1) Tratar enfermedades banales, enfermedades que de todas formas iban a curar por sí solas, sin médicos ni medicinas. El cuerpo humano se cura por sí solo en un buen número de casos y cuando esto ocurre, el enfermo atribuye la curación a cualquier cosa que estuviera practicando en ese momento. Ejemplo de ello son cuadros febriles virales, infecciones agudas benignas, diarreas agudas por protozoos, bacterias o virus, ingesta alimentaria, dolores musculares agudos por esfuerzos físicos intensos no habituales, herpes zóster o "majá", infecciones urinarias agudas, y otros. Una neumonía en una persona joven o adulta cura por sí sola, sin antibió- ticos ni médicos en la mayoría de los casos, y si ese joven fue atendido por un curandero o se le aplicó una pseudotera- pia le atribuye su curación a su poder. (Pero en un anciano o en un diabético o en alguna persona que tenga otra enfer- medad que disminuya su defensa inmunológica o se complique con otra enfermedad, puede tener consecuencias peores, en este caso puede fallar el curandero en un gran porcentaje). Muchas enfermedades tienen su propia duración y puede haber seguido su curso normal y dada la situación no son crónicas ni fatales, los propios procesos de recuperación del cuerpo generalmente restauran la salud del enfermo. Para que una terapia sea calificada de curativa, sus creadores deben demostrar que el número de enfermos curados exceden la proporción de los que se recuperaron sin ningún tratamiento (o que se recuperaron más rápido que los sin tratamiento). 2) Enfermedades crónicas que se manifiestan en crisis y la mayoría de las veces mejoran por sí solas (crisis transito- rias). Por ejemplo, el gran mal epiléptico, las crisis del asma bronquial. En estos casos, no abortar o interrumpir la crisis de inmediato con el tratamiento científico, trae progresivamente a largo plazo malas consecuencias: en el epiléptico, deterioro cerebral, y en el asmático, el enfise- ma. Muchas enfermedades son cíclicas. La artritis, lumbalgias, la esclerosis múltiple, alergias, trastornos gastrointesti- nales, son ejemplos de enfermedades cíclicas que normalmente alternan dos fases: la activa o sintomática y la silenciosa o asintomática. Como es de esperar, los enfermos buscan tratamiento durante la fase activa. Un pseudotratamiento tendrá repetidas oportunidades de aplicarse en esa fase activa la cual de todas formas evolucionara a la silenciosa. Tanto el enfermo como el curandero están propensos a mal interpretar esas recuperaciones naturales como si fuese una curación por la pseudoterapia. 3) El efecto placebo. El mayor motivo para que los remedios fraudulentos sean acreditados con mejorías subjetivas y ocasionalmente objetivas, es el efecto placebo. La historia de la medicina esta llena de ejemplos de lo que, en retros- pectiva parecen procedimientos excéntricos que una vez fueron aprobados con entusiasmo por médicos y pacientes a la vez. Erróneas atribuciones de este tipo surgen de la falsa presunción de que un cambio en los síntomas luego de un tratamiento, debe ser una consecuencia específica de ese procedimiento. Mediante una combinación de sugestiones, creencias, expectativas, reinterpretaciones, y distracción de la atención, los pacientes a los que se le han dado tratamientos biológicamente inútiles pueden luego experimen- tar alivio. Algunas respuestas placebo producen cambios reales en la condición física, otras son cambios subjetivos que hacen que los pacientes se sientan mejor aunque no haya ocurrido ningún cambio objetivo en la enfermedad. A través del contacto repetido con los procedimientos tera- péuticos científicos todos nosotros desarrollamos, semejante a los perros de Pavlov, reacciones condicionadas en varios sistemas fisiológicos. Luego, dichas respuestas pueden ser disparadas por la situación, rituales, ambientes, o informa- ción verbal que señala el acto de "estar siendo tratado". Entre otras cosas, los placebos pueden causar la liberación por parte del cuerpo de analgésicos tipo morfina o endorfi- nas. Debido a que estas respuestas condicionadas pueden ser paliativas, aun cuando un tratamiento por sí mismo no se relaciona fisiológicamente con la fuente de enfermedad, las supuestas terapias deben ser probadas contra un grupo con similares pacientes que reciben un tratamiento simulado que se parece al "real" excepto que el supuesto ingrediente activo se oculta, este es el llamado grupo control placebo. Es esencialmente importante que los enfermos en dichas pruebas sean asignados al azar a sus respectivos grupos y que ellos estén a "ciegas", lo cual significa, que no saben a cuál grupo pertenecen, si están recibiendo el ingrediente activo o el placebo. Debido al poder de lo que los psicólo- gos llaman expectativa y efectos de adaptabilidad, es tan fuerte, por lo cual los terapeutas también deben estar a ciegas como los pacientes de cada grupo. Por lo tanto, el término a doble ciego es el estándar de oro de todo resulta- do investigativo. Tales precauciones son necesarias porque cualquier sugestión escasamente perceptible no intencionada puede ser expresada por los realizadores del tratamiento que no estén a ciegas, lo cual perjudica los resultados de la prueba. Igualmente, aquellos quienes evalúan los efectos del tratamiento también deben estar a ciegas, ya que existe un gran número de "experimentos perjudicados", demostrando que profesionales honestos y bien entrenados pueden incons- cientemente "entre leer" los resultados que ellos esperan obtener cuando ellos intentan valorar fenómenos complejos. Cuando se completa el ensayo clínico, la condición de a ciegas se rompe para realizar comparaciones estadísticas entre los grupos activo, placebo y sin tratamiento. Sólo si las mejorías observadas en el grupo con tratamiento activo exceden las de los dos grupos de control por una cantidad estadísticamente significativa, es que la terapia puede llamarse efectiva. Actualmente el Dr. Victor Herbert ha comprobado que los niveles de endorfinas suben por cualquier estímulo irritante como un pellizco en cualquier parte, o por varias activida- des como correr, meditar, y otras, por lo tanto, la acupun- tura no es la única. Se ha verificado que el lugar exacto de insertar agujas de acupuntura no se relaciona con el alivio del dolor u otros efectos clínicos obtenidos (Richardson y Vincent 1986). Otros investigadores han fallado al reprodu- cir con rigor la reversión de la analgesia acupuntural por la naloxona, antagonista de la morfina. Debe señalarse que el papel de las endorfinas en el alivio del dolor constitu- yen asuntos polémicos debido a que las concentraciones de endorfina en el plasma no se relacionan de forma consistente con los niveles de dolor experimentado por los humanos (Skrabanek 1985). Y finalmente, una elevación transitoria en los niveles de endorfina podría no representar de forma razonable el alivio prolongado del dolor como claman los acupunturistas, ni otras curas reconocidas en los sistemas de órganos que no se afectan las endorfinas. Añade el Dr. Herbert que el pellizco es menos invasivo que la acupuntura y carece de riesgos de transmisión de hepatitis y SIDA. También la inmovilización necesaria para insertar la aguja en los animales se ha demostrado que produce una especie de catatonia/analgesia por sí misma. (continuará...)
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