El Concilio de Trento, tras definir estas cosas, quiso
divulgarlas y redactó, para ello, un catecismo parroquial
que mandó traducir del inasequible latín a las lenguas
vulgares, para que fuese conocida por todos una versión
sencilla de la doctrina sinodal. En España, la Iglesia
desoyó el encargo, si no yerro, por más de dos siglos y sólo
en 1761, tras mandato del papa, y luego santo, Pío V, se
editó en español el "Catecismo del Santo Concilio de Trento
para los párrocos", en traducción del dominico Agustín
Zorita, amparada por el rey de España, que ordenó su
reiterada impresión.