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Puré de reno



¿Es legítimo afirmar la inexistencia de, por ejemplo, los chupacabras?

Estamos ante una clásica cuestión de conflicto entre *filosofía* y *sentido
común* cuyo contenido es absolutamente artificial fuera del discurso
puramente filosófico y se deriva de un problema laboral: Puesto que la
totalidad de las áreas del conocimiento humano han sido parceladas para su
explotación por los más diversos especialistas y nadie reconoce a los
filósofos el derecho de paso por sus propiedades, resulta que el análisis
conceptual/lingüístico es la única finca que pueden explotar los filósofos
sin riesgo de invadir campos ajenos. Antes de que se me mosquee Jorge,
nuestro filólogo escéptico, aclaro que me estoy refiriendo a preguntas de
honda tradición platónica del tipo ¿Qué es la certeza?.

En resumen, un filósofo es una persona que responde con un artículo a una
pregunta que el resto de la humanidad respondería con un ¡váyase usted al
carajo! ;-D.

El caso es que David Hume (firme candidato a ser el santo patrón de los
escépticos si los escépticos fuésemos un gremio profesional) tras pasar una
temporada en Turín, tenía el cuerpo golfo y decidió liarla bien liada para
lo que escribió un precioso libro  *An Enquiry Concerning Human
Understanding* (1748) con la pretensión de hacer una especie de divulgación
de la primera parte de su famoso *Tratado de la naturaleza humana*. La
conclusión fundamental del libro es que, dado que la ciencia trata
"cuestiones de cantidad y de número" como instrumentos para investigar las
"cuestiones de hecho y de existencia", tales deben ser los objetivos del
conocimiento humano. 

Por cierto, Hume es autor de algunas frases que, sin duda alguna,
provocarían la felicidad de los aguerridos polemistas que tenemos de visita
en esta corrala escéptica. Por ejemplo, en la sección XII de *A Enquiry*
escribe:

*Si afanosos, nos dirigimos a las bibliotecas convencidos de estos
principios, ¿qué enormes estragos nos veríamos inducidos a hacer?. Tomemos
al azar una obra, por ejemplo sobre la divinidad o sobre la metafísica
tomista. Nos preguntaremos: ¿Contiene un razonamiento abstracto sobre
cuestiones de número o de cantidad?. ¡No! ¿Contiene un razonamiento
experimental sobre una cuestión de hecho y/o de existencia?. ¡No!. Por lo
tanto, arrojémosla a la hoguera puesto que sólo contiene superchería e
ilusión.*

Como Hume era un sincero enemigo de la censura (¡era una de sus víctimas!)
y, por razonamiento experimental sabía que las hogueras servían (y sirven)
para quemar los libros de los escépticos (y a los propios escépticos), es
evidente que no hay que tomar la frase como una sugerencia.

La continuación del pensamiento de Hume a partir de aquí, va a encarrilarse
por las especulaciones sobre psicología y moral que, a pesar de su
importancia capital en el desarrollo de las libertades humanas, no es de
recibo tratar en este ya largo tocho erudito.

Una consecuencia secundaria del discurso humeniano es que su definitivo
triunfo sobre la metafísica escolástica reavivó el interés por la
metafísica agustiniana, considerada lógicamente mucho más endeble pero que
se reveló como muy resistente a las críticas empíricas, incluso
provenientes del propio Kant y que tendrían una enorme influencia en el
desarrollo de la cultura romántica en general y, muy particularmente en la
alemana. En el decimonónico jardín de la irracionalidad florecieron algunos
arbustos tan enormemente atractivos que fueron trasplantados a otros
lugares y acabaron convirtiéndose en plantas decorativas que siguen
sirviendo de ornato en los escritos de los crédulos de las familias y
estirpes más variadas.

Una de ellas es el paradigma nominalista del universal: "Un *Universal* es
un término general que se usa para describir rasgos recurrentes del mundo,
sin que sea parte de su naturaleza la representación de un tipo especial de
objeto abstracto". El paradigma es manifiestamente veraz: el término
"piedra" es de enorme utilidad y no implica que exista una "piedreidad"
abstracta como pretendía Platón.

Los irracionalistas, entusiasmados con este instrumento no cayeron en la
cuenta del enorme poder condicionante de la segunda parte del paradigma.
Tampoco entendieron que de la existencia de un término no se deduce la
existencia del concepto al que el término dota de nombre. 

Prefiero que, a partir de aquí, vosotros mismos contestéis a la pregunta
inicial:

¿Es legítimo afirmar la inexistencia de, por ejemplo, los chupacabras?

A la que un corralero ha añadido un colofón genial:

¿Es necesario hacer puré de reno para demostrar que los renos no vuelan?.

Perdón por el coñazo.

Xoan M. Carreira
<xoanmc en lix.intercom.es>