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[escepticos] De Jesús Mosterin: GLORIA Y PROMESA DE LAS CÉLULAS MADRE



Este artículo (recogido en su momento por el Escéptico Digital)
conviene recordar que fue escrito allá por el año 2000, un momento en
el que muchos científicos decidieron optar por dar la callada como
respuesta a los intentos del gobierno de Aznar y de la Iglesia
Católica por frenar para siempre la investigación con células madre
obtenidas mediante clonación.

Yo tampoco alcanzo a entender muchas de las críticas que se están
vertiendo contra Jesús Mosterin (seguro que habrá razones, que se me
escapan, por ejemplo para las de Josep Catalá) pero me temo que
algunas no tienen otra base más que la del prejuicio y la ignorancia
del verdadero posicionamiento de Mosterin ante determinados temas de
indudable alcance social.

GLORIA Y PROMESA DE LAS CÉLULAS MADRE 
Jesús Mosterín 
URL: El País 

Cuando el espermatozoide fecunda el óvulo, la célula resultante, el
zigoto, pone en marcha su maquinaria replicativa, dividiéndose en dos
células iguales, luego en cuatro, en ocho, y así sucesivamente. Una
semana más tarde se ha formado la blástula, una bola hueca de células
que acabará dando lugar a la placenta. Pegada a la pared interior de
la blástula se forma una masa de células, que contiene las células
madre. Estas células madre embrionarias son totipotentes, cada una de
ellas, por separado, puede dar lugar a un embrión entero y puede
también iniciar cualquier linaje de células de nuestro cuerpo. Las
células madre embrionarias son un prodigio de versatilidad, tienen la
potencia taumatúrgica de convertirse en cualquier tipo de célula, de
tejido o de órgano.

La gloria de las células madre totipotentes es efímera, dura sólo unos
días, pues esas células troncales enseguida se diferencian en tejidos
más especializados. ¿Cómo saben las células madre embrionarias lo que
tienen que hacer para acabar convirtiéndose en piel o en sangre, en
ojos o pulmones? ¿Qué señales balizan su derrotero? Lo ignoramos, pero
ardemos en deseos de averiguarlo. Las aplicaciones médicas prometen
ser fabulosas.

A partir de una célula nuestra (y de un óvulo desnucleado) podríamos
obtener por clonación embriones y células madre capaces de generar
cualesquiera piezas de recambio somáticas que necesitásemos, nuevas
células, tejidos y órganos para reemplazar a los deteriorados sin
peligro alguno de rechazo inmunológico, pues los injertos tendrían
nuestra misma composición genética. Sería posible tratar las
enfermedades de Parkinson y de Alzheimer, el derrame cerebral y los
accidentes de columna, la esclerosis múltiple y la diabetes. Podríamos
sustituir las arterias atascadas por nuevos vasos sanguíneos, renovar
el corazón infartado, regenerar la retina y devolver la vista. Si se
deja investigar a los científicos, quizá dentro de diez años podamos
producir tejidos para injertos. Mucho más adelante podríamos llegar a
producir órganos enteros como un corazón, un riñón o incluso un
hígado.

La nueva tecnología celular también abre brillantes perspectivas
morales. Si aceptamos el riñón que heroicamente nos ofrece nuestro
hermano, no dejamos de provocarle una grave mutilación. Por no hablar
de los siniestros laboratorios donde mediocres científicos todavía
rajan y sacrifican a animales inocentes con la pretensión de
transplantarnos órganos de cerdos, portadores de retrovirus
inquietantes. El uso de órganos de un donante ajeno, además de los
graves problemas de rechazo inmune que conlleva, tiene un carácter
moralmente vidrioso. El ideal moral consiste en no sacrificar ni
explotar a ninguna criatura, sino en ser uno mismo autosuficiente,
curarse uno con sus propios recursos y sin hacer sufrir a los demás,
ser uno su propio donante de órganos y tejidos, sacar las piezas de
repuesto que necesite de la clonación de su propio material celular.

Las trabas legales que frenaban la investigación han empezado a
aflojarse este verano. El 16 de agosto el Gobierno británico apoyó la
clonación de embriones con fines terapéuticos y científicos. Una
semana después el Gobierno de Estados Unidos autorizó el uso de fondos
públicos para investigar con embriones y células madre, aunque, en un
intento inútil de aplacar al lobby antiabortista, adoptó una normativa
de chocante hipocresía. Prohíbe a las instituciones públicas llevar a
cabo la clonación de células embrionarias, pero les permite comprarlas
a los institutos privados, que sí están autorizados a clonar. Menos
mal que en la ciencia estadounidense existe la iniciativa privada, que
es la que está llevando adelante la investigación, de la mano de
empresas como Geron y Advanced Cell Technology. El peligro estriba en
que el secretismo privado impida la difusión de los nuevos
descubrimientos y en que las patentes encarezcan las terapias.

Antiabortistas histéricos y obispos dogmáticos se oponen a la
investigación con el peregrino argumento de que los embriones serían
personas y tendrían alma. El embrión de una semana -en el que se dan
las células madre totipotentes- es una bolita de células invisible a
simple vista y carente por completo de atisbo alguno de sistema
nervioso. Desde luego, no es una persona, pero es que ni siquiera es
un animal, pues carece de ánima. Sin sistema nervioso no hay alma, no
hay psiquismo, como los científicos reunidos en Roma se han encargado
de recordar al Papa esta misma semana. El embrión carece de alma, de
conciencia, de vivencias o sentimientos, es incapaz de sufrir y no
merece consideración moral.

Los que se oponen ahora a los avances de la biología son los mismos
que condenaron a Copérnico, quemaron a Bruno, encarcelaron a Galileo y
trataron de desterrar la teoría de Darwin de las escuelas. No hay que
hacerles más caso que a los que despotrican contra el número 13. Lo
que necesitamos no son anatemas ni supersticiones, sino una mirada
clara y sin prejuicios, una ética basada en la racionalidad y una
mejor información científica. Cantemos la gloria de las células madre
y bendigamos sus futuribles beneficios. ¡Aleluya!

[Nota] *Jesús Mosterín es profesor de Investigación en el Instituto de
Filosofía del CSIC



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Pedro Luis Gomez Barrondo
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