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[escepticos] Re: Nuestra única ideolog ía: escepticismo.
Hola.
Seguidamente reproduzco este artículo sobre la agresividad por si
pudiera aportar algo a la discusión, que como veis no está actualmente
superada, ni mucho menos.
Saludos.
ANÁLISIS
Neurobiología de la violencia
LA VANGUARDIA - 14/04/2002
ACTUALMENTE YA hay datos sólidos para determinar la génesis de la
agresividad en cada ser humano
ADOLF TOBEÑA
Cuando se intentan acotar los antecedentes endógenos de la violencia
humana hay unos cuantos protagonistas que sobresalen con rotundidad.
La codicia, la ambición, el resentimiento, la envidia, los celos, el
fanatismo y otras pasiones más o menos ofuscadoras se llevan la palma
de la incitación lesiva. Resulta curioso constatar, sin embargo, que
la agresividad acostumbra a faltar en ese elenco de las pulsiones
dañinas. Ello se debe a una persistente confusión sobre la naturaleza
de los rasgos más distintivos del temperamento humano.Una confusión
que viene de lejos pero que se ha acrecentado a lo largo de los
últimos siglos de ilustración y de avances en el confort vital. La
desorientación deriva de los propios atributos de la maquinaria mental
de los primates más distinguidos que merodean por el planeta. Como se
trata de individuos con una demostrada capacidad de autoescrutinio y
autocontrol, la agresividad suele considerarse como un procedimiento
auxiliar o accidental. Un instrumento al servicio de otros vectores
más sutiles que modulan los litigios entre congéneres. Y como tal
instrumento, plenamente prescindible o amplificable en función de unas
motivaciones y objetivos de notoria complejidad. De ahí la tendencia a
orillar la agresividad. En unos animales tan ostentosamente
sofisticados, la violencia sería una herramienta utilizable a voluntad
y de ninguna manera una imposición del legado biológico. Ese tipo de
reliquias del pasado habría quedado atrás en el curso evolutivo.
La sabiduría más añeja y prudente siempre ha distinguido, sin embargo,
entre la gente de temple pendenciero y el personal con una persistente
deriva a la placidez. Las elegías dedicadas a la mansedumbre que
algunas tradiciones religiosas predican con perseverancia deberían
servir, por otra parte, para alertar sobre la proclividad dañina de no
pocos primates sabios. Pero como las manifestaciones de la agresividad
son ocasionales, esos avisos acostumbran a olvidarse y se destacan las
tendencias a la benignidad y la confraternización que son también
rasgos innegables de la condición humana. Es evidente que, si pueden
permitírselo, los primates sabios se dedican a jugar, danzar, retozar,
comerciar, construir, inventar, dormir, entre otras muchas
ocupaciones, donde la irrupción de la agresividad es muy tenue o
inaprensible. Ese es el resquicio a través del cual va germinando el
autoengaño en relación con las predisposiciones agresivas de los
individuos de nuestra especie. Pero cuando surge el conflicto de
intereses, los dispositivos internos al servicio de la agresividad
pueden activarse sin necesidad alguna de deliberación reflexiva.
Porque responden, en realidad, a automatismos de base fisiológica. Es
decir, al reclutamiento de unos engranajes cerebrales que regulan, de
manera especializada y preferente, las salidas combativas.
Cabe conceder que, durante mucho tiempo, las discusiones sobre la
génesis de la agresividad se vieron lastradas por la carencia de datos
sólidos sobre el "armamento" neural y endocrino que los humanos
reciben en mayor o menor grado en la lotería genética o cultivan con
mayor o menor dedicación en su periplo vital. O, dicho de otro modo,
por la ignorancia sobre el peso que tienen las interacciones entre la
herencia genética, diversos elementos de la maduración neuroendocrina
y factores cruciales del aprendizaje social, para moldear la eclosión
del temple combativo que mostrará cada cual. Ahora, sin embargo, ya no
valen excusas porque el conocimiento sobre los resortes biológicos de
la agresividad es fiable y aplicable. Es materia de la psiquiatría y
la neurofarmacología modernas contribuir a corregir algunos perfiles
particulares de violencia que, por su excepcionalidad, severidad o
morbosidad, son notoriamente disruptivos no sólo para los demás sino,
con mucha frecuencia, para los propios individuos que los acarrean.
ADOLF TOBEÑA, catedrático de Psicología Médica y Psiquiatría (UA