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[escepticos] La cabeza de Mercader



[Eduardo Gimenez Gonzalez]
Por cierto, Mercader, espero que te mejores.


[Mercader]
Pues aprovecho para contestar a varios: No os librareis de mí.
Por cierto, Eloy: Por fortuna, dispongo de una total incapacidad para
el apasionamiento y para los sustos.  De modo que, cuando volaba por
el aire cual muñeco de trapo, iba pensando: "Mira...éste es el golpe
en el que había pensado alguna vez". A continuación, mientras todas
mis pertenencias volaban por encima de la mediana hasta la calzada
contraria, pensé: Maldita sea...Ahora los coches me lo pisarán todo.
Después de la costalada se me acercaron tres o cuatro personas para
cogerme de los brazos e intentar levantarme y se me vino a la memoria
aquella escena de los toreros quitándose de encima a los subalternos
mientras farfullan "¡¡dejadme solo!!" y me entró la risa tonta. A
continuación, mientras sangraba por la mano y por la espalda, todo
desollado, me sentí obligado a consolar a los presentes que
presentaban ¡pobrecillos! aquellas caras tan preocupadas.
La jovencita conductora del coche que me había tirado con una maniobra
inesperada, se me acercó pero no  articulaba palabra.  Mientras me
echaba mano a la espalda, que ya me empezaba a doler, le pregunté:
"¿Te habías cargado ya a algún motorista?" Dijo que no, con la cabeza
y seguÍ: "Pues ya tienes el primero. Ve poniendo rayitas, aquí en la
puerta".  Luego me llevaron en una ambulancia a un suntuoso hospital,
me acribillaron con radiografías, me pusieron una férula para
sujetarme el brazo derecho al pecho, me untaron con litros de
desinfectante de todos los colores, recetaron mil analgésicos y me
recomendaron recuperación para no sé qué. Para ese momento, yo ya
estaba preocupado. ¿Estaría peor de lo que me imaginaba?.
Y por otra parte...¿Dónde estaba esa Seguridad Social lenta e
ineficaz? Me entró una pizca de sensación de culpabilidad y de
dilapidador de los recursos públicos.
En cuanto pude, me escapé del hospital; me puse, como pude,  el casco
que presentaba un hundimiento más que  preocupante, recogí los pedazos
de mi moto que aún funcionaban, enderecé la horquilla a patadas -de la
pierna que me quedaba buena- y me fuí, montado en ella, hasta un
taller.

Hoy estoy feliz, de baja, mirando mi casco nuevo  que cuesta casi más
que la moto. y pensando que la densidad de nuestras penas debe de
tener su principal origen en cómo nos las tomamos, en las vueltas que
les damos y en la capacidad, o no, de tomar la parte positiva de la
vida.
El Herido Escéptico.