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[escepticos] Darwin y la top model
Darwin y la top model (Por Enrique Coperías)
-->Cuesta comprender que el siglo XXI haya comenzado con un auge
preocupante de las corrientes creacionistas que pretenden quitar de las
escuelas la enseñanza de la teoría de la evolución y convertir en una
falacia el hecho constatado de que todos los seres vivos, incluidos los
humanos, han surgido de formas más primitivas en el curso de la historia
de la Tierra.
Esto significa sencillamente que todas especies proceden de otras
especies, que todas las especies tienen antecesores comunes en un pasado
lejano y que el ser humano proviene de formas más primitivas y simiescas
que, según la evidencia fósil y genética, surgieron hace entre 5 y 6
millones de años. El hilo conductor que une todas las formas vivas de
nuestro planeta, actuales o fósiles, no puede ser otra cosa que la evolución.
Los creacionistas, por el contrario, sostienen que Dios creó el Universo,
la Tierra y los seres que la habitan en un acto milagroso sucedido hace
no más de 6.000 años, según la interpretación literal del Génesis, primer
libro de la Biblia. El creacionismo también asevera que unos 2.000 años
después del nacimiento de la vida ocurrió un diluvio universal del que
sólo se salvaron Noé, su familia y las parejas de animales que consiguió
meter en las bodegas de su arca. Quienes así piensan desprecian incluso
los acontecimientos geológicos que demuestran sin duda alguna la vejez de
nuestro planeta. Los creacionistas más moderados, que enarbolan la
llamada teoría del creacionismo de Tierra reciente, “Young-Earth
Creationism”, aceptan que el planeta azul se formó hace 4.600 millones de
años, pero desprecian la teoría de la evolución que Charles Darwin
planteó en su magnífica e imprescindible obra El Origen de las Especies.
Pero mientras el creacionismo intenta imponer sus postulados religiosos
sobre el génesis de la vida y del hombre, cosa que en Estados Unidos está
sucediendo hasta el extremo de que han empezado a sonar las alarmas, la
ciencia profundiza en cómo la selección natural y su efecto inmediato, la
adaptación, han creado la maravillosa diversidad biológica que puebla
nuestro planeta.
Recientemente, biólogos de Canadá, Estados Unidos y Europa se citaron en
la State University of New York, en EE UU, para discutir y contrastar sus
hallazgos en el campo de la evolución biológica. Allí se debatió sobre
muchas cosas, pero el punto caliente de la reunión se alcanzó con la
intervención de George C. Williams, profesor emérito en la Suny Stony
Brook y una autoridad mundial en el estudio de la evolución biológica de
la talla de Richard Dawkins y el fallecido Stephen Jay Gould. Desde que
se graduó en los años cincuenta en la Universidad de California en Los
Ángeles, Williams nos ha invitado a reflexionar, tanto a científicos como
a legos en la materia, sobre cómo actúa en la actualidad la selección
natural y cómo ésta deja sus huellas en el mundo natural.
¿Pero qué es el selección natural? Darwin creó este concepto en 1838,
tras leer el ensayo del reverendo Thomas Malthus sobre la superpoblación
humana del planeta y percatarse de que todas las poblaciones (y no solo
la nuestra) podían sobrepasar en potencia las posibilidades de sus
recursos alimenticios. Únicamente una minúscula parte de los individuos
que podían existir, venían al mundo y sobrevivían hasta la edad adulta.
Para Darwin, los supervivientes son los que salen "beneficiados" de
alguna variación sutil pero ventajosa que les permite desenvolverse con
mayor eficacia en el cruel e implacable medio natural. Este proceso de
supervivencia de los más favorecidos lo denominó selección natural, para
diferenciarlo de la selección artificial que hacen los ganaderos.
En la actualidad, gracias a los avances en genética, la selección natural
se define como un cambio en la frecuencia de los genes dentro de una
población. Ahora bien, los expertos no se ponen de acuerdo en las
consecuencias de este proceso selectivo, esto es, la naturaleza de las
adaptaciones. Está claro que éstas evolucionan, pero pocos científicos
han aportado pruebas de las leyes que gobiernan este fabuloso proceso. La
mayoría de los biólogos sostiene que las adaptaciones han evolucionado
porque proporcionan ciertos beneficios que revierten en una población
entera o en las especies supuestamente beneficiadas.
Williams no está del todo de acuerdo con este modelo adaptativo y pone
como ejemplo los planteamientos, para él erróneos, de su colega Alfred
Emerson, zoólogo de la Universidad de Chicago. Éste asegura que incluso
procesos tan indeseables para nosotros como el envejecimiento y la muerte
constituyen una ventaja para el mantenimiento y la evolución de la
especie humana. William asegura que, aun siendo así, que para él no lo
es, ya que lo considera un contrasentido, casi todos los investigadores
que han proclamado que una determinada adaptación fue beneficiosa para
una especie en concreto, ninguno ha ofrecido una explicación de cómo el
potencial efecto positivo produjo cambios realmente evolutivos de una
generación a otra.
Siguiendo los planteamientos de Darwin, el polémico evolucionista asevera
que el motor de los cambios evolutivos no es otro que la competencia
entre los individuos de una misma especie. Y está convencido de que las
adaptaciones no son necesariamente beneficiosas para el grupo, como cree
la mayoría de los biólogos, sino que pueden ser positivas a nivel
individual, como ya aseguró en 1966 en su obra Adaptación y Selección
Natural. Por ejemplo, en un banco de peces parece que cada individuo
coopera para mantener unido el grupo y disuadir así a los posibles
depredadores, aun cuando su observación parece indicar que cada pez sabe
que puede ser devorado. ¿Cooperación, sacrificio? Williams lo ve de otra
manera menos romántica: el comportamiento que reúne a cientos y miles de
peces en un banco podría ser el producto del intento de cada pez de
aumentar sus propias posibilidades de supervivencia escabulléndose en
medio de la masa y estando atento de las señales de peligro que puedan
emitir su
compañeros. Más bien parece un acto de egoísmo.
En este sentido, el investigador no cree que el envejecimiento, por
ejemplo, surgiera como algo que beneficiara a las especies y sostiene que
la vejez sería una consecuencia de la pleiotropía, término que en líneas
generales hace referencia al efecto de un sólo gen en más de una
característica o rasgo biológico. La pleiotropía sería la culpable de que
ciertos genes beneficiosos en nuestra etapa juvenil se convirtieran en
dañinos y peligrosos durante la senectud. Estos genes de doble rasero,
cuyos efectos beneficiosos tienen más peso que los deletéreos, podrían
haberse extendido fácilmente en las poblaciones humanas. De modo irónico,
el cáncer y las enfermedades degenerativas que minan nuestra salud en la
vejez podrían ser el resultado de una selección natural.
Williams está convencido de que los seres vivos se enfrentan a esta
especie de dilema genético a lo largo de su existencia, pues deben
decidir, por ejemplo, cuánta energía van a invertir en su maduración para
alcanzar la etapa reproductiva y cuánta van a destinar al cuidado de la
prole antes de buscar una nueva pareja. Aquí es donde hace acto de
presencia la selección natural, que debe encontrar un equilibrio entre el
esfuerzo que un animal invierte en sí mismo y en la prole, y en los
posibles beneficios que pueda cosechar en el futuro. Y, según este
investigador, los animales serían capaces incluso de advertir cómo
cambian estos factores y ajustar en consonancia su comportamiento. No se
trata de una idea descabellada, pues los científicos han acumulado
numerosas evidencias acerca de cómo los seres vivos alteran sus
estrategias vitales para enfrentarse a las variaciones del entorno,
invirtiendo más o menos energías en su proceso de crecimiento y
maduración. Este planteamiento también
se puede aplicar al comportamiento de los seres humanos, dice Williams.
¿Es esto realmente cierto?
En esta dirección apunta un experimento publicado por el psicólogo
evolucionista Martin Daly, de la McMaster University, en Ontario, en la
revista Biology Letters del pasado mes de mayo, donde demuestra cómo las
mujeres atractivas hacen que los hombres sean menos racionales. No es la
primera vez que los científicos indagan en un fenómeno económico conocido
como descuentos futuros: la gente normalmente elige una pequeña cantidad
de dinero que puede obtener inmediatamente frente a grandes sumas que
podrán cosechar en un futuro lejano. Los animales también prefieren, por
regla general, una recompensa inmediata frente a un posible beneficio
futuro. Daly, así como Williams, creen que el valor que la gente otorga a
los recursos presentes y futuros está influenciado por la selección natural.
Para comprobar si es posible manipular en la gente los descuentos
futuros, Daly y su esposa Margo Wilson seleccionaron 200 estudiantes de
psicología, hombres y mujeres, para comprobar el papel que el atractivo
físico y sexual juegan en estas decisiones de recompensa. A los
voluntarios se les ofreció la oportunidad de decidir entre recibir un
cheque de unos 20 ó 30 euros en el momento, o esperar a recibir uno mayor
de hasta 50 y 75 euros en las próximas semanas e incluso meses. Como era
de esperar, la mayoría tendió a quedarse con la pequeña cantidad de
dinero. A continuación, se volvió a repetir el experimento, pero en esta
ocasión se enseñó a los participantes fotografías de personas del sexo
opuesto (normales y muy atractivas) y de varios modelos de coches de alta
gama. El resultado fue esclarecedor: los hombres que habían visto las
imágenes de mujeres atractivas optaban sin duda por la recompensa
inmediata, desechando la oportunidad de ganar más dinero dentro de algún
tiempo.
Una decisión que contrastaba con la racionalidad femenina, inmutable
incluso después de haber visto fotografías de hombres guapos. Volviendo a
los hombres, cuando las fotos de las chicas no entraban dentro de la
categoría de sexualmente cautivadoras, aquellos no modificaban su conducta.
En opinión de los especialistas, la teoría darwiniana explicaría está
actuación masculina, que estaría relacionada con las oportunidades
sexuales del macho, esto es, si existe la posibilidad de conseguir una
pareja atractiva, y por ende sinónimo de saludable, como las que se
mostraban en las fotografías del experimento, al hombre le interesa más
la recompensa inmediata, de modo que toma más riesgos que si la
oportunidad fuese de un rango medio. Por el contrario, con sus cautelas,
las mujeres reflejan la gran inversión que para ellas supone la
maternidad. En opinión de Wilson y Daly, la visión de una mujer bella
activa en el cerebro del hombre las mimas áreas neurológicas que tienen
que ver con las oportunidades sexuales y las recompensas.
Hay que decir que no todos los científicos comulgan con estos
planteamientos evolutivos, que tachan de controvertidos y reduccionistas,
aunque los experimentos de estos psicólogos evolutivos confirman un
comportamiento masculino que los publicistas llevan explotando desde hace
décadas: el sexo vende.
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Darwin y la top model (Por Enrique Coperías)
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preocupante de las corrientes creacionistas que pretenden quitar de las
escuelas la enseñanza de la teoría de la evolución y convertir en una
falacia el hecho constatado de que todos los seres vivos, incluidos los
humanos, han surgido de formas más primitivas en el curso de la historia
de la Tierra.
Esto significa sencillamente que todas especies proceden de otras
especies, que todas las especies tienen antecesores comunes en un pasado
lejano y que el ser humano proviene de formas más primitivas y simiescas
que, según la evidencia fósil y genética, surgieron hace entre 5 y 6
millones de años. El hilo conductor que une todas las formas vivas de
nuestro planeta, actuales o fósiles, no puede ser otra cosa que la evolución.
Los creacionistas, por el contrario, sostienen que Dios creó el Universo,
la Tierra y los seres que la habitan en un acto milagroso sucedido hace
no más de 6.000 años, según la interpretación literal del Génesis, primer
libro de la Biblia. El creacionismo también asevera que unos 2.000 años
después del nacimiento de la vida ocurrió un diluvio universal del que
sólo se salvaron Noé, su familia y las parejas de animales que consiguió
meter en las bodegas de su arca. Quienes así piensan desprecian incluso
los acontecimientos geológicos que demuestran sin duda alguna la vejez de
nuestro planeta. Los creacionistas más moderados, que enarbolan la
llamada teoría del creacionismo de Tierra reciente, “Young-Earth
Creationism”, aceptan que el planeta azul se formó hace 4.600 millones de
años, pero desprecian la teoría de la evolución que Charles Darwin
planteó en su magnífica e imprescindible obra El Origen de las Especies.
Pero mientras el creacionismo intenta imponer sus postulados religiosos
sobre el génesis de la vida y del hombre, cosa que en Estados Unidos está
sucediendo hasta el extremo de que han empezado a sonar las alarmas, la
ciencia profundiza en cómo la selección natural y su efecto inmediato, la
adaptación, han creado la maravillosa diversidad biológica que puebla
nuestro planeta.
Recientemente, biólogos de Canadá, Estados Unidos y Europa se citaron en
la State University of New York, en EE UU, para discutir y contrastar sus
hallazgos en el campo de la evolución biológica. Allí se debatió sobre
muchas cosas, pero el punto caliente de la reunión se alcanzó con la
intervención de George C. Williams, profesor emérito en la Suny Stony
Brook y una autoridad mundial en el estudio de la evolución biológica de
la talla de Richard Dawkins y el fallecido Stephen Jay Gould. Desde que
se graduó en los años cincuenta en la Universidad de California en Los
Ángeles, Williams nos ha invitado a reflexionar, tanto a científicos como
a legos en la materia, sobre cómo actúa en la actualidad la selección
natural y cómo ésta deja sus huellas en el mundo natural.
¿Pero qué es el selección natural? Darwin creó este concepto en 1838,
tras leer el ensayo del reverendo Thomas Malthus sobre la superpoblación
humana del planeta y percatarse de que todas las poblaciones (y no solo
la nuestra) podían sobrepasar en potencia las posibilidades de sus
recursos alimenticios. Únicamente una minúscula parte de los individuos
que podían existir, venían al mundo y sobrevivían hasta la edad adulta.
Para Darwin, los supervivientes son los que salen "beneficiados" de
alguna variación sutil pero ventajosa que les permite desenvolverse con
mayor eficacia en el cruel e implacable medio natural. Este proceso de
supervivencia de los más favorecidos lo denominó selección natural, para
diferenciarlo de la selección artificial que hacen los ganaderos.
En la actualidad, gracias a los avances en genética, la selección natural
se define como un cambio en la frecuencia de los genes dentro de una
población. Ahora bien, los expertos no se ponen de acuerdo en las
consecuencias de este proceso selectivo, esto es, la naturaleza de las
adaptaciones. Está claro que éstas evolucionan, pero pocos científicos
han aportado pruebas de las leyes que gobiernan este fabuloso proceso. La
mayoría de los biólogos sostiene que las adaptaciones han evolucionado
porque proporcionan ciertos beneficios que revierten en una población
entera o en las especies supuestamente beneficiadas.
Williams no está del todo de acuerdo con este modelo adaptativo y pone
como ejemplo los planteamientos, para él erróneos, de su colega Alfred
Emerson, zoólogo de la Universidad de Chicago. Éste asegura que incluso
procesos tan indeseables para nosotros como el envejecimiento y la muerte
constituyen una ventaja para el mantenimiento y la evolución de la
especie humana. William asegura que, aun siendo así, que para él no lo
es, ya que lo considera un contrasentido, casi todos los investigadores
que han proclamado que una determinada adaptación fue beneficiosa para
una especie en concreto, ninguno ha ofrecido una explicación de cómo el
potencial efecto positivo produjo cambios realmente evolutivos de una
generación a otra.
Siguiendo los planteamientos de Darwin, el polémico evolucionista asevera
que el motor de los cambios evolutivos no es otro que la competencia
entre los individuos de una misma especie. Y está convencido de que las
adaptaciones no son necesariamente beneficiosas para el grupo, como cree
la mayoría de los biólogos, sino que pueden ser positivas a nivel
individual, como ya aseguró en 1966 en su obra Adaptación y Selección
Natural. Por ejemplo, en un banco de peces parece que cada individuo
coopera para mantener unido el grupo y disuadir así a los posibles
depredadores, aun cuando su observación parece indicar que cada pez sabe
que puede ser devorado. ¿Cooperación, sacrificio? Williams lo ve de otra
manera menos romántica: el comportamiento que reúne a cientos y miles de
peces en un banco podría ser el producto del intento de cada pez de
aumentar sus propias posibilidades de supervivencia escabulléndose en
medio de la masa y estando atento de las señales de peligro que puedan
emitir su compañeros. Más bien parece un acto de egoísmo.
En este sentido, el investigador no cree que el envejecimiento, por
ejemplo, surgiera como algo que beneficiara a las especies y sostiene que
la vejez sería una consecuencia de la pleiotropía, término que en líneas
generales hace referencia al efecto de un sólo gen en más de una
característica o rasgo biológico. La pleiotropía sería la culpable de que
ciertos genes beneficiosos en nuestra etapa juvenil se convirtieran en
dañinos y peligrosos durante la senectud. Estos genes de doble rasero,
cuyos efectos beneficiosos tienen más peso que los deletéreos, podrían
haberse extendido fácilmente en las poblaciones humanas. De modo irónico,
el cáncer y las enfermedades degenerativas que minan nuestra salud en la
vejez podrían ser el resultado de una selección natural.
Williams está convencido de que los seres vivos se enfrentan a esta
especie de dilema genético a lo largo de su existencia, pues deben
decidir, por ejemplo, cuánta energía van a invertir en su maduración para
alcanzar la etapa reproductiva y cuánta van a destinar al cuidado de la
prole antes de buscar una nueva pareja. Aquí es donde hace acto de
presencia la selección natural, que debe encontrar un equilibrio entre el
esfuerzo que un animal invierte en sí mismo y en la prole, y en los
posibles beneficios que pueda cosechar en el futuro. Y, según este
investigador, los animales serían capaces incluso de advertir cómo
cambian estos factores y ajustar en consonancia su comportamiento. No se
trata de una idea descabellada, pues los científicos han acumulado
numerosas evidencias acerca de cómo los seres vivos alteran sus
estrategias vitales para enfrentarse a las variaciones del entorno,
invirtiendo más o menos energías en su proceso de crecimiento y
maduración. Este planteamiento también se puede aplicar al comportamiento
de los seres humanos, dice Williams. ¿Es esto realmente cierto?
En esta dirección apunta un experimento publicado por el psicólogo
evolucionista Martin Daly, de la McMaster University, en Ontario, en la
revista Biology Letters del pasado mes de mayo, donde demuestra cómo las
mujeres atractivas hacen que los hombres sean menos racionales. No es la
primera vez que los científicos indagan en un fenómeno económico conocido
como descuentos futuros: la gente normalmente elige una pequeña cantidad
de dinero que puede obtener inmediatamente frente a grandes sumas que
podrán cosechar en un futuro lejano. Los animales también prefieren, por
regla general, una recompensa inmediata frente a un posible beneficio
futuro. Daly, así como Williams, creen que el valor que la gente otorga a
los recursos presentes y futuros está influenciado por la selección natural.
Para comprobar si es posible manipular en la gente los descuentos
futuros, Daly y su esposa Margo Wilson seleccionaron 200 estudiantes de
psicología, hombres y mujeres, para comprobar el papel que el atractivo
físico y sexual juegan en estas decisiones de recompensa. A los
voluntarios se les ofreció la oportunidad de decidir entre recibir un
cheque de unos 20 ó 30 euros en el momento, o esperar a recibir uno mayor
de hasta 50 y 75 euros en las próximas semanas e incluso meses. Como era
de esperar, la mayoría tendió a quedarse con la pequeña cantidad de
dinero. A continuación, se volvió a repetir el experimento, pero en esta
ocasión se enseñó a los participantes fotografías de personas del sexo
opuesto (normales y muy atractivas) y de varios modelos de coches de alta
gama. El resultado fue esclarecedor: los hombres que habían visto las
imágenes de mujeres atractivas optaban sin duda por la recompensa
inmediata, desechando la oportunidad de ganar más dinero dentro de algún
tiempo.
Una decisión que contrastaba con la racionalidad femenina, inmutable
incluso después de haber visto fotografías de hombres guapos. Volviendo a
los hombres, cuando las fotos de las chicas no entraban dentro de la
categoría de sexualmente cautivadoras, aquellos no modificaban su conducta.
En opinión de los especialistas, la teoría darwiniana explicaría está
actuación masculina, que estaría relacionada con las oportunidades
sexuales del macho, esto es, si existe la posibilidad de conseguir una
pareja atractiva, y por ende sinónimo de saludable, como las que se
mostraban en las fotografías del experimento, al hombre le interesa más
la recompensa inmediata, de modo que toma más riesgos que si la
oportunidad fuese de un rango medio. Por el contrario, con sus cautelas,
las mujeres reflejan la gran inversión que para ellas supone la
maternidad. En opinión de Wilson y Daly, la visión de una mujer bella
activa en el cerebro del hombre las mimas áreas neurológicas que tienen
que ver con las oportunidades sexuales y las recompensas.
Hay que decir que no todos los científicos comulgan con estos
planteamientos evolutivos, que tachan de controvertidos y reduccionistas,
aunque los experimentos de estos psicólogos evolutivos confirman un
comportamiento masculino que los publicistas llevan explotando desde hace
décadas: el sexo vende.
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