[Date Prev][Date Next][Thread Prev][Thread Next][Date Index][Thread Index]
[escepticos] Trampa en el Cyberespacio [Parte 1,0 de 2]
Hola:
En estos días en el que el juicio a Microsoft vuelve a la palestra,
encontré un texto con el que no puedo más que sentirme totalmente
identificado. Se trata de una reflexión sobre el uso de tecnología
propietaria y no europea que hipoteca el futuro de los informáticos y los
usuarios de ordenadores en la UE. Y si no, echen un vistazo. (Disculpas por
la longitud del artículo, creo que vale la pena detenerse a leerlo).
(Viva Linux, el sistema operativo escéptico).
. . . .
Trampa en el Cyberespacio[+]
Roberto Di Cosmo
Liens-Dmi
Ecole Normale Supérieure
45, Rue d'Ulm - 75230 Paris CEDEX 05
E-mail: dicosmo en ens.fr
Web: http://www.dmi.ens.fr/~dicosmo
Durante las últimas vacaciones de Navidad me he quedado asombradísimo
con la fascinación creciente de los medios de comunicación por ese
oscuro objeto del deseo que se oculta detrás de las palabras
``ordenador'', ``multimedia'', ``web'', ``internet'' y sus derivados.
Si uno creyera a esos medios de comunicación y a un buen número de
expertos improvisados, no se podría pretender ser un ciudadano de
primera clase sin poseer el ultimísimo (y muy caro) material
informático que da acceso al paraíso encantado del ``cyberespacio''.
Es también difícil ignorar la omnipresente y extraña confusión que nos
incita a pensar que el único tipo existente de ordenador es el PC, por
supuesto equipado con un chip de Intel, y que en ese PC sólo puede
haber un programa indispensable, Microsoft Windows[+].
Esto es todavía más curioso si consideramos que el fenómeno de
servilismo intelectual ante estos dos gigantes americanos llega a su
punto máximo justo en el momento en el cual los Estados Unidos parecen
comenzar a despertarse de un largo sueño que ha permitido a estos
gigantes adquirir una posición de monopolio prácticamente absoluta.
Por el camino, ambas empresas han destruido un número impresionante de
empresas cuyos productos eran de calidad muy superior (todo esto está
muy bien documentado en numerosas obras -- como por ejemplo [1, 2, 3]
-- disponibles en los Estados Unidos, pero no han sido, que yo sepa,
traducidas al francés).
Pienso por ejemplo en la campaña lanzada por Ralph Nader (defensor de
los consumidores que ha logrado hacer retirar del mercado un automóvil
peligroso producido por General Motors) y en el proceso que está
llevando a cabo el DOJ (Department of Justice, el ministerio de
justicia federal de EEUU) contra Microsoft en este momento. Pienso
sobre todo en la sorprendente reacción del público americano en los
sondeos de opinión en Internet: una mayoría aplastante apoya las
acciones del DOJ incluso cuando las encuestas son realizadas por
empresas como CNN, que son decididamente pro-Microsoft en sus
artículos (sondeos de opinión de la CNN [4] y también de la ZDnet [5];
esta última limitó arbitrariamente la duración de la encuesta y no
anunció su resultado hasta haber recibido numerosas cartas de
protesta).
Por el contrario, nuestro público está bien lejos del despertar:
mecido por la suave voz del conformismo ambiental, se adormece aún más
y más en los brazos de Microsoft. Nuestro público sueña con un mundo
feliz, en el cual un gran filántropo distribuye a todos los
estudiantes de Francia copias gratuitas de Windows 95 con la única
finalidad de ayudarlos a recuperar su atraso tecnológico. Nuestro
público sonríe al pensar en las pantallas azules llenas de mensajes
tranquilizadores que explican cómo ``el programa X ha provocado la
excepción Y en el módulo Z'': fallo que por supuesto no ha sido culpa
de Windows, sino del programa X. Nuestro público duerme feliz sin
preguntarse por qué un ordenador mucho más potente que aquel que ha
servido para enviar hombres a la luna -- y que además los ha traído de
vuelta vivos -- no es capaz de manipular correctamente un documento de
un centenar de páginas, cuando éste está equipado con ese Microsoft
Office que hace tan felices a todos nuestros comentaristas.
Armario con cajones y lavado de cerebros
He tenido muchas ocasiones de medir personalmente la profundidad de
este sueño hipnótico del cual he hablado anteriormente, pero la más
graciosa es seguramente aquella que se me presentó hace algún tiempo
durante un viaje en TGV. Las computadoras portátiles (esos embriones
de computadoras que cuestan tanto como un coche pequeño, que se pueden
guardar en un maletín y que sirven con mucha frecuencia para jugar al
solitario) proliferan en estos tiempos casi tanto como los teléfonos
móviles, sobre todo en los trenes y aviones. Pues bien, durante uno de
mis viajes, me encontraba sentado al lado de un agradable señor, joven
ejecutivo dinámico, que estaba ejecutando en su máquina el calamitoso
(veremos por qué más adelante) programa DeFragEste programa muestra en
la pantalla una hermosa matriz llena de pequeños cuadraditos de
diferentes colores que se mueven en todos los sentidos mientras el
disco trabaja intensamente. No pude resistir la tentación (espero que
este señor no se ofenda si se reconoce en este artículo) y después de
haberlo elogiado por su hermoso portátil, le pregunté, fingiendo la
mayor ignorancia, qué era ese lindo programa que yo no tenía en mi
portátil. Con un aire de superioridad mezclada con compasión ( ``el
pobre hombre no tiene mi super programa''), me respondió que ésta era
una herramienta esencial que hay que lanzar cada cierto tiempo para
hacer más rápida la máquina desfragmentando el disco. Continuó
repetiéndome de memoria los argumentos que se encuentran en los
manuales de Windows: cuánto más se utiliza el disco más se fragmenta y
cuánto más se fragmenta, más lenta se vuelve la máquina; ésta es la
razón por la cual él ejecuta concienzudamente DeFrag cada vez que
puede. En ese momento saqué mi computadora portátil, que no utiliza
Windows sino GNU/Linux (una versión libre, gratuita, abierta y muy
eficaz de Unix, desarrollada por los esfuerzos comunitarios de
millares de personas en Internet) y le dije, con una expresión muy
sorprendida, que en mi portátil el disco está siempre muy poco
fragmentado y cuanto más se utiliza menos se fragmenta.
Nuestro ejecutivo, ya menos cómodo, contestó que su portátil utilizaba
la última versión de Windows 95 producida por la empresa más grande de
software del mundo, y que yo seguramente me estaría equivocando en
algún punto. Traté entonces de hacerle olvidar por un instante la
propaganda que lo había intoxicado hasta ese momento, explicándole de
manera muy simple el problema de la desfragmentación: voy a tratar de
resumirles a ustedes una apacible conversación que duró una buena
media hora.
Usted sabe seguramente que sus datos están guardados en ``archivos''
que son memorizados sobre el disco duro de la computadora. Este disco
es como un gigantesco armario con cajones, cada cajón tiene la misma
capacidad (típicamente 512 bytes[+]) y cada disco contiene algunos
millones de cajones. Si los datos que a usted le interesan son
guardados en cajones contiguos se puede acceder a ellos más
rápidamente que si estuvieran desparramados (a partir de ahora diremos
fragmentados) dentro del armario. Esto no tiene nada de raro, es lo
que nos pasa todos los días cuando hay que encontrar un par de
calcetines: uno las encuentra mucho más rápido si ambas se encuentran
en el mismo cajón. Estamos entonces de acuerdo en que es mejor un
armario bien ordenado que uno desordenado. El problema reside en saber
cómo hacer para conservar el armario ordenado cuando este se utiliza
frecuentemente.
Imaginemos ahora un ministerio que guarda sus expedientes en un enorme
armario con millones de cajones. Nos gustaría, por las mismas razones
antedichas, que los documentos relativos a un mismo expediente se
encuentren, en la medida de lo posible, en cajones contiguos. Usted
debe contratar una secretaria y tiene la opción de elegir entre dos
candidatas con prácticas bastante diferentes: la primera, cuando un
expediente debe eliminarse del archivo, se limita a vaciar los
cajones, y cuando un nuevo expediente entra, lo separa en pequeños
grupos de documentos de la medida de un cajón y archiva cada grupo al
azar en el primer cajón vacío que encuentra en el armario. Cuando
usted le señala que así va a ser muy difícil encontrar rápidamente
todos los documentos que tienen que ver por ejemplo con el expediente
del Crédit Lyonnais, ella responde que va a ser necesario contratar
todos los fines de semana una docena de ayudantes para poner de nuevo
todo en orden. La segunda candidata, al contrario que la primera,
conserva sobre su escritorio una lista de cajones vacíos contiguos, la
cual pone al día todas las veces que un expediente es cerrado y sacado
de los cajones. Cuando entra un nuevo expediente, ella busca en su
lista un conjunto de cajones vacíos contiguos de la medida necesaria,
y es ahí donde coloca el nuevo expediente. Así, le explica ella, el
armario permanecerá siempre bien ordenado, incluso aunque haya muchos
movimientos de expedientes. No hay duda de que es la segunda
secretaria la que debe ser contratada, y nuestro joven ejecutivo
estuvo perfectamente de acuerdo.
En ese momento fue fácil hacerle entender que Windows 95 actuaba como
la primera secretaria y necesitaba de ayudantes que ordenen el armario
(el programa DeFrag), mientras que GNU/Linux actuaba como la buena
secretaria y no necesitaba de nadie para ayudarla. Al llegar a la
estación, nuestro gentil ejecutivo ya no estaba tan contento: le
habían enseñado que DeFrag hace andar más rápido la máquina, pero
habíamos visto juntos que en realidad es Windows quien la hace lenta!
En efecto, el problema de la gestión eficaz de los discos es muy viejo
y hace mucho tiempo que se sabe como resolverlo (la prueba es que Unix
es más antiguo que Microsoft y tiene la buena secretaria desde 1984!).
Y todavía hay cosas mucho peores que DeFrag; desafortunadamente, no
tenemos tiempo para contarles todas las pequeñas y sabrosas historias
sobre el programa ScanDisk que se supone tiene que ``reparar'' los
discos, pero que propone opciones incomprensibles cuyo resultado final
es, la mayoría de las veces, la destrucción pura y simple de la
estructura de los expedientes, aún cuando los datos podían haber sido
recuperables antes de ejecutar este programa.
No solamente esto es imposible con Unix (a menos que el disco sea
taladrado con una máquina), sino que las técnicas correctas de gestión
de un disco son enseñadas en los primeros cursos de informática de la
Universidad desde hace más de 10 años.
La simple existencia de un programa como DeFrag o los daños producidos
por el ScanDisk de Windows 95 deberían ser suficientes para que
cualquier persona inteligente con poder de decisión pudiera tachar
Microsoft de la lista de sus proveedores. Y sin embargo, como prueba
de la eficiencia del lavado de cerebros y del profundo sueño en el
cual hemos estado sumidos, aquí en Francia estamos dispuestos a
convertir el sistema informático bancario a productos Microsoft, así
como a elegirlos también para la educación de nuestros hijos. El poder
de la maquinaria comercial de ciertas empresas logra realizar tal
distorsión de la realidad que llegamos a creer fervientemente que los
defectos más graves de ciertos programas son por el contrario
totalmente indispensables (a propósito de esto, en el mundo
informático hace mucho tiempo que se emplea el dicho ``it's not a bug,
it's a feature!'' -- no es un defecto, es una funcionalidad!). Sucede
también que los especialistas que tienen los conocimientos necesarios
para desarmar todas estas trampas y poner en evidencia los errores,
los peligros y las manipulaciones, sin riesgo de ser considerados como
competidores derrotados y gruñones, se han callado durante demasiado
tiempo. Tenemos aquí un fenómeno bien extraño: por un lado, ningún
científico serio tiene ganas hoy en día de publicar un artículo en la
prensa que se dice de informática, por miedo a manchar su reputación
por haber tratado con mercachifles. Por el otro lado, al no tener el
apoyo de científicos serios, la prensa informática se transformó, vía
soporte publicitario, en un eco poco edificante de los fabricantes de
computadoras. Esto la hace aún más mercachifle, y aún menos
frecuentable por expertos serios.
El impuesto a la información
Sin embargo el monopolio Wintel (Windows + Intel, término recurrente
en la prensa americana) que se está instalando en Francia y en el
mundo entero tiene tales apuestas en juego, y no solamente económicas,
que no nos podemos callar más bajo ningun pretexto. No se trata
solamente de aceptar vivir con una mala tecnología ignorando que se
podría tener algo mucho mejor: esto ya se ha producido varias veces,
por ejemplo con el sistema de vídeo VHS que desplazó al Video 2000 y
Betamax, que eran mucho mejores[+]. Aquí se trata del hecho de que
nuestros nuestros gobernantes hayan aceptado que el monopolio
Microsoft-Intel adquiera un total dominio de la información,
explotándolo además en su exclusivo beneficio. Estoy seguro de que
aquel entre ustedes que tenga algún conocimiento de economía ya ve a
dónde quiero llegar: este monopolio logra desde hace muchos años el
cobro de una verdadera tasa monopolística, es decir, que explota la
posibilidad que tiene un monopolio de vender a precios inflados,
ejerciendo así un verdadero chantaje sobre los consumidores que se ven
forzados a comprarle a él. Esta tasa es enorme, pero más grave aún, su
importe sale del espacio europeo sin que nos demos cuenta, y no
solamente no produce riqueza alguna sino que por el contrario la
destruye (ver por ejemplo [6] y [7]).
Veamos ahora los medios por los cuales se consolida este monopolio
cada día un poco más, sin descuidar los riesgos no económicos que el
mismo produce sobre nuestra vida de todos los días. En el caso de la
informática, las posibilidades ofrecidas a las empresas sin escrúpulos
son particularmente temibles. Trataremos de comprender esto comenzando
por todo lo que no se entiende necesariamente como una práctica dudosa
o ilegal.
El carácter específico del software
Para comenzar a comprender porqué pagamos un impuesto invisible cada
vez que compramos un PC[+] o los programas Windows, hay que
familiarizarse primero con una característica que distingue la
informática de cualquier otro dominio tecnológico: el costo de la
duplicación de productos. Una vez que un programa ha sido realizado,
cosa que puede costar muy caro, se puede duplicar en un CD-Rom al
costo de sólo algunos francos por copia, o se puede transmitirlo por
la red a un costo que no cesa de reducirse, de manera totalmente
independiente de la calidad y del costo de producción de la primera
copia. Los únicos componentes cuyo costo no es infinitesimal son
aquellos a los que llamamos ``el soporte'': las miles de páginas del
manual de papel, o las docenas de disquettes necesarios para archivar
el software cuando no se dispone de lectores de CD-Rom. Pero los
editores de programas, que tienen todo el interés en hacer desaparecer
ese costo fijo, no tardaron mucho en ocuparse de ese tema: usted habrá
remarcado que los PC que se venden en los supermercados vienen
acompañados de programas pero prácticamente de ningún manual, salvo
alguna breve nota explicativa (sic!). Hay por supuesto manuales
``on-line'', es decir no sobre papel. Nadie va a impedirle que se
gaste algunos centenares de francos para imprimirlos, si a usted se le
antoja. Yo mismo pude constatar personalmente que una empresa japonesa
muy conocida, cuyo nombre me reservo, vende computadoras portátiles de
las más caras del mercado sin proveer siquiera un CD-Rom con los
programas: todo está instalado en el disco duro, y para hacer una
copia de seguridad todo depende de nosotros mismos, si queremos
comprar los 40 disquettes necesarios y pasar un día entero jugando a
ser un disk-jockey con la máquina. Podemos decir entonces que
actualmente, con estas prácticas, el costo de copia de un programa
esta prácticamente reducido a cero.
Una segunda característica esencial es el status legal de un programa:
por varias razones, no tan extrañas si uno lo piensa detenidamente, el
software, ese sofisticado producto de tecnología de punta utilizado
por millones de personas en su vida profesional, y convertido en
piedra angular de una nueva revolución industrial, goza de la misma
inmunidad que las obras de arte (de hecho, los industriales del
software se llaman ``editores''). Por ejemplo, no hay ninguna cláusula
legal ni ninguna jurisprudencia que permita garantizar que el software
haya de cumplir una determinada función, ni siquiera aquella para la
cual usted lo ha comprado. Esta situación es razonable cuando se
compra una novela o un cuadro (de gustibus...decían los romanos), pero
deja de serlo cuando se aplica al software: usted no puede demandar a
Microsoft legalmente ante la justicia por defecto de construcción, al
haber descubierto que Windows 95 no está hecho con las mínimas
prácticas establecidas de la ciencia informática; mientras que usted
sí puede acusar a un fontanero o a un electricista por realizar una
instalación que no está hecha conforme a las normas.
[continúa]
. . . .
Víctor R. Ruiz
rvr en idecnet.com