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[escepticos] FIN de Frank Close y Efecto Júpiter



    Hace un poco más de una semana un buen amigo arpío tuvo la
brillante idea de dejarme leer un increíble libro escrito por Frank
Close, prestigioso físico y buen divulgador, titulado "FIN. La
catástrofe cósmica y el destino del universo".
    Desde que empecé con su lectura he quedado francamente
impresionado por las increíbles imágenes que se desprenden de sus
narraciones (la verdad es que me paso el día mirando al cielo por si
he de esquivar algún pedrusco) ;.¬D))))).
    Habida cuenta de que según los agoreros de toda la vida es
probable que hoy sea nuevamente "el último día y el principio del Fin
del Mundo" he pensado que la lectura de un par de apartados del
capítulo 3 podría ser de vuestro interés (siempre y cuando claro está
los mencionados agoreros no tengan razón y os quede tiempo aún para
leerlo) X-DDDD
    Pues bien, aunque este mensaje pueda ser un poco largo, espero que
sea a su vez lo suficientemente interesante como para suplir su
excesiva extensión y para aportar un buen complemento a lo que hemos
podido leer estos días en la prensa de la mano de corraleros como
Armentia.

Saludos escépticos desde Bilbao.-((;.¬D))))
P.Data: El libro se titula "FIN. La catástrofe cósmica y el destino
del universo". Su autor es Frank Close y está publicado en Barcelona
por Editorial Crítica, S.A. en 1991 bajo el ISBN: 84-7423-490-5
Quien no lo haya leído si puede que no pierda la ocasión.

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COLISIONES EN EL SISTEMA SOLAR

 Entre 1962 y 1975 los Estados Unidos lanzaron una serie de naves
conocidas como sondas Mariner. Con ellas se obtuvo la primera visión
cercana de Marte, Venus y Mercurio. La ausencia de atmósfera del
planeta Mercurio permitió evidenciar la casi destrucción del planeta
entero. El Mariner envió fotografías del Mar Caloris de más de 1.500
kilómetros de diámetro. El cráter de Arizona es sólo un punto en el
desierto, mientras que el Mar Caloris llenaría todo el estado de
Arizona y gran parte de los seis estados que forman el ángulo
suroccidental de Norteamérica, casi una cuarta parte del subcontinente
entero. Las ondas sísmicas del choque fueron tan intensas que se
propagaron por todo el planeta produciendo montañas y desfiladeros en
la cara opuesta.
 En 1977 los Estados Unidos lanzaron dos nuevas sondas, las Voyager,
que nos han proporcionado imágenes detalladas de los planetas
exteriores y de las zonas circundantes. Han pasado ya por Júpiter
(1979), Saturno (1980) y Urano (1986). Ya sabíamos que Saturno tiene
sus hermosos anillos, pero el Voyager mostró que Júpiter, Urano y
Neptuno también los tienen. Esos tres planetas gigantes tienen muchas
lunas que han acumulado las huellas de impactos ocurridos a lo largo
de eones. Estas huellas impresas sobre las superficies de estas lunas
han hecho reflexionar a los científicos de la Tierra. Estos mundos
solitarios llevan consigo el testimonio del poder de la naturaleza,
testimonio que ha sido acumulado y guardado durante milenios y
desconocido hasta la llegada de la primera sonda espacial.
 Las imágenes que el Voyager tomó de Calisto, una de las muchas lunas
de Júpiter, mostraron las señales de los impactos con inesperado
detalle. Calisto tiene casi 5.000 kilómetros de diámetro (casi la
mitad del diámetro terrestre) y su superficie está totalmente llena de
cráteres; no hay un solo metro cuadrado sin ellos. De hecho, es
imposible que se forme un nuevo cráter sin destruir otro ya existente.
Las rocas y piedras han debido de caer continuamente sobre Calisto
durante millones de años.
 La superficie de Calisto es una mezcla de hielo y rocas; es como una
Antártida «global» y los glaciares fluyen hacia los cráteres
meteóricos. En los lugares donde hubo los mayores impactos se
produjeron grandes agujeros rodeados de elevados riscos.
Posteriormente se fueron llenando y nivelando, de forma que
actualmente, sólo quedan las paredes circundantes. Los cráteres
menores sobreviven en su forma primitiva, ya que el hielo puede
mantener en pie la pared de un cráter pequeño, pero las de los grandes
cráteres se derrumban.
 En medio de esta tremenda desolación se encuentra un hermoso y
espectacular anillo múltiple en forma de «ojo de buey». Una
impresionante colisión (singular incluso para el continuamente
bombardeado Calisto) produjo un cráter de más de 600 kilómetros de
diámetro. El choque fundió el hielo bajo la superficie produciéndose
una inmensa explosión de olas de agua. Como la temperatura es de 180
grados bajo cero, las olas se congelaron formando anillos montañosos
en 3.000 kilómetros a la redonda. Sabemos que este suceso es
relativamente reciente ya que no hay cráteres en la superficie. El
«ojo de buey» arrasó los cráteres que allí había pero, con el tiempo,
irán formándose otros nuevos.
 Esta es una buena ilustración del crudo poder de la naturaleza y no
hace sino recordarnos nuestra diminuta insignificancia. ¿Quién podía
imaginar la existencia de montañas heladas en una extensión como la de
Estados Unidos con un cráter mayor que el estado de Kansas en medio?
Aunque ello nos deje pensativos, probablemente no es una buena guía
acerca de lo que podría ocurrir aquí en la Tierra. Calisto está cerca
de Júpiter, cuya enorme fuerza gravitatoria atrae toda clase de
objetos hacia su estratosfera. Por ello sus lunas están acribilladas
de rocas mucho más de lo que lo estarían de encontrarse cerca de la
Tierra. Calisto está en medio de la «autopista solar», mientras que la
Tierra está fuera de la «carretera principal».
 Después de visitar los alrededores de Júpiter, el Voyager se adentró
más en el espacio y llega a Saturno en 1980, desde donde nos envió las
primeras imágenes de sus lunas llenas de cráteres.
 Una de las lunas de Saturno, Mimas, tiene un diámetro de tan sólo 400
kilómetros, pero tiene además un cráter de 100 kilómetros de ancho y
más de 11 de profundidad. Un cráter de un cuarto del tamaño de la Luna
es la señal de una colisión extrema. Un impacto ligeramente mayor
probablemente habría hecho pedazos a Mimas. De hecho, Mimas parece
haberse resquebrajado, puesto que se observan grietas en la cara
opuesta al cráter.
 Esto es una reminiscencia de la hendidura de Mercurio y nos demuestra
que no se trata de un hecho único. Ni siquiera es el límite del poder
devastador de la naturaleza; en las lunas saturnianas han habido
colisiones aún más violentas. Una de ellas fue partida en dos y sus
dos mitades orbitan aún a su alrededor. Se trata de dos lunas con los
nombres poco románticos de «S1O» y «S11».
 Estas lunas gemelas orbitan Saturno a más de 150.000 kilómetros de
éste, pero sus trayectorias están a menos de 50 kilómetros una de
otra, poco más que la anchura del Canal de la Mancha y menos que la
distancia entre los extremos norte y sur de la ciudad de Nueva York.
S1O tiene 240 kilómetros de diámetro mientras que S11, tiene una
extraña forma. Es un fragmento de 80 kilómetros de altura por 32 de
anchura; más del doble en una dirección que en la otra. La única forma
en que la naturaleza podría haber moldeado un objeto de forma tan
irregular es rompiendo uno de mayor tamaño.
 Estas lunas coorbitantes no siguen exactamente el mismo camino y, en
consecuencia, emplean tiempos ligeramente distintos en dar la vuelta a
Saturno. Por esa razón una ha de adelantar a la otra periódicamente.
Es un misterio la forma en que lo hacen ya que sus tamaños son mayores
que la separación entre sus órbitas. Actualmente los astrónomos creen
que algunos objetos del sistema solar se mueven caóticamente en lugar
de seguir movimientos periódicos de rotación. Jack Wisdon, del
Massachusetts Institute of Technology, demostró en 1987 que Hiperión,
una de las lunas de Saturno, gira caóticamente. Antes se creía que el
caos orbital era dinámicamente imposible y, sin embargo, los
astrónomos creen ahora que es la respuesta a gran variedad de
preguntas acerca del sistema solar. Las órbitas caóticas pueden ser la
explicación de que algunos asteroides lleguen a la Tierra en forma de
meteoros. Ello añade nuevos e impredictibles ingredientes a la
valoración de los riesgos.
 El Voyager invirtió los cinco años siguientes (de 1980 a 1985) en el
trayecto de Saturno a Urano. Por fin, el 25 de enero de 1986, pasó
apresuradamente por Urano encontrando, nuevamente, evidencia de
cráteres e incluso de satélites fragmentados. Es posible que el propio
Urano haya sido volteado por una antigua colisión. Mientras la Tierra
tiene sus polos magnéticos cerca del eje de rotación, los de Urano
están cerca de su ecuador; un hecho único en todo el sistema solar.
 El Voyager encontró también nueva evidencia de movimiento caótico.
Miranda es una luna de Urano de 500 kilómetros de diámetro y tiene una
geología peculiar. Tiene grietas y hendiduras ovaladas que parecen ser
el resultado de millones de años de movimiento caótico dando bandazos
de forma errática en lugar de moverse de forma periódica y
predictible.
 En los confines más alejados del sistema planetario solar están
Neptuno y Plutón. El Voyager alcanzó Neptuno pero no alcanzará Plutón,
por encontrarse éste en el extremo opuesto del sistema solar. Suele
creerse que Plutón es el planeta más alejado del Sol, pero, en
realidad, las órbitas de ambos planetas se cruzan y actualmente
Neptuno está más lejos y así continuará hasta marzo de 1999, fecha en
que se cruzarán de nuevo y Plutón volverá a estar en el lado exterior.
No hay peligro de que choquen puesto que tardan 165 y 248 años
respectivamente en dar la vuelta al Sol, es decir, Plutón da dos
vueltas al Sol mientras Neptuno da tres. Debido a ello, cuando Neptuno
se encuentra en el punto de cruce, Plutón está en otra parte y
viceversa. Estos dos planetas están seguros, el uno con respecto al
otro.
 El gran astrónomo americano Percy Lowell inició la búsqueda de un
planeta más allá de Urano y Neptuno. Lowell murió en 1916 y Plutón no
fue descubierto hasta 1930. El descubrimiento fue anunciado
precisamente en la fecha del aniversario del nacimiento de Lowell. El
símbolo del planeta es un anagrama formado con sus iniciales y,
también, con las dos primeras letras del nombre del planeta.
 Plutón es más pequeño que nuestra Luna y su masa es sólo tres veces
mayor que la de su propia luna, Caronte (descubierta en 1978 por James
Christy). Es difícil considerar a Plutón como un planeta; más bien
parece que él y Caronte son un par de planetas orbitando uno alrededor
del otro al tiempo que se mueven colectivamente alrededor del Sol.
 Plutón es una bola de nieve de gran tamaño y pudiera muy bien ser un
satélite escapado de un planeta padre, probablemente Neptuno. Existen
evidencias circunstanciales de que en algún momento del pasado un
objeto solitario pasó cerca de Neptuno desarticulando a sus lunas.
Plutón pudiera muy bien ser una de ellas que fue lanzada al exterior y
que ahora revolotea dentro y fuera de la órbita de Neptuno como si
tratara de orbitar alrededor de éste al tiempo que ambos rodean
lentamente al distante Sol central. Es un caso único en el sistema
solar, ya que los demás planetas tienen órbitas muy separadas entre
sí.
 Tritón es otra luna de Neptuno, que se comporta de forma extraña.
Todas las lunas de órbitas cercanas a su planeta padre giran en la
misma dirección que nuestra Luna alrededor de la Tierra; Tritón, en
cambio, rodea a Neptuno en sentido contrario. Además, las lunas
(incluida la nuestra) se mueven en la región ecuatorial, persiguiendo
al Sol en el cielo; en cambio, la órbita de Tritón está inclinada 20
grados con respecto al ecuador de Neptuno. Es como si, mirando en
dirección al Sol, nuestra luna describiera una curva sobre nuestras
cabezas antes de ocultarse en el horizonte.
 Por último, Neptuno tiene otra luna, Nereida, que se mueve a tal
velocidad que Neptuno casi no puede retenerla. Además no mantiene su
distancia a éste, sino que se acerca y luego se aleja siguiendo una
elipse muy alargada. Imaginemos a nuestra Luna, en ocasiones llenando
todo el cielo y luego alejándose hasta convertirse en un diminuto
disco, para abalanzarse de nuevo hacia nosotros; así es como vería a
Nereida un neptuniano.
 En 1979, R. Harrington y T. van Fladern publicaron un artículo en la
revista astronómica Icarus en el que explicaban cómo pudieron
originarse todas estas órbitas. Es incluso posible poner a prueba esta
teoría ya que predice la existencia de un décimo planeta más allá de
Plutón.
 Supongamos que Neptuno tuviese originalmente cuatro lunas siguiendo
órbitas casi circulares como es el caso de las cuatro lunas mayores de
Júpiter. Lo único que se requiere es que un planeta, tres veces más
pesado que la Tierra, se zambulla en este sistema de satélites. El
planeta caníbal captura a la luna más interior y se aleja, llevándola
consigo, hacia el espacio exterior. La segunda luna más interior
también escapa y termina en una órbita lejana: Plutón. La tercera luna
queda con la órbita ladeada (Tritón), mientras que la cuarta consigue,
a duras penas, sobrevivir como satélite de Neptuno (Nereida).
 Todo esto no es simple imaginación. Partiendo de cuatro órbitas
circulares razonables y estudiando las consecuencias del paso de un
objeto pesado a través de las mismas, estas extrañas órbitas aparecen
de forma natural. Y este es el aspecto actual de Plutón, Tritón y
Nereida. La búsqueda se centra ahora en el planeta perdido, el décimo
planeta, el Planeta X. Quizás es en los confines del sistema solar
donde tenemos los ejemplos más extremos de lo que puede suceder cuando
un choque está cerca de producirse. De haber estado la Tierra
involucrada en uno de ellos, habría sido el fin de la humanidad.

JÚPITER: EL REY DE LOS PLANETAS

 El alineamiento de los planetas entusiasma a los astrólogos y, aunque
la mayoría de la gente no toma la astrología muy en serio, todavía hay
muchos que creen que puede existir una base física para sus
predicciones, especialmente cuando todos los planetas están en la
misma zona del firmamento. Por ejemplo, en 1982 mucha gente creyó que
las fuerzas gravitatorias generadas por una «gran alineación» de los
planetas actuarían conjuntamente y podrían ser el mecanismo
desencadenante de terremotos y otras catástrofes. Incluso algún
místico predijo el fin del mundo.
 Aunque a primera vista esto pudiera parecer muy razonable, de hecho
los números no cuadran. La gravedad es la única fuerza que afecta de
forma mensurable el movimiento de los planetas y de sus lunas. La
fuerza gravitatoria que actúa entre dos cuerpos es proporcional a sus
masas y varía inversamente al cuadrado de su distancia. En otras
palabras, es mayor cuanto más grande es la masa de los objetos y más
débil cuanto más alejados están entre sí. Si estamos atrapados por el
Sol es porque es el objeto de mayor masa que hay a nuestro alrededor;
sobrepasa en más de 500 veces la masa del resto del sistema solar. La
Luna, por el contrario, es ligera pero está muy cerca y es su
proximidad lo que le hace jugar un papel importante. Todo lo demás es
insubstancial y remoto. Por ejemplo, Júpiter, el mayor de los
planetas, tiene menos del 0,5 por 100 de la masa del Sol y está al
menos cinco veces más alejado de nosotros.
 El movimiento de la Luna alrededor de la Tierra produce las mareas y,
como la fuerza gravitatoria disminuye con la distancia, su efecto
sobre el Océano Pacífico es mayor cuando la Luna está directamente
sobre Hawai que cuando está al otro lado, encima del Atlántico.
 De forma similar el movimiento de los planetas levanta mareas en el
Sol causando pequeñas alteraciones en su trayectoria. Los planetas
exteriores orbitan lentamente mientras que los interiores van mucho
más rápido. De vez en cuando todos los planetas se encuentran en el
mismo lado del Sol y suman sus fuerzas de atracción. Los devotos del
llamado «efecto Júpiter» notaron que entre 1977 y 1982 los planetas se
agruparían en un mismo lado del Sol y creyeron que la fuerza
gravitatoria ejercida colectivamente deformaría el Sol provocando
grandes perturbaciones en su superficie.
 De hecho, el comportamiento variable del Sol nos afecta, aquí en la
Tierra, mucho más de lo que probablemente pensamos. El Sol nos puede
parecer una bola brillante muy lejana, pero lo cierto es que su tenue
atmósfera exterior no luminosa se extiende mucho más allá de la
Tierra. De hecho, puede afirmarse que estamos moviéndonos dentro del
Sol. Las tormentas del ardiente Sol pueden alcanzar a las regiones más
externas y perturbar directamente nuestra propia atmósfera,
interfiriendo las comunicaciones por radio y afectando a la
climatología. Según los defensores del «efecto Júpiter», si el Sol
fuera realmente perturbado afectaría seriamente nuestra atmósfera
superior y modificaría el movimiento de rotación de la Tierra. Las
tensiones ejercidas sobre la corteza terrestre causarían violentos
terremotos al ceder los puntos más débiles.
 Estas espectaculares catástrofes parecen posibles debido a la
fantasía contenida en la emotiva frase «deformar el Sol». Sin embargo,
los planetas no pueden hacer tal cosa. Su efecto es prácticamente
nulo. La superficie del Sol oscila continuamente varios kilómetros
arriba y abajo sin que ello nos llame particularmente la atención. El
diámetro del Sol luminoso sobrepasa el millón y medio de kilómetros,
así que estas oscilaciones son comparables, a escala relativa, a las
mareas terrestres. El efecto adicional debido a la alineación de los
planetas es menor que el grosor de este libro. De hecho, las mareas
planetarias del Sol son un millón de veces menos efectivas que las
mareas lunares de la Tierra.
 Las variaciones en el movimiento del Sol son el resultado de las
fuerzas que actúan sobre él y que, en el contexto presente, se reducen
a la gravedad. Un error común es la creencia de que el movimiento
planetario alrededor del centro común juega un papel importante. Suele
argumentarse que cuando los planetas gigantes exteriores están
alineados, el centro del Sol es apartado del centro del sistema solar
y, en consecuencia, el Sol «tirará en sentido opuesto para
contrarrestar el efecto combinado de los planetas».
 Sin embargo, el centro del sistema solar no influye nada en la
intensidad de las fuerzas que actúan sobre el Sol ni sobre cualquier
otro cuerpo. Es importante recordar esto antes de dejarse seducir por
predicciones de desastres originados por los planetas distantes. Los
confines del sistema solar están increíblemente lejos. La distancia al
Sol prácticamente se dobla para cada sucesivo planeta (recuérdense los
números de Bode de la p. 35). Así, por ejemplo, un viaje desde el Sol
a Júpiter pasando por Mercurio, Venus, la Tierra, Marte y el anillo de
los asteroides nos llevaría sólo a mitad de camino de Saturno y al
llegar a éste estaríamos sólo a medio camino de Urano y una vez allí
habríamos realizado sólo medio viaje a Neptuno (véase figura 3.4).
Por si esto no fuera suficiente para hacer impotentes a los planetas
exteriores, las fuerzas de las mareas son el resultado de la
diferencia de las fuerzas gravitatorias actuando a uno y otro lado del
cuerpo en cuestión y, además, decrecen proporcionalmente al cubo de la
distancia (al doblarse la distancia su efecto se divide por ocho). El
resultado de todo ello es que las mareas que Mercurio provoca en el
Sol son casi tan importantes como las ocasionadas por Júpiter. Las
debidas a Venus son similares a las de Júpiter y el efecto de éste es
inferior al efecto combinado de Mercurio, Venus y la Tierra.
No obstante, Júpiter puede crear problemas indirectamente. Cuando un
cometa se acerca desde las profundidades del espacio puede pasar por
las proximidades de los inmensos planetas exteriores y ser afectado
por su atracción. De esta forma, el cometa que, de otro modo, habría
circundado al Sol alejándose nuevamente, puede ser lanzado como con
una honda a una trayectoria distinta. La mayoría de ellos son
atrapados por el Sol y siguen luego órbitas elípticas muy alargadas
como es el caso del cometa Halley. Algunos incluso acaban en órbitas
que se entrecruzan con las de los planetas. Es casi inevitable que
algún día alguno de ellos convergerá con nosotros en algún punto del
espacio, como ocurrió en junio de 1908 cuando la Tierra topó con 10
millones de toneladas de rocas que cayeron del cielo sobre la
inhóspita inmensidad siberiana.
Si le gusta apostar sobre los desastres totales más probables, la
colisión con un asteroide o con un fragmento grande de algún cometa
extinguido son los sucesos con más posibilidades.
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