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[escepticos] El Factor Dios (carta para creyentes)



Hola :-)

Me permito copiar aquí un artículo de Saramago que creo será de interés a la
corrala
Saludos
Carlos

URL ----------------------->
http://www.elpais.es/articulo.html?xref=20010918elpepiopi_7&type=Tes&anchor=elpepi
opi&d_date=2001-09-18
<------------------ Copiar entera

"EL FACTOR DIOS por José Saramago

En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a
la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un
oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de
imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones
podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos
sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún
lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que
quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la
cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una
segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los
soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras
algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a
martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras.
Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales
norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo
islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por
el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del
Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre
los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.

Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara,
las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica
expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al
principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica
más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de
efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes
aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal
inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta.
El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron
al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror
aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de
aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un
abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y
monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella
Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas
ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y
apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de
arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y
Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones
para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir
de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las
peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más
criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que,
desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre
de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han
servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido
y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas
violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos
capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la
vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta
verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier
religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes
contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre,
el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar
nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos
amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a
una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice
Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que
precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y
justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel.
Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una
organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que
deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio
pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el
más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el
derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.

Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha
existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para
colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego
justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras
los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos
los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la
acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las
páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano,
prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el
`factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y
señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los
billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de
Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en
lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade
Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra
las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios
responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido
ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente
igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión
que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las
intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer,
el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer
del hombre una bestia.

Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la
repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase
al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el
sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y
que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado
a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu
humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado
demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose."