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[escepticos] Sancho III (1/4). Era: Nacionalismos y varas de medir
Hola:
Sospecho que a estas alturas del cruce de mensajes ya casi nadie
recuerda a Sancho III, pero yo si y os envio un articulo de
Historia16 sobre el tema.
Lo enviare en 4 partes. Salvo errores debidos al ORC, va completo y
con las siguientes convenciones tipograficas: lo que en el original
estaba en cursiva, aqui va entre comillas simples, ej.: 'ejemplo', y
lo que iba en negrita ahora va entre asteriscos, ej.: *ejemplo*.
¡Que lo disfruteis!
Saludos
PD: No, no me da la gana de usar html en un mensaje electronico. Me
parece de mal gusto y antiecologico.
PPD: Este mensaje esta escrito con un 100% de electrones reciclados.
---------- Principio de la primera parte ----------
Sancho III 'el Mayor:' Un rey pamplonés e hispano
Armando Besga Marroquín
(Publicado en Historia16, nº 327, pp. 42-71)
Sancho Garcés III (1004-1035) es el rey navarro más importante y
durante la mayor parte de su reinado fue el soberano más poderoso de
la Península. -Sin embargo, su figura es muy mal conocida. Por una
parte, ninguna crónica contemporánea da cuenta de sus hechos, y
cuando a partir del siglo XII comenzó a relatarse su historia ésta
comenzó a deformarse, una tendencia que ha llegado hasta nuestros
días (1). Por otro lado, los aproximadamente 70 documentos que
provienen de su reinado se encuentran a falta de una edición crítica;
y esto es muy importante, «pues la mayor parte de ellos fueron
rehechos, interpolados, maquillados e incluso 'inventados' en tiempos
posteriores, unos porque habían desaparecido en las precedentes
calamidades y se debió restituirlos a partir de la memoria oral que
sugería su proyección sobre ulteriores realidades, otros porque su
tenor no correspondía a las mutaciones de la observancia regular y la
organización eclesiástica ocurridas a lo largo del siguiente siglo y,
finalmente, algunos porque quizás no habían existido nunca» (2).
Afortunadamente estos problemas no nos afectan ahora, porque el
objetivo del presente estudio no es trazar la historia de Sancho III
'el Mayor' -cometido que probablemente merecería una tesis doctoral-,
sino responder a la iniciativa tomada recientemente por, el
Ayuntamiento de Fuenterrabía de levantar un monumento a la memoria
del rey navarro como «Rey, del Estado Vasco, Reino de Navarra», para
lo cual se ha convocado un concurso dotado con un premio de 6.010
euros, iniciativa que ha provocado polémica. Pues bien, pese a los
problemas que presenta el reinado de Sancho III 'el Mayor' se puede
decir que se poseen elementos de juicio claros y en abundancia para
dar una respuesta terminante a esta cuestión.
Una monarquía hispana
E1 reino que heredó Sancho 111, pese a su pequeñez (unos 15.000
kilómetros cuadrados), estaba formado por tres unidades: lo que se ha
llamado Navarra primordial, origen del Reino de Pamplona y centro de
la monarquía, de la que estaba excluida probable aún la Navarra
atlántica (cuya vinculación al reino pamplonés no se puede acreditar
hasta el año 1066) y la parte meridional, que se encontraba en poder
de los musulmanes; el condado de Aragón, limitado entonces a los
valles más occidentales y septentrionales de la región a la que ha
dado su nombre, unido durante el siglo X mediante una vinculación
personal, consecuencia de una herencia, al Reino de Pamplona y que
conservaba su autonomía; y La Rioja (que incluía probablemente La
Rioja alavesa, integrada en el Reino de Navarra hasta el siglo XV),
arrebatada a al-Andalus en la primera mitad del siglo X.
No hace al caso entrar en las particularidades que presentaban Aragón
y La Rioja, región esta última que gozaba de una importancia
creciente en la monarquía pamplonesa. Lo que nos interesa ahora es la
Navarra primordial, un territorio de unos 5.500 kilómetros cuadrados
en el que había nacido un reino cuya naturaleza estrictamente vasca
se da muchas veces por sentada, pues -a diferencia de lo sucedido con
el Reino de Asturias- nunca ha habido un intento serio por estudiar
sus orígenes indígenas. Sin embargo, los escritores nacionalistas han
tratado de justificar los orígenes exclusivamente vascos del reino
navarro con varias explicaciones, que pueden ser complementarias. Una
consiste en hacer del Reino de Pamplona el heredero del supuesto
ducado merovingio de Wasconia, entendido como el primer Estado
nacional vasco, que se habría extendido desde el Garona hasta más
allá del Ebro (para incluir territorios, de La Rioja, Aragón y
Cantabria) (3). La falsedad de esta interesada interpretación es
evidente, puesto que ese ducado no existió (4) y porque
tradicionalmente se han situado los orígenes del Reino de Pamplona en
la victoria lograda en el 824 por los navarros (ayudados en esta
ocasión por aragoneses y musulmanes) sobre un ejército franco de
wascones, que acababa de establecer la soberanía carolingia en
Pamplona (5). Otra explicación -relacionable con la anterior-
consiste en hacer descender a la familia de Iñigo Arista de un
refugiado político vascofrancés, hipótesis que ha sido también
defendida por algunos historiadores, pero que no goza actualmente de
crédito alguno entre los investigadores (6). Una tercera explicación
pretende ver el origen del Reino de Pamplona en las luchas de los
vascones contra visigodos y francos (7), lo que esta claramente
contradicho por el hecho de que la geografía del primitivo Reino de
Pamplona es distinta de la de los vascones independientes de época
visigoda y porque entre las mencionadas guerras y el nacimiento del
reino navarro -sea cual sea el año de su aparición (8)- transcurre
más de un siglo (9). Finalmente, otra interpretación generalizada en
la historiografía nacionalista es la que presenta la formación del
Reino de Pamplona como el desarrollo natural del pueblo vasco, o -en
palabras de B. Estornés Lasa, que es el que más ha escrito al
respecto- «de las fuerzas internas vocacionales de la nacionalidad
vasca» (10). El carácter puramente doctrinario de la interpretación
hace innecesaria la crítica. Pero estimo conveniente que el lector
conozca la variante democrática de semejante tesis (porque puede ser
un elemento de juicio de cierta importancia para entender el llamado
problema vasco) cuyo ejemplo más destacable corresponde a C. Clavería
(11):
'Su gobierno era una república federativa compuesta de valles o
comarcas que se gobernaban independientemente según sus costumbres
respectivas, determinándose sus diferencias por un consejo de
ancianos o sabios de la tierra.
En esta situación estaban los vascones, cuando comenzaron una guerra
contra los sarracenos, pero bien pronto las diferencias surgidas
entre ellos les hace comprender la necesidad de un jefe que los
dirija contra el enemigo común y que les gobierne con paz y justicia
a imitación de los godos y de los francos. A este caudillo lo
denominan rey.
Antes de su elección acordaron establecer un pacto entre el pueblo y
el candidato, basado en que había de comprometerse a regirlos con
arreglo a las leyes tradicionales vascas, sus costumbres y libertades
procurando mejorarlas y nunca empeorarlas; que no haría justicia por
sí solo, sino que debería contar con un consejo de 12 ancianos y
sabios, y que no podría hacer la paz o la guerra sin contar con el
mismo Consejo.
Hecho esto eligen su primer rey' (12).
Evidentemente el Reino de Pamplona tiene unos orígenes vascos que
nadie discute, aunque están por estudiar y precisar (13). Pero
también son claros sus orígenes hispanogodos, o, mejor dicho,
hispanos, entendiendo por Hispania el país que en el siglo VIII tenía
un pasado romano y visigodo y la presencia inmediata del enemigo
musulmán (14).
El primer y más importante elemento que hay que tener en cuenta es
que el Reino de Pamplona nació en una ciudad y durante mucho tiempo
fue el reino de una ciudad, como indica, entre otras cosas, su
denominación, que no se convirtió en Reino de Navarra hasta 1162
(15). No puede ser casualidad que en un ambiente abrumadoramente
rural, como el del mundo vasco de los últimos siglos del primer
milenio, el reino pamplonés naciera en una ciudad, cuyo nombre en
'euskera', 'Iruña' (ciudad), revela claramente su excepcionalidad, ya
que indica que no había en el territorio otra urbe de la que hubiera
necesidad de distinguirla. Es decir, que el Reino de Pamplona nació
en lo distinto: en la ciudad, en lo heredado de Roma, que seguramente
tenía unos orígenes indoeuropeos (16) y fue un obispado del Reino
Visigodo. Si, por ejemplo, el único Estado vasco de la Historia
hubiera surgido en Guipúzcoa, el único territorio vasco sin contacto
con otros territorios no vascos y por ello auténtico corazón del
país, o en otro territorio vasco resguardado de al-Andalus, no habría
problemas para admitir, unos orígenes exclusivamente indígenas. Pero
precisamente Guipúzcoa, de la que se carece de cualquier noticia
entre el 456 y el 1025, continuaba en los alrededores del año 1000 en
la Prehistoria, la última de Occidente, y, dividida en varias
unidades, era incapaz de articularse políticamente (17), lo que
muestra a mi entender la incapacidad del llamado 'saltus vasconum'
para organizarse en un Estado, empresa por lo demás difícil. Si a
esto añadimos que el Reino de Pamplona surgió en la primera línea de
lucha contra al-Andalus, no encontraremos otra causa para explicar su
nacimiento que el desarrollo político de la ciudad. Si la aparición
de los estados hispanocristianos hubiera tenido lugar en el seno de
ciudades, el significado de los orígenes urbanos del Reino de
Pamplona no estaría tan claro, porque se podría aducir que ese
nacimiento urbano es una condición para la formación de una monarquía
pero, precisamente, la aparición del reino navarro es una excepción
en la historia de los orígenes de la Reconquista. En Asturias, donde
la importancia del elemento hispanogodo fue decisivo (18), el reino
tuvo un origen rural; y los condados aragoneses carecieron de
cualquier ciudad hasta el siglo XI (19).
Más significativo aún es el hecho de que Pamplona fuera una ciudad
visigoda situada en la frontera con los vascones independientes de la
época de los reinos germánicos. El único documento pamplonés
proveniente de esta época -el 'De laude Pampilone'-, pese a su
carácter de alabanza a la manera del famoso 'Laus Spaniae' de San
Isidoro (que parece haberlo inspirado), muestra claramente las
preocupaciones defensivas de los habitantes de la capital navarra (la
mayor parte de la breve composición responde a esa angustia) e
identifica a los enemigos de la ciudad: los vascones. Después, como
cualquier otra ciudad hispanogoda, capituló ante los musulmanes sin
que haya constancia de que hubiera protagonizado algún acto de
resistencia. Ciertamente Pamplona fue, con gran diferencia, la ciudad
hispanocristiana que mas veces se rebeló contra los musulmanes en el
siglo VIII. Dada la sumisión de la Hispania mozárabe, esta actitud
singular parece revelar la existencia de una alianza de los antiguos
adversarios (Pamplona y los vascones) frente a un enemigo común,
mucho más poderoso y peligroso (algo similar sucedió a mediados del
siglo VIII entre el Reino de Asturias y los habitantes de Vizcaya y
Álava). En todo caso, antes o después esa alianza terminó por
producirse y tuvo un carácter decisivo en la larga y compleja
gestación del Reino de Pamplona. Cabe señalar también que en Pamplona
-como en otras ciudades del valle del Ebro- apareció un partido
procarolingio a finales del siglo IX, cuya actividad facilitó a
principios del siglo IX una breve incorporación al Imperio Carolingio
(806-816).
Además, hay que destacar que la monarquía no sólo no fue el 'Regnum
Vasconum' (20), sino que nunca empleó la palabra «vascón», que a
partir del año 1000 -y hasta hace poco (la extraña, para la lengua
española, expresión País Vasco es un galicismo introducido en el
siglo XIX)- servirá únicamente para designar a los habitantes del
País Vasco francés (21). Y esto debe de ser muy significativo porque
Navarra fue la primitiva Vasconia y porque ese gentilicio indoeuropeo
no puede considerarse un exónimo, ya que consta la existencia de una
ceca con el nombre de 'Bar(s)cunes' (que puede significar «los altos»
o «los orgullosos»), que muy probablemente correspondió a la
primitiva Pamplona prerromana (22). Este olvido, que no puede ser una
casualidad parece el resultado de una actitud deliberada por resaltar
únicamente los orígenes hispanogodos (y romanos), algo que se puede
probar desde el mismo momento en que en la segunda mitad del siglo X
aparecen los documentos. Ciertamente en algunos textos bajomedievales
reaparece el término «vasco», pero, como en otros lugares
peninsulares, con un sentido lingüístico, de donde surgirá la voz
«vascongado», en principio, vascoparlante (y no habitante de las
Vascongadas, como sucede desde el siglo XVIII).
Pero la existencia de unos importantes orígenes hispanogodos del
Reino de Pamplona no descansa únicamente en planteamientos teóricos.
En un contexto de penuria documental, existen varias pruebas que
acreditan esos orígenes. Una se encuentra en la antroponimia, apenas
conocida en el siglo IX. Cuando entre los mozárabes de la época los
nombres germánicos eran minoritarios (un quinto entre los mártires
voluntarios cordobeses de mediados del siglo IX), tiene que ser
significativo que, tras la invasión musulmana los dos primeros
obispos conocidos de Pamplona tengan nombre godo: Opilano y
Wiliesindo, contemporáneos de Iñigo Arista (824-852) y, por
consiguiente, de los orígenes del proceso de constitución del Reino
de Pamplona (23). Y éste no es un dato aislado: gracias a San
Eulogio, conocemos a mediados del siglo IX una serie de nombres de
abades pertenecientes todos ellos, probablemente, a la diócesis de
Pamplona: Fortún de Leire, Atilio de Cillas, Odoario de Siresa,
Jimeno de Igal y Dadilano de Urdaspal (24). Los nombres germánicos
también se encuentran entre los laicos como se aprecia en las dos
familias principales de Navarra: Galindo, uno de los antropónimos más
frecuentes en el ámbito navarro-aragonés en el siglo X, fue el nombre
del segundo hijo de Iñigo Arista, y Toda, más frecuente aún, el de la
madre y la esposa de Sancho Garcés I (905-925), probablemente el
primero en tomar el título de rey (25). La antroponimia germánica
conocida en Navarra antes del año 1000 es suficiente para acreditar
la presencia de individuos pertenecientes a la minoría visigoda, que
por su importante relevancia no pueden ser considerados como meros
refugiados. Este fenómeno cobra mayor significación si se tiene en
cuenta que al hablar de orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona
hablamos, ante todo, de orígenes hispanos o romanos.
Otra prueba relevante se encuentra en la vigencia del 'Liber
Iudiciorum' visigodo en el Reino de Pamplona, ya que, como ha
señalado J. J. Larrea, «todo lo que sabemos sobre el Derecho privado,
sobre las instancias judiciales y sobre el procedimiento en nuestra
región debe ser relacionado con la tradición romano-visigoda» (26). Y
esto es imposible que haya sido impuesto por una monarquía joven y
con escasos medios. Es más: dada la falta de ejemplares del 'Liber' y
de formación jurídica, el mismo autor ha podido escribir que «en
Navarra, la ley escrita parece haberse convertido en costumbre» (27),
fenómeno que sólo es posible tras una importante implantación
anterior.
Otros indicios que apuntan en la misma dirección son: la propia
organización social, en la que no se han detectado elementos
importantes que la singularicen (28); la vigencia de la liturgia de
la Iglesia visigoda hasta el siglo XI, cuando al Norte de los
Pirineos había sido sustituida por el rito romano; la utilización de
la cursiva visigótica que, como en Aragón y el reino astur-leonés, es
la escritura más antigua detectada en Navarra, lo que cobra aún más
valor si se tiene en cuenta la introducción de la minúscula carolina
en el Imperio Carolingio; la utilización de la Era hispánica hasta el
siglo XIV; y la aparición de una lengua romance muy parecida al
castellano (29) en un reino por cuyo territorio San Eulogio pudo
viajar sin problemas de entendimiento a mediados del siglo IX. Una
lengua que, por cierto, tiene su acta de nacimiento en las famosas
glosas de San Millán de la Cogolla -que formaba parte entonces del
Reino de Pamplona y en las que, significativamente, se encuentran
también las primeras (y breves) frases en 'euskera' (30). Pues bien,
esta lengua se convirtió en idioma oficial en Navarra medio siglo
antes que en Castilla y dio lugar a la primera crónica peninsular
escrita en romance ('Cronicón Villarense') (31).
Por todo ello, no es de extrañar que en el Reino de Pamplona surgiera
también el neogoticismo, lo que es asimismo una prueba de sus
orígenes hispanogodos (32). Este fenómeno es claramente perceptible
en la segunda mitad del siglo X, cuando empieza a haber
documentación, y tiene su mejor exponente en una serie de códices
encargados por el rey Sancho Garcés II Abarca (970-994), que
constituyen lo que Ángel J. Martín Duque ha denominado, con acierto,
«primera memoria historiográfica 'autóctona'» (33). En estas obras
elaboradas en monasterios de la monarquía pamplonesa, «un equipo de
monjes y clérigos reunió y compendió ordenadamente todos los
subsidios textuales necesarios para intentar fijar en la memoria
colectiva los horizontes universales, los antecedentes geohistóricos
y las premisas directas de la reciente comunidad política, que no
había surgido por una especie de generación espontánea» (34). Pues
bien, «esta labor bien meditada y cuidadosa» constituye una
reivindicación del legado hispanogodo.
El primero de esos libros es el llamado 'Códice Vigilano' o
'Albeldense', realizado entre el 974 y el 976 en el Monasterio de San
Martín de Albelda, fundado por Sancho Garcés 1. «Sus 429 folios
comprenden principalmente dos extensas piezas de carácter normativo,
magno mensaje de unas tradiciones de convivencia hasta entonces
soterradas en tierras pamplonesas, pero nunca desmentidas» (35): la
'Colección Canónica Hispana', esto es, el legado normativo de la
Iglesia hispanovisigoda, y el 'Liber Iudiciorum' «es decir, Las
pautas de convivencia religiosa y civil de la fenecida sociedad
hispano-goda que sin duda habían seguido vivas en tierras
pamplonesas» (36). En este sentido, que resaltar la famosa miniatura
del folio 428, modelo del estilo mozárabe, que remata la copia del
'Liber Iudiciorum' y corona el códice, porque constituye la primera
imagen de una monarquía hispana. En el centro de la composición
aparece el rey Sancho Garcés II flanqueado por la reina Urraca y su
hermano Ramiro y bajo las representaciones de Chindasvinto,
Recisvinto y Egica, es decir, «los tres reyes a los que se atribuyen
prácticamente todas las leves del código visigótico, excluidas las
reseñadas como 'antiquae', que, como tales, no circulan bajo el
nombre de ningún rey» (37). Este folio miniado constituye un colofón
que compendia gráficamente la reivindicación de los orígenes
hispanogodos de la monarquía pamplonesa, que está presente en todo el
códice. El libro se completa con otras obras del legado cultural
hispanogodo generalmente y unas piezas que componen un conjunto con
un claro significado. Entre estas últimas hay que destacar dos
pequeñas composiciones originales, que son las más antiguas
narraciones sobre el Reino de Pamplona: la llamada 'Additio de
regibus pampilonensium', que da breve cuenta de los reinados de
Sancho Garcés I (905-925), García Sánchez I (925-970) y Sancho Garcés
II (970-994), y una 'Nomina Pampilonensium regum', que se limita a
los tres monarcas citados a los que un glosista contemporáneo añadió
al margen que desconocía la existencia de otros anteriores (prueba de
que el reino se fundó con Sancho Garcés I). Pues bien, ese vacío está
colmado por la 'Crónica Albendense', llamada así por figurar en este
códice, es decir, un epitome de la historia romana y del Reino
Visigodo y una crónica del Reino de Asturias, de la que la 'Additio
de regibus pampilonensium', es como ha señalado A. J. Martín Duque,
«un apéndice necesario» (38). Con ello no sólo se asume como propio
el pasado romano y visigodo, sino incluso la historia del Reino de
Asturias, que aparece como el necesario eslabón para vincular a los
navarros con los monarcas godos (39).
El segundo libro es el 'Códice Emilianense' elaborado en San Millán
de la Cogolla por el obispo Sisebuto de Pamplona, otro individuo del
mismo nombre y Velasco, que lo terminaron en el 992. Básicamente está
obra es una copia del 'Códice Albendense' (como lo prueba el que
presente una miniatura análoga a la del folio 428 del citado código),
lo que demuestra que la recopilación del 'Códice de Vigilano'
respondía a las necesidades del momento (40).
Pero el manuscrito más interesante es el 'Códice de Roda' compuesto
en Nájera hacia el 990 bajo la probable inspiración del ya citado
obispo de Pamplona Sisebuto. Este códice parte de la historia de
Orosio, que ocupa las tres cuartas partes del conjunto, continúa con
la historia de los godos de San Isidoro, a la que siguen la 'Crónica
Albeldense' y la 'Crónica de Alfonso 1II' (41), y concluye con una
serie de textos navarros que, en opinión de A. Martín Duque, son «el
punto nuclear del argumento, la glorificación de Pamplona y de su
reciente casta de soberanos» (42). Entre estos últimos sobresalen las
famosas 'Genealogías de Roda' (fuente fundamental para la historia
del Pirineo en esta época), pero lo más destacable para el asunto que
nos interesa ahora es la inclusión del visigótico 'De laude
Pampilone' y de la 'Epistula de Honorio', cuyo significado ha sido
interpretado con acierto por K. Larrañaga: «En las 'Genealogías de
Roda', lejos de vindicar viejos ancestros vascones, se silencia
-cabría decir que intencionadamente- cualquier referencia a éstos en
relación con el Reino de Pamplona, y se incluyen, por otro lado,
textos en la colección -como la epistula del emperador Honorio a los
soldados de Pamplona, y una 'laus Pampilone' presumiblemente
visigótica- que se dirían buscados 'ex professo' de entre la masa
documental referida a la ciudad para poner de relieve los títulos de
gloria de su pasado romano-cristiano y borrar de paso el recuerdo de
la turbulencia vascona» (43).
Todo esto no son sólo interpretaciones más o menos razonadas de
investigadores de nuestra época. Un contemporáneo de Sancho III, el
poeta Abu Umar ibn Darray (958-1030), dejó un testimonio claro de la
deliberada vinculación de los reyes navarros con Roma. Se trata de
unos versos en los que increpó a Sancho Garcés II con motivo de su
humillante comparecencia en el palacio de Almanzor (992) de la
siguiente manera:
'Hijo de los reyes de la herejía en la cumbre de la grandeza y
heredero de la realeza romana de sus antepasados se había situado en
el centro mismo de los orígenes de los Césares y había pertenecido a
los más nobles reyes por parentesco próximo''Hijo de los reyes de la
herejía en la cumbre de la grandeza y heredero de la realeza romana
de sus antepasados se había situado en el centro mismo de los
orígenes de los Césares y había pertenecido a los más nobles reyes
por parentesco próximo' (44).
Finalmente, cabe añadir una consideración más. La pérdida de una
frontera con al-Andalus -consecuencia de la ruptura de la nobleza
navarra con el Reino de Aragón tras la crisis motivada por el
singular testamento de Alfonso I el Batallador (1134)- impidió que el
reino pamplonés progresara hacia el Sur, como el resto de los Estados
hispanocristianos. Es muy probable que este hecho preservara la
capitalidad de Pamplona y el carácter navarro del reino (que poco
después se va a llamar de Navarra), pues antes de la unión con Aragón
(1076-1134) hubo una tendencia muy fuerte a fijar la residencia real
en Nájera. Debe tenerse en cuenta que en el Reino de Asturias el
traslado de su capital a León con García I (910-914) dio lugar al
Reino de León, lo que prueba que la monarquía asturiana no fue el
reino de los astures.
En realidad, las pruebas del legado hispanogodo del Reino de Pamplona
aumentan conforme crece la documentación y nos alejamos del Reino
Visigodo. Hasta tan punto es así que A. Martín Duque y J. Carrasco
Pérez han podido concluir «la hispanidad radical, sustantiva e
indeclinable desde sus lejanos prolegómenos antiguos hasta sus
últimos destinos modernos» (45). Este juicio no es una simple
interpretación más o menos discutible. Juan José Larrea, mediante una
extraordinaria tesis doctoral, ha demostrado recientemente que hasta
el siglo XII a Navarra «nada esencial distinguía de otros reinos y
condados de la España cristiana» (46), pues la primitiva monarquía
pamplonesa, «una monarquía isidoriana», tiene una clara filiación
hispanovisigoda que no se reduce a la organización política (47).
Un monarca hispano
Sancho III fue hijo del rey García Sánchez II 'el Temblón'
(994-1000), el monarca peor conocido de la España del siglo X. Su
madre, Jimena, era hija del conde leonés Fernando Bermúdez y de su
esposa Elvira. Es decir: Sancho III era sólo medio vasco. Es más: la
sangre castellana abundaba en la ascendencia paterna de Sancho III
'el Mayor', pues era biznieto de Fernán González (933-970) y nieto de
la infanta castellana Urraca (es decir, tres de sus cuatro abuelos no
eran vascos). Esto era así porque la dinastía Jimena, que reinaba en
Pamplona desde el 905, había seguido una política matrimonial de
enlaces con sus vecinos, particularmente los reyes de León y los
condes de Castilla (que maniobraban entonces hacia la independencia y
encontraron en los enlaces con la familia real navarra un poderoso
medio en ese sentido).
Pero más relevante que los orígenes biológicos de Sancho III (48) es
el hecho de que su madre doña Jimena y su abuela Urraca dirigieron la
política del reino durante su minoría de edad, pues aquél sólo debía
de contar con 8 años cuando murió su padre. Entre el 1000 y el 1004
su tío materno Sancho Ramírez (primo carnal de García Sánchez II)
parece que se hizo cargo de la monarquía con el título de rey (que en
Navarra se daba también entonces a ciertos miembros de la familia
real), en lo que fue más un interregno que una regencia (49). La
prematura muerte de este oscuro personaje (que habría nacido hacia el
970) significó la entronización de Sancho III con tan sólo 12 años
ante los problemas que suponía la búsqueda de un nuevo regente. Pero
el gobierno efectivo correspondió a su madre y abuela, que «le
introdujeron seguramente en los intereses y complicaciones de la
política de León y Castilla» (50).
Consecuencia de esta tutela y de esta política fue el matrimonio de
Sancho III con Munia o Muniadonna, hija del conde de Castilla Sancho
García (51). Seguramente esta boda fue el hecho más decisivo de su
vida pues, como veremos, condicionó todo su reinado y la herencia que
dejó: ni más ni menos que todas las familias reinantes en la España
cristiana tengan su origen en Sancho III. Consta que Sancho III
estaba casado ya en el 1011 y es muy probable que la celebración del
matrimonio marcase el fin de la tutela de su madre y de su abuela.
Pero la importante influencia de su madre se puede acreditar hasta
casi el final del reinado. Desde luego, en ningún caso se puede
considerar que el matrimonio citado le fuera impuesto a Sancho III,
pues el monarca navarro siguió la misma política con sus hijos.
Para completar las vinculaciones castellanas de Sancho III, cabe
destacar que el monarca navarro fue prohijado por algunas viudas
castellanas, como doña Goto y doña Oneca (de probable ascendencia
pamplonesa), que le hicieron donación a título privado de sus
cuantiosos patrimonios (1028 y 1031). Esta práctica -que hoy parece
extraña, pero entonces no era rara- sirvió para acrecentar el poder
de Sancho III en el condado de Castilla.
Si en la ascendencia domina abrumadoramente la sangre no navarra, su
descendencia controlará todos los tronos de la España cristiana.
Efectivamente, su obra sentó las bases para que durante un siglo
todos los reyes hispanocristianos descendieran de Sancho III por
línea paterna (es lo que se ha llamado dinastía navarra), y después y
hasta nuestros días también, aunque no de esa forma.
Por otra parte, hay que señalar la predilección de Sancho III por
Nájera, que se convirtió en su residencia principal y añadió por
primera vez a la titulación de los reyes de Pamplona (52). Esta
predilección alcanzó su apogeo con su hijo García Sánchez III, que,
como es sabido, ha pasado a la Historia como 'el de Nájera'.
Por último, no es ocioso recordar que Sancho III fue enterrado en el
Monasterio burgalés de Oña, donde habían sido sepultados los últimos
condes castellanos.
------------- Fin de la primera parte -------------
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Dpto. Analise Matematica - Facultade de Matematicas
Universidade de Santiago de Compostela
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