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[escepticos] Sancho III (2/4). Era: Nacionalismos y varas de medir



---------- Principio de la segunda parte ----------
Una política expansiva e hispana

Sancho III -con distintos títulos, poderes y derechos- llegó a controlar el territorio de la España cristiana comprendido entre Astorga y Cataluña. Con ello el reino navarro alcanzó la mayor extensión de su historia. Pese a este hecho, no es cierta la idea, repetida tantas veces, de que Sancho III dominó todo el País Vasco, objetivo que ni siquiera entró en una política expansiva movida por las circunstancias.

Así, no aprovechó el indudable potencial de su reino para reconquistar el territorio de los antiguos vascones de época romana (que se extendía más allá de la actual Navarra por el Este y el Sur), lo que prueba la inexistencia de cualquier tipo de irredentismo vascón. Y eso que el reinado de Sancho III 'el Mayor' coincide con la crisis definitiva del Califato de Córdoba: uno de los más trágicos cuartos de siglo de toda la Historia. Desde el pináculo de su riqueza, de su poder y de su esplendor cultural, al-Andalus se desplomó en el abismo de una sangrienta guerra civil (53). La crisis comenzó con el asesinato en el año 1009 del dictador amirí Abderramán Sanchuelo, llamado así por ser hijo de una navarra (y nieto, como su primo Sancho III, de Sancho Garcés II), que gobernaba en nombre de Hisham II, cuya madre -Subhera también navarra y tuvo un papel decisivo en el encumbramiento de Almanzor (del que pudo ser amante) (54). Mientras castellanos y catalanes aprovecharon inmediatamente la crisis y entraron en Córdoba apoyando a una facción en los años 1009 y 1010 respectivamente, Sancho III prefirió obtener mediante amenazas la entrega de una serie de fortalezas fronterizas, como habían logrado los condes Sancho García, Ramón Borrell y Ermengol con su intervencionismo en las luchas internas de al-Andalus. Después también combatió en ocasiones contra los musulmanes, pero el balance de lo conseguido durante todo su reinado (una estrecha franja de terreno en Navarra y, sobre todo, en Aragón, que incluía territorios perdidos en la época de Almanzor, como Uncastillo) es muy pobre, sobre todo, si se compara con lo logrado en la expansión hacia el Este y el Oeste, es decir, por tierras cristianas. Ciertamente, pese a la crisis del Califato, el enemigo en la frontera navarroaragonesa, la taifa de Zaragoza, era muy poderoso y tenía uno de sus núcleos principales en Tudela, ciudad fundada por los musulmanes y que no sería reconquistada hasta 1119, es decir, 34 años después que Toledo. Pero también cabe señalar que si Sancho III -el monarca más poderoso entonces de la península Ibérica- hubiera lanzado todo su potencial militar contra el Sur de la actual navarra es muy posible que hubiese podido adelantar en un siglo la conquista de Tudela. En todo caso, lo que es evidente es que tuvo objetivos que consideró más importantes (55).

Por el Norte, la frontera del reino pamplonés está clara, los Pirineos (caso de haberse extendido la autoridad de los reyes navarros hasta el Baztán, lo que es lo más probable, pero que no se puede acreditar hasta el 1066), y no se modificó. No es cierto, pese a todas las veces que se ha dicho, que Sancho III lograra el dominio de Gascuña (la única Vasconia de entonces, es decir, el territorio entre los Pirineos y el Garona, en el que la población que podemos considerar vasca por su lengua sólo era una minoría). El rey navarro únicamente pretendió suceder en 1032 al duque de Gascuña Sancho Guillermo, muerto sin descendencia, lo que bastó para que en algunos documentos se le cite reinando en Gascuña. Pero la verdad es que la herencia recayó en Eudes, sobrino de Sancho Guillermo e hijo de Guillermo V 'el Grande' de Aquitania, lo que permitió a la muerte de éste (1038) la unión de ambos territorios del Reino Franco. Tampoco es cierto que Sancho Guillermo fuera vasallo de Sancho III (teóricamente debía de serlo del rey de Francia) porque aquél figure como testigo en algunos documentos del rey pamplonés. También lo hizo el conde de Barcelona entre el año 1025 y 1030 y tampoco es cierto, como se ha llegado a defender, que el condado catalán (que seguía formando parte jurídicamente del Reino Franco) entrara en dependencia del rey de Pamplona. Estos hechos forman parte de unas prácticas corrientes en la época. El mismo Sancho III acudió a las festividades celebradas en Saint-Jean d'Angely con motivo del milagroso descubrimiento de la cabeza de San Juan Bautista (en lo que fue el primer viaje de un monarca hispano al extranjero) y coincidió con el rey francés Roberto 'el Piadoso', y otros personajes importantes de Francia, España e Italia. A este monarca, según Raúl Glaber, Sancho III envió frecuentes regalos e incluso pidió ayuda, y a nadie -que yo sepa- se le ha ocurrido considerarle por eso su vasallo. Tampoco se ha realizado semejante interpretación con respecto a Guillermo V de Aquitania -más poderoso entonces que el rey de Francia-, pese a que, según Ademar Chabannes, «cada año el duque de Aquitania recibía a los enviados del rey de Navarra, portadores de preciosos presentes». Finalmente, tampoco es cierto que Sancho III organizara el vizcondado de Labourd (que supuestamente le habría cedido Sancho Guillermo), como han escrito incluso profesores universitarios. No, hay que esperar a finales del siglo XII, cuando el reino navarro estaba a punto de quedar confinado a Navarra, para datar el comienzo, por vía de hecho, de un dominio norpirenaico: el territorio que se conocería en la Edad Moderna en la Baja Navarra (56).

Lo que sí puede afirmarse es que Sancho III extendió su autoridad a las Vascongadas. Para Álava (cuyo nombre incluía seguramente entonces a Vizcaya, cuyo corónimo no aparece en todo el reinado) consta su dominio a partir del 1024; para Guipúzcoa, desde el 1025. Pero éstos son únicamente dos capítulos de la expansión del reino pamplonés bajo Sancho III. Y dos capítulos muy diferentes. En realidad, de Guipúzcoa nada sabemos hasta el año 1025, cuando una donación, que menciona por primera vez su nombre (que entonces sólo abarcaba a la parte central de la provincia), permite saber que se encontraba bajo la jurisdicción del señor aragonés García Acenáriz, súbdito de Sancho III y casado con doña Galga de Guipúzcoa. No sabemos si la integración de este territorio, que había permanecido independiente desde la época visigoda, se produjo durante el reinado de Sancho III (lo que me parece lo más probable) o un poco antes del año 1000. En todo caso, el proceso debió de ser pacífico, quizá propiciado por el matrimonio citado, cuyo carácter de pacto o alianza parece claro a la vista de las dificultades de un matrimonio entre un noble aragonés y una guipuzcoana muy importante en otras circunstancias.

El caso de Álava, muy complejo, es mucho mejor conocido. Pero forma parte de la historia de los dominios que correspondieron a Sancho III en virtud de las herencias de su esposa.

La incorporación del condado epicarolingio de Ribagorza forma parte de esa historia. Este condado -formado por los valles pirenaicos más orientales de Aragón (que entonces sólo abarcaba los más occidentales)- conoció una grave crisis a principios del siglo XI. El conde Isarno murió en 1003 luchando contra los musulmanes. El condado recayó entonces en su hermana Toda, que no pudo evitar la ocupación musulmana de Roda y la parte meridional de Ribagorza (1006). Por eso probablemente se casó con su tío el conde de Pallars Suñer, viudo y con hijos, que aspiraba a la reunificación de Pallars y Ribagorza, que en el 872 se habían separado del condado de Tolosa, del que habían formado parte desde el principio (comienzos del siglo IX). Pero Suñer murió pronto y Toda recurrió a su sobrino Guillermo, hijo natural de Isarno y que estaba en la Corte castellana al amparo de su tía la condesa Ava, viuda del conde Garci Fernández (970-995) y hermana de Toda. Con la ayuda de tropas castellanas, Guillermo se hizo con el control del condado luchando contra los musulmanes y probablemente contra Pallars. Pero murió combatiendo en 1010 ó 1011. Entonces el condado pasó a doña Mayor, hija de Ava y hermana del conde castellano Sancho García (995-1017). Sin embargo, Ramón III de Pallars, con el que había estado casada hasta que la repudió, aprovechó la ocasión para apoderarse de Ribagorza hasta el punto de que doña Mayor tuvo que refugiarse en los confines occidentales del condado. Esta coyuntura fue aprovechada por Sancho III para intervenir en favor de su pariente, pues el condado podía recaer en su esposa como nieta de Ava. Antes de mayo del ano 1017 recuperó Buil en Sobrarbe (57) y después la parte Sur de Ribagorza, recientemente ocupada por los musulmanes. A partir de ahí (1018) vio reconocida su autoridad también en el condado ribagorzano, donde comenzó a sustituirse en las calendaciones de los documentos el nombre del rey de Francia por el de Sancho III, lo que debe tener su justificación en el derecho de conquista. Este poder fáctico quedó regularizado en 1025, cuando doña Mayor renunció a sus derechos en favor de su sobrina del mismo nombre, esposa de Sancho III, y se retiró a Castilla, donde terminó su vida como abadesa de San Miguel de Pedroso.

Pese a su condición de condado, dependiente jurídicamente del Reino de León, Castilla era un Estado poderoso (había sido el que mejor había aguantado las ofensivas de Almanzor) y más extenso que la monarquía pamplonesa, pues incluía también Cantabria, Álava, Vizcaya y la Guipúzcoa situada al Occidente del Deva. Pero la muerte en el año 1017 del conde Sancho García, suegro y pariente de Sancho III (y que tenía, por cierto, más sangre vasca que éste), dejaba el condado en manos de un heredero de tan sólo 7 años y 2 meses, el infante García Sánchez, lo que supuso el inicio de una grave crisis, cuyas principales manifestaciones fueron la amenaza leonesa de hacer efectiva su soberanía (58) y la anarquía interior generada por un sector importante de la nobleza. Esta situación facilitó y propició la intervención de Sancho III 'el Mayor', que se convirtió en el protector del conde niño, hermano de su mujer Muniadonna, y que contó con la aprobación de un sector creciente de la población. Esto permitió que el rey navarro ejerciera un dominio 'de facto' en los territorios del infante García, lo que fue suficiente para que a partir de 1024 en las calendaciones de los documentos se pudiera mencionar, entre los territorios sujetos a su soberanía, Álava o Castilla, según los criterios de los escribanos. La situación se mantuvo hasta el trágico asesinato del conde García cuando iba a casarse en León con la hermana de Bermudo III el martes 13 de mayo del año 1029 (59). La desaparición del infante permitió consolidar el dominio de Sancho III 'el Mayor', que el matrimonio de García Sánchez con la hermana del rey de León habría puesto probablemente en crisis (60), y comenzar el proceso de integración de derecho de Álava en el Reino de Pamplona, ya que la herencia del condado castellano correspondía a la mujer del rey navarro, Muniadonna, hermana mayor del conde asesinado. Oficialmente, la dignidad condal recayó en Fernando, segundo hijo de Sancho III y Muniadonna, que tenía unos 17 años, pero el dominio real lo ejerció el padre, que de esta manera evitaba quedar bajo la dependencia teórica del rey de León, Bermudo III (1028-1037), que aún conservaba la soberanía (61). Es importante subrayar la complejidad jurídica de la situación, pues sobre los mismos dominios castellano alaveses tenían derechos cuatro personas que, además, estaban emparentadas: la reina Muniadonna (que sobrevivirá a todos), el rey Sancho III, el conde Fernando I y el rey y emperador Bermudo III, que sólo tenía 12 años. Esta complejidad -que no generó problema alguno por la superioridad de Sancho III (62) y la aceptación de la población (63)- fue la que propicio la integración del territorio llamado Álava (que incluía Vizcaya) (64) en el Reino de Pamplona, aunque los historiadores no se pongan de acuerdo en el momento exacto. Tres son las principales propuestas:

* El mismo año 1029, en el que el rey Sancho III habría procedido a separar las tierras de las Vascongadas (sin las Encartaciones ni el borde occidental de Álava, que formaban parte del condado de Castilla propiamente dicho) de los
antiguos dominios del conde García Sánchez, para compensar así a su primogénito, también llamado García Sánchez (lo que no es una mera casualidad), con una parte de la herencia que le había de corresponder de su madre, Muniadonna (que podría haberse completado con la llamada entonces Castilla Vieja, primitivo núcleo del condado castellano). En todo caso, independientemente de la fecha, ésta parece ser una razón fundamental de la integración del territorio entonces denominado Álava en el Reino de Pamplona, que heredó García Sánchez III (1035-1054) (65).


* La muerte de Sancho III 'el Mayor' en 1035, que habría obligado a aclarar la situación en los distintos territorios en los que había gobernado el rey pamplonés con distintos títulos y derechos. El reparto entre sus hijos, que ya se había hecho en vida del monarca, obligaba a ello y por tanto ésta pudo ser la ocasión en que los territorios que se conocían como Álava quedaran integrados en el Reino de Pamplona, si no lo habían estado antes (66).

* El año 1037, como compensación por la decisiva ayuda prestada por García III 'el de Nájera' a su hermano Fernando I, que le habría permitido, primero, derrotar a Bermudo III en Tamarón y después, por la muerte del rey leonés en la batalla y su previo matrimonio con la hermana del fallecido, coronarse rey de León. Tradicionalmente se ha supuesto que el rey navarro fue recompensado con una ampliación de sus fronteras, que por la costa las habría llevado algo más allá de Santander, aunque generalmente se ha considerado que la modificación sólo afectó a la llamada 'Castella Vetula', que incluía las Encartaciones y la zona más occidental de Álava, pues el resto de las Vascongadas ya formarían parte de los dominios de García III (67). Lo que sí pudo suceder entonces es la plena integración de derecho de Álava en el Reino de Pamplona por la real desaparición de la monarquía leonesa.

Sea como fuere, la complejidad de este problema muestra el nulo valor de los simples planteamientos con los que se ha defendido una integración anterior al reinado de Sancho III de Álava en el Reino de Pamplona (68). En todo caso, conviene tener presente que entre los príncipes hispano cristianos no se daban casos de meras usurpaciones o conquistas (que se dejaban para las tierras ocupadas por los musulmanes), sino que se alegan derechos, como los que arguyó Sancho III en los casos de Ribagorza y Castilla (69).

Una de las causas que permitieron a Sancho III ejercer unos poderes fácticos en el condado de Castilla fue la nueva crisis del Reino de León (que terminará con el final de su dinastía reinante en 1037), provocada por la minoridad de Bermudo III (1028-1037). Un documento leonés de la época dice que a la muerte de Alfonso V «se levantaron en un reino hombres perversos, ignorantes de la verdad, que robaron y enajenaron los bienes de la Iglesia, y los fieles del reino quedaron reducidos a la nada, por lo que unos a otros se mataban con la espada» (70). Esta situación propició la intervención en el Reino de León de Sancho III, cuya hermana era la madrastra de Bermudo III, sobre la que recayó la dirección de la monarquía. Esto permitió extender el poder de Sancho III 'el Mayor' hasta Astorga, mientras Bermudo III y su madrastra se encargaban de mantener el orden en la parte occidental del reino. Muy poco se conoce de la actuación de Sancho III en el reino leonés, que consumió los últimos años de su reinado, lo que ha permitido interpretaciones contrapuestas. Lo único que se sabe con certeza es que el monarca navarro restauró la sede episcopal de Palencia, que unificaba las disputadas tierras entre el Cea y el Pisuerga y contribuía a mejorar las relaciones entre León y Castilla (71). También se conoce que se reforzaron los vínculos familiares entre las dinastías leonesa y pamplonesa, ya emparentadas desde antiguo, con el matrimonio de Fernando I y Sancha, hermana (y heredera entonces) de Bermudo III (lo que regularizaba el poder alcanzado por éste y por su padre en el condado de Castilla), y la boda del rey leonés con Jimena, la única hija de Sancho III, lo que parece indicar que las relaciones entre suegro y yerno eran buenas. En todo caso, el poder alcanzado por Sancho III en la parte occidental del Reino de León (que pudo haber tenido algún reconocimiento por parte de la Corte de Bermudo III, pero no, desde luego, el vasallaje que se ha llegado a postular en ocasiones) fue suficiente para que en las calendaciones de los documentos de la época se le presentara 'reinando' en León. Sin embargo, la prematura (aunque no para el siglo XI) muerte de Sancho III a su regreso de León (probablemente el 18 de octubre de 1035) terminó con ese dominio (que los documentos le reconocen hasta el final) (72) y supuso la división de los restantes territorios entre sus hijos, a los que ya había dotado en vida: Pamplona fue para García (el único que dispuso del título real desde el principio, con lo que eso suponía: la probable supeditación de sus hermanos); Castilla, para Fernando I (que debía reconocer la autoridad teórica de su cuñado Bermudo III y, quizás, la de su hermano mayor) (73); Aragón (que seguía siendo un condado del Reino de Pamplona), para Ramiro; y Sobrarbe y Ribagorza, para Gonzalo (del que apenas sabemos algo). Rápidamente Pamplona vería desaparecer la supremacía sobre los estados hispanocristianos, que únicamente disfrutó con el reinado de Sancho III.


¿Un monarca europeizador?

La europeización es uno de los argumentos principales de la historia del siglo XI de la España cristiana, que hasta entonces había estado fascinada por su pasado visigodo y el esplendor de al-Andalus y apenas había tenido contactos con el resto de la Cristiandad (salvo los condados catalanes). Entre otros autores, A. Ubieto, gran conocedor de la documentación de la época, ha considerado a Sancho III como el iniciador de este proceso (74).

Sancho III inició unas relaciones importantes con la Iglesia europea, incluida la de Cataluña, con la que mantuvo contacto a través del famoso abad Oliba. Destacan las relaciones con Odilón, célebre abad de Cluny (monasterio que encabezaba el proceso de reforma de la Iglesia entonces), hasta el punto de que «Sancho fue el que inició la protección económica de la Abadía de Cluny, que habían de continuar sus descendientes» (75). Su hijo García se encontraba en Roma cuando murió Sancho III, señal de que se mantenían relaciones con el Papado, que atravesaba entonces una de las peores épocas de su historia. A partir de 1025 el rey navarro introdujo en el Reino de Pamplona la regla benedictina, imperante en la Europa carolingia, que conoció al ocupar Ribagorza. También habría fomentado las peregrinaciones a Santiago de Compostela, que constituyó uno de los elementos fundamentales del proceso de europeización, pues la 'Historia Silense' señala que «puso en mejor circulación el camino de Santiago, puesto que [antes] los peregrinos tenían que rodear por Álava por miedo a los árabes».

Hemos visto cómo Sancho III fue el primer monarca hispano en viajar al extranjero y entrevistarse con un rey foráneo; también mantuvo importantes relaciones con señores norpirenaicos. Se le ha atribuido la introducción en España de la fórmula de «rey por la gracia de Dios», consecuencia de la teoría paulina del origen divino del poder (anticipada ya en la 'Biblia') (76) y llamada a tener una gran trascendencia. Desde luego, fue empleada por Sancho III, pero lo que no es cierto, pese a que se sigue repitiendo de vez en cuando, es que introdujera los usos feudales en España y una concepción patrimonial del Estado -que no tenía- en, Castilla.

Ciertamente Sancho III fue un monarca europeo, pero, dado lo poco que sabemos con seguridad, resulta arriesgado considerarlo un rey europeizador o el iniciador de un proceso que sólo se puede acreditar bien en la segunda mitad del siglo XI. Que, sin embargo, sea un tópico atribuirle tal mérito es posiblemente consecuencia de un error de perspectiva propiciado por el recuerdo de un gran reinado, que no había dejado fuentes cronísticas: «Todos los reinos mirarán como una época gloriosa y añorada la de los breves años en que Sancho alcanzó la supremacía política de la España cristiana. Si antes los cristianos pagaban tributo al Islam, sus hijos serán los que perciban parias de los reinos de taifas, y este cambio de coyuntura lo atribuirán -como una falsa perspectiva- a la política de Sancho 'el Mayor'. Cuando a fines del siglo XI se introduce en todos los reinos de la Península el rito romano, y los monasterios empiezan a sujetarse a la autoridad de Cluny, se recordará que ya Sancho 'el Mayor' había dado los primeros pasos en ese sentido, y aun se le atribuirán empresas que tan sólo apuntó, pero que no completó. Cuando en el último tercio del siglo XI se intensifique la llegada de peregrinos a Santiago de todas las fronteras de la Cristiandad, los reyes de España, sus nietos, recordarán que fue su abuelo el primero que rectificó la ruta de Santiago enviándola por lugares más accesibles en vez de seguir el viejo trazado por sendas norteñas 'timore barbarorum', por temor a los bárbaros» (77). Se puede, por tanto, optar por un término medio y considerar que el reinado de Sancho III -en el que se aprecian ya los síntomas de la expansión económica, política y cultural de la Plena Edad Media- constituye un importante precedente del proceso de europeización que culminaron sus descendientes.


Un rey pamplonés e hispano

Muchos son los problemas que presenta el reinado de Sancho III, tales como el carácter de sus intervenciones en los territorios cristianos vecinos o el reparto de sus dominios entre sus cuatro hijos realizado antes de su muerte. Pero es claro que no existe el menor indicio para considerarle un monarca vasco en el sentido que se pretende reivindicar ahora. Y no es un problema de escasez de fuentes, pues sí que existen suficientes datos para considerarle un rey pamplonés, hispano e incluso, tal como acabamos de ver, europeo.

En las fuentes musulmanas Sancho III aparece como «señor de los vascos» (Baskunish). Pero esta excepción no resulta significativa, pues los autores árabes siguieron empleando por inercia el vocabulario de los geógrafos romanos (78). Más significativo es el hecho de que en las crónicas francas contemporáneas de Ademar de Chabannes y Raúl Glaber -hispanas desgraciadamente no las hay- Sancho III sea calificado como rey de Navarra, lo que significa la primera aparición de este corónimo, y los 'wascones' sean los habitantes del Sudoeste francés, es decir, Gascuña. Es muy probable, además, que a principios del siglo XI el etnónimo de «vasco» hubiera desaparecido ya en Navarra y que, por tanto, fuera imposible que Sancho III pudiera tenerse como tal. Lo que es seguro es que ese gentilicio no se registra en las fuentes del Reino de Pamplona. Y que poco después de la muerte de Sancho III tenemos la certeza de que el citado etnónimo fue completamente olvidado (aunque la palabra se conservará para designar al 'euskera' y sus hablantes). A principios del siglo XII Aymeric Picaud, en su famosa guía del Camino de Santiago, distingue claramente entre vascos (y no vascones), al Norte de los Pirineos, y navarros, al Sur, incluyendo los habitantes de las Vascongadas.

El mismo dominio norpirenaico del reino navarro, que se formó a partir de 1189, sería conocido en Navarra como «Tierra de vascos», pues el término «Baja Navarra» es una palabra moderna que en ningún caso implica una identidad anterior (79). En definitiva, el olvido fue de tal envergadura que en las crónicas de los siglos XII y XIII los navarros fueron confundidos con los cántabros, tal como puede verse en las obras de la 'Historia Silense', Lucas de Tuy y el navarro Ximénez de Rada, que son las primeras historias que narran los orígenes del Reino de Pamplona, tras los tres breves párrafos de 'Additio de regibus pampilonensium' del siglo X (80).

Por otra parte, es evidente que Sancho III no desarrolló política alguna que pudiera ser calificada de vasca. No hubo intento alguno para recuperar el territorio de los antiguos vascones que poseían los musulmanes, fuera de la ocupación de algunas fortalezas fronterizas, como sucedió en Aragón. Su política expansiva estuvo determinada por sus vinculaciones familiares y los derechos y obligaciones que conllevaban. Y es en este contexto en el que hay que situar sus pretensiones fallidas a la herencia del ducado de Gascuña en 1032.

Aunque no sabemos dónde nació Sancho III, no cabe la menor duda de que fue un rey pamplonés, pues éste era el gentilicio usado en lo que podríamos llamar denominación oficial del reino navarro. Ahora bien, conviene señalar que esa palabra tenía distintos significados. Uno era el de gentilicio tanto para los habitantes de Pamplona como para los de la Navarra cristiana e, incluso, todo el reino. Pero también parece que fue empleado con un sentido social para identificar a la nobleza del reino. Según Ángel M. Duque, y su propuesta es muy convincente, el término «pamploneses» con ese significado estaría contrapuesto al de navarros, utilizado al principio para designar a la población campesina (81). Por ello, la adopción a partir de 1162 del título de Reino de Navarra, denominación ya utilizada en Francia en el siglo XI, tiene un gran significado (82).

En su voluminosa y documentada historia de 'El concepto de España en la Edad Media', José Antonio Maravall dio mucha importancia al reinado de Sancho III. Habría sido «el primer actualizador conocido, entre los reyes, de la idea política de España, y, además Sancho 'el Mayor' -ya que el lejano e inseguro antecedente de Alfonso III quedó sin continuidad- es el que inaugura en nuestra historia el título de 'rey de España', que sus sucesores repetirán hasta hacerlo habitual durante dos siglos» (83). Sin embargo, las bases que permitieron estas afirmaciones no son sólidas. La moneda najerense con la leyenda 'imperator' atribuida a Sancho III, que le convertiría en el primer rey hispano en acuñar moneda tras los visigodos, se considera actualmente posterior (84). Tampoco tienen valor probatorio las informaciones de crónicas tardías que presentan al rey navarro como emperador, pues probablemente se trata de una interpretación del gran poderío que alcanzó.

Pero una cosa es que Sancho III no utilizara el título de emperador y que no tuviera una concepción de Hispania como 'regnum', y otra que no sea un rey hispano (85). Entre los pocos textos contemporáneos -y pertinentes- que tenemos, encontramos varios en los que se reconoce esa condición. Así, el abad y obispo de Ripoll Oliba, la figura más importante de la Iglesia hispana de la época, le llamó 'rex ibericus' en la carta que le escribió en 1030 ó 1031. En 1045 el también catalán Bernardo, al que Sancho III había convertido en obispo de Palencia, escribe, al narrar la historia de la sede palentina, que el monarca navarro «mereció justamente ser llamado rey de los reyes españoles» (86). Por el mismo tiempo, al otro lado de los Pirineos, Raúl Glaber califica a Sancho III como 'rex Navarrae Hispaniarum'.

Sin embargo, más importantes que estas citas son los argumentos que avalan el carácter hispano de Sancho III. Como ya han sido razonados, basta con enunciarlos: los orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona, que fueron compatibles con sus orígenes vascones; su propia familia, tanto por sus ascendientes como por las vinculaciones que entabló; la política desarrollada, que por primera vez incluyó a todos los estados hispanocristianos, desde Galicia a Cataluña; los colaboradores que encontró en todas las regiones de la España cristiana, entre los que cabe destacar -por su novedad- los catalanes, como el abad Oliba, el obispo Poncio de Oviedo, y Bernardo, al que convirtió en el primer obispo de la restaurada sede de Palencia; los territorios que llegó a dominar, desde Astorga hasta Ribagorza, como señalan algunos documentos. Además, ¿cómo no iba a considerarse y ser considerado hispano en el siglo XI un cristiano de la península Ibérica? (87).

Y así se ha interpretado la figura de Sancho III en la historiografía navarra, tanto en la Edad Media y Moderna (Ximénez de Rada, El Príncipe de Viana, José de Moret) como en los tiempos actuales (J. M. Lacarra, A. J. Martín Duque). A partir del siglo XX -y no antes- se han formulado interpretaciones muy distintas, pero esos escritos no forman parte de la historiografía, sino de una literatura que trata de justificar un proyecto de futuro con un pasado que no sólo no fue, sino que resulta anacrónico (88).
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Mail Adress: Xan Cainzos
             Dpto. Analise Matematica - Facultade de Matematicas
             Universidade de Santiago de Compostela
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