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[escepticos] Artículo de Javier Armentia en EL CORREO



Artículo de Javier Armentia que fue publicado en el periódico bilbaíno EL
CORREO el sábado 4 de octubre y pude leerse con los formatos originales en
la edición electrónica del diario: http://www.diario-elcorreo.es.
Saludos,

Luis Alfonso Gámez
vader en ctv.es
http://www.ctv.es/USERS/vader

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Hace 40 años cambió el mundo


JAVIER E. ARMENTIA*


Hojeando el periódico estos días: más imágenes y datos de Marte enviados
desde una pequeña base robotizada que se posó allí hace tres meses; la
estación espacial Mir, parece que reparada, permite recomenzar las labores
que llevarán dentro de dos años a la instalación de la nueva plataforma
orbital internacional; el próximo día 13 sale al espacio la misión
norteamericana y europea 'Cassini-Huygens' rumbo a Saturno, donde llegará
en el 2004; los satélites meteorológicos han detectado ya el calentamiento
de las aguas ecuatoriales del Pacífico que anuncia un nuevo Niño para este
invierno, cuyas consecuencias climáticas se harán sentir por todo el mundo;
otro satélite confirma el crecimiento del agujero de ozono antártico,
mientras otro más está realizando el primer mapa preciso de las masas de
tierra que conforman ese continente helado...

Si a eso le sumamos las imágenes que cada día tenemos del Meteosat, las
conexiones de telecomunicación intercontinentales establecidas por
satélites, que también son capaces de mandarnos televisión (ahora digital,
ya saben, ésa de la guerra...), nuevos fármacos y materiales, los
ordenadores personales, los mandos a distancia, el horno microondas o
incluso los pañales desechables, todos ellos fruto más o menos directo de
la tecnología espacial, nadie puede negar que esta última mitad del siglo
XX podría ser conocida adecuadamente como la Era Espacial.

Y todo esto por culpa de la guerra fría. Si un 4 de octubre de 1957 los
soviéticos fueron capaces de subir al espacio una bola de aluminio de poco
más de medio metro de diámetro, que hacía bip-bip, fue porque se dieron
cuenta, antes que los norteamericanos, de que las mismas tecnologías
militares que se estaban desarrollando para hacer llegar las cabezas
nucleares hasta la casa del enemigo podían ser adecuadas para irse fuera de
la Tierra. Fueron los cohetes R7 Zemorika los que elevaron al Sputnik 1, y
los que un mes después subieron el segundo ingenio de la serie, con una
tripulante a bordo: la perra Laika. Estos tiempos pioneros de lo que tan
acertadamente se ha llamado carrera espacial fueron un triunfo soviético
por goleada: tan evidente era el asunto incluso en el mundo libre que EEUU
tuvo que apostar demasiado fuerte para conseguir, más de dos decenios
después, ponerse la medalla de haber llegado antes a la Luna, y colocar su
bandera en vez de la enseña roja con hoz y martillo.

Hoy vivimos lo espacial como algo casi cotidiano, aunque nuestros nietos
sonreirán pensando que en nuestra época no éramos capaces todavía de subir
al espacio, viajar a la Luna o Marte, o vivir en una colonia espacial. Por
el momento, el espacio está al alcance solamente de instituciones
gubernamentales, y en unos pocos países de los ricos, pero vemos cómo la
nómina de países con satélite va aumentando, y ya hay algunas iniciativas
completamente privadas que han apostado por esta nueva dimensión
empresarial. En cualquier caso, la era espacial ha calado tan hondo en
nuestra civilización que no podemos sustraernos al cambio: desde la sartén
con teflón antiadherente que usamos en la cocina al paradigma del éxito
moderno, el teléfono móvil digital.

Curiosamente, si bien lo espacial ha facilitado ese movimiento hacia la
globalidad que se percibe en el pensamiento contemporáneo, desde las
preocupaciones medioambientales al comercio internacional, lo cierto es que
los ciudadanos de esta aldea tan global seguimos con nuestras
preocupaciones tan locales. En todos los órdenes, estamos viviendo una
regresión a casi lo medieval: incapaces de comprender este pandemonio
científico y tecnológico, acudimos a él como ante una nueva liturgia, una
nueva religión. Hay así una actitud entre reverente y temerosa de lo que
puede ser el futuro, y a menudo un querer esconder la cabeza en el suelo
por si acaso.

El transmisor de radio que hacía bip-bip desde la Sputnik 1 nos mandaba
también un aviso, que no supimos captar hace cuarenta años, ni captamos
ahora. No basta con dejar que un interés (el que sea, como sea) vaya
permitiendo logros para la sociedad, si nosotros mismos no nos sentimos
partícipes de ello. Este aniversario podría permitir que nos diéramos
cuenta de que hoy hace cuarenta años cambió el mundo, de manera
irreversible. No lo hará, y aún menos nos llegaremos a dar cuenta de que,
hoy, casi día a día se produce un suceso que nos aleja a los humanos de lo
que fuimos y nos lanza de lleno a un futuro que no alcanzamos a comprender.

* Javier E. Armentia es astrofísico y director del Planetario de Pamplona.