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Re: [escepticos] El test que era para Eloy y F. Savater
Juana Mª Ojeda wrote:
[respecto a la 3ª pregunta del test, esa de la amable señorita]
JJ, tu respuesta no te la tendré en cuenta porque veo que estás de guasa. 
Te
has identificado tanto con las situaciones que te parece ser el mismo 
hombre
en las cuatro, pero no lo son: no tienes excusa.  :¬D
Te salva que has dicho "Lo siento mucho, pero elijo la (a)". O sea, que si
eres capaz de "sentirlo", es que en el fondo tienes conciencia. Bueeeeno.
Vamos a ver, Yo no veo irracional que el señor este se vaya a la cama con 
ella (incluso sería lo más racional). Que yo sepa los impedimentos serían 
sólo culturales, no racionales (por ejemplo, la monogamia, si procede). 
Además, me parece que lo irracional es ser un ejecutivo: Un señor que se 
dedica a hacerle ganar muuucho dinero a su empresa a costa de los pobres. Lo 
digo en serio: Yo me niego a ser un ejecutivo, pero no me importaría conocer 
a la señorita esta.
Por otro lado, y puesto que mencionas a F. Savater, te adjunto un precioso 
relato de J. Marías sobre lo irracional de su amenaza de muerte. La anécdota 
que relata podría contestarte a alguna de tus preguntas.
Saludos,
Jorge J. Frías
PD: Si tienes más curiosidad por el dilema del prisionero, te puedo dejar un 
par de libros (de R. Smullyan)
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Savater o ¿cómo que todo?
Por Javier Marías
El semanal nº 700
Me consta que a su pesar, se está hablando mucho y bien y mucho y mal de 
Fernando Savater en los últimos tiempos. Digo a su pesar no solamente por 
los peligros que corre, sino porque en este país adorador del presente 
empieza a parecer que no haya hecho otra cosa en la vida que dar muestras de 
valor cívico, de su rectitud moral en lo público, de su compromiso con las 
libertades de todos, principalmente en su País Vasco natal, donde andan tan 
mermadas cuando no desaparecidas. Pero tampoco quiero hablar aquí del 
Savater escritor de decenas de libros brillantes y perspicaces, ni de su 
prosa, una de las mejores que conoce el castellano actual; pues Savater es 
un estilista magnífico, que sin embargo nunca pierde de vista lo que 
pretende razonar o transmitir, con la mayor claridad posible. Él nunca 
sacrificaría el sentido por un adorno -acaso sí por un buen chiste-.
Porque Fernando Savater, la persona, es en gran medida un humorista. No uno 
«profesional», de esos cargantes, pendientes de su ingeniosidad todo el 
tiempo, que acaban empalagando. Al igual que Chesterton, lo es más bien como 
consecuencia de su excelente humor predominante, de su jovialidad contagiosa 
y de sus variadísimos saberes. Que alguien como él esté hoy amenazado de 
muerte no sólo subleva el ánimo (como lo subleva que 10 esté cualquiera, por 
sus ideas y sus palabras), sino que, para quienes lo conocemos, resulta 
particularmente incongruente y abyecto. No sé, por recurrir a una 
comparación inexacta pero gráfica: ¿ustedes pueden imaginar que Groucho Marx 
estuviera amenazado de muerte? Sin duda pensarían que quienes lo tuvieran en 
el punto de mira habían de ser por fuerza unos trastornados, pero además 
unos sombríos, unos cenizos, unos malasangre y unos tipos de solemnidad tan 
bruta y tan zafia como para resultar en sí misma dañina. Pues el odio a 
Savater implica algo parecido, aunque, a diferencia de Groucho, él también 
sabe ponerse serio cuando toca... dentro de un orden. Los dos comparten la 
capacidad para la impertinencia con gracia, la ocurrente irreverencia, el 
desenfado alegre que da en el clavo, y el disfrute de aquello en que se vean 
envueltos. Savater, por el carácter intelectual de su tarea, tiene además 
otras facetas, y posee un sentido de la rectitud -palabra anticuada, pero la 
que más le cuadra- como quizá no he visto en ninguna otra persona. Es para 
él lo malo, le falta el cinismo de Groucho. y sin duda no disfruta del papel 
que le ha tocado interpretar últimamente, en el cual ha desembocado casi sin 
querer, tan insensible como involuntariamente.
Recuerdo una anécdota de hace muchísimos años que bien puede ilustrar este 
proceso indeseado. Caminaba Savater una noche por el centro de Madrid, de 
vuelta a casa, cuando se le echó encima un tipo y le dijo en tono 
impositivo: «Oye, dame algo». Savater, al que he visto soltar dinero siempre 
que se lo han pedido, se llevó la mano al bolsillo, sacó las dos mil pesetas 
que le quedaban y contestó al malencarado sujeto: «Mira, esto es lo que hay; 
mitad para ti y que haya suerte». Pero fue entonces cuando el individuo tiró 
de navaja y se la arrimó al cuello: «Nada de la mitad, me lo das todo o te 
rajo». La reacción de Savater explica bien al personaje. No sólo es 
compasivo, sino con sentido de la equidad y de la justicia; escucha siempre 
al otro y trata de entender sus argumentos –cuando los hay- o sus 
necesidades y aspiraciones; está dispuesto a ceder hasta donde cree que 
puede o debe. Pero se indigna ante la coacción, el abuso, las pretensiones 
desmesuradas, la amenaza, la arbitrariedad chantajista, la imposición, la 
violencia, la injusticia. «¿Cómo que todo?», le respondió airado, pese al 
filo en la garganta. «Te ofrezco la mitad de lo que llevo y tú me sacas un 
cuchillo y quieres dejarme sin nada. Qué te has creído, ni hablar, estás 
listo, y además te retiro mi ofrecimiento y ya ni mil pelas ni nada. Estaría 
bien, habráse visto». Quedó tan perplejo el navajero ante el razonado enfado 
de Savater que plegó aturullado su acero y salió corriendo. Así, sólo así, 
se ve Savater envuelto en lo peligroso y desagradable: por no dejarse 
avasallar.
Qué más quisiera él que no recibir más denuestos ni elogios y volver a gozar 
libremente de sus modestas dosis de felicidad, pero vividas plenamente: de 
los baños en La Concha de San Sebastián, su ciudad; de las carreras del 
hipódromo de Lasarte; de sus paseos por la Parte Vieja o hasta el Cementerio 
de los Ingleses. Ha debido renunciar a todo eso, ya sus infinitos intereses, 
de Diderot a King-Kong, de Cioran a Stevenson, de Sherlock Holmes al caballo 
Nijinsky, absorbidos su cerebro y su alerta y su tiempo por cuestiones de 
escaso alcance intelectual y placer nulo, pero a las que tampoco puede 
volver la espalda. Hace tiempo que pienso: «Santo cielo, en vez de atender 
al pensamiento de Voltaire, Fernando ha de atender al Increíble Seso 
Menguante que dicta en su País Vasco. Qué desperdicio». Ay de ese país si 
permitiera que se cumplieran un día las amenazas contra alguien así, uno de 
sus mejores hijos. Sería ese país para siempre maldito, y sobre él caerían 
la vergüenza y la infamia.
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