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[escepticos] Regalo para Kepler



Carlos me preguntó

> Siempre me ha corroído la duda, y aunque he lanzado dos veces la pregunta
> (Juana, Eloy...?) nadie parece interesado en responder: Si adoptamos un
> materialismo muy riguroso, el ser humano, como conjunto de átomos aunque
> estructurado en niveles biológicos... está predeterminado. (una vez
> lanzadas las bolas de billar, por grande que sea su número, no pueden
> elegir variar su trayectoria) Y si no hay libertad no hay planteamiento
> ético posible, o la ética es simplemente un conjunto de reflejos más o
> menos condicionados. A los materialistas rigurosos convencidos ¿Cómo
> podeis conjugar dicho planteamiento con la idea de libertad, o cualquier
> planteamiento ético?

Te envío un trozo del libro "Ética para náufragos", de Jose Antonio Marina,
donde hace una analogía entre el esfuerzo ético por vivir bien y por
escribir bien. Y ya que en esta lista nos entendemos por la escritura...

...Vivir es como escribir: una sabia o torpe mezcla de determinismo e
invención. El lenguaje nos impone sus estructuras fijas, sin remedio. Si no
las aceptamos, escribir es una caprichosa e inútil gesticulación, pero si
nos limitamos a seguir sus eficaces rutinas caemos en un automatismo
indolente. La creación literaria sortea con habilidad ambos peligros y es
por ello una bella metáfora del quehacer ético. Cada vez que producimos una
frase expresiva, precisa, brillante, no mecánica ni casual ni ecolálica,
estamos ejecutando un acto de libertad y alterando lujosamente las leyes
físicas y psicológicas que rigen la caída de los graves. Encomendamos el
control de nuestra acción a los valores elegidos. En fin, que mantener un
buen estilo en el escribir o en el vivir es un alarde de talento creador.

Comenzar un libro de ética hablando de escribir bien no es una extravagancia
sino una artimaña para recordar una verdad de perogrullo: que somos autores
de nuestra biografia y nos pertenece el copyright. Aquí se acaba la metáfora
y empieza la literalidad. El lector tiene derecho a decirme que no somos
autores y que nuestras obras son hijas de la situación y del carácter. Puede
aducir que las circunstancias -que son un determinismo exterior- y las
pulsiones -que son un determinismo íntimo- dejan poco sitio a la libertad
creadora, que no pasa de ser un breve hiato locuaz abrumado por tanta
coacción. Pero cuanto más se empeñe en convencerme de ello, con más energía
se está refutando, porque si quiere argumentar con brillantez, escogiendo la
formulación más contundente, sosegando la impaciencia y buscando con tesón
la claridad, estará negando con sus actos lo que sus conceptos pretenden
demostrar.

Reconocernos como autores, a pesar de la confabulación de determinismo y
azar que parece guiar nuestras vidas, es una de las principales tareas
éticas. El hombre, que es un ser de empeños y claudicaciones, renuncia con
facilidad a su condición de autor para convertirse en robot, plagiario o
marioneta. O en río, como diría el poeta. Las rutinas nos aguardan siempre,
ofreciéndonos un seno maternal, cálido y adormecedor, donde adoptar una
postura fetal y descansar. Podemos abandonarnos a esos automatismos
regresivos y luego quejamos de su monotonía. Incluso puede ser delicioso
cortarnos los pies y llorar después nuestra cojera, pero no se lo recomiendo
al lector.