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[escepticos] Sancho III (3/4). Era: Nacionalismos y varas de medir
---------- Principio de la tercera parte ----------
NOTAS
(1) Las primeras crónicas que relatan su reinado fueron compuestas en 
el ámbito castellanoleonés, donde la intervención de Sancho III fue 
interpretada como una injerencia hostil, que pervive en parte de la 
historiografía actual. Esta interpretación fue seguida por *J. Pérez 
de Urbel* en la primera biografía de Sancho III, que constituye 
todavía -pese a sus deficiencias- el único libro de investigación que 
se ha dedicado a este personaje ('Sancho «el Mayor» de Navarra', 
Diputación Foral de Navarra, Madrid, 1950, 491 pp.). La imagen 
contraria de un Sancho III interviniendo en los territorios vecinos 
para proteger a sus parientes fue defendida por *J. M. Lacarra* y 
también tiene su eco en los historiadores actuales. El segundo y 
último libro de Historia dedicado a Sancho III, aunque con un 
carácter de síntesis, ha sido realizado por *E. Sarasa* y *C. 
Orcástegui* y tiene dos versiones, una para la editorial Mintzoa y 
otra para La Olmeda.
(2) *Ángel J. Martín Duque*, «El Reino de Pamplona», en el volumen 
VII-II de la 'Historia de España' fundada por *R. Menéndez Pidal*, 
Espasa-Calpe, Madrid, 1999, pág. 124.
(3) Por ejemplo, *M. de Ugalde*, 'Síntesis de la Historia del País 
Vasco', Ediciones Vascas, Barcelona, 4ª ed., 1977, pág. 77; *J. L 
Davant*, 'Historia del Pueblo Vasco', Elkar, Zarauz, 1980, pág. 44.
(4) Lo he demostrado ampliamente en 'Domuit Vascones. El País Vasco 
durante la época de los reinos germánicos. La era de la independencia 
(siglos V-VIII)', Librería Anticuaria Astarloa, Bilbao, 2001, 605 pp.
(5) He realizado una crítica más extensa de semejante opinión en 
«Orígenes hispanogodos del Reino de Pamplona» 'Letras de Deusto', nº 
89, 2000, pp. 11-15.
(6) He justificado el juicio en 'Orígenes?', pp. 15-19. Hay que 
señalar que de las interpretaciones que estoy criticando ésta es la 
única que puede sostenerse en un indicio documental, pero se trata de 
un pasaje discutible de *Ximénez de Rada*, escrito casi medio milenio 
después.
(7) Por ejemplo: *T. Urzainqui* y *J. M. Olaizola*, 'La Navarra 
marítima', Pamiela, Pamplona, 1998, pág. 35; *M. Sorauren*, 'Historia 
de Navarra. El Estado Vasco', Pamiela, Pamplona, 1999, pp. 87-88. 
Estos dos libros de reciente publicación muestran que la denominada 
historiografía nacionalista vasca sigue alejada de las formas de 
proceder propias de la Historia.
(8) La historia de Navarra en los tres últimos siglos del primer 
milenio es tan oscura que no sólo no se puede determinar el año del 
nacimiento del Reino de Pamplona, sino el siglo en que apareció. 
Antaño se sostuvo que fue en el siglo VIII con García Ximénez, error 
que aún pervive en algunas obras indocumentadas (v. 'infra' n. 31). 
En el siglo XX lo más habitual ha sido considerar, como defendió *J. 
M. Lacarra*, a Iñigo Arista el primer rey y fijar en el 824, tras la 
Segunda Batalla de Roncesvalles, la aparición de la monarquía. 
Finalmente otros historiadores han preferido esperar al reinado de 
Sancho Garcés I (905-925), considerado por los partidarios de la 
teoría anterior como un cambio de dinastía, para datar el nacimiento 
del reino, tesis desarrollada en la actualidad por *A. J. Martín 
Duque* y que me parece la mejor fundamentada.
(9) Como ha señalado *R. Collins*, siguiendo a *C. Sánchez-Albornoz* 
(«Los vascos y los árabes durante los dos primeros siglos de la 
Reconquista», ahora en 'Vascos y navarros en su primera historia', 
Ediciones del Centro, Madrid, 1974, pp. 79-94), «los vascos de España 
no representaron nunca un serio problema para el nuevo orden 
[musulmán] de la península» ('Los vascos', Alianza, Madrid, 1989, 
pág. 410), ya que el expansionismo vascón de la época visigoda se 
trocó en simple resistencia y desaparecieron las invasiones (lo que 
resulta más notable si se compara esta actitud con la de los 
habitantes del primitivo Reino de Asturias). Es más: el Reino de 
Pamplona se constituyó tras una larga etapa de aceptación de la 
soberanía árabe por la clase dirigente que controlaba la capital 
navarra (y también de un breve periodo de sumisión al Imperio 
Carolingio).
(10) 'Época pamplonesa 824-1234', vol. de la 'Historia General de 
Euskalerria', Enciclopedia Ilustrada del País Vasco, Auñamendi, 
Estornés Lasa Hnos., San Sebastián, 1987, tomo I, pág. 20.
(11) Hay que señalar la importante tendencia de la historiografía 
nacionalista vasca a presentar un pasado democrático del pueblo 
vasco, cuyo ejemplo más impresionante se halla en el libro que *J. 
Lasa* osó titular 'El pueblo vasco, democracia testigo de Europa' 
(Zarauz, 1980, 220 pp.), que comienza así «El Pueblo Vasco 
(primogénito de los pueblos de Occidente) fue demócrata sin saberlo» 
(pág. 23).
(12) 'Navarra en la Edad Media', Pamplona, 3ª ed., 1979, pp. 11-12. 
Esta interpretación (que acredita que el autor no sólo desconoce la 
historia navarra, sino cualquier Historia, pues semejante proceso de 
autodeterminación democrática es inverosímil) es tributaria de las 
fabulaciones de Sabino Arana sobre la constitución natural de Vizcaya 
en «una confederación de repúblicas, libres e independientes en 
absoluto, a la vez que entre sí armónica y fraternalmente unidas y 
regidas por leyes nacidas en su mismo seno y fundadas en la religión 
y la moral, con una existencia perfectamente feliz» ('Bizkaia por su 
independencia', Geu Argitaldaria, Bilbao, 3ª ed., 1980, pp. 18-19; 
esta obra, que ha servido para fechar el nacimiento del nacionalismo 
vasco en 1893, ha condicionado decisivamente la historiografía de sus 
seguidores no tanto por lo que dijo, sino por la metodología -por 
llamarla de alguna manera- empleada).
Puestos a fantasear, cada uno es muy libre de imaginar lo que quiere: 
a *J. L. Davant* no le parece suficiente afirmar «la estructura 
federal y parcialmente democrática del Reino de Navarra» (ya que, 
según él, «los asuntos locales y regionales son resueltos por las 
asambleas del valle o país y de la provincia y porque las diversas 
regiones son representadas por una especie de parlamento que está al 
lado del rey») y proclama que el Reino de Pamplona (nacido «como 
fruto de la resistencia contra los imperialistas del Norte y del 
Sur») presenta «los signos de un socialismo pastoral» ('Historia del 
Pueblo Vasco', Elkar, Zarauz, 1980, pp. 48-49).
Refiriéndose a este tipo de historias *Alfonso de Otazu* ha podido 
escribir que «todo es tan democrático, todo tiene sus orígenes en 
unos impulsos tan atávicos, que todo da la sensación -aun para el 
profano con ciertas inquietudes- que estamos ante historias escritas 
para débiles mentales o cuanto menos para seres que han renunciado ya 
hace tiempo a la tarea de pensar de cuando en cuando» ('El 
igualitarismo vasco', Txertoa, San Sebastián, 1973, pp. 11-12).
(13) Hace tiempo que *R. Collins* señaló que «es difícil determinar 
hasta qué punto era vasco el Reino de Pamplona ('España en la Alta 
Edad Medía', Crítica, Barcelona, 1986, pág. 308). Años después 
escribía- «¿Puede considerarse como un reino vasco la primera 
institución política generada por los vascos? la noción misma de 
reino es un anacronismo en el contexto de la sociedad vasca. No 
existe para denominarlo, ni para sus instituciones, un término vasco. 
Todos son tomados en préstamo del latín. Ni los habitantes de 
Pamplona se hubieran calificado a sí mismos de vascos» ('Los vascos', 
pp. 163-164).
(14) Esto es fundamental para comprender la complejidad que ha 
presentado y presenta Navarra, un territorio que muestra afinidades 
con todas las comunidades autónomas que le rodean. Este hecho ya 
fascinó a *J. Caro Baroja*: «La complejidad, la variedad del antiguo 
Reino de Navarra ha sido puesta de relieve varias veces, pero una 
cosa es reconocer la existencia de un hecho y otra explicárselo. 
Creo, sinceramente, que ninguno de los que sabemos algo acerca de 
Navarra y sus gentes estamos en situación de razonar sobre el asunto 
de modo convincente en absoluto» («El valle del Baztán», ahora en 
'Sondeos históricos', Txertoa, San Sebastián, 1978, pág. 129). En su 
voluminosa 'Etnografía histórica de Navarra' (Aranzadi, Pamplona, 
1971) insistía en la idea misma idea: «Para mí la existencia de 
Navarra es aún un problema científico y un enigma histórico» (pág. 
11). Y daba la siguiente explicación: «Porque no cabe duda de que hoy 
existe una provincia de Navarra, con unos naturales o vecinos que son 
los navarros, dentro de un Estado que es España. Pero antes y durante 
mucho, Navarra en sí fue un Estado, los navarros fueron considerados 
como un grupo muy cognoscible en el Occidente de Europa y aquel 
Estado pequeño no tenía unidad de lengua, ni de lo que más vagamente 
se llama cultura, ni de raza, ni siquiera tenía unidad de paisaje [?] 
Pero Navarra está ahí. Y para mí lo que le caracterizará es haber 
tenido una 'unidad histórica' aunque limitada a ciertos hechos 
políticos y un largo devenir condicionado por situaciones, 
instituciones y leyes. Nada más, y nada menos» (pp. 12-13). Para 
comprender este problema, además de los orígenes hispanogodos del 
Reino de Pamplona, hay que tener presente el poblamiento heterogéneo 
de Navarra anterior al año 1000 antes de Cristo, el importante 
asentamiento de gentes indoeuropeas durante el primer milenio antes 
de nuestra era y la intensa romanización de buena parte de Navarra.
(15) El cambio de titulación no parece que fuera un mero cambio 
terminológico. Sobre un posible significado, v. *Luis Javier Fortún 
Pérez de Ciriza*, «Del Reino de Pamplona al Reino de Navarra», 
Historia de España fundada por *R. Menéndez Pidal*, vol. IX, 
Espasa-Calpe, Madrid, 1998, pp. 628-630.
(16) «Este poblado [la Pamplona prerromana] presenta una cultura 
material de tipo céltico que supone la presencia de pueblos 
indoeuropeos que se trasladan de un lado a otro del Pirineo con todos 
sus elementos materiales y por tanto todo su patrimonio cultural» 
(*M. A. Mezquíriz de Catalán*, 'Pompaelo II', Diputación Foral de 
Navarra, Pamplona, 1978, pág. 29).
(17) V. mi estudio «Guipúzcoa durante la Alta Edad Media», 'Letras de 
Deusto', nº 92, 2001, pp.9-38.
(18) V. mi estudio 'Orígenes hispanogodos del Reino de Asturias', 
Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 2000, 635 pp., 
revalidado, a mi juicio, por la publicación de la reciente síntesis 
de *J. I. Ruiz de la Peña*, 'La monarquía asturiana', Nobel, Oviedo, 
2001, 213 pp., que es la más importante obra de ese género de las que 
se han publicado.
(19) Sobre el ambiente exclusivamente rural en que se originó el 
Reino de Aragón, v. *J. M. Ramos Loscertales*, 'El Reino de Aragón 
bajo la dinastía pamplonesa', Universidad de Salamanca, 1961, pp. 
22-29. El caso de los condados catalanes, que no llegaron a 
constituir un reino, no es homologable por la decisiva intervención 
carolingia, que tuvo su apoyo en las ciudades.
(20) Para valorar mejor este dato hay que recordar que el Reino de 
Asturias llegó a ser denominado como el 'Asturorum Regnum' por la 
progótica 'Crónica Albeldense'.
(21) «No deja de llamar la atención el hecho de que sea justamente el 
área navarra -la cuna del vasconismo- la que al parecer madruga más a 
la hora de desembarazarse del viejo nombre» (*K. Larrañaga*, 'De 
«Wasco» a «Wasconia» y «Vascongadas»', Langaiak, 9,1985, pág. 63). 
Hay que tener en cuenta que en los siglos VIII y IX se seguiría 
utilizando el término «vascón» para designar a los habitantes de las 
Vascongadas (como probablemente sucedía desde el siglo VI) en las 
fuentes asturianas. Está por hacerse la compleja historia de los 
nombres del País Vasco, que seguramente, en un territorio que ha 
carecido de corónimo hasta hace poco, será muy significativa 
(mientras tanto, v. *J. M. Azaola*, «Los vascos ayer y hoy», tomo II 
de Vasconia y su destino, 'Revista de Occidente', Madrid, 1976, vol. 
1, pp. 15 y ss.; y la definición de «vasco» de la Real Academia de la 
Lengua Española).
(22) *C. Jusué*, «Primitivas muestras monetales», en 'Signos de 
identidad histórica para Navarra', Caja de Ahorros de Navarra, 
Pamplona, 1996, vol. I, pág. 142.
(23) Sobre estos obispos v. *J. Goñi*, 'Historia de los obispos de 
Pamplona', Universidad de Navarra, Pamplona, 1979, 1, pp. 63-78. Por 
cierto, el diácono que Wiliesindo hizo acompañar a San Eulogio en su 
viaje por el Pirineo se llamaba Teodemundo. La sucesión de dos 
obispos con nombre germánico en la sede de Pamplona en el primer 
milenio es excepcional. Gracias al obiturario episcopal del 'Códice 
de Roda' se conoce el nombre de ocho titulares de la sede pamplonesa 
en el siglo X y sólo dos (Galindo y Sisebuto) tienen nombre 
germánico. Este 25 por ciento es, probablemente, más significativo 
que la impresión que producen los dos primeros nombres conocidos de 
obispos pamploneses tras la invasión musulmana, pues corresponde al 
porcentaje de la sede pamplonesa en la época visigoda.
(24) Dos son los nombres germanos (Odoario y Dadilano), es decir, el 
40 por ciento, y sólo uno propio del ámbito pirenaico occidental 
(Jimeno). Ese porcentaje del 40 por ciento es similar al de los 
nombres germanos de los obispos pamploneses en los siglos IX y X.
(25) Galindo es el tercer nombre masculino más frecuente en las 
'Genealogías de Roda' de finales del siglo X (lo lleva un 10 por 
ciento de los personajes) y Toda, el segundo entre los femeninos (12 
por ciento), sólo superada por el de Sancha; también el nombre latino 
de Sancho -propio en esta época del ámbito pirenaico occidental- es 
el antropónimo que aparece más veces en la documentación antes del 
1076. No es ocioso recordar -dado que comúnmente se tienen por vascos 
antropónimos inventados en su mayoría por Sabino Arana- los siete 
nombres masculinos que más aparecen en la documentación navarra de 
los siglos centrales de la Edad Media (hasta el punto de suponer el 
70 por ciento de los individuos citados): García, Sancho, Iñigo, 
Fortún, Lope, Jimeno y Aznar, que han dado lugar a apellidos muy 
extendidos por toda España (*J. A. García de Cortázar*, «Antroponimia 
en Navarra y Rioja en los siglos X al XII», en 'Antroponimia y 
sociedad. Sistemas de identificación hispano-cristianos en los siglos 
IX al XIII', Universidades de Santiago de Compostela y Valladolid, 
1995, pág. 292).
(26) 'La Navarre du IVe au XIIe siècle. Peuplement et societé', De 
Boeck Université, París-Bruselas, 1998, pág. 275.
(27) 'Ibid'., pág. 277.
(28) V. *A. J. Martín Duque*, «Señores y siervos en el Pirineo 
occidental hispano hasta el siglo XI», en 'Señores, siervos, vasallos 
en la Alta Edad Media, XXVIII Semana de Estudios Medievales', 
Gobierno de Pamplona, 2002, pp. 363-412.
(29) *C. Martínez Pasamar* y *C. Tabernero Sala*, «En torno al 
castellano de Navarra y sus modismos», en 'Signos de identidad 
histórica para Navarra', Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1996, 
vol. I, pp. 103-112.
(30) V. *H. Viñes Rueda*, «Español y vascuence en las 'Glosas 
Emilianenses'», 'Primer Congreso General de Navarra, Príncipe de 
Viana', anejo 8, 1988, vol. III, pp. 225-232. Ciertamente el 
monasterio se encuentra en la Rioja, pero entonces éste era un 
territorio que estaba conociendo una importante repoblación vasca, 
como lo prueban las mismas glosas. Por otra parte, hay que señalar 
que actualmente se defiende que las Glosas de Valpuesta (localidad 
hoy burgalesa, rodeada por casi todas partes de tierras alavesas) 
podrían ser anteriores a las de San Millán (*N. Dulanto*, 'Valpuesta, 
la cuna del castellano', Diputación Foral de Álava, 2000, 495 pp.). 
En todo caso -y esto es lo verdaderamente importante- hoy está claro 
que parte del actual País Vasco forma parte de la cuna del español o 
castellano. Y no sólo la Álava castellana u occidental, sino también 
las Encartaciones, como ha demostrado recientemente en una voluminosa 
tesis doctoral *I. Echeverria Isusquiza*: «Las Encartaciones parecen 
corresponder, a la llegada de los romanos, a la parte ya 
indoeuropeizada de la Península, de modo que, lejos de ser éste un 
espacio castellanizado más o menos recientemente, su lengua romance 
habría surgido sin interrupción de la evolución lingüística de un 
ámbito ya indoeuropeo a la llegada de los romanos» ('Hábeas de 
toponimia carranzana. Materiales para el estudio del castellano de 
Vizcaya', Universidad del País Vasco, Bilbao, 1999, pp. 16-17).
(31) ¿Cómo explicar estos fenómenos si no se parte de la complejidad 
inicial del Reino de Pamplona? Para *J. L. Davant*, la justificación 
es sencilla: «El desafecto de los reyes por la cultura vasca, por 
ello, las elites se desvasquizan» ('op. cit.', pág. 50). Esta postura 
refleja una interpretación muy extendida en la historiografía 
nacionalista vasca y es la de considerar a la monarquía -y en el caso 
de Vizcaya, al Señorío- como una institución extraña. Pero esta 
maniobra en el caso que nos ocupa -la figura de Sancho III- implica 
una contradicción, pues no se puede exaltar al mismo tiempo a los 
reyes y echarles la culpa. Sin embargo, *J. L. Davant* -que considera 
a «'Santxo Haundia' nuestro Salomón» (pág. 47)- no tiene empacho en 
escribir que «el periodo más fastuoso de nuestra historia es en el 
que todos los vascos están unidos alrededor de reyes vascos elegidos 
por ellos mismos, en un Estado indiscutiblemente soberano y cuya 
creación es anterior al de Francia y España: el Reino de Navarra. 
García Ximénez es rey de Pamplona en el 717. Su dominio es muy 
pequeño y su descendencia poco conocida». las manifiestas falsedades 
de este texto prueban cómo -y por qué- se puede escribir Historia en 
el País Vasco sin tener la menor idea del pasado.
(32) Este importante fenómeno cultural, que se produjo en el reino 
asturiano en el siglo IX, ha sido malinterpretado por muchos autores, 
que lo han visto como un producto de la influencia de los mozárabes, 
que habría llegado a transformar la naturaleza indígena del Reino de 
Asturias. Pero en realidad, el neogoticismo, latente ya en el siglo 
VIII, pudo desarrollarse y triunfar porque existía una importante 
base hispanogoda en el Reino de Asturias, y no por el interés de unos 
presuntos monarcas indígenas por reclamar la herencia del Reino 
Visigodo (estimo haberlo demostrado de una manera exhaustiva en 
'Orígenes hispanogodos del Reino de Asturias'). Por ello, la 
repetición del mismo fenómeno -con el lógico retraso (y diferencia) 
en una monarquía más reciente (y modesta)- no puede verse como la 
manifestación de algo artificial, sino como el resultado esperable de 
unos orígenes hispanogodos.
(33) «Del espejo ajeno a la memoria propia», en 'Signos de identidad 
histórica para Navarra', Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1996, 
vol. I, pp. 36-42; «El Reino de Pamplona», pp. 63-74.
(34) «El Reino de Pamplona», pág. 63.
(35) 'Ibid.', pág. 64.
(36) *A. Martín Duque* y *J. Carrasco Pérez*, «Navarra, reino 
medieval de las Españas», en 'Las Españas medievales', Universidad de 
Valladolid, 1999, pág. 68.
(37) *M. C. Díaz y Díaz*, 'Libros y librerías en La Rioja 
altomedieval', Diputación de la Rioja, Logroño, 1979 pág. 66. El 
folio se completa con la representación en la parte inferior de los 
autores del códice: Vigilano, en el centro, su socio Sarracino y el 
discípulo de aquél, García.
(38) «El Reino de Pamplona», pág. 65. «Se debe entender, pues, que 
las tradiciones y el proyecto vital de esta última monarquía 
[asturiana] habrían sido considerados como algo propio por parte de 
Sancho Garcés II y acaso ya sus dos antecesores, - Sancho Garcés I y 
García Sánchez, y ello hasta el punto de que la noticia de los 
primeros atisbos concretos del reino pamplonés se plantea como mera 
adición ('additio') de una de las citadas crónicas ovetenses» 
('Imagen histórica?', pág. 431).
(39) Esta idea aparece confirmada en el prólogo del Fuero General de 
Navarra, que relaciona en el siglo XIII al reino pamplonés con la 
monarquía de Pelayo.
(40) Y más si se tiene en cuenta que el propio Vigilano debió de 
realizar otra copia del 'Códice Albeldense', según se deduce de un 
poema del siglo XI (*M. C. Díaz y Díaz*, 'Libros?', pp. 70-71).
(41) Puede resultar muy significativo que los textos más antiguos de 
las crónicas asturianas provengan del Reino de Pamplona. Esta 
circunstancia llevó a *A. Ubieto Arteta* a defender la idea (muy 
equivocada) de que la 'Crónica de Alfonso III' fue redactada en el 
Reino de Pamplona para un monarca navarro ('La redacción «rotense» de 
la «Crónica de Alfonso III»', Hispania, LXXXV, 1962, pp. 3-22).
(42) «El Reino de Pamplona», pág. 67. Sobre el 'Códice Rotense' v. 
*M. C. Díaz y Díaz*, 'Libros?' pp. 32-42.
(43) 'De «Wasco» a «Wasconia» y «Vascongadas»', pág. 63. Para valorar 
adecuadamente este argumento, hay que señalar que la 'Epistula 
Honorii' es el único documento romano de este género conservado en 
todo el mundo y que, por tanto, su conservación en Pamplona durante 
tantos siglos y su copia en el 'Códice de Roda', dado el nulo interés 
práctico que tenía su reproducción (los errores que contiene el 
texto, que han provocado tantos problemas a los investigadores, 
prueban que ni siquiera el copista comprendía bien lo que 
transcribía), sólo pueden entenderse en la clave propuesta por *K. 
Larrañaga*. Además, hay que recordar que en el 'Laus' de Pamplona los 
vascones aparecen como enemigos de la capital navarra.
(44) *A. J. Martín Duque*, «El Reino de Pamplona», pp. 68-69.
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