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RE: [escepticos] ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE EL UNIVERSO



Premisa 1A 
El Hombre tiene conciencia 
2º El Universo contiene a Hombre
3ª Luego El Universo tiene Conciencia ( Superconciencia -Logos )


CONCIENCIA UNIVERSAL = DIOS ( Nombre tradicional ) 	
	----------
> De: Pedro J. Hernández <pjhdez en post9.tele.dk>
> A: escepticos en CCDIS.dis.ulpgc.es
> Asunto: RE: [escepticos] ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE EL UNIVERSO
> Fecha: jueves 23 de abril de 1998 9:40
> 
> Luis carlos escribió:
> 
> >The Tao of
> >Physics es otro ejemplo~ que intentan explicar la física moderna a
partir
> de
> >la religión oriental y del misticismo. Los autores son capaces de
concluir
> >extasiadamente que todos somos parte del cosmos y que el cosmos es parte
de
> >nosotros. ¡Todos somos uno! (Pero, inexplicablemente, American Express
nos
> >pasa las facturas por se-parado.)
> 
> El chiste era fácil, pero aún así sigue siendo gracioso. ¿De dónde
procede
> el texto?
> 
> un saludo
> 
> ********************************************************
> "Somos seres racionales de los que toman las raciones en los bares"
>  Siniestro Total
> ********************************************************
> Pedro J. Hernández
> pjhdez en post9.tele.dk
> **LA WEB DE PEDRO J**:
> http://www.geocities.com/CapeCanaveral/Launchpad/2921/index.htm
> 
> -----Original Message-----
> De: Luis Carlos <lcarlos en lix.intercom.es>
> Para: escepticos en CCDIS.dis.ulpgc.es <escepticos en CCDIS.dis.ulpgc.es>
> Fecha: miércoles 22 de abril de 1998 23:06
> Asunto: RE: [escepticos] ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE EL UNIVERSO
> 
> 
> Eugenio Gregorio:
> 
> A pesar  de que tú mismo reconocías en tu mensaje de presentación:
> 
> ?No soy un gran científico .. mi formación es más humanística que
> científica?
> 
> Y de que afirmas ser capaz de entender:
> 
> ? Pero soy un gran amante de la Ciencia y con los conocimientos y la
> cultura necesarias para poder entender y hacerme entender .?
> 
> De tus mensajes se desprende que tu ?cultura científica? se asemeja a lo
que
> Un premio Nobel de Física describe en una de sus obras:
> 
> Durante el proceso incesante de avivar, y volver a avivar, el entusiasmo
por
> la construcción del SSC (el Supercolisionador Superconductor), visité la
> oficina del senador Bennett Johnston, demócrata de Luisiana cuyo apoyo
fue
> importante para el destino del Supercolisionador, del que se espera que
> cueste ocho mil millones de dólares. Para ser un senador de los Estados
> Unidos, Johns-ton es un tipo curioso. Le gusta hablar de los agujeros
> negros, de las distorsio-nes del tiempo y de otros fenómenos. Cuando
entré
> en su despacho, se levantó tras la mesa y agitó un libro ante mi cara.
> «Lederman  me rogó, tengo que hacerle un montón de preguntas sobre esto.»
El
> libro era The Dancing Wu Li Masters, de Gary Zukav. Durante nuestra
> conversación, alargó mis «quince mi-nutos» hasta el punto de que nos
pasamos
> una hora hablando de física. Estuve buscando un pie, una pausa, una frase
> que me sirviese para meter baza con mi perorata sobre el
Supercolisionador.
> («Hablando de protones, tengo esta maqui-na...») Pero Johnston no cejaba.
> Hablaba de física sin parar. Cuando su secreta-ria de citas le
interrumpió
> por cuarta vez, se sonrió y dijo: «Mire, sé por qué ha venido. Si usted
me
> hubiese soltado su perorata le habría prometido 'hacer lo que pueda".
¡Pero
> esto ha sido mucho más divertido! Y haré lo que pueda». En realidad, hizo
> mucho.
> Para mí fue un poco perturbador que este senador de los Estados Unidos.
> hambriento de conocimiento, satisficiese su curiosidad con el libro de
> Zukav. En los últimos años ha habido una lluvia de libros ~The Tao of
> Physics es otro ejemplo~ que intentan explicar la física moderna a partir
de
> la religión oriental y del misticismo. Los autores son capaces de
concluir
> extasiadamente que todos somos parte del cosmos y que el cosmos es parte
de
> nosotros. ¡Todos somos uno! (Pero, inexplicablemente, American Express
nos
> pasa las facturas por se-parado.) Lo que me preocupaba era que un senador
> pudiese sacar algunas ideas alarmantes de esos libros justo antes de que
> tuviese lugar una votación relativa a una máquina de ocho mil millones de
> dólares o más que se pondría en manos de los físicos. Por supuesto,
Johnston
> está instruido científicamente y conoce a muchos científicos.
> Esos libros se inspiran por lo normal en la teoría cuántica y en lo que
hay
> en ella de inherentemente fantasmagórico. Uno de los libros, del que no
> diremos el título, presenta unas sobrias explicaciones de las relaciones
de
> incertidumbre de lleisenberg, del experimento mental de
> Einstein-Podolski-Rosen y del teorema de Bell, y a continuación se lanza
a
> una arrobada discusión de los viajes de LSD, los poltergeists y un ente
> muerto hace mucho, Seth, que comunicaba sus ideas por medio de la voz y
la
> mano escritora de un ama de casa de Elmira, Nueva York. Es evidente que
una
> de las premisas de ese libro, y de muchos otros por el estilo, es que la
> teoría cuántica es fantasmagórica, así que ¿por qué no aceptar otras
> mate-rias extrañas también como hechos científicos?
> Por lo general, uno no se preocuparía de libros así si se los encontrase
en
> las secciones de religión, fenómenos paranormales o poltergeist de las
> librerías. Por desgracia, están puestos a menudo en la categoría de
ciencia,
> probablemente porque se usan en sus títulos palabras como «cuántico» y
> «física». Una parte excesi-va de lo que el público lector sabe de física
lo
> sabe por haber leído esos libros. Co-jamos sólo dos de ellos, los más
> prominentes: The Tao ofPhysics y The Dance Wit Li Masters, ambos
publicados
> en los años setenta. Para ser justos, Tao, de Fritjof Capra, que tiene un
> doctorado por la Universidad de Viena, y Wu Li, de Gary Zu-kav, que es un
> escritor, han introducido a mucha gente en la física, lo que es bue-no. Y
lo
> cierto es que nada malo hay en encontrar paralelismos entre la nueva
fí-sica
> cuántica y el hinduismo, el budismo, el taoísmo, el Zen o, tanto da, la
> cocina de Hunan. Capra y Zukav han hecho además muchas cosas bien. En
ambos
> libros no faltan buenas páginas de física, lo que les da una sensación de
> credibilidad. Por desgracia, los autores saltan de conceptos científicos
> sólidos, bien probados, a conceptos ajenos a la física y hacia los cuales
el
> puente lógico apenas si se tiene en pie o no existe.
> En Wu Li, por ejemplo, Zukav hace un trabajo excelente al explicar el
famoso
> experimento de la rendija doble de Thomas Young. Pero su análisis de los
> resul-tados es bastante peculiar. Como ya se ha comentado, salen patrones
> diferentes de fotones (o electrones) según haya una o dos rendijas
abiertas,
> así que una experi-mentadora podría preguntarse: «¿Cómo sabe la partícula
> cuántas rendijas están abiertas?». Esta es, claro, una forma caprichosa
de
> expresar un problema de me-canismos. El principio de incertidumbre de
> Heisenberg, noción que es la base de la teoría cuántica. dice que no se
> puede determinar por qué rendija se cuela la partícula sin destruir el
> experimento. Según el curioso pero eficaz rigor de la teoría cuántica,
esas
> preguntas no son pertinentes.
> Pero Zukav extrae un mensaje diferente del experimento de la rendija
doble:
> la partícula sabe si hay una rendija o dos abiertas. ¡Los fotones son
> inteligentes! Esperad, es todavía mejor. «Apenas si nos queda otra
salida;
> hemos de reconocer -escribe Zukav~ que los fotones, que son energía,
parecen
> procesar informa-ción y actuar en consecuencia, y, por lo tanto, por
extraño
> que parezca, da la im-presión de que son orgánicos.» Es divertido, puede
que
> filosófico, pero nos hemos apartado de la ciencia.
> Paradójicamente, Zukav está dispuesto a atribuirles conciencia a los
> fotones, pero se niega a aceptar la existencia de los átomos Escribe:
«Los
> átomos nunca fueron en absoluto cosas 'reales". Los átomos son entes
> hipotéticos construidos para que las observaciones experimentales sean
> inteligibles. Nadie, ni una sola persona ha visto jamás un átomo». Ahí
sale
> otra vez la señora del público que nos quiere poner en apuros con la
> pregunta: «¿Ha visto usted alguna vez un átomo?». En favor de la señora,
hay
> que decir que estaba dispuesta a escuchar la respuesta. Zukav ya la ha
> respondido, con un no. Incluso literalmente está hoy fuera de lu-gar.
Desde
> que se publicó su libro, son muchos los que han visto átomos gracias al
> microscopio de barrido por efecto túnel, que toma bellas imágenes de
estos
> pequeños chismes.
> En cuanto a Capra, es mucho más inteligente y juega a dos barajas en sus
> apuestas y con su lenguaje, pero, en lo esencial, tampoco es creyente.
> Insiste en que «la simple imagen mecanicista de los ladrillos con que se
> construyen las cosas» debería abandonarse. A partir de una descripción
> razonable de la mecánica cuántica, construye unas elaboradas ampliaciones
de
> la misma carentes de la menor comprensión de la delicadeza con que se
> entrelazan el experimento y la teoría y hasta qué punto ha habido sangre,
> sudor y lágrimas en cada penoso avance.
> Si la descuidada falta de seriedad de estos autores carece de interés
para
> mi, los verdaderos charlatanes hacen que me desconecte. En realidad, Tao
y
> Wu Li constituyen un nivel medio relativamente respetable entre los
libros
> científicos buenos y el sector lunático de timadores, charlatanes y
locos.
> Esta gente te ga-rantiza la vida eterna si no comes otra cosa que raíces
de
> zumaque. Te dan prue-bas de primera de mano de la visita de
extraterrestres.
> Sacan a la luz la falacia de la relatividad en favor de una versión
sumeria
> del Almanaque del Granjero. Escriben para el New York Inquirer y
contribuyen
> al correo delirante que todo científico destacado recibe. La mayoría de
> estas personas son inofensivas, como la mujer de setenta años de edad que
me
> contaba, en ocho páginas de apretada caligrafía, la conversación que tuvo
> con unos pequeños visitantes verdes del es-pacio. Pero no todos son
> inofensivos. Una secretaria de la revista Physical Re-view fue asesinada
a
> tiros por un hombre al que se le rechazó un artículo incoherente.
> Lo importante, creo, es esto: todas las disciplinas, todo campo de
> actividad, tienen un «orden establecido», sea la colectividad de los
> profesores de físicas de cierta edad de las universidades prestigiosas,
los
> magnates del negocio de las co-midas rápidas, los dirigentes de la
> Asociación Norteamericana de la Abogacía o los viejos jefes de la Orden
> Fraternal de los Trabajadores Postales. En ciencia, el camino del
progreso
> es más rápido cuando se derriba a los gigantes. (Sabía que me saldría de
> todo esto una buena metáfora mezclada.) Por lo tanto, se buscan con celo
> iconoclastas y rebeldes con bombas (intelectuales); hasta el propio
régimen
> científico los busca. Por supuesto, a ningún teórico le divierte que
tiren
> su teoría a la basura; algunos hasta pueden reaccionar momentánea,
> instintivamente como un régimen político ante una rebelión. Pero la
> tradición del derrocamiento está demasiado enraizada. Alimentar y premiar
al
> joven y creativo es una obligación sagrada del régimen científico. (Lo
más
> triste que te pueden decir de fulano de tal es que no basta con ser
joven.)
> Esta lección moral -que debemos mantenernos abiertos a lo joven, lo
> heterodoxo y lo rebelde- deja un resquicio para los charlatanes y los
> descarriados, que pueden hacer presa en los periodistas y editores ~y
otros
> responsables de los medios de comunicación~ descuidados y científicamente
> analfabetos. Algunos timadores han tenido notable éxito, como el mago
> israelí Uri Geller o el escritor Immanuel Velikovsky, incluso ciertos
> docto-res en ciencias (un doctorado es aún una garantía de la verdad
menor
> que un pre-mio Nobel) que han promovido cosas tan fuera de quicio como
las
> «manos que ven», la «psicoquinesia», la «ciencia de la creación», la
> «poliagua», la «fusión fría» y tantas otras ideas fraudulentas. Lo usual
es
> que se diga que la verdad reve-lada está siendo suprimida por el
acomodado
> régimen, que quiere así preservar el statu quo con todos sus derechos y
> privilegios.
> Sin duda, eso puede pasar. Pero en nuestra disciplina, hasta los miembros
> del orden establecido hacen campaña contra el régimen. Nuestro santo
patrón,
> Ri-chard Feynman, en el ensayo «¿Qué es la ciencia?», hacía al estudiante
> esta admonición: «Aprende de la ciencia que debes dudar de los expertos.
..
> La ciencia es la creencia en la ignorancia de los expertos». Y más
adelante:
> «Cada generación que descubre algo a partir de su experiencia debe
> transmitirlo, pero debe trans-mitirlo guardando un delicado equilibrio
entre
> el respeto y la falta de respeto, para que la raza ... no imponga con
> demasiada rigidez sus errores a sus jóvenes, sino que transmita junto a
la
> sabiduría acumulada la sabiduría de que quizá no sea tal sabiduría».
> Este elocuente pasaje expresa la educación que todos los que laboramos en
el
> viñedo de la ciencia tenemos profundamente imbuida. Por supuesto, no
todos
> los científicos pueden reunir la agudeza crítica, la mezcla de pasión y
> percepción que Feynman era capaz de ponerle a un problema. Eso es lo que
> diferencia a los cien-tíficos, y también es verdad que muchos grandes
> científicos se toman a sí mismos demasiado en serio. Se ven entonces
> lastrados a la hora de aplicar su capacidad crítica a su propio trabajo
o,
> lo que es peor todavía, al trabajo de los chicos que les están poniendo
en
> la estacada. No hay especialidad perfecta. Pero lo que raras ve-ces
> entienden los profanos es lo presta, ansiosa, desesperadamente que la
> comuni-dad científica de una disciplina dada le abre los brazos al
> iconoclasta intelectual... si él o ella tienen lo que hace falta.
> En todo esto lo trágico no son los escritores pseudocientificos
chapuceros,
> ni el vendedor de seguros de Wichita que sabe exactamente dónde se
equivocó
> Eins-tein y publica su propio libro al respecto, ni el timador que dirá
lo
> que sea por ganar unos duros, los Geller o los Velikovsky. Lo trágico es
el
> daño que se le hace al público común, crédulo y científicamente
analfabeto,
> a quien con tanta facili-dad se le toma el pelo. Ese público construirá
> pirámides, pagará una fortuna por inyecciones de glándula de mono,
mascará
> huesos de albaricoque, irá adonde sea y hará lo que sea tras los pasos
del
> charlatán de feria que, habiendo progresado de la trasera de un carromato
a
> la hora punta de un canal de televisión, venderá lenitivos aún más
> escandalosos en el nombre de la «ciencia».
> ¿Por qué somos, y me refiero a nosotros, el público, tan vulnerables? Una
> respuesta posible es que los profanos se sienten incómodos con la
ciencia,
> por-que la manera en que se desenvuelve y progresa no les es familiar. El
> público ve la ciencia como un edificio monolítico de reglas y creencias
> inflexibles, y a los científicos gracias al retrato que ofrecen los
medios
> de ellos como envarados ratones de biblioteca de bata blanca  como unos
> plúmbeos, vetustos, escleróticos- defensores del statu quo. En verdad, la
> ciencia es algo mucho más flexible. La ciencia no tiene que ver con el
statu
> quo. La ciencia tiene que ver con la revolución.
> 
> 
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