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[escepticos] Breve elogio de la omphaloskepsis



Publicado en la revista de divulgación científica Ciencia Hoy, Volumen 10 -
Nº 60- Diembre 2000/Enero 2001
http://www.cienciahoy.org/hoy60/index.htm

Saludos

Alberto Villa


Breve elogio de la omphaloskepsis
Autor : Miguel de Asúa

Hace poco, un conocido científico de nuestro medio envió una carta a un
diario afirmando que, mientras en el Brasil el presupuesto de ciencia y
técnica experimenta sustanciales incrementos, nuestros funcionarios del área
se entregan a la práctica de la omphaloskepsis (La Nación, 10 de
septiembre).


Dos cosas me mueven a escribir esta breve nota: (a) que estamos lejos de la
época en que Maxwell ornaba sus papers con citas textuales en griego, con lo
cual se impone una aclaración del significado de la curiosa palabreja; (b)
que puedo coincidir en muchas cosas con el autor de la carta, pero nunca
aceptaré que, como él sugiere, la omphaloskepsis sea algo pasible de
censura.


Veamos. En el Webster's Collegiate Dictionary se lee que omphaloskepsis
significa "la contemplación del ombligo como un auxiliar de la meditación";
la segunda acepción es "inercia". El término proviene del griego: omphalós
(ombligo), skepsis (examen) y, curiosamente, es un neologismo, ya
que -siempre según el Webster- nació en 1925.


Pero díganme, ¿hay algo más noble y más digno de alabanza que la
contemplación del ombligo con el fin de conducir el pensamiento hacia los
inextricables laberintos de la cavilación? ¿No es este, acaso, el ideal del
filósofo que nos propone Aristóteles? ¿Qué cosa más loable que, partiendo de
esa humilde cicatriz que nos recuerda nuestra fábrica mortal, elevarnos
hacia las inmateriales regiones de la especulación inane? La omphaloskepsis
no solo no es criticable, es un desiderátum, un camino de perfección del
espíritu, una meta sublime. Mirarnos el propio ombligo -con reconcentrada
atención, con infinita paciencia, con íntimo cariño- luego, despejando la
mente de cualquier preocupación mundana, subir, subir, subir, hasta
perdernos en el vacío de la nada inconmensurable. ¿Qué utopía más bella que
esta? En una de las formulaciones del imperativo categórico, Kant afirmaba
algo así como: "obra de tal manera que el principio que guía cada uno de tus
actos pueda ser elevado a ley universal". Si aplicamos esta máxima a la
cuestión en debate, resultaría un mundo de "omphaloskepticos", es decir,
miríadas de contempladores del propio ombligo. ¿Se imaginan lo que sería
eso?: una multitud de pura pasividad, un manso paraíso. Nada de las
angustias del 12%, de tener que sufrir porque no tenés subsidio con el que
seguir trabajando, de calcular si te conviene pedir el retiro voluntario y
comprar un taxi, de despertarte a la mitad de la noche pensando que tiraste
los mejores años de tu vida por algo que nunca existió -o, al menos, que ya
no existe-. No señor, nada de eso ocurriría si todos nos ejercitáramos
asiduamente en la práctica de la omphaloskepsis. En lugar de trabajos y
afanes, encontraríamos la etérea pero nunca defraudadora sensación de vagar
eternamente por áticas colinas, ocasionalmente iluminadas por lagos donde,
como otros tantos Narcisos, pudiéramos contemplar con serenidad la
incomparable imagen de nuestro propio rostro.


¿Que esto es un ideal imposible? Nada más lejos de la verdad. Si bien el
Oxford English Dictionary omite, debido al año en que fue editado, la voz
omphaloskepsis, nos regala sin embargo otro término igualmente sugestivo:
omphalopsychic u omphalopsychite, es decir, miembro de una secta quietista
que practicaba la observación del ombligo como modo de alcanzar el sueño
hipnótico. ¿Quiénes eran estos ónfalopsiquitas?, ¿cuándo y dónde vivieron?
Nada nos dice de ellos la escueta noticia del OED. En vano los buscaremos en
los relatos de Heródoto, en las varias versiones de la epístola del Preste
Juan, en la Historia natural de Plinio, en las afiebradas páginas de León
Africano, en las noticias de la China que imaginaron Marco Polo o el padre
Maffei. Están ausentes del catálogo de razas monstruosas del libro XVI de la
Ciudad de Dios de Agustín. ¿Habrán sido acaso un desprendimiento de los
gimnosofistas que menciona Diógenes Laercio?, ¿o deberíamos identificarlos
con los "habitantes del bosque" de la India que se alimentaban de hojas y
frutos silvestres citados en la Geografía de Estrabón? Poco importan estas
cosas, lo significativo es que, en alguna oscura región del vasto globo,
enterrados en las arenas de la historia, los ónfalopsiquitas se entregaban
al loable ejercicio de la contemplación de sus ombligos. ¿No podemos aquí,
en esta Argentina del 2000, nosotros imitarlos? ¿No podría, por ejemplo,
exigirse a los aspirantes a becarios del CONICET que, junto con los
formularios, cartas de presentación y resumen de proyecto, presentasen un
certificado de pertenencia a la secta de los contempladores del ombligo para
evitar futuras frustraciones? Dejo la iniciativa a quien corresponda.


Pero sigamos recorriendo diccionarios, en esta meditación guiada por el
(umbilical) cordón de la lexicografía. En el Greek-English Lexikon de
Liddell & Scott, confirmamos que el verbo sképtomai significa mirar
alrededor y también considerar, examinar, pensar. Una palabra asociada es
skeptikós (escéptico), adjetivo que designa al que inquiere detenidamente
sobre la naturaleza de las cosas para saber si es posible obtener algún
conocimiento indubitable, actitud que fue el origen del escepticismo,
aquella doctrina filosófica cuyos orígenes se atribuyen a Pirrón de Elis,
quien vivió entre los siglos IV y III antes de nuestra era. Pirrón, al igual
que Sócrates, fue un pensador que no dejó obra escrita conocida y afirmaba
que, dado que tanto las percepciones sensoriales como los juicios de valor
son relativos, habría que dudar de todo lo que se presente a nuestros
sentidos y, además, abstenerse de juzgar. Esto -que es fácil reconocer como
una actitud "escéptica"- llevaría a sobrellevar los golpes de la fortuna,
enseñaría a aceptar cualquier estado de cosas y, finalmente, conduciría a la
ataraxia o imperturbabilidad del alma. ¿Conocen ustedes alguna disposición
de ánimo más recomendable para nosotros, últimos mohicanos de la ciencia, en
estos tiempos que corren? Pero hay más. ¿A que no saben de dónde sacó Pirrón
sus ideas? Bueno, dicen que, joven aún, acompañó al gran Alejandro hasta la
India, donde habría conocido a los faquires, cuya inmovilidad y desapego del
mundo lo habrían llevado a sostener la desconfianza de toda percepción y
todo juicio. Pero tengo para mí que lo que Pirrón encontró en realidad fue
la secreta hermandad de los ónfalopsiquitas. Sí, no pudo ser de otra manera,
los contempladores del ombligo fueron los abuelos de Pirrón, como Pirrón lo
fue de los neopirrónicos y estos lo fueron de Sexto Empírico y Sexto lo fue
de Gassendi, ese clérigo erudito y filósofo de la ciencia del siglo XVII que
resucitó la teoría atómica de Demócrito y predicó un moderado, gentil
escepticismo. Así que, cuando se sientan tentados a descreer de las doradas
promesas de los funcionarios, no teman: los acompaña no solo la razón y la
experiencia, sino también el honorable linaje de filósofos que entendieron
que ver el mundo a través de esa depresión que nos recuerda nuestra
condición de mamíferos placentarios, no es lo peor que le pueda pasar a uno.


Claro, algunos objetarán que el ombligo es un accidente algo indigno de
nuestra anatomía, un reservorio de mugre, una inesperada solución de
continuidad en la línea que une (o separa) el vientre y el abdomen. Puede
ser. Pero hay que tomar también en cuenta los valores simbólicos asignados
al ombligo por distintas culturas. Es sabido que Cuzco significa ombligo
(del cosmos), que el omphalós era la piedra cónica colocada en el templo de
Apolo en Delfos y considerada el centro del mundo, así como la isla de
Calypso es llamada ombligo en la Odisea, por ser el centro del mar. Si los
griegos, esos sabelotodos, reverenciaban un vulgar pedruzco, ¿por qué no
habremos nosotros de elevar a la dignidad de objeto privilegiado de nuestra
mirada a ese resto carnal de nuestra dependencia nutricia? En el Diccionario
Hispánico Universal de editorial Jackson (sí, la del Tesoro de la Juventud)
se afirma que la onfalomancia es el arte de adivinar cuántos hijos tendrá
una mujer a partir de examinar cuántos nudos trae el cordón umbilical de su
primer bebé. Ignoro la viabilidad que pudiera tener un pedido de subsidio al
FONCYT para confirmar o refutar tan prometedora hipótesis. Quizás sea más
factible, en esta época de innovación tecnológica, tratar de obtener
financiación para diseñar y producir en masa un onfaloscopio, es decir, un
aparato que posibilite la observación del propio ombligo sin tener que
inclinar cansadoramente la espalda.


Dicho dispositivo podría consistir en dos espejos planos circulares
(diámetro de 10cm), unidos por medio de un vástago fijado a las caras no
reflectantes y provisto de articulaciones universales en ambos extremos, a
sendos bujes capaces de deslizarse a lo largo de una barra rígida vertical
por medio de un sistema de tornillo, piñón y cremallera. El onfaloscopio se
sostiene con dos manijas que parten del extremo inferior de la barra. Para
operarlo, basta ubicar el espejo superior a la altura de los ojos y el
inferior a nivel de la cintura, disponiéndolos en un ángulo tal (idealmente
45°, pero para los gorditos esto puede variar) que uno vea su ombligo sin
esfuerzo. (Una prestigiosa física de nuestro medio me sugirió contemplar la
utilización de espejos cóncavos y convexos en el extremo inferior, para
aquellos que deseen ver una imagen aumentada o disminuida de su ombligo.) No
sé si el FONTAR consideraría un proyecto de tales características -en todo
caso y teniendo en cuenta cómo están las cosas, yo no invertiría demasiado
tiempo en llenar infinitos formularios soñando obtener financiación para
este o cualquier otro proyecto-. Pero las ideas no dejan de ser sugestivas y
quizás algún colega brasileño pueda aprovecharlas.


Volviendo al diccionario Jackson, encontramos que el mismo nos ofrece una
nutrida familia de palabras relacionadas al ombligo, por ejemplo:
onfalectomía, onfalorragia, onfalorrea. Todas ellas son nomenclatura médica.
En efecto, la hernia umbilical es una patología no infrecuente en el
lactante. ¿Y a qué viene esto?, me dirán. Bueno, es que no me parece
inoportuno ir sacándole el polvo al manual de pediatría: no se sabe en qué
momento tendremos que volver a entregarnos a la clínica, aquellos que,
ingenuos ilusos, la abandonamos alguna vez para correr detrás del espejismo
de la investigación.


Finalmente, no nos queda más remedio que recurrir a ese diccionario del
dialecto madrileño conocido como "de la Real Academia". Allí dice que,
"encogérsele a uno el ombligo", es una expresión que significa amedrentarse
o desalentarse, mientras que "haberle cortado el ombligo a uno" quiere decir
tener captada su voluntad. Bueno, debo confesar que, en varios sentidos, mi
ombligo está ya bastante encogido. En cuanto a que me lo hayan cortado, ah
no, eso no: mi ombligo, mi aliento y mi voluntad siguen ahí, resistiendo a
pie firme. Y para hacer justicia a lo que predico, ya es hora que abandone
este inútil discurso y me sumerja en la honda, insondable, beatífica
contemplación de mi adorado pupo.