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[escepticos] RV: [ACCC] Referéndum suizo



-----Original Message-----
De: Vladimir de Semir <vsemir en vanguardia.es>
Para: accc en aleph.pangea.org <accc en aleph.pangea.org>
Fecha: jueves 11 de junio de 1998 17:47
Asunto: [ACCC] Referéndum suizo


Fernando Peregrin comenta, con razón, que la prensa española casi no ha
comentado el referéndum suizo, y tiene razón (seguramente es porque no se
trataba de anunciar el descubrimiento de "el gen que predestina la tendencia
periodística a hablar del gen de...")
Pero hay una excepción: La Vanguardia publicó ayer miércoles un largo
artículo
sobre la cuestión. Adjunto la copia (aunque no es exactamente ­pero casi­ la
versión aparecida, por el obligado ajuste editorial al espacio del que se
disponía).
Por otro lado, el texto del inefable Carlitos de Inglaterra se puede
encontrar en
la web del "Dialy Telegraph"

ADVERTENCIA: sigue un texto algo largo...


Voto por la ciencia

Cienciofilia 2 - Cienciofobia 1

El pueblo suizo decide en referéndum no frenar los avances de la ingeniería
genética y de la biotecnología

La iniciativa popular contra las manipulaciones genéticas sólo fue apoyada
por el
33,4 % de los votantes, mientras el 66,6 % decidió dejar abierta la puerta a
la
producción y utilización de animales transgénicos, al cultivo de plantas
genéticamente modificadas y a la concesión de patentes tanto para la
modificación genética de animales y vegetales como para los productos que se
pudieran derivar



"Hoy día se observa cierto desencanto frente a la ciencia, sobre todo en los
países industrializados" ­escribía el filósofo y antropólogo Georges
Kutukdjian,
director de la Unidad de Bioética de la Unesco, en el reciente número del
mes de
mayo de El Correo de la Unesco. Y el citado artículo continuaba:
"El progreso científico plantea, en efecto, algunos interrogantes
apremiantes,
por ejemplo en el campo de la genética.
¿Quién puede arrogarse, y basándose en qué proyecto social, el derecho a
determinar las prioridades y las opciones en materia de investigación
científica
y de desarrollo tecnológico? ¿Cómo decidir en qué momento preciso los
riesgos
inherentes al progreso científico dejan de ser democráticamente aceptables?
¿Qué grado de responsabilidad y de solidaridad con nuestros contemporáneos y
las generaciones venideras tenemos derecho a esperar del individuo y de la
comunidad? Las respuestas a estos interrogantes rebasan con mucho el marco
limitado de las deontologías profesionales y de las fronteras nacionales. En
un
mundo que se caracteriza por una diversificación sin precedentes de los
puntos
de vista, es indispensable luchar, más que nunca, por la emergencia de
valores
que contribuyan a mejorar la convivencia humana en el plano tecnológico,
ecológico y social. Un enfoque ético de al ciencia exige que los que poseen
capacidad de decisión, los especialistas y los representantes de la sociedad
civil
participen en un auténtico intercambio de ideas y de experiencias a fin de
identificar claramente los problemas, formular orientaciones y proponer
cambios
de cara al porvenir."

Por primera vez en la historia

Esto es lo que ha ocurrido en Suiza, por primera vez en la historia, al dar
respuesta con el sufragio universal a la iniciativa popular ­avalada por
110.000
firmas­ que en 1993 impulsó un referéndum para dilucidar la oportunidad o no
de
proceder a "la protección de la vida y del medio ambiente contra las
manipulaciones genéticas", iniciativa explícitamente contraria al avance y
desarrollo en el campo de la ingeniería genética.
Tras años, meses y semanas de debate público, el domingo se plesbicitó la
prosecución o no de la investigación genética y biotecnológica en el país en
la
que están radicadas la mayoría de las principales industrias farmacéuticas y
agroalimentarias de Europa (y, en buena parte, del mundo). Este inédito e
insólito
referéndum, en el que se debatía tanto el conocimiento ­o quizá mejor:
desconocimiento­ de las técnicas más avanzadas de la ciencia actual y sus
trascendentales aplicaciones futuras como las convicciones más personales de
los ciudadanos, se saldó finalmente con un voto cuyo resultado es favorable
en un
66,6 por ciento a proseguir con las investigaciones científicas derivadas de
la
biología molecular y genética, mientras un 33,4 por ciento de la población
de la
totalidad de los cantones suizos eran partidarios de la interdicción de
continuar
con la producción y utilización de animales transgénicos, el cultivo de
plantas
genéticamente modificadas y la concesión de patentes tanto para la
modificación
genética de animales y vegetales como para los productos que se pudieran
derivar de ellos, incluidas las posibles vacunas biotecnológicas.
Naturalmente, no sólo estaban en juego concepciones opuestas de lo que
significa
el desarrollo del conocimiento científico, sus aplicaciones y un determinado
modelo de futuro, sino que el envite que la conocida y singular  democracia
directa suiza ha afrontado y resuelto en las urnas suponía el freno y casi
segura
deslocalización de medio millar de proyectos de investigación que están en
curso
en los aproximadamente 180 centros de investigación especializados
existentes
en Suiza, que apadrinan industrias como Novartis y Roche, que se encuentran
entre los grupos líderes mundiales en investigación farmacéutica y
agroalimentaria. Además de los enormes intereses económicos en juego, se
calcula que entre 4.500 y 5.000 científicos, y en total unos 40.000 empleos
estaban en la cuerda floja. Por otro lado, las patentes industriales
hubieran ido a
parar ineluctablemente a los Estados Unidos, aunque ello no quiera decir que
las
citadas industrias europeas hubieran quedado ajenas a ellas, ya que hace
algunos
años que empresas como Novartis o Roche han procedido a acuerdos ­compras o
fusiones­ con competitivas empresas norteamericanas líderes en la
investigación de las nuevas fronteras de la biología.
Los partidarios de proseguir con las investigaciones en curso también
argumentaban que una prohibición hubiera comportado la rápida fuga de los
mejores cerebros científicos ­y no sólo los que trabajan en la industria
privada
sino incluso los que realizan investigación básica en las universidades
públicas­
hacia otras latitudes y un empobrecimiento general de la ciencia europea, ya
que
se hubiera podido "contagiar" el proceso "retrógrado" en otros países del
continente europeo ­según palabras textuales de los partidarios de no poner
puertas al conocimiento científico y a sus posibles aplicaciones­. "Esta
claro
­argumentaba a la agencia Associated Press el domingo por la tarde el máximo
responsable de investigación del Grupo Novartis, Paul Linus Herrling­ que el
pueblo ha escuchado y comprendido nuestros argumentos".
Por su parte, el partido y los movimientos ecologistas y organizaciones de
consumidores ­algunos con la fuerte presión social que poseen grupos como
Greenpeace o la World Wildlife Fund­ consideraban que a pesar de haber
perdido
su propuesta se había sensibilizado a buena parte de la ciudadanía sobre los
riesgos que comporta el desconocimiento de cómo puede afectar a la cadena
alimenticia la introducción de organismos modificados genéticamente. La
diputada ecologista Ruth Gonseth ­una de las autoras de la petición que fue
votada el domingo­ reconocía a la agencia France Press que "la población
cree en
el progreso de la medicina", pero estimaba que de los debates se ha inferido
que
"las cosas están menos claras en el campo de la alimentación transgénica".

Los científicos salen a la calle

Por primera vez, una población ha tenido que definirse sobre una elección de
modelo de sociedad con la ciencia como eje del conflicto y también por
primera
vez los propios científicos han tenido que salir a la calle con sus batas
blancas
­metafóricas o no­ para intentar establecer puentes de entendimiento entre
sus
conocimientos especializados y las actitudes y lógicas prevenciones de una
población que difícilmente puede seguir y comprender el acelerado ritmo que
los
descubrimientos científicos han imprimido a este final del siglo. Certezas y
dudas han debido ser contrastadas y discutidas públicamente y los medios de
comunicación han tenido que desempeñar una responsabilidad que cada día
adquieren con mayor fuerza: la formación cultural de la población. El mes
pasado,
un científico involucrado en el debate reconocía a "Le Monde" (27 de mayo)
que
"actualmente dedicamos entre un 30 y un 40 por ciento de nuestro tiempo de
trabajo a explicar lo que hacemos y por qué lo hacemos". Incluso el premio
Nobel
de Medicina 1996, Rolf Zinkernagel, no ha dudado en mantener una sección de
opinión en el periódico más popular de la Confederación Helvética, "Blick".
La realidad es que las discusiones han demostrado que unos conocimientos tan
complejos como los que se derivan de los avances genéticos ­que en muchas
ocasiones son descontextualizados por algunos medios de comunicación cuando
exponen pretendidos descubrimientos de genes "antienvejecimiento" o
"portadores de la infidelidad"­ son un sujeto de debate harto difícil y se
prestan
mal a un ejercicio democrático, ya que los ciudadanos se han visto obligados
a
definirse sobre temas que sin duda escapan a su competencia y que han
llevado a
la sociedad suiza a una confrontación dialéctica más emocional que
conceptual. Y
buena prueba del grado de complejidad del tema planteado es que sólo un 40%
del
electorado acudió a las urnas para dirimir la polémica. La realidad es que
los
votantes suizos no se han dejado llevar por los miedos ­fundados o no, la
verdad
es que nadie puede afirmar tajantemente que en determinados casos no haya
algún tipo de peligro­ y han optado por dejar que se prosiga adelante a
pesar de
los riesgos que pueda comportar la expansión de una ciencia nueva y de los
problemas éticos inherentes, unos conocimientos que indudablemente necesitan
de un avance controlado y sobre todo responsable, y no basado únicamente en
la
perspectiva de las importantes consecuencias económicas que tendrán en un
futuro los diagnósticos y terapias médicas y las aplicaciones
agroalimentarias
derivadas de la capacidad humana para transformar la naturaleza ­animal y
vegetal­ con la ingeniería genética. ("Las instituciones científicas,
responsables
del marco moral en que sus investigadores trabajan ­afirma Kutukdjian en el
citado artículo de El Correo de la Unesco­, deben velar por que el afán de
lucro no
sea el motor exclusivo de la investigación, en perjuicio de objetivos más
nobles
como el deseo de preservar la vida y de mejorar el destino d la humanidad".)

"Un reino que pertenece a Dios"

Uno de los diarios influyentes de Suiza, "La Tribune de Genève", comentaba
en su
editorial del lunes: "Ayer Suiza sentó algunas bases importantes de su
futuro. Ha
dado de sí misma una imagen a la vez responsable y abierta. Suiza,  que
ofrece
voluntaria  una cara timorata y celosa de sus prerrogativas, ha osado
abrirse a la
investigación puntera, en el marco de las limitaciones de los riesgos
gracias a un
marco legislativo en plena evolución".
La casualidad quiso que también el lunes en la portada del asimismo
influyente
diario británico "The Daily Telegraph" se anunciara un artículo en páginas
interiores del mismísmo Carlos de Inglaterra bajo el elocuente título de
"Semillas del desastre".  El príncipe de Gales dejaba bien evidente su
posicionamiento: "Creo que la modificación genética de plantas o animales
lleva
a la humanidad a un reino que pertenece a Dios, y sólo a Dios".
Esta claro que el debate continuará en Suiza y en todo el mundo. Por ahora,
por lo
menos en Suiza, la "cienciofilia" ha ganado por 2 a 1 a la "cienciofobia",
pero
sólo es una batalla de un largo camino  que hemos iniciado. No debemos
olvidar
que estamos involucrados en uno de los mayores retos que nuestra capacidad
de
transformación de la naturaleza ­y que nos define como especie­ nos ha
planteado: la posibilidad de intervenir en la esencia misma de la vida.
Debemos
ser conscientes de que es la primera vez en la historia que los humanos
podemos
ser dueños de nuestro propio futuro como seres vivientes, y ello es un salto
cualitativo que nunca antes habíamos podido imaginar. Quizá por ello también
por
primera vez el debate social acompaña en paralelo a los propios avances
científicos.

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