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[escepticos] Lovelock y energía nuclear



Han publicado el articulito de Lovelock en El Pais de hoy. Lo envío por si
alguien no lo ha leido.

En mi opinión: está escrito para los ecologístas de la rama integrista, y
usa su mismo lenguaje apocalíptico. Si así se consigue convencer a alguien
de que la energía de origen nuclear es buena, pues bienvenido sea...  

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JAMES LOVELOCK
La energía nuclear es la única solución ecológica  
 
James Lovelock es científico independiente, ecologista y creador de la
hipótesis Gaia, que considera a la Tierra como un organismo autorregulado.
Autor, entre otros libros, de Las edades de Gaia (Tusquets Editores). ©
James Lovelock / The Independent, 2004. Traducción de News Clips.
 
EL PAÍS  |  Opinión - 20-06-2004     
 
No tenemos tiempo para investigar con visionarias fuentes de energía; la
civilización está en peligro inminente. Sir David King, principal científico
del Gobierno británico, tenía razón cuando dijo que el calentamiento del
planeta es una amenaza más grave que el terrorismo. Incluso puede haber
subestimado el peligro, porque, desde que lo dijo, han surgido nuevos
indicios de cambio climático que dan a entender que podría ser aún más grave
y convertirse en el mayor peligro al que se ha enfrentado la civilización
hasta ahora. La mayoría de nosotros somos conscientes de cierto
calentamiento: los veranos son más cálidos y la primavera llega antes. Pero
en el Ártico, el calentamiento es más del doble del experimentado aquí, en
Europa, y durante el verano, torrentes de agua procedente del deshielo caen
ahora de los altísimos glaciares de Groenlandia. La completa disolución de
las montañas de hielo de Groenlandia llevará tiempo, pero para entonces el
mar habrá subido siete metros, lo suficiente como para volver inhabitables
todas las ciudades costeras del mundo, como Londres, Venecia, Calcuta, Nueva
York y Tokio. Hasta un ascenso de dos metros es suficiente para anegar bajo
el agua la mayor parte del sur de Florida. El hielo que flota en el océano
Ártico es incluso más vulnerable al calentamiento; en 30 años, este hielo
blanco reflectante, que ocupa un área del tamaño de Estados Unidos, puede
convertirse en un oscuro mar que absorba el calor de la luz veraniega y
acelere aún más el final del hielo de Groenlandia. El Polo Norte, objetivo
de tantos exploradores, no será entonces más que un punto en la superficie
océanica.

No sólo el Ártico está cambiando; los climatólogos advierten que un ascenso
de la temperatura de cuatro grados es suficiente para eliminar las enormes
selvas amazónicas, una catástrofe para sus pobladores, para su biodiversidad
y para el mundo, que perdería uno de sus grandes acondicionadores de aire
naturales. Los científicos que forman el Panel Intergubernamental sobre el
Cambio Climático informaron en 2001 de que la temperatura del planeta
subiría entre dos y seis grados de aquí a 2100. Su lúgubre predicción se
hizo perceptible en el excesivo calor del verano pasado; y, de acuerdo con
los meteorólogos suizos, la oleada de calor que abarcó toda Europa y mató a
20.000 personas fue completamente distinta de cualquier oleada de calor
anterior. Las probabilidades de que se tratara de una mera desviación de la
norma son de una contra 300.000. Era una advertencia de lo peor que aún está
por venir. Lo que convierte al calentamiento de la Tierra en algo tan grave
y urgente es que el gran sistema terrestre, Gaia, está atrapado en un
círculo vicioso de reacción positiva. El exceso de calor de cualquier
fuente, ya sean los gases invernadero, la desaparición del hielo del Ártico
o de las selvas amazónicas, se amplifica, y sus efectos son superiores a la
mera suma. Es casi como si provocáramos un fuego para calentarnos y no nos
diéramos cuenta, al apilar el combustible, de que el fuego se había
descontrolado e incendiado los muebles. Cuando esto sucede, queda poco
tiempo para apagar el fuego antes de que consuma la casa. Igual que un
incendio, el calentamiento del planeta se está acelerando y casi no queda
tiempo para actuar.

¿Qué deberíamos hacer? Podemos seguir simplemente disfrutando de un siglo
XXI más cálido mientras dure, y hacer que los intentos de maquillaje, como
el Tratado de Kioto, oculten la vergüenza política del calentamiento del
planeta, y esto es lo que me temo que ocurrirá en buena parte del mundo.
Cuando, en el siglo XVIII, sólo vivían en la Tierra 1.000 millones de
personas, su impacto era suficientemente reducido como para que no importara
la fuente de energía que usasen. Pero con 6.000 millones y en aumento,
quedan pocas opciones; no podemos seguir sacando la energía de los
combustibles fósiles y no hay posibilidad de que las fuentes renovables,
viento, mareas y corrientes de agua, consigan proporcionar energía
suficiente y a tiempo. Si tuviéramos 50 años o más, podríamos convertirlas
en nuestras fuentes principales. Pero no tenemos 50 años; la Tierra está ya
tan discapacitada por el insidioso veneno de los gases invernadero, que
incluso si abandonáramos todos los combustibles fósiles inmediatamente, las
consecuencias de lo que ya hemos hecho durarían 1.000 años. Cada año que
seguimos quemando carbono empeora las perspectivas para nuestros
descendientes y para la civilización.

Peor aún, si quemásemos cosechas plantadas ex profeso para obtener
combustible, podríamos acelerar nuestro declive. La agricultura ya usa una
parte muy elevada del espacio que necesita la Tierra para regular su clima y
su química. Un coche consume entre 10 y 30 veces más carbono que su
conductor; imaginemos cuánto terreno más haría falta para alimentar el
apetito de los coches. Desde todos los puntos de vista, debemos usar de
manera sensata la pequeña aportación que poseemos de las energías
renovables, pero sólo hay una fuente inmediatamente disponible que no
provoque calentamiento planetario, y ésa es la energía nuclear. Cierto que
la combustión de gas natural libera sólo la mitad del dióxido de carbono que
la del carbón o el petróleo, pero el gas no quemado es un agente invernadero
25 veces más potente que el dióxido de carbono. Hasta una pequeña fuga
neutralizaría la ventaja del gas.

El panorama es desolador, e incluso si actuamos con eficacia en la mejora,
nos quedan todavía tiempos difíciles, como en una guerra, que pondrán a
nuestros nietos en situaciones límite. Somos fuertes y haría falta algo más
que una catástrofe climática para eliminar todas las parejas humanas con
capacidad reproductiva; lo que corre riesgo es la civilización. Como
animales individuales no somos tan especiales, y en algunos aspectos
constituimos una enfermedad planetaria, pero con la civilización nos
redimimos y nos convertimos en un activo precioso para la Tierra; en buena
medida, porque a través de nuestros ojos la Tierra se ha visto en toda su
gloria. Está la posibilidad de que podamos salvarnos gracias a un
acontecimiento inesperado, como una serie de erupciones volcánicas
suficientemente graves como para bloquear la luz solar y enfriar la Tierra.
Pero sólo los perdedores se jugarían la vida por una apuesta con tan pocas
probabi-lidades. Con todas las dudas que pueda haber sobre los climas
futuros, no cabe duda de que los gases invernadero y las temperaturas están
aumentando.

Nos hemos mantenido en la ignorancia por muchas razones; entre ellas, una de
las importantes es la negación del cambio climático en Estados Unidos, cuyos
gobiernos no han dado a los meteorólogos el apoyo necesario. Los grupos de
presión ecologistas, que deberían haber dado prioridad al calentamiento del
planeta, parecen más preocupados por las amenazas a las personas que por las
amenazas a la Tierra, sin darse cuenta de que formamos parte de la Tierra y
dependemos por completo de su bienestar. A lo mejor hace falta un desastre
peor que las muertes acaecidas el pasado verano en Europa para despertarnos.
La oposición a la energía nuclear se basa en el temor irracional alimentado
por la ficción a lo Hollywood, los grupos de presión ecologistas y los
medios de comunicación. Se trata de unos temores injustificados, y desde su
inicio en 1952, la energía nuclear ha demostrado ser la más segura de todas
las fuentes de energía. Debemos dejar de asustarnos por los diminutos
riesgos estadísticos de cáncer provocados por sustancias químicas o por las
radiaciones. De todas formas, casi la tercera parte de todos nosotros morirá
de cáncer, principalmente porque respiramos un aire cargado con un
carcinógeno que todo lo invade: el oxígeno. Si no concentramos nuestra mente
en el peligro real, que es el calentamiento del planeta, podemos morir
incluso antes, como hicieron más de 20.000 desventurados europeos por el
exceso de calor del verano pasado.

Me parece triste e irónico que el Reino Unido, que lidera el mundo por la
calidad de sus expertos en geología y climatología, rechace sus advertencias
y sus consejos y prefiera escuchar a los ecologistas. Pero yo soy ecologista
y ruego a mis amigos del movimiento que abandonen su equivocada objeción a
la energía nuclear. Incluso aunque tuvieran razón respecto a sus peligros,
que no la tienen, su uso en todo el mundo como principal fuente de energía
supondría una amenaza insignificante en comparación con los peligros de unas
oleadas de calor intolerables y mortales, y de un ascenso del nivel del mar
capaz de anegar todas las ciudades costeras. No tenemos tiempo para
experimentar con fuentes de energía visionarias; la civilización se
encuentra en peligro inminente y tiene que usar la energía nuclear, la única
fuente de energía segura de que disponemos ahora, o sufrir el dolor que
pronto nos infligirá nuestro ultrajado planeta.