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[escepticos] Sancho III (2/4). Era: Nacionalismos y varas de medir
---------- Principio de la segunda parte ----------
Una política expansiva e hispana
Sancho III -con distintos títulos, poderes y derechos- llegó a 
controlar el territorio de la España cristiana comprendido entre 
Astorga y Cataluña. Con ello el reino navarro alcanzó la mayor 
extensión de su historia. Pese a este hecho, no es cierta la idea, 
repetida tantas veces, de que Sancho III dominó todo el País Vasco, 
objetivo que ni siquiera entró en una política expansiva movida por 
las circunstancias.
Así, no aprovechó el indudable potencial de su reino para 
reconquistar el territorio de los antiguos vascones de época romana 
(que se extendía más allá de la actual Navarra por el Este y el Sur), 
lo que prueba la inexistencia de cualquier tipo de irredentismo 
vascón. Y eso que el reinado de Sancho III 'el Mayor' coincide con la 
crisis definitiva del Califato de Córdoba: uno de los más trágicos 
cuartos de siglo de toda la Historia. Desde el pináculo de su 
riqueza, de su poder y de su esplendor cultural, al-Andalus se 
desplomó en el abismo de una sangrienta guerra civil (53). La crisis 
comenzó con el asesinato en el año 1009 del dictador amirí Abderramán 
Sanchuelo, llamado así por ser hijo de una navarra (y nieto, como su 
primo Sancho III, de Sancho Garcés II), que gobernaba en nombre de 
Hisham II, cuya madre -Subhera también navarra y tuvo un papel 
decisivo en el encumbramiento de Almanzor (del que pudo ser amante) 
(54). Mientras castellanos y catalanes aprovecharon inmediatamente la 
crisis y entraron en Córdoba apoyando a una facción en los años 1009 
y 1010 respectivamente, Sancho III prefirió obtener mediante amenazas 
la entrega de una serie de fortalezas fronterizas, como habían 
logrado los condes Sancho García, Ramón Borrell y Ermengol con su 
intervencionismo en las luchas internas de al-Andalus. Después 
también combatió en ocasiones contra los musulmanes, pero el balance 
de lo conseguido durante todo su reinado (una estrecha franja de 
terreno en Navarra y, sobre todo, en Aragón, que incluía territorios 
perdidos en la época de Almanzor, como Uncastillo) es muy pobre, 
sobre todo, si se compara con lo logrado en la expansión hacia el 
Este y el Oeste, es decir, por tierras cristianas. Ciertamente, pese 
a la crisis del Califato, el enemigo en la frontera navarroaragonesa, 
la taifa de Zaragoza, era muy poderoso y tenía uno de sus núcleos 
principales en Tudela, ciudad fundada por los musulmanes y que no 
sería reconquistada hasta 1119, es decir, 34 años después que Toledo. 
Pero también cabe señalar que si Sancho III -el monarca más poderoso 
entonces de la península Ibérica- hubiera lanzado todo su potencial 
militar contra el Sur de la actual navarra es muy posible que hubiese 
podido adelantar en un siglo la conquista de Tudela. En todo caso, lo 
que es evidente es que tuvo objetivos que consideró más importantes 
(55).
Por el Norte, la frontera del reino pamplonés está clara, los 
Pirineos (caso de haberse extendido la autoridad de los reyes 
navarros hasta el Baztán, lo que es lo más probable, pero que no se 
puede acreditar hasta el 1066), y no se modificó. No es cierto, pese 
a todas las veces que se ha dicho, que Sancho III lograra el dominio 
de Gascuña (la única Vasconia de entonces, es decir, el territorio 
entre los Pirineos y el Garona, en el que la población que podemos 
considerar vasca por su lengua sólo era una minoría). El rey navarro 
únicamente pretendió suceder en 1032 al duque de Gascuña Sancho 
Guillermo, muerto sin descendencia, lo que bastó para que en algunos 
documentos se le cite reinando en Gascuña. Pero la verdad es que la 
herencia recayó en Eudes, sobrino de Sancho Guillermo e hijo de 
Guillermo V 'el Grande' de Aquitania, lo que permitió a la muerte de 
éste (1038) la unión de ambos territorios del Reino Franco. Tampoco 
es cierto que Sancho Guillermo fuera vasallo de Sancho III 
(teóricamente debía de serlo del rey de Francia) porque aquél figure 
como testigo en algunos documentos del rey pamplonés. También lo hizo 
el conde de Barcelona entre el año 1025 y 1030 y tampoco es cierto, 
como se ha llegado a defender, que el condado catalán (que seguía 
formando parte jurídicamente del Reino Franco) entrara en dependencia 
del rey de Pamplona. Estos hechos forman parte de unas prácticas 
corrientes en la época. El mismo Sancho III acudió a las festividades 
celebradas en Saint-Jean d'Angely con motivo del milagroso 
descubrimiento de la cabeza de San Juan Bautista (en lo que fue el 
primer viaje de un monarca hispano al extranjero) y coincidió con el 
rey francés Roberto 'el Piadoso', y otros personajes importantes de 
Francia, España e Italia. A este monarca, según Raúl Glaber, Sancho 
III envió frecuentes regalos e incluso pidió ayuda, y a nadie -que yo 
sepa- se le ha ocurrido considerarle por eso su vasallo. Tampoco se 
ha realizado semejante interpretación con respecto a Guillermo V de 
Aquitania -más poderoso entonces que el rey de Francia-, pese a que, 
según Ademar Chabannes, «cada año el duque de Aquitania recibía a los 
enviados del rey de Navarra, portadores de preciosos presentes». 
Finalmente, tampoco es cierto que Sancho III organizara el vizcondado 
de Labourd (que supuestamente le habría cedido Sancho Guillermo), 
como han escrito incluso profesores universitarios. No, hay que 
esperar a finales del siglo XII, cuando el reino navarro estaba a 
punto de quedar confinado a Navarra, para datar el comienzo, por vía 
de hecho, de un dominio norpirenaico: el territorio que se conocería 
en la Edad Moderna en la Baja Navarra (56).
Lo que sí puede afirmarse es que Sancho III extendió su autoridad a 
las Vascongadas. Para Álava (cuyo nombre incluía seguramente entonces 
a Vizcaya, cuyo corónimo no aparece en todo el reinado) consta su 
dominio a partir del 1024; para Guipúzcoa, desde el 1025. Pero éstos 
son únicamente dos capítulos de la expansión del reino pamplonés bajo 
Sancho III. Y dos capítulos muy diferentes. En realidad, de Guipúzcoa 
nada sabemos hasta el año 1025, cuando una donación, que menciona por 
primera vez su nombre (que entonces sólo abarcaba a la parte central 
de la provincia), permite saber que se encontraba bajo la 
jurisdicción del señor aragonés García Acenáriz, súbdito de Sancho 
III y casado con doña Galga de Guipúzcoa. No sabemos si la 
integración de este territorio, que había permanecido independiente 
desde la época visigoda, se produjo durante el reinado de Sancho III 
(lo que me parece lo más probable) o un poco antes del año 1000. En 
todo caso, el proceso debió de ser pacífico, quizá propiciado por el 
matrimonio citado, cuyo carácter de pacto o alianza parece claro a la 
vista de las dificultades de un matrimonio entre un noble aragonés y 
una guipuzcoana muy importante en otras circunstancias.
El caso de Álava, muy complejo, es mucho mejor conocido. Pero forma 
parte de la historia de los dominios que correspondieron a Sancho III 
en virtud de las herencias de su esposa.
La incorporación del condado epicarolingio de Ribagorza forma parte 
de esa historia. Este condado -formado por los valles pirenaicos más 
orientales de Aragón (que entonces sólo abarcaba los más 
occidentales)- conoció una grave crisis a principios del siglo XI. El 
conde Isarno murió en 1003 luchando contra los musulmanes. El condado 
recayó entonces en su hermana Toda, que no pudo evitar la ocupación 
musulmana de Roda y la parte meridional de Ribagorza (1006). Por eso 
probablemente se casó con su tío el conde de Pallars Suñer, viudo y 
con hijos, que aspiraba a la reunificación de Pallars y Ribagorza, 
que en el 872 se habían separado del condado de Tolosa, del que 
habían formado parte desde el principio (comienzos del siglo IX). 
Pero Suñer murió pronto y Toda recurrió a su sobrino Guillermo, hijo 
natural de Isarno y que estaba en la Corte castellana al amparo de su 
tía la condesa Ava, viuda del conde Garci Fernández (970-995) y 
hermana de Toda. Con la ayuda de tropas castellanas, Guillermo se 
hizo con el control del condado luchando contra los musulmanes y 
probablemente contra Pallars. Pero murió combatiendo en 1010 ó 1011. 
Entonces el condado pasó a doña Mayor, hija de Ava y hermana del 
conde castellano Sancho García (995-1017). Sin embargo, Ramón III de 
Pallars, con el que había estado casada hasta que la repudió, 
aprovechó la ocasión para apoderarse de Ribagorza hasta el punto de 
que doña Mayor tuvo que refugiarse en los confines occidentales del 
condado. Esta coyuntura fue aprovechada por Sancho III para 
intervenir en favor de su pariente, pues el condado podía recaer en 
su esposa como nieta de Ava. Antes de mayo del ano 1017 recuperó Buil 
en Sobrarbe (57) y después la parte Sur de Ribagorza, recientemente 
ocupada por los musulmanes. A partir de ahí (1018) vio reconocida su 
autoridad también en el condado ribagorzano, donde comenzó a 
sustituirse en las calendaciones de los documentos el nombre del rey 
de Francia por el de Sancho III, lo que debe tener su justificación 
en el derecho de conquista. Este poder fáctico quedó regularizado en 
1025, cuando doña Mayor renunció a sus derechos en favor de su 
sobrina del mismo nombre, esposa de Sancho III, y se retiró a 
Castilla, donde terminó su vida como abadesa de San Miguel de Pedroso.
Pese a su condición de condado, dependiente jurídicamente del Reino 
de León, Castilla era un Estado poderoso (había sido el que mejor 
había aguantado las ofensivas de Almanzor) y más extenso que la 
monarquía pamplonesa, pues incluía también Cantabria, Álava, Vizcaya 
y la Guipúzcoa situada al Occidente del Deva. Pero la muerte en el 
año 1017 del conde Sancho García, suegro y pariente de Sancho III (y 
que tenía, por cierto, más sangre vasca que éste), dejaba el condado 
en manos de un heredero de tan sólo 7 años y 2 meses, el infante 
García Sánchez, lo que supuso el inicio de una grave crisis, cuyas 
principales manifestaciones fueron la amenaza leonesa de hacer 
efectiva su soberanía (58) y la anarquía interior generada por un 
sector importante de la nobleza. Esta situación facilitó y propició 
la intervención de Sancho III 'el Mayor', que se convirtió en el 
protector del conde niño, hermano de su mujer Muniadonna, y que contó 
con la aprobación de un sector creciente de la población. Esto 
permitió que el rey navarro ejerciera un dominio 'de facto' en los 
territorios del infante García, lo que fue suficiente para que a 
partir de 1024 en las calendaciones de los documentos se pudiera 
mencionar, entre los territorios sujetos a su soberanía, Álava o 
Castilla, según los criterios de los escribanos. La situación se 
mantuvo hasta el trágico asesinato del conde García cuando iba a 
casarse en León con la hermana de Bermudo III el martes 13 de mayo 
del año 1029 (59). La desaparición del infante permitió consolidar el 
dominio de Sancho III 'el Mayor', que el matrimonio de García Sánchez 
con la hermana del rey de León habría puesto probablemente en crisis 
(60), y comenzar el proceso de integración de derecho de Álava en el 
Reino de Pamplona, ya que la herencia del condado castellano 
correspondía a la mujer del rey navarro, Muniadonna, hermana mayor 
del conde asesinado. Oficialmente, la dignidad condal recayó en 
Fernando, segundo hijo de Sancho III y Muniadonna, que tenía unos 17 
años, pero el dominio real lo ejerció el padre, que de esta manera 
evitaba quedar bajo la dependencia teórica del rey de León, Bermudo 
III (1028-1037), que aún conservaba la soberanía (61). Es importante 
subrayar la complejidad jurídica de la situación, pues sobre los 
mismos dominios castellano alaveses tenían derechos cuatro personas 
que, además, estaban emparentadas: la reina Muniadonna (que 
sobrevivirá a todos), el rey Sancho III, el conde Fernando I y el rey 
y emperador Bermudo III, que sólo tenía 12 años. Esta complejidad 
-que no generó problema alguno por la superioridad de Sancho III (62) 
y la aceptación de la población (63)- fue la que propicio la 
integración del territorio llamado Álava (que incluía Vizcaya) (64) 
en el Reino de Pamplona, aunque los historiadores no se pongan de 
acuerdo en el momento exacto. Tres son las principales propuestas:
* El mismo año 1029, en el que el rey Sancho III habría procedido a 
separar las tierras de las Vascongadas (sin las Encartaciones ni el 
borde occidental de Álava, que formaban parte del condado de Castilla 
propiamente dicho) de los
antiguos dominios del conde García Sánchez, para compensar así a su 
primogénito, también llamado García Sánchez (lo que no es una mera 
casualidad), con una parte de la herencia que le había de 
corresponder de su madre, Muniadonna (que podría haberse completado 
con la llamada entonces Castilla Vieja, primitivo núcleo del condado 
castellano). En todo caso, independientemente de la fecha, ésta 
parece ser una razón fundamental de la integración del territorio 
entonces denominado Álava en el Reino de Pamplona, que heredó García 
Sánchez III (1035-1054) (65).
* La muerte de Sancho III 'el Mayor' en 1035, que habría obligado a 
aclarar la situación en los distintos territorios en los que había 
gobernado el rey pamplonés con distintos títulos y derechos. El 
reparto entre sus hijos, que ya se había hecho en vida del monarca, 
obligaba a ello y por tanto ésta pudo ser la ocasión en que los 
territorios que se conocían como Álava quedaran integrados en el 
Reino de Pamplona, si no lo habían estado antes (66).
* El año 1037, como compensación por la decisiva ayuda prestada por 
García III 'el de Nájera' a su hermano Fernando I, que le habría 
permitido, primero, derrotar a Bermudo III en Tamarón y después, por 
la muerte del rey leonés en la batalla y su previo matrimonio con la 
hermana del fallecido, coronarse rey de León. Tradicionalmente se ha 
supuesto que el rey navarro fue recompensado con una ampliación de 
sus fronteras, que por la costa las habría llevado algo más allá de 
Santander, aunque generalmente se ha considerado que la modificación 
sólo afectó a la llamada 'Castella Vetula', que incluía las 
Encartaciones y la zona más occidental de Álava, pues el resto de las 
Vascongadas ya formarían parte de los dominios de García III (67). Lo 
que sí pudo suceder entonces es la plena integración de derecho de 
Álava en el Reino de Pamplona por la real desaparición de la 
monarquía leonesa.
Sea como fuere, la complejidad de este problema muestra el nulo valor 
de los simples planteamientos con los que se ha defendido una 
integración anterior al reinado de Sancho III de Álava en el Reino de 
Pamplona (68). En todo caso, conviene tener presente que entre los 
príncipes hispano cristianos no se daban casos de meras usurpaciones 
o conquistas (que se dejaban para las tierras ocupadas por los 
musulmanes), sino que se alegan derechos, como los que arguyó Sancho 
III en los casos de Ribagorza y Castilla (69).
Una de las causas que permitieron a Sancho III ejercer unos poderes 
fácticos en el condado de Castilla fue la nueva crisis del Reino de 
León (que terminará con el final de su dinastía reinante en 1037), 
provocada por la minoridad de Bermudo III (1028-1037). Un documento 
leonés de la época dice que a la muerte de Alfonso V «se levantaron 
en un reino hombres perversos, ignorantes de la verdad, que robaron y 
enajenaron los bienes de la Iglesia, y los fieles del reino quedaron 
reducidos a la nada, por lo que unos a otros se mataban con la 
espada» (70). Esta situación propició la intervención en el Reino de 
León de Sancho III, cuya hermana era la madrastra de Bermudo III, 
sobre la que recayó la dirección de la monarquía. Esto permitió 
extender el poder de Sancho III 'el Mayor' hasta Astorga, mientras 
Bermudo III y su madrastra se encargaban de mantener el orden en la 
parte occidental del reino. Muy poco se conoce de la actuación de 
Sancho III en el reino leonés, que consumió los últimos años de su 
reinado, lo que ha permitido interpretaciones contrapuestas. Lo único 
que se sabe con certeza es que el monarca navarro restauró la sede 
episcopal de Palencia, que unificaba las disputadas tierras entre el 
Cea y el Pisuerga y contribuía a mejorar las relaciones entre León y 
Castilla (71). También se conoce que se reforzaron los vínculos 
familiares entre las dinastías leonesa y pamplonesa, ya emparentadas 
desde antiguo, con el matrimonio de Fernando I y Sancha, hermana (y 
heredera entonces) de Bermudo III (lo que regularizaba el poder 
alcanzado por éste y por su padre en el condado de Castilla), y la 
boda del rey leonés con Jimena, la única hija de Sancho III, lo que 
parece indicar que las relaciones entre suegro y yerno eran buenas. 
En todo caso, el poder alcanzado por Sancho III en la parte 
occidental del Reino de León (que pudo haber tenido algún 
reconocimiento por parte de la Corte de Bermudo III, pero no, desde 
luego, el vasallaje que se ha llegado a postular en ocasiones) fue 
suficiente para que en las calendaciones de los documentos de la 
época se le presentara 'reinando' en León. Sin embargo, la prematura 
(aunque no para el siglo XI) muerte de Sancho III a su regreso de 
León (probablemente el 18 de octubre de 1035) terminó con ese dominio 
(que los documentos le reconocen hasta el final) (72) y supuso la 
división de los restantes territorios entre sus hijos, a los que ya 
había dotado en vida: Pamplona fue para García (el único que dispuso 
del título real desde el principio, con lo que eso suponía: la 
probable supeditación de sus hermanos); Castilla, para Fernando I 
(que debía reconocer la autoridad teórica de su cuñado Bermudo III y, 
quizás, la de su hermano mayor) (73); Aragón (que seguía siendo un 
condado del Reino de Pamplona), para Ramiro; y Sobrarbe y Ribagorza, 
para Gonzalo (del que apenas sabemos algo). Rápidamente Pamplona 
vería desaparecer la supremacía sobre los estados hispanocristianos, 
que únicamente disfrutó con el reinado de Sancho III.
¿Un monarca europeizador?
La europeización es uno de los argumentos principales de la historia 
del siglo XI de la España cristiana, que hasta entonces había estado 
fascinada por su pasado visigodo y el esplendor de al-Andalus y 
apenas había tenido contactos con el resto de la Cristiandad (salvo 
los condados catalanes). Entre otros autores, A. Ubieto, gran 
conocedor de la documentación de la época, ha considerado a Sancho 
III como el iniciador de este proceso (74).
Sancho III inició unas relaciones importantes con la Iglesia europea, 
incluida la de Cataluña, con la que mantuvo contacto a través del 
famoso abad Oliba. Destacan las relaciones con Odilón, célebre abad 
de Cluny (monasterio que encabezaba el proceso de reforma de la 
Iglesia entonces), hasta el punto de que «Sancho fue el que inició la 
protección económica de la Abadía de Cluny, que habían de continuar 
sus descendientes» (75). Su hijo García se encontraba en Roma cuando 
murió Sancho III, señal de que se mantenían relaciones con el Papado, 
que atravesaba entonces una de las peores épocas de su historia. A 
partir de 1025 el rey navarro introdujo en el Reino de Pamplona la 
regla benedictina, imperante en la Europa carolingia, que conoció al 
ocupar Ribagorza. También habría fomentado las peregrinaciones a 
Santiago de Compostela, que constituyó uno de los elementos 
fundamentales del proceso de europeización, pues la 'Historia 
Silense' señala que «puso en mejor circulación el camino de Santiago, 
puesto que [antes] los peregrinos tenían que rodear por Álava por 
miedo a los árabes».
Hemos visto cómo Sancho III fue el primer monarca hispano en viajar 
al extranjero y entrevistarse con un rey foráneo; también mantuvo 
importantes relaciones con señores norpirenaicos. Se le ha atribuido 
la introducción en España de la fórmula de «rey por la gracia de 
Dios», consecuencia de la teoría paulina del origen divino del poder 
(anticipada ya en la 'Biblia') (76) y llamada a tener una gran 
trascendencia. Desde luego, fue empleada por Sancho III, pero lo que 
no es cierto, pese a que se sigue repitiendo de vez en cuando, es que 
introdujera los usos feudales en España y una concepción patrimonial 
del Estado -que no tenía- en, Castilla.
Ciertamente Sancho III fue un monarca europeo, pero, dado lo poco que 
sabemos con seguridad, resulta arriesgado considerarlo un rey 
europeizador o el iniciador de un proceso que sólo se puede acreditar 
bien en la segunda mitad del siglo XI. Que, sin embargo, sea un 
tópico atribuirle tal mérito es posiblemente consecuencia de un error 
de perspectiva propiciado por el recuerdo de un gran reinado, que no 
había dejado fuentes cronísticas: «Todos los reinos mirarán como una 
época gloriosa y añorada la de los breves años en que Sancho alcanzó 
la supremacía política de la España cristiana. Si antes los 
cristianos pagaban tributo al Islam, sus hijos serán los que perciban 
parias de los reinos de taifas, y este cambio de coyuntura lo 
atribuirán -como una falsa perspectiva- a la política de Sancho 'el 
Mayor'. Cuando a fines del siglo XI se introduce en todos los reinos 
de la Península el rito romano, y los monasterios empiezan a 
sujetarse a la autoridad de Cluny, se recordará que ya Sancho 'el 
Mayor' había dado los primeros pasos en ese sentido, y aun se le 
atribuirán empresas que tan sólo apuntó, pero que no completó. Cuando 
en el último tercio del siglo XI se intensifique la llegada de 
peregrinos a Santiago de todas las fronteras de la Cristiandad, los 
reyes de España, sus nietos, recordarán que fue su abuelo el primero 
que rectificó la ruta de Santiago enviándola por lugares más 
accesibles en vez de seguir el viejo trazado por sendas norteñas 
'timore barbarorum', por temor a los bárbaros» (77). Se puede, por 
tanto, optar por un término medio y considerar que el reinado de 
Sancho III -en el que se aprecian ya los síntomas de la expansión 
económica, política y cultural de la Plena Edad Media- constituye un 
importante precedente del proceso de europeización que culminaron sus 
descendientes.
Un rey pamplonés e hispano
Muchos son los problemas que presenta el reinado de Sancho III, tales 
como el carácter de sus intervenciones en los territorios cristianos 
vecinos o el reparto de sus dominios entre sus cuatro hijos realizado 
antes de su muerte. Pero es claro que no existe el menor indicio para 
considerarle un monarca vasco en el sentido que se pretende 
reivindicar ahora. Y no es un problema de escasez de fuentes, pues sí 
que existen suficientes datos para considerarle un rey pamplonés, 
hispano e incluso, tal como acabamos de ver, europeo.
En las fuentes musulmanas Sancho III aparece como «señor de los 
vascos» (Baskunish). Pero esta excepción no resulta significativa, 
pues los autores árabes siguieron empleando por inercia el 
vocabulario de los geógrafos romanos (78). Más significativo es el 
hecho de que en las crónicas francas contemporáneas de Ademar de 
Chabannes y Raúl Glaber -hispanas desgraciadamente no las hay- Sancho 
III sea calificado como rey de Navarra, lo que significa la primera 
aparición de este corónimo, y los 'wascones' sean los habitantes del 
Sudoeste francés, es decir, Gascuña. Es muy probable, además, que a 
principios del siglo XI el etnónimo de «vasco» hubiera desaparecido 
ya en Navarra y que, por tanto, fuera imposible que Sancho III 
pudiera tenerse como tal. Lo que es seguro es que ese gentilicio no 
se registra en las fuentes del Reino de Pamplona. Y que poco después 
de la muerte de Sancho III tenemos la certeza de que el citado 
etnónimo fue completamente olvidado (aunque la palabra se conservará 
para designar al 'euskera' y sus hablantes). A principios del siglo 
XII Aymeric Picaud, en su famosa guía del Camino de Santiago, 
distingue claramente entre vascos (y no vascones), al Norte de los 
Pirineos, y navarros, al Sur, incluyendo los habitantes de las 
Vascongadas.
El mismo dominio norpirenaico del reino navarro, que se formó a 
partir de 1189, sería conocido en Navarra como «Tierra de vascos», 
pues el término «Baja Navarra» es una palabra moderna que en ningún 
caso implica una identidad anterior (79). En definitiva, el olvido 
fue de tal envergadura que en las crónicas de los siglos XII y XIII 
los navarros fueron confundidos con los cántabros, tal como puede 
verse en las obras de la 'Historia Silense', Lucas de Tuy y el 
navarro Ximénez de Rada, que son las primeras historias que narran 
los orígenes del Reino de Pamplona, tras los tres breves párrafos de 
'Additio de regibus pampilonensium' del siglo X (80).
Por otra parte, es evidente que Sancho III no desarrolló política 
alguna que pudiera ser calificada de vasca. No hubo intento alguno 
para recuperar el territorio de los antiguos vascones que poseían los 
musulmanes, fuera de la ocupación de algunas fortalezas fronterizas, 
como sucedió en Aragón. Su política expansiva estuvo determinada por 
sus vinculaciones familiares y los derechos y obligaciones que 
conllevaban. Y es en este contexto en el que hay que situar sus 
pretensiones fallidas a la herencia del ducado de Gascuña en 1032.
Aunque no sabemos dónde nació Sancho III, no cabe la menor duda de 
que fue un rey pamplonés, pues éste era el gentilicio usado en lo que 
podríamos llamar denominación oficial del reino navarro. Ahora bien, 
conviene señalar que esa palabra tenía distintos significados. Uno 
era el de gentilicio tanto para los habitantes de Pamplona como para 
los de la Navarra cristiana e, incluso, todo el reino. Pero también 
parece que fue empleado con un sentido social para identificar a la 
nobleza del reino. Según Ángel M. Duque, y su propuesta es muy 
convincente, el término «pamploneses» con ese significado estaría 
contrapuesto al de navarros, utilizado al principio para designar a 
la población campesina (81). Por ello, la adopción a partir de 1162 
del título de Reino de Navarra, denominación ya utilizada en Francia 
en el siglo XI, tiene un gran significado (82).
En su voluminosa y documentada historia de 'El concepto de España en 
la Edad Media', José Antonio Maravall dio mucha importancia al 
reinado de Sancho III. Habría sido «el primer actualizador conocido, 
entre los reyes, de la idea política de España, y, además Sancho 'el 
Mayor' -ya que el lejano e inseguro antecedente de Alfonso III quedó 
sin continuidad- es el que inaugura en nuestra historia el título de 
'rey de España', que sus sucesores repetirán hasta hacerlo habitual 
durante dos siglos» (83). Sin embargo, las bases que permitieron 
estas afirmaciones no son sólidas. La moneda najerense con la leyenda 
'imperator' atribuida a Sancho III, que le convertiría en el primer 
rey hispano en acuñar moneda tras los visigodos, se considera 
actualmente posterior (84). Tampoco tienen valor probatorio las 
informaciones de crónicas tardías que presentan al rey navarro como 
emperador, pues probablemente se trata de una interpretación del gran 
poderío que alcanzó.
Pero una cosa es que Sancho III no utilizara el título de emperador y 
que no tuviera una concepción de Hispania como 'regnum', y otra que 
no sea un rey hispano (85). Entre los pocos textos contemporáneos -y 
pertinentes- que tenemos, encontramos varios en los que se reconoce 
esa condición. Así, el abad y obispo de Ripoll Oliba, la figura más 
importante de la Iglesia hispana de la época, le llamó 'rex ibericus' 
en la carta que le escribió en 1030 ó 1031. En 1045 el también 
catalán Bernardo, al que Sancho III había convertido en obispo de 
Palencia, escribe, al narrar la historia de la sede palentina, que el 
monarca navarro «mereció justamente ser llamado rey de los reyes 
españoles» (86). Por el mismo tiempo, al otro lado de los Pirineos, 
Raúl Glaber califica a Sancho III como 'rex Navarrae Hispaniarum'.
Sin embargo, más importantes que estas citas son los argumentos que 
avalan el carácter hispano de Sancho III. Como ya han sido razonados, 
basta con enunciarlos: los orígenes hispanogodos del Reino de 
Pamplona, que fueron compatibles con sus orígenes vascones; su propia 
familia, tanto por sus ascendientes como por las vinculaciones que 
entabló; la política desarrollada, que por primera vez incluyó a 
todos los estados hispanocristianos, desde Galicia a Cataluña; los 
colaboradores que encontró en todas las regiones de la España 
cristiana, entre los que cabe destacar -por su novedad- los 
catalanes, como el abad Oliba, el obispo Poncio de Oviedo, y 
Bernardo, al que convirtió en el primer obispo de la restaurada sede 
de Palencia; los territorios que llegó a dominar, desde Astorga hasta 
Ribagorza, como señalan algunos documentos. Además, ¿cómo no iba a 
considerarse y ser considerado hispano en el siglo XI un cristiano de 
la península Ibérica? (87).
Y así se ha interpretado la figura de Sancho III en la historiografía 
navarra, tanto en la Edad Media y Moderna (Ximénez de Rada, El 
Príncipe de Viana, José de Moret) como en los tiempos actuales (J. M. 
Lacarra, A. J. Martín Duque). A partir del siglo XX -y no antes- se 
han formulado interpretaciones muy distintas, pero esos escritos no 
forman parte de la historiografía, sino de una literatura que trata 
de justificar un proyecto de futuro con un pasado que no sólo no fue, 
sino que resulta anacrónico (88).
------------- Fin de la segunda parte -------------
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