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[escepticos] Algo que tal vez interese
organizando mis archivos (tres cd's llenos, ouch!)me encontre esto que me
alegro ahora de haberlo guardado ya que el url no existe mas y no es por lo
tanto accesible a traves de la web de El Pais (que por otra parte lo retiró
misteriosamente de la seccion de debates uno o dos dias despues de su
inclusion)
Lo transcribo aqui porque creo que a la luz de la discusion sobre
manifestaciones y demas tiene todavia su vigencia. En su momento me saque el
sombrero ante dos o tres de las verdades incomodas que expresa, pero bueno,
cada cual que opine lo que le de la gana.
El articulo aparecio el 14 de julio de 1997 (lo cual es obvio por la
referencia a Blanco)
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http://www.elpais.es/p/d/19970714/espana/rico.htm
La trágica mojiganga
FRANCISCO RICO
El viernes pasado, mientras conducía por tierras de Soria, dicté a mi
compañero de viaje media docena de párrafos, el primero de los cuales se
publicó, efectivamente, en la segunda edición del sábado, en la sección de
Cartas al director, mientras los restantes, por un desajuste bien
comprensible en un día de tal tensión y profusión informativas, se quedaron,
contra lo anunciado, sin «pasar a la página siguiente». La carta perdida en
el torbellino de las circunstancias llevaba el título de Dos o tres cosas
(muy simplificadas). Extracto ahora esas dos o tres cosas.
Una: «(Ante el secuestro de don Miguel Ángel Blanco Garrido y la amenaza por
parte de sus raptores de asesinarlo al tercer día si el Gobierno no empieza
a trasladar a los presos de ETA a cárceles de las provincias vascongadas),
la única respuesta adecuada es atender razonablemente la demanda de los
terroristas y poner en marcha sin más la reagrupación de los etarras.
Ninguna estrategia a largo plazo, por no decir la defensa de tal o cual
eventualidad política ni la miseria chulesca de 'mantener el tipo', tiene la
consistencia ni la viabilidad necesarias (si el adjetivo fuera admisible en
semejante orden de cosas) para poner en peligro cierto la vida de un hombre.
Comiéncese, pues, el envío de los presos a las cárceles vascas. Ocasión
habrá, si conviniere, de seguir o no seguir con el proceso. No es cuestión
mayor. Ya se verá».
Dos: «Las manifestaciones, los minutos de silencio, los lazos
azules, las manos blancas y demás signos de protesta contra ETA son sin duda
tranquilizadores para quienes los protagonizan o exhiben, pero, salvo, tal
vez, cuando ocurren en Euskadi, constituyen un apoyo, no buscado pero
irremediable, a la 'banda criminal' por excelencia. Esas peticiones de
clemencia y magnanimidad cumplen sin duda la función catártica de calmar con
alguna acción, con la apariencia material de dar algún paso, de hacer algo,
los limpios sentimientos y la absoluta impotencia de las buenas gentes. Pero
ETA no es capaz de entenderlas sino como la prueba palpable de que controla
por entero la situación y de que podrá no conseguir quizá sus objetivos
máximos, pero sí, con certeza, los inmediatos, sin posibilidad alguna de
perder esta mano de la partida. (La ayuda que a la familia de la víctima
pueda aportar las muestras de solidaridad multitudinarias es ciertamente
estimable, pero de ningún modo decisiva)».
En fin: «Las manifestaciones y los otros actos análogos están
siendo en buena parte promovidos por el Gobierno y favorecidos por la
oposición que aspira a serlo. Aparte compartir la vileza electoralista,
Gobierno y oposición están intentando implicar así a toda la ciudadanía en
la decisión discutible, revocable, puramente accidental, de «no ceder al
chantaje». Dios no lo quiera, pero si llegara a verterse la sangre del
concejal de Ermua los culpables serían, obviamente, los etarras y quienes
los respaldan: la responsabilidad y aun la complicidad, sin embargo,
alcanzarían también resuelta y exigiblemente al Gobierno y a la oposición, y
no, desde luego, a las nobles personas que se han echado a la calle».
Hoy no expresaría tales ideas (o, por qué no, emociones) en
los mismos términos (tampoco los datos son exactamente los mismos), pero,
sea cual sea el «clamor unánime», sigo creyendo que no se habrían hundido
los cimientos de la tierra si el ministerio del ramo hubiera devuelto
enseguida al País Vasco a un par de docenas de presos y el Gobierno
explicado las más que explicables razones de la medida. ¿Puede alguien
imaginar que el pueblo español no las habría aceptado?
Es sabido (lo recuerda, ahora, Javier Pradera) que «la Ley
Penitenciaria incluye el objetivo de que cada 'área territorial' cuente con
el 'número suficiente' de establecimientos para 'evitar el desarraigo social
de los penados'». Es sabido que los socios del Gobierno en España y de la
oposición en Euskadi pretenden llevar el asunto al Tribunal Europeo de
Derechos Humanos. Es sabido que todos los gabinetes de la democracia han
incumplido ruidosamente infinidad de sus ofrecimientos y aun compromisos
electorales...
¿Hemos de pensar que millones de ciudadanos han salido a las
calles para opinar sobre un tiquismiquis legal o, acaso, como parece haber
argumentado el señor Mayor Oreja, para evitar «fisuras en la Mesa de Ajuria
Enea»? ¿Hemos de pensar que toda la generosa pasión que esos ciudadanos han
malgastado en el fondo no servía sino únicamente (no quiero mentar otras
contingencias) para apuntalar una decisión política, repito, «discutible,
revocable, puramente accidental?». (El ingeniero Ryan Estrada fue asesinado
en febrero de 1981; años después, el Gobierno detuvo la construcción de la
planta de Iberduero en Vizcaya).
Juzgue cada cual según lo sepa y lo sienta. Por mi parte, cada vez se me
antoja más transparente que a estas alturas de la historia no merecen
respeto ninguna ética ni ninguna política que no sean las del raterillo, las
del honrado recluso de Santoña o Alcalá Meco: es decir, la actitud de no
aceptar la legalidad ni el statu quo sino en la medida en que le favorezcan
a uno, dar por desesperada la posibilidad de que favorezcan a todos, y, en
consecuencia, actuar por lo demás al impulso espontáneo de la fraternidad
humana. Como se me antoja que en multitud de casos la «dignidad del Estado»,
la «conveniencia política», las «soluciones para mañana»... son sólo formas
(lo diré con Max Estrella) de arrimar candelillas a una trágica mojiganga.
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Francisco Rico es catedrático y miembro de la Real Academia.