre de 2001

Bolet�n de acceso gratuito a trav�s de:
http://www.elistas.net/foro/el_esceptico/alta


=== SUMARIO =========================================================

  - Un feriante en la corte de Lucy.

  - Astrogl�fica: inventando el pasado.

  - Quo Vadis QUO?

  - El Enigma neandertal.

  - Cerivastatina. A r�o revuelto, ganancia de pescadores.

  - Sir Fred Hoyle (1915-2001): el astr�nomo descontento.

  - �Le ha llegado la hora a J.J. Ben�tez?

  - Ciencia y religi�n en EE UU.

  - Volver a ligar.

  - Clones Humanos.

  - Neurobi�logos de la UCLA identifican c�lulas cerebrales que
controlan la respiraci�n.

  - Cavilaciones de un fil�sofo.

  - La creencia de los norteamericanos en los fen�menos paranormales ha
crecido durante la �ltima d�cada.

  - E-Zine Tendencias Cient�ficas, para sobrevivir en el siglo XXI.

  - La Ciencia, pervertida.

  - Los raelianos pretenden abrir en Brasil un centro para clonar
humanos.

  - Cient�ficos canadienses transforman por primera vez c�lulas �madre�
de la piel en otros tipos de tejido.

  - Espectros en la ciudad episcopal.

  - Se encuentra un resto f�sil de un ser b�pedo de m�s de 5,2 millones
de a�os.

  - El principal organismo cient�fico europeo pide la clonaci�n de
embriones con fines m�dicos

  - La telefon�a m�vil se enfrenta a la alarma social contra las
antenas.

=== NOTICIAS =========================================================

UN FERIANTE EN LA CORTE DE LUCY
Por: Luis Alfonso G�mez

"Quisiera se�alar que ninguno de los involucrados en las investigaciones
sobre el Sasquatch ha cre�do nunca que ese mu�eco fuera un Bigfoot",
escribi� Jon Beckjord en 'The Skeptical Inquirer'  en 1982. Cazador de
monstruos, Beckjord no s�lo cree que el Sasquatch una de las
denominaciones del Bigfoot o Pies Grandes habita los bosques
norteamericanos, sino que tambi�n est� convencido de que esa supuesta
criatura tiene poderes paranormales. Sin embargo, hasta para �l es
demasiado tragarse el cuento del Hombre de Hielo de Minnesota, una
atracci�n que recorri� Estados Unidos de feria en feria en los a�os 60
del siglo pasado y que consist�a en un bloque de hielo en cuyo interior
hab�a un presunto hombre-mono. La criatura llam� inmediatamente la
atenci�n de los criptozo�logos buscadores de monstruos Bernard
Heuvelmans e Ivan T. Sanderson, quienes tras verla concluyeron que se
trataba de un hom�nido desconocido. La historia empez� a derrumbarse
cuando la Instituci�n Smithsoniana manifest� su inter�s en examinar el
cuerpo de lo que Heuvelmans y Sanderson identificaban como un neandertal
que hab�a sobrevivido hasta el siglo XX. Entonces, Frank Hansen, el
feriante, dijo que hab�a devuelto la pieza a su propietario, un
millonario, y que lo que expon�a en esos momentos era una r�plica. Nunca
m�s se supo del 'monstruo original' y, al final, los criptozo�logos
tuvieron que dar marcha atr�s en sus afirmaciones cuando sali� a la luz
que el feriante hab�a encargado la fabricaci�n de un figura de l�tex a
una compa��a de efectos especiales de Hollywood. M�s claro, agua. Ahora,
el enga�o de Hansen ha resucitado de la mano de Bruno Carde�osa en un
libro, 'El c�digo secreto' (Grijalbo, 2001), en el que el Hombre de
Hielo de Minnesota es s�lo una de las muchas atracciones fraudulentas,
reinventadas o tergiversadas que presenta el autor.

'El c�digo secreto' es una antolog�a del disparate cuya llegada a las
librer�as espa�olas demuestra que ha fallado el m�nimo control de
calidad al que habr�a de someterse todo original en una editorial seria.
Los desprop�sitos y falsedades se suceden l�nea a l�nea, desde la
primera hasta la �ltima p�gina. La mentira aflora ya en la solapa:
"Bruno Carde�osa colabora en diversas revistas de divulgaci�n
cient�fica", dice. Lo cierto es que la carrera period�stica del autor
conocido, ante todo, por su actividad como uf�logo se ha desarrollado
exclusivamente en publicaciones, como 'M�s All� de la Ciencia' y la
desaparecida 'Karma.7', que mantienen que es posible adivinar el futuro,
comunicarse con los muertos y entrar en contacto con extraterrestres. En
esa misma l�nea, 'El c�digo secreto'  subtitulado 'Los misterios de la
evoluci�n humana' es un libro contra la ciencia y los cient�ficos,
escrito, adem�s, desde presupuestos antievolucionistas. Porque resulta
evidente que, a la hora de redactarlo, Carde�osa ha bebido hasta
saciarse de uno de los principales adalides del creacionismo hinduista,
Michael A. Cremo, coautor, junto a Richard L. Thompson, de 'Forbidden
archeology: the hidden history of human race', publicado en 1993 por la
Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna.

Las similitudes entre ambas obras son tan descaradas que cabe considerar
a 'El c�digo secreto' un 'remake' de 'Forbidden archeology', una versi�n
espa�ola en la que el autor ha incluido, como mucho, un pu�ado de ideas
propias. Cremo y Thompson defienden en su libro que los humanos
anat�micamente modernos han existido desde hace cientos de millones de
a�os, que los arque�logos y paleoantrop�logos ocultan e ignoran las
pruebas que apuntan en esa direcci�n, y que el Yeti, el Bigfoot y otros
monstruos similares son hom�nidos de otras especies que han sobrevivido
hasta la actualidad en zonas aisladas del planeta. En apoyo de sus dos
primeras afirmaciones, recurren a supuestas evidencias f�siles y
tecnol�gicas; para respaldar la tercera, a los testimonios y las
pretendidas pruebas recopiladas por los cazadores de seres de leyenda.
El libro de Carde�osa, una peligrosa mezcla de pseudociencia y ciencia
mal digerida, sigue el mismo esquema y llega a id�nticas conclusiones
que el de Cremo y Thompson. Lo �nico a favor del autor espa�ol es que no
ha tenido la osad�a de enviar un ejemplar a Richard Leakey, como
hicieron sus colegas estadounidenses. As� que no tendr� que enfrentarse
a cr�ticas como la de Leakey, a quien bast� echar un vistazo al libro
para concluir que 'Forbidden archeology' "es una completa tonter�a y no
merece ser tomado en serio por nadie si no es un tonto. Tristemente, hay
algunos [tontos], pero eso es parte de la selecci�n [natural] y no hay
nada que se pueda hacer al respecto".

Cuando la realidad resulta inc�moda

El juicio del c�lebre miembro de la saga de los Leakey va como anillo al
dedo a 'El c�digo secreto', una obra alumbrada desde la m�s profunda
ignorancia y con la �nica intenci�n de sacar  tajada, a cualquier
precio, de la curiosidad del p�blico por nuestros or�genes. Todo vale
para Bruno Carde�osa a la hora de traficar con misterios inventados y
abrirse un hueco en el mercado editorial. As�, en el caso del Hombre de
Hielo de Minnesota, oculta a los lectores que en su tiempo se
desenmascar� el fraude y habla del hombre-mono congelado como de una
prueba de que la "'ciencia ortodoxa', que impone su 'verdad' desde los
p�lpitos, ha ocultado, y sigue haci�ndolo, sospechas, hallazgos y
pruebas suficientes como para volver a escribir algunos de los episodios
m�s trascendentes de nuestra historia como seres vivos" (p. 13). En aras
de la transparencia que predica, Carde�osa quien se define como alguien
que lleva "m�s de una d�cada" enfrent�ndose "a realidades que los
cient�ficos prefieren soslayar" (p.16) cuenta la primera parte de la
historia de Hansen y su criatura, pero se 'olvida' del desenlace. "No es
cuesti�n de que la realidad estropee un buen titular", dice la m�xima
del periodismo sensacionalista. Esta sentencia se hace libro en 'El
c�digo secreto'. Porque el del Hombre de Hielo de Minnesota no es un
caso aislado de falsificaci�n de los hechos por parte del autor, sino la
punta del iceberg, la primera de una larga lista de verdades a medias
con las que intenta llevar a su huerto al lector, enga��ndole.

No es el objetivo de estas l�neas requerir�a de mucho m�s espacio y
tiempo analizar una a una las presuntas pruebas presentadas por
Carde�osa para apoyar sus disparatadas tesis. Pero s� me voy a detener
en dos ejemplos reveladores: las huellas del lecho del r�o Paluxy y las
piedras de Ica. Para el autor, se trata de evidencias que demuestran que
el hombre convivi� con los dinosaurios. Nada m�s y nada menos.

El lecho del r�o Paluxy, en Glen Rose (Texas, EE UU), es punto de
referencia obligado cuando se habla de una Humanidad como la plasmada en
'Los Picapiedra'. All�, indica Carde�osa, hay huellas de dinosaurios
junto a otras de seres humanas que habr�an vivido en la �poca de los
'lagartos terribles'. Sin embargo, no es eso lo que sostiene Glen Kuban,
un bi�logo que demostr� en 1989 que algunos de los 'pies' del r�o Paluxy
son en realidad parte de las huellas plantares de  dinosaurios. "Algunas
pretendidas 'huellas humanas' de Glen Rose explicaba en la obra
colectiva 'Dinosaur tracks and traces' no se distinguen de huellas
metatarsales de dinosaurios, cuyas impresiones digitales han
desaparecido rellenadas por el barro, a causa de la erosi�n o debido a
otros factores. Otras depresiones alargadas de Glen Rose incluyen
figuras producto de la erosi�n y posibles marcas de colas, algunas de
las cuales tambi�n han sido confundidas con huellas humanas". Los
trabajos de Kuban, mediante el an�lisis crom�tico y de texturas de las
improntas, han demostrado sobre el terreno que las huellas
pretendidamente humanas pertenecen en realidad a dinosaurios. Sin
embargo, en 'El c�digo secreto', se desestima esta explicaci�n con el
peregrino argumento de que no se ha "encontrado jam�s una huella no
humana similar" (p. 103) �acaso no pueden ser las primeras? y
recurriendo a otros 'expertos' entre ellos, el "antrop�logo Carl Baugh"
(p.103) para quienes los rastros son humanos y datan de hace 140
millones de a�os. Baugh ni es antrop�logo ni tiene ning�n t�tulo
superior, por mucho que Carde�osa le atribuya falsas credenciales; es
reverendo y, como su admirado Michael A. Cremo, un furibundo
creacionista cuyas afirmaciones ponen en duda sus propios
correligionarios. Una vez m�s, el fabricante de misterios espa�ol opta
por la explicaci�n extraordinaria frente a la demostrada por la ciencia,
oculta informaci�n clave al p�blico y toma partido descaradamente por
los antievolucionistas.

Algo parecido ocurre con las piedras de Ica (Per�), grabadas con escenas
de caza de dinosaurios, complejas operaciones quir�rgicas y viajes
a�reos a bordo de aves antediluvianas. El grupo de defensores de estas
piezas, cuyo propietario es el m�dico lime�o Javier Cabrera, se reduce a
un pu�ado de 'fabricantes de paradojas' como acertadamente los
denominaba el fallecido Carl Sagan liderado por Juan Jos� Ben�tez, que
exprimi� este fil�n l�tico en su libro 'Existi� otra humanidad'. A pesar
de las confesiones de los campesinos, que han reconocido que realizan
los grabados para vender las piedras al cr�dulo de Cabrera, y de que
numerosos an�lisis han demostrado que las incisiones son recientes y se
han utilizado lijas, sierras y �cidos, Carde�osa rebusca entre los
estudios para encontrar un par uno ambiguo y otro escasamente fiable de
los que colgar su tesis: "Que los grabados se efectuaron en la misma era
geol�gica en la que se formaron las piedras. Es decir, en la era de los
dinosaurios" (p. 98). La navaja de Occam vuelve a funcionar al rev�s;
curiosa forma de proceder en un autocalificado divulgador cient�fico.

Los burdos ejemplos de Paluxy e Ica est�n acompa�ados de otros muchos,
pobremente descritos, de descubrimientos paleontol�gicos y tecnol�gicos
que desafiar�an, seg�n el autor, nuestra concepci�n actual de la
evoluci�n humana: huesos de 'Homo sapiens' en estratos de hace 280
millones de a�os el hombre habr�a surgido en el camino evolutivo antes
que los mam�feros, pero eso no parece turbar al autor, huellas de
zapatos de hace 500 millones de a�os, clavos de hace 360 millones de
a�os, herramientas de piedra de hace 5 millones de a�os en Portugal...
Muchos son 'hallazgos' del siglo XIX o principios el XX que, como las
malas pel�culas, no han superado el paso del tiempo. Carde�osa,
obviamente, s�lo cuenta en estos casos una parte de la historia o,
cuando presenta las dos, tergiversa la explicaci�n convencional para
engordar el misterio. En general, hace lo mismo que sus maestros Cremo y
Thompson, quienes ignoran que tan importante o m�s que una pieza
concreta es localizarla debidamente en su contexto y que el valor
hist�rico de los materiales recuperados en una excavaci�n reside en que
se recuperen de forma sistem�tica, en que luego se pueda reconstruir en
el yacimiento en el laboratorio.

Por si eso fuera poco, vuelve a ocultar a al lector en numerosas
ocasiones que se ha demostrado hace tiempo que esos hallazgos que, en su
opini�n, no encajan en el escenario abocetado por los especialistas o
bien no se encontraron donde se dijo en un principio o bien no
corresponden a lo que se pretende. Es decir, Carde�osa lleva a la
pr�ctica lo mismo que achaca a los cient�ficos cuando afirma que "la
historia de la evoluci�n humana se ha borrado de acuerdo con el gui�n
preestablecido. Si algo no encaja, se menosprecia. O se encaja a la
fuerza, a riesgo de faltar a la verdad y a la raz�n emp�rica" (p. 162).
Como sentencia el dicho castellano, "cree el ladr�n que todos son de su
condici�n". Pero todo vale a la hora de trasladar la propia falta de
rigor a otros, incluido culpar de la situaci�n a esas imaginarias
conspiraciones tan del gusto de los charlatanes pseudocient�ficos: "Las
pruebas de tan arriesgadas afirmaciones [se refiere a la existencia de
'Homo sapiens' hace decenas de millones de a�os] est�n en esos 'archivos
secretos' que la ciencia y los cient�ficos parecen empe�ados en mantener
lejos del alcance del gran p�blico, por la sencilla raz�n de que no se
ajustan a los patrones establecidos" (p. 147).

Todo el genoma en un cromosoma

'El c�digo secreto' es un libro que ataca a la ciencia, pero que, al
mismo tiempo, se sirve de ella para intentar disfrazar su mensaje hostil
de inocente y bienintencionada heterodoxia. Carde�osa mezcla
indiscriminadamente informaci�n cient�fica muchas veces, err�neamente
interpretada con otra procedente de fuentes pseudocient�ficas. A ojos
del lector, coloca a la misma altura la posibilidad de que el hombre
conviviera con los dinosaurios que los hallazgos de Olduvai, a Lucy que
al Yeti. Otorga, a charlatanes como Erich von D�niken, Peter Kolosimo,
Jacques Bergier y Zecharia Sitchin, la misma o m�s credibilidad que a
cient�ficos como Glen Kuban, Juan Luis Arsuaga, Jos� Mar�a Berm�dez de
Castro y Eudald Carbonell. Todos ellos, sin distinci�n, son
investigadores. As�, abundan ejemplos de 'travestismo intelectual' como
el del uf�logo franc�s Aim� Michel, reconvertido en el mucho m�s digno
de cr�dito "antrop�logo galo Aim� Michel", y hasta el m�s delirante
charlat�n ib�rico se transmuta en 'investigador'. A la hora de elaborar
el libro, Carde�osa ha seguido esa misma l�nea y se ha nutrido, a partes
iguales, de literatura pseudocient�fica y de aut�ntica divulgaci�n. De
los 67 libros que cita y recomienda en la bibliograf�a, m�s de una
treintena corresponde a uf�logos y a quienes propugnan que la Tierra fue
visitada en el pasado por extraterrestres que ense�aron a nuestros
torpes ancestros a hacer maravillas: t�tulos como 'Astronaves en la
Prehistoria', de Kolosimo, y 'Los extraterrestres en la historia', de
Bergier, se recomiendan junto a 'El origen de las especies', de Charles
Darwin, y 'La especie elegida', de Juan Luis Arsuaga e Ignacio Mart�nez.
Y, en lo que se refiere a las revistas, equipara, por ejemplo, las
demenciales 'A�o Cero' y 'Enigmas' con 'Nature', 'Science' e
'Investigaci�n y Ciencia'. Es una manera como otra cualquiera de sembrar
la confusi�n, de minar la capacidad cr�tica del lector poco informado,
que, desorientado, conceder� el mismo cr�dito a todas las fuentes y
autores citados. Un juego sucio que no s�lo practica, sino del que
tambi�n se beneficia personalmente el propio Carde�osa.

El autor se presenta reiteradamente como divulgador o periodista
cient�fico porque es indudable que, de un tiempo a esta parte, esa
denominaci�n da una especie de p�tina de credibilidad. Es posible que
enga�e a los m�s incautos; pero a nadie medianamente informado, porque,
sin entrar en profundidades, su ignorancia es manifiesta respecto a la
evoluci�n, a la paleoantropolog�a, a la arqueolog�a, y a la ciencia y a
la cultura en general. Concede la misma relevancia a pruebas
consistentes que a otras que no lo son, prefiere 'siempre' las
explicaciones extraordinarias a las
ordinarias, pero pone la guinda a su incompetencia cuando incurre en
muestras evidentes de analfabetismo cient�fico. Algunas tan brutales que
cualquiera que siga la actualidad a la trav�s de la Prensa es capaz de
detectarlas. Tambi�n sin �nimo de ser exhaustivos, veamos un par de
ejemplos.

Carde�osa dedica parte de su obra a describir los conocimientos actuales
sobre la evoluci�n humana lo que sabe la que �l denomina 'ciencia
oficial' y, evidentemente, incluye informaci�n sobre los descubrimientos
realizados en los �ltimos a�os en los yacimientos de Atapuerca. Lo
primero que demuestra es una clara hostilidad hacia el trabajo de
Arsuaga, Berm�dez de Castro y Carbonell, los codirectores de las
excavaciones burgalesas, de quienes dice que "su ansia de inmortalidad
cient�fica les ha llevado a vender m�s titulares que verdades" (p. 280).
"Atapuerca es, sobre todo, espect�culo", mantiene, y a�ade que "los
habitantes del pasado de Atapuerca son un monumento nacional intocable,
pero repleto de claroscuros. Tiene sus luces, y muchas. Pero Atapuerca
es, a mi entender, sin�nimo de misterio y tambi�n de pol�mica. Atapuerca
est� oscurecida por largas sombras y pronunciadas sospechas. Hoy por
hoy, el hombre de Atapuerca, llamado cient�ficamente 'Homo antecessor',
no es el primer europeo. Tampoco el primer espa�ol. Y, ni mucho menos,
el 'eslab�n perdido'" (p. 163).

Eludamos la referencia al 'eslab�n perdido' que el autor se saca de la
manga y concedamos que los vestigios de hom�nidos de hace 1,8 millones
de a�os hallados en Dmanisi (Georgia) se encuentran geogr�ficamente en E
uropa, �cu�l es el primer hom�nido conocido que habit� la Pen�nsula?
Carde�osa afirma que el denominado 'hombre de Orce'. Y, para respaldar
su aseveraci�n, no duda en volver a falsear la realidad. "Hay algo que,
seg�n todos los investigadores, no admite discusi�n: el 'hombre de Orce'
fue 'Homo'" (p. 63), dice en apoyo un f�sil que, sin embargo, rechaza la
mayor�a de los especialistas. Porque el autor de 'El c�digo secreto'
vuelve aqu� a mentir: Josep Gibert se ha quedado pr�cticamente solo en
la defensa de la humanidad de los restos de Orce, lo que no significa
que los yacimientos de la vega granadina no vayan a deparar en los
pr�ximos a�os sorpresas deseadas por todos los paleoantrop�logos
espa�oles. Si Carde�osa hubiera hablado alguna vez con Arsuaga, Berm�dez
de Castro y Carbonell cosa que no ha hecho les habr�a o�do decir
repetidamente que la carrera por 'el m�s antiguo de' es est�pida y
anticient�fica, que esa imagen que �l presenta de la investigaci�n
paleoantropol�gica como una competici�n en la que los protagonistas poco
menos que se apu�alan por defender 'sus' f�siles y someten la evidencia
al orgullo no tiene nada que ver con la realidad. Reducir Atapuerca al
'primer europeo' es un desprop�sito: estamos hablando de unos
yacimientos que resumen el �ltimo mill�n de a�os de historia humana en
Europa, en los que se ha encontrado una nueva especie, con una riqueza
de f�siles humanos inigualable, con abundancia de restos de cultura
material, etc�tera. Pero, a�n siendo una muestra de frivolidad supina,
no es esto lo m�s grave. Se puede entender que, en su �nimo de
reescribir la historia a su gusto, Carde�osa tergiverse una vez m�s la
realidad. Lo dif�cilmente comprensible es que alguien que firma una obra
sobre la evoluci�n humana se haga un l�o de proporciones may�sculas con
lo hallado en Atapuerca, un l�o que, en esta ocasi�n, no creo
malintencionado, sino simplemente consecuencia de la ignorancia.

Como casi todo el mundo sabe, hay dos zonas particularmente famosas en
las excavaciones de Atapuerca: la Sima de los Huesos y la Gran Dolina.
La primera es una cavidad situada al fondo de una ca�da vertical de
trece metros en las profundidades de Cueva Mayor. La segunda es una
cueva que se excava al aire libre porque sali� a la luz cuando se abri�
la Trinchera del Ferrocarril a finales del siglo XIX. En la Sima de los
Huesos, se han encontrado restos de una treintena de 'Homo
heidelbergensis', que datan de hace 300.000 a�os y cuya disposici�n
lleva a sospechar a Arsuaga, Berm�dez de Castro y Carbonell que nos
encontramos ante el primer enterramiento conocido. En aquella �poca, la
sima estaba conectada con el exterior por una boca despu�s cegada, y los
investigadores creen que por all� tiraban los 'Homo heidelbergensis' a
los cad�veres para que quedaran depositados al fondo de la cavidad. Los
restos de la Gran Dolina son muy diferentes y mucho m�s antiguos. Datan
de hace unos 800.000 a�os y corresponden a individuos de 'Homo
antecessor' que, a partir de las huellas de descarnaci�n que presentan
los huesos, fueron v�ctimas de un banquete can�bal ritual. De un
fen�meno cultural que, en opini�n de Arsuaga, no era habitual. Pues
bien, este simple puzzle es de imposible comprensi�n para Carde�osa,
que, gracias a la publicaci�n de su libro, transmitir� su ignorancia a
los lectores que se acerquen por primera vez a los hallazgos de
Atapuerca.

El autor de 'El c�digo secreto' dice que "aquellos supuestos antecesores
no viv�an en el interior de la Gran Dolina, sino que fueron arrojados,
es de suponer que ya sin vida, por otros hom�nidos de la �poca. En
realidad, la cueva vendr�a a ser el primer cementerio del que tendr�amos
constancia" (p. 175). Los adjetivos sobran ante esta muestra de
ignorancia. Carde�osa confunde la Sima de los Huesos con la Gran Dolina,
y 'Homo antecessor' con 'Homo heidelbergensis', juntando de un plumazo
medio mill�n de a�os de historia y mezclando episodios que no tienen que
ver entre s�. Por ello, provoca la risa que alguien capaz de plasmar con
tanta desverg�enza su ignorancia para que quede memoria hist�rica de
ella en forma de libro la existente en forma de art�culos y programas de
radio es apabullante afirme que "todos podemos" elaborar nuestros
propios �rboles geneal�gicos sobre el origen del hombre, "no olvidemos
la figura del m�s conocido experto del mundo, Richard Leakey, que
decidi� abandonar la universidad para investigar" (p. 44). Una
desfachatez que se entiende mejor cuando Carde�osa tampoco duda en
adentrarse como elefante en cacharrer�a en el campo de la gen�tica y nos
descubre que "cada cromosoma [humano] puede tener m�s de 30.000 genes"
(p. 202). �Impresionante! El n�mero de nuestros genes oscila entre
30.000 y 40.000, seg�n las estimaciones de los especialistas, frente a
los alrededor de 100.000 que se cre�a hace unos a�os. Sin embargo,
Carde�osa habla de "m�s de 30.000 genes" en �cada cromosoma!, lo que
multiplicado por los veintitr�s cromosomas supondr�a que el genoma
humano tendr�a unos 700.000 genes. Este error demuestra su categor�a
profesional y pone en su justo t�rmino la credibilidad que merece.

Una evoluci�n teledirigida

Podr�a extenderme mucho m�s en esta cr�tica, pero voy, en este �ltimo
tramo, a presentar en pocas pinceladas las disparatadas conclusiones del
autor, deteni�ndome, eso s�, en la idea que da origen al t�tulo.
Carde�osa se carga lo que sabemos de la evoluci�n humana, bas�ndose en
pruebas que ning�n cient�fico considera como tales y apoy�ndose en
material recopilado por antievolucionistas confesos como Michael A.
Cremo y Richard L. Thompson. As�, concluye que ya hab�a seres humanos en
la �poca de los dinosaurios y que existieron 'Homo sapiens' en Europa,
�frica y Am�rica hace decenas de millones de a�os. Todas esas
Humanidades, sin embargo, se extinguieron  y nosotros somos los
descendientes de otra que surgi� hace unos 150.000, lo que dice la
'ciencia oficial'. Mantiene Carde�osa tambi�n que tenemos algo de
neandertales, por mucho que hasta el momento lo que se ha demostrado es
que no es as�, y que de hecho  hom�nidos que se creen extintos siguen
habitando entre nosotros:  neandertales ser�an los abominables hombres
de Rusia y Asia Central, pero tambi�n algunas poblaciones de Marruecos;
'Homo erectus' ser�an "los 'hombres salvajes' de algunas islas
asi�ticas"; 'Australopithecus', los monstruos humanoides africanos; y
'Gigantopithecus', el Yeti y otros. "En definitiva, los eslabones de la
cadena humana permanecen a�n vivos sobre la faz de la Tierra, esperando
el momento en que la ciencia se ocupe de ellos" (p. 378), sentencia el
autor.

Bruno Carde�osa titula su libro 'El c�digo secreto' por la sencilla
raz�n de que cree en una evoluci�n teledirigida o, lo que es lo mismo,
en una evoluci�n que no es otra cosa que un creacionismo disfrazado.
Para �l, la vida no s�lo lleg� del espacio abraza la tesis de la
panespermia, sino que "los mecanismos primigenios que dieron origen a la
vida estuvieron regidos por unas 'leyes' ajenas a la evoluci�n" y que
"aquellas primitivas formas de vida ten�an en su soporte interno algo
parecido a una 'orden': evolucionar hacia formas m�s complejas.
Dispon�an, en suma, de un 'c�digo secreto' que se�ala que el objetivo
�ltimo de la evoluci�n es el 'Homo sapiens'" (p. 397). �sta es la
conclusi�n de una obra que pretende ser "un libro de denuncia que quiere
poner sobre la mesa cientos de peque�as pruebas e indicios que deber�an
obligar a los cient�ficos a reescribir la historia", y que se desinfla
como un globo en cuanto se leen las primeras l�neas.

A�n as�, dada la carga de profundidad antievolucionista y anticient�fica
de 'El c�digo secreto', dados los disparates, las interpretaciones
err�neas y las tergiversaciones que se suceden p�rrafo a p�rrafo, dado
que el libro puede llegar a manos de lectores ingenuos que conf�en en la
veracidad de sus contenidos y en la sabidur�a del autor,  la comunidad
cient�fica en general  y, en especial, los estudiosos de nuestro pasado
m�s remoto arque�logos y paleoantrop�logos no han de permanecer en
silencio y deben informar a la editorial (mail en grijalbo.com) de la
basura que ha publicado. Si no, que nadie se queje si alguna vez la
magn�fica labor de divulgaci�n que se est� haciendo en nuestro pa�s
sobre hallazgos como los de Atapuerca sucumbe ante el empuje de los
abanderados de la sinraz�n y el oscurantismo.

Bruno Carde�osa: 'El c�digo secreto. Los misterios de la evoluci�n
humana'. Editorial Grijalbo (Col. "Huellas Perdidas"). Barcelona. 418
p�ginas.

Agradecimientos

A Jos� Mar�a Bello por haberme guiado en algunos tramos oscuros, haber
colaborado desinteresadamente en la b�squeda de informaci�n y haber
aportado mejoras sustanciales al original. A Julio Arrieta, Pedro Luis
G�mez Barrondo, Borja Marcos y V�ctor R. Ruiz por haber le�do el
original con minuciosidad y haber detectado errores que, gracias a
ellos, han sido subsanados. Cualquier error en este texto es
responsabilidad exclusiva del autor.

� 2001, Luis Alfonso G�mez.

[Nota de la Redacci�n] * Al cierre de este n�mero hemos sabido que sin
motivo aparente la editorial Grijalbo ha decidido retrasar la
distribuci�n del mamotreto de Bruno Carde�osa. As�, el libro "El c�digo
secreto", cuya salida al mercado era inminente, tardar� dos semanas m�s
en contaminar con sus desprop�sitos los estantes de nuestras librer�as y
las cabezas de sus futuros lectores. Probablemente sea tarde ya para
evitar el atentado cultural que supone la edici�n de la presente obra
pero lo que a buen seguro nadie puede negarnos es el derecho a mostrar
nuestro descontento - en la direcci�n mail en grijalbo.com - con una
pol�tica editorial que, en aras de un supuesto beneficio econ�mico,
desde�a la calidad de los contenidos de sus publicaciones.