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[escepticos] Re: Solo era un perro
En primer lugar, Francisco, gracias por la sinceridad (no es fácil
reconocer en público el afecto desmedido por un perro) y, sobre todo,
por la calidad de la reflexión.
Siempre he pensado (y no soy ni el primero ni el único, claro) que el
ser humano lleva en su capacidad intelectual desmesurada (en
comparación con otras especies) la condena de desear vivir siempre o
trascender la realidad visible. Al fin y al cabo, hasta no hace tanto,
la vida era una calamidad para la mayoría de las personas (hambre,
fatiga, dolor, muerte eran compañeros habituales de todos desde la
infancia, lo son de casi todos aún). ¿Cómo no entregarse a esa
creencia? Esa, claro, es la explicación convencional para el
surgimiento de las creencias religiosas. Pero no sólo de eso.
Muchos sabemos que cuando muramos todo se va a terminar para nosotros,
pero en realidad no vivimos como si lo supiéramos. Vivimos como viven
la mayoría de los que creen que su alma vivirá eternamente (y hay gente
que lo cree, como demuestra el terrorismo suicida): yo, por ejemplo,
nunca salgo de casa pensando que podría ser la última vez que lo hago;
la verdad es que no se podría vivir así. En el fondo, la manera de
vivir asumiendo o dando por descontado que no va a pasar nada malo (que
es como vivimos cuando estamos medianamente sanos y haciendo la vida
cotidiana) es una forma de superstición. Y eso sí que creo que viene en
el equipamiento de serie, quizá no genéticamente, pero como un efecto
colateral sin el cual sería realmente difícil vivir.
Un saludo cordial:
José Luis
El Jueves, 22 sep, 2005, a las 17:41 Europe/Madrid, Francisco Mercader
escribió:
Mi mayor preocupación en el campo escéptico, más que en deshacer
creencias infundadas ni supersticiones, está en intentar explicarme el
porqué de la aparición de semejantes distorsiones en la mente humana.
En qué explicación puede haber para que la lógica parezca ser una
herramienta ausente en el proceso mental de tantas y tantas personas.
Estos días he vivido con intensidad y en carne propia el proceso por
el
cual las creencias pugnan para abrirse paso en nuestra vida.
He perdido a mi perro. Diréis: ¡Coño; sólo era un perro! Y es cierto;
mi perro era igual que los demás perros. Pero lo que hace especial al
perro de cada uno es el vínculo que uno establece con él.
Y si uno tiene menos dificultades para entenderse con los animales que
con sus propios congéneres, ese vínculo puede ser aún más intenso.
Así que no teman: nadie ha escuchado ni escuchará nunca de mi boca ni
leerá las supuestas virtudes de ese animal, ni la historia que le llevó
a encontrarse conmigo ni la complicidad que inmediatamente se
estableció. Sonaría ridículo para quienes no tengan su sensibilidad
dirigida hacia los bichos.
Pero he vivido, ante su cuerpo dormido para siempre por una dosis
masiva
de anestésico para evitarle los dolores de una enfermedad repentina, la
misma estupefacción que debe de sentir un creyente ante el cuerpo de un
familiar querido. No era posible que la historia vivida con él se
hubiera borrado de un plumazo. No era posible que ya no me recibiese
con
esos increíbles saltos cuando volvía de la calle, como si no me hubiera
visto en semanas. Sería un consuelo saber que estuviese ahora retozando
por la hierba de algún valle del Paraíso de los perros persiguiendo
mariposas. Una y otra vez tenía que alejar esos estúpidos pensamientos
y
comprendí de golpe la facilidad con que una mente poco crítica puede
caer en la confusión cuando el deseo enmascara la realidad. Aún así,
caí
casi en la superstición cuando pensé en enterrar su juguete preferido
junto con su cuerpo. Por un momento no me importaba estar repitiendo el
estúpido ritual de quien deja una ofrenda a sus dioses preferidos o a
sus muertos.
En fin: los detalles importan poco. Lo esencial, aprendido en estos
días, es que parece muy difícil erradicar de nuestras mentes los
resortes, quizás genéticos, que dan nacimiento a la distorsión, a las
creencias y a la irracionalidad.
Que, quizás, el innecesario dolor por los ausentes, tan poco útil, y el
derroche de sentimientos ya inservibles sean el efecto inevitable y el
contrapeso del vínculo afectivo que lleva a la cohesión social. Que el
afecto desorbitado por seres de otras especies sea el resultado de
algún
error de la Selección Natural cuando lo lógico y racional fuese
considerarlos como competidores, parásitos o, simplemente, hostiles.
Vale, vale. No doy más la vara. Sólo era un perro. :-(
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Mis residuos mentales, en:
http://www.telefonica.net/web/fmercaderr
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