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Re: [escepticos] Cuentos magufos
Viene un fin de semana y hay que buscar un entretenimiento barato.
Les mando una recopilación de cuentos populares que se dan en la
Argentina. Aclaro algunos localismos: Carcarañá es un pueblo que queda
a 50 kms. de Rosario donde yo pasé mis 18 primeros años.
La etimología de ese nombre sería "carancho" (un ave carroñera) y "añá"
que significa diablo en tupí-guaraní. De los indios, en esta zona, quedó
solamente la toponimia. Como he contado, en estos últimos años se han
radicado en las periferias de Rosario centenares de familias de indios
tobas.
Yuyito es una conocida vedette de la que se decía que era amante
del presidente Menem. Galán era un conductor de TV que producía
concursos de canto.
Este es un artículo que me publicó el diario La Capital de Rosario.
Como se puede ver, odio a las Sociedades Protectoras de Animales
(¡son tantas cosas las que odio!) que pretenden que la Municipalidad
de Rosario haga un cementerio para perros y un geriático para perros
viejos y abandonados. Yo propugno que se continúe con la vieja
práctica de gasearlos, pero los ecologistas y proteccionistas me
acusan de ser un genocida.
Pero vamos al grano, mejor dicho, a los cuentos
LA RATA AFRICANA Y EL ROBO DE ÓRGANOS
En Carcarañá un empleado de una empresa local le dice a otro, con una
sonrisa
cómplice: -Ayer a la salida del motel no quise parar, te imaginás, pero
vamos a pasarle a la
compañía de seguros el guardabarros que te abollé ahí- El otro le replica
asombrado: -Pero si
el auto ayer no lo usé. Se le abolló a mi mujer cuando fue a la clase de
guitarra-
Esta historia se cuenta con ligeras variantes en cada uno de las pueblos
y ciudades del
interior y en todos se le ponen los nombres y apellidos de personas
conocidas del lugar,
incluidos los del profesor de guitarra.
En los Estados Unidos les llaman "foaf tales". Son las iniciales de
"friend of a friend",
ya que se dice siempre que le pasó al amigo de un amigo. Son historias
inventadas que se
cuentan como reales y recorren el mundo tan rápidamente que quisieran para
sí los mejores
periodistas. Sin embargo van cambiando hasta tornarse irreconocibles
porque siempre se hace
un nuevo refrito. Se los usa habitualmente en las calumnias y los
sociólogos argentinos los
llaman "cuentos urbanos".
De la historia que encabeza este artículo hay una variante que tuvo
alcance nacional:
Una Ferrari Testa Rossa atropella a otro auto. Cuando se baja el cristal
polarizado de la
ventanilla se ve al presidente con Yuyito al lado. Al día siguiente en la
Casa Rosada le regalan
un 0 km con la condición de que no cuente nada. El hombre se lleva el auto
y se lo cuenta a
todo el mundo, entre ellos al amigo de un amigo del que está leyendo este
artículo. ¿No es
cierto?. Por mi parte, pienso que cortar ese yuyito no era algo para
esconder tanto. Hay cosas
peores.
Como se puede ver, estas historias se adjudican habitualmente a personas
muy
conocidas: Se dijo hace varios años que una mujer, mientras alternaba con
un empresario de la
construcción, en un repentino ataque de epilepsia lo mordió, causándole la
misma desgracia
que sufrió el marido de Lorena Bobbit. Lamentablemente en ese tiempo no se
hacían
reimplantes. De una locutora que consiguió un contrato en Buenos Aires sus
envidiosos
colegas le inventaron la historia de que se había tenido que ir de la
vergüenza que pasó cuando
se le murió encima un tremendo gordo, del que solamente pudo librarse con
la ayuda de todos
los empleados del albergue. En una variante de este cuento todo ocurrió
dentro de un Fiat 600
y tuvieron que destripar el auto para sacar al muerto y a la pobre mujer.
Mirá si va a ser cierto.
En otro caso se dice que una mujer denunció con desesperación el posible
secuestro de
su esposo, un político muy influyente. Movilizada la policía lo encuentran
alojado con un
travesti que para variar hacía de hombre en la ocasión. La gente es mala y
comenta.
Algunos de estos cuentos son muy imaginativos: En un baile un muchacho es
atraído
por una joven, hermosa y pálida. Cuando están conversando le mancha el
vestido con café. A
la salida la acompaña hasta una finca rodeada por un muro. Cuando vuelve a
visitarla
comprueba que se trata del cementerio y ve su foto en un panteón. Consigue
que le abran el
ataúd. El cadáver tiene la mortaja manchada de café. En otra versión sobre
la tumba encuentra
el saco que le prestó para abrigarse. Hay variantes de este cuento que se
fundamentan en un
argumento que no es científico, porque la catalepsia (que es un síntoma
neurótico, no
epiléptico) nunca puede aparentar la muerte. Así se dice que enterraron a
una joven con joyas
muy valiosas. Los ladrones abren ese mismo día el cajón y la mujer se
levanta. Huyen
despavoridos, con ella corriéndolos. La chica vuelve a su casa y cuando la
madre la ve se cae
muerta de la impresión. En otra versión el camposantero siente ruidos que
salen de un cajón
recién depositado. En lugar de auxiliar al muerto corre al pueblo a pedir
ayuda. Cuando abren
el cajón encuentran al muerto doblemente muerto, ahora por asfixia, todo
rajuñado por la
deseperación. Al que se cree que esta historia es cierta le aviso que ya
la conocía Edgar Allan
Poe en el siglo pasado. He aquí otra: Un coche fúnebre que lleva un niño
muerto pega un
barquinazo y cae el cajón al suelo, abriéndose. El chico sale corriendo
despavorido. Se salva
pero queda tan impresionado que desde ese momento no crece más. Como
corolario se dice
que debido a esos casos es obligatorio velar 24 horas a los muertos. No es
cierto. No hay ni
hubo ninguna reglamentación en tal sentido.
Un poeta amigo trabaja de camposantero (la poesía no da de comer) y
cuando limpia
las tumbas, para divertirse, hace ruido al sentir que pasa gente. Todos
huyen despavoridos sin
mostrar interés en auxiliar al pobre muerto que trata de resucitar. ¡Qué
falta de solidaridad!.
Se atribuye siempre a alguna vieja muy fea del pueblo, frecuentadora del
cementerio,
haberse demorado allí, quedando encerrada, y que la pobre pedía ayuda
desde atrás de las
rejas y todos escapaban. El miedo no es zonzo.
Algunos tienen moraleja: Unos jóvenes trasnochados apuestan para ver
quién se atreve
a clavar un puñal en un cajón del cementerio. El más caradura lo hace,
pero cuando trata de
retirarse siente que lo tironean de la ropa y se muere del susto. Luego
comprueban que con el
cuchillo había enganchado un faldón del sobretodo. En otra variante un
ladrón abre un féretro
para robar las joyas. Cuando vuelve a poner los clavos se le engancha el
poncho y adiós
ladrón. En París se dice que en el cementerio del Père Lachaise un joven
bohemio murió
estrangulado por su echarpe cuando trató de escapar. En otro la apuesta
era de pasar una
noche en el cementerio. El que la acepta mientras deambula por allí pisa
un rastrillo que le da
un golpe desde atrás. Otro que se muere del susto.
Por suerte hay cuentos más leves: Un hombre fuma en el baño a escondidas
de su
mujer. Tira el pucho, pero el inodoro, lleno de desinfectante, estalla en
llamas quemándole el
trasero. Llaman una ambulancia y le cuentan lo ocurrido a los enfermeros,
que muertos de risa
sueltan la camilla y el pobre hombre se rompe una pata.
Otro: Un tal Pichín había ganado la lotería y con sus amigotes recorría
los boliches
festejando el premio. A la hora de pagar, todos a coro señalaban al nuevo
rico, con lo que al
poco tiempo se quedó sin un peso. Se dice que de ahí salió lo de "paga
Pichín".
Siempre se atribuye a algún chacarero medio chiflado (que nunca falta)
haber tratado
de enseñar a los chanchos a vivir sin comer, dándoles palos cuando
gritaban de hambre. Ya
casi había conseguido el éxito porque no gritaban más, pero
desgraciadamente se murieron.
Pobres chanchos, ni fuerza para gritar tenían.
En otro cuento se dice que a un pueblo había llegado desde el Chaco un
parque de
diversiones. Unos padres ven satisfechos que su hija grita aparentemente
de alegría en uno de
los juegos. Cuando se detiene la encuentran muerta, picada por una
serpiente que vino del
norte junto con el embalaje.
A veces se los utiliza para calumniar a alguna joven. Se aseguraba que
una chica fue
llevada a un hospital para extraerle una botella que había usado para
consolarse de un mal de
amores. Se decía que la botella había hecho ventosa (lo que no es posible)
y que el médico,
para poder sacarla, tuvo que romper el fondo para que entrara aire. En
otra versión el hecho
habría ocurrido en una fiesta armada por un empresario del juego rosarino,
y que la mujer, una
de las secretarias de Galán, se murió cuando le sacaron la botella por la
fuerza. Sin embargo la
joven reapareció al poco tiempo por televisión, luego de que todo el mundo
se compadeciera
por su fallecimiento en tan luctuosas circunstancias. Al que les venga con
ese cuento
retrúquenle con un: ¡Andá a cantarle a Galán!.
En una variante aún más perversa la gaseosa es reemplazada en esas
calumnias por un
perro, el que no puede retirarse, llegando en sus forcejeos a herir y
hasta matar a la joven. La
versión cómica circula por Europa: Dos adolescentes con ortodoncia se
besan tan
apasionadamente que se les quedan enganchados los alambres y tienen que
auxiliarlos en un
taller mecánico. Otra historia: Un hombre muy tieso y enfundado en un
sobretodo concurre a
la guardia del Hospital Centenario. No acepta sentarse en la sala de
espera. Cuando lo
atienden, le pide al médico que le saque una botella que tiene dentro del
cuerpo. Otra más:
Unos mecánicos que creían ser muy divertidos, le aplicaron la manguera de
un compresor a un
alegre mocito, que muere reventado. Fin de fiesta.
Hay también historias muy viejas: Una sirvienta enloquecida mata al hijo
de sus
patrones y se los sirve asado al horno. A los que creen que ocurrió
realmente les asombrará
saber que ya se contaba en la antigua Grecia (mitos de Pelops, Cronos,
etc.). Hace poco se
inventó una nueva variante de este tópico: Se dice que la presidenta de la
protectora de
animales Sarmiento concurrió a un restaurant chino con una de las mascotas
que tenía en la
guardería de Zavalla, un perro muy peinado, perfumado y con un coqueto
moñito rojo (aquí ya
se va viendo que la historia es falsa). Por señas le pidió al mozo, que no
hablaba casi el
español, que le diera al perro algo de comer en la cocina. En medio de
sonrisas y reverencias
el chino se lo lleva y a la media hora vuelve con la especialidad de la
casa: Perro fresco con
salsa de soja. ¡Qué cuento chino!. Para colmo se agrega que la pobre mujer
quedó tan
impresionada que desde ese momento propicia excentricidades tales como la
creación de un
geriátrico municipal para perros abandonados. Con la mugre que hay en la
guardería de
Zavalla me imagino lo que sería ubicada en Rosario y atendida por
empleados públicos.
El director de la perrera tiene el mérito de habernos librado de más de
5.000 perros
sueltos en otras mejores épocas. Se dice que en otra excentricidad más las
protectoras de
animales lo convencieron de que en lugar de matarlos hay que caparlos, y
ya lo hizo con más
de 7.000. Linda manera de tirar la plata que recauda la Municipalidad,
gastando en cirugía,
anestesia, y terapia intensiva para perros. Para colmo ha salido otro
falso rumor de que los de
la perrera les venden a las parrillas como achuras lo que le sacan a los
perros. Para mí que lo
inventaron los chinos para vengarse del cuento de que en sus restaurantes
se daba de comer
rata. Lo que ocurre es que los comerciantes se dan con todo para quitarse
los clientes. Es
extraño el ingenio con que se les da nuevas formas: Una mujer baña a su
amado perrito y lo
pone a secar en el horno a microondas y en poco tiempo queda a punto.
Desesperada demanda
por la muerte del perrito a la fábrica y gana el juicio porque en el
manual de instrucciones no
habían puesto que no servía para secar perros.
Hay otro cuento famoso sobre perro muerto. Una familia del primer mundo
sufre la
desgracia de que se les muere el Toby, pobres. Parten para enterrarlo en
el cementerio
municipal de animales. Ya aquí puedo decir que la historia es falsa. Ni en
los Estados Unidos
se gastan los fondos públicos en esa estupidez. Sigue la historia contando
que van en cortejo
llevándolo dentro de la caja de un televisor (En esto estuvieron cuerdos,
no iba a ser un cajón
con apliques). Paran en un bar y al salir comprueban que un ladrón se
llevó el presunto
televisor. ¡Qué alegría tuvo el ladrón al abrir la caja y cómo se acordó
de las protectoras de
animales!.
Ese cuento tiene una variante que escuché cuando la gente viajaba a
Uruguayana para
atenderse con el popular Garrincha. Una vieja se murió en el consultorio
del curandero. Para
evitar los complicados trámites de frontera sus familiares la acostaron en
la casilla rodante
simulando que dormía, pero cuando se detuvieron a almorzar les robaron la
casilla con vieja y
todo. Para colmo se quedaron sin la herencia, al no poder demostrar su
muerte. En Europa
también se cuenta esta historia, pero allá dicen que a la vieja la habían
envuelto en una
alfombra y la llevaban en el portaequipajes. Por mi parte recomendaría al
que quiera recordar
a un perrito muerto que lo entierre en cualquier campito, como
corresponde, y que done al
Hospital de Niños la guita que iba a gastar en lápida y flores.
Sin embargo no conviene meterse con las protectoras de animales. Miren lo
que le
pasó a un distinguido psicólogo rosarino, el Sr. Willy Ryan, quien criticó
a una colega que la
va de mentalista de perros y que había dictaminado que los animales
capturados por la perrera
en el centro debían soltarse de nuevo allí para evitarles el stress. En
venganza, cuando uno de
esos perros lo vió pasar por la esquina de Córdoba y Paraguay, le pegó un
flor de tarascón.
Willy se quejó en una de las cartas de lectores de este diario, pero no
faltó alguien que le
envidiaba su éxito con las mujeres y propaló el falso rumor de que el
perro lo había despojado
de una parte importante de su anatomía. Sus amigas y amigos pueden dar fe
que a Willy no le
falta nada de su bonhomía y sapiencia de siempre, y que solamente perdió
un pedazo de sus
alpargatas.
Pasemos a otro cuento. Hace unos años se difundió que había nacido un
diablito en el
Centenario (hospital muy usado en estas historias), con cuernos y cola.
Que trataron de
matarlo pero el diablito se resistió, mordiendo e insultando. Muchos
rosarinos lo contaban
como cierto, pero un médico de ese hospital se me burló cuando le pregunté
si por lo menos
había nacido un chico con esa deformidad. Otro del estilo: En Santiago del
Estero inventaron
hace poco que un bebé de tres meses de edad le dijo "viejo" a su padre, y
así le dieron una
explicación milagrosa al hecho de que el chico fuera rubio en una familia
morocha. Yo ya no
me la creo.
Otra fábula reciente: Una familia de Rosario acampa en la isla y adopta
un perrito
abandonado muy hambriento. De vuelta en su departamento desaparece el
gato, pero
encuentran sus huesos en el balcón. Llevan el perrito al veterinario,
quien les revela que se
trata de una rata africana y que su bebé se salvó porque a la rata no le
faltó comida. Se explica
que tal vez llegó en un barco. Según los sociólogos se conocen más de 40
versiones de este
relato en todo el mundo. Este cuento ya fue registrado como un viejo "foaf
tale" en la revista
Muy Interesante de setiembre de 1993, antes de que llegara a Rosario hace
un año atrás. En
Alemania se lo conoce como la historia del perro de Kenia.
Con los tiempos que corren han surgido algunos nuevos: Luego de un
encuentro
maravilloso con una desconocida un hombre se despierta y ve que la mujer
le dejó un mensaje
escrito con rouge en el espejo del baño: "Bienvenido al club del SIDA". En
otra variante es la
mujer la que encuentra que su nuevo amigo le dejó en la cartera una
solicitud de ingreso para
ese club.
Hay cuentos que son reivindicativos: Se dice que un censista (o un
policía en otra
versión) le preguntó a unos chicos por el oficio del padre. Le contestan
inocentemente que
trabajaba de paralítico del Reverendo Cabrera, con lo que se da motivo a
compadecer a los
que creen en esos vendedores de milagros.
Algunos rosarinos que tienen casas de fin de semana inventaron otro
cuento
contestatario, cansados de los robos que sufren: Desde el interior del
chalet sienten que están
tratando de llevarse el bombeador. Ponen en funcionamiento el motor y el
ladrón huye a los
gritos. Al día siguiente encuentran sangre y un dedo cortado. Lo llevan a
la comisaría de Funes
y piden hablar con el titular, que no los puede atender porque perdió un
dedo en un accidente.
Siento informarles que no es cierto y que ese funcionario tiene todos sus
dedos en su lugar. En
otra versión a un hombre le roban el auto cuando se para a comprar en una
farmacia, va
enseguida a la comisaría y lo encuentra allí, pero ya sin los accesorios.
El sumariante le dice
que se llevaron el auto porque había una denuncia de que estaba
abandonado. En otro cuento
el sumariante tiene puestos los anteojos que le acaban de robar en un
asalto. Andá a quejarte a
Magoya.
Con los alimentos y bebidas hay otro capítulo. ¡Quién no ha escuchado
relatar los
efectos que le produjo a una joven la mezcla que le dieron de gaseosa con
aspirina!. Streap
tease arriba de una mesa y tutti cuanti. Todas las madres preocupadas por
preservar la buena
fama de sus hijas les recomendaban encarecidamente que no aceptaran
gaseosa ya servida.
Siento informarles que esa mezcla es inofensiva, así como la de vino con
sandía. Haga la
prueba en un vaso y verá que no es cierto que se pone como de piedra. Cada
tanto surge la
historia de la lombriz en la hamburguesa, la laucha en la lata de tomates
y el vidrio molido en
el dulce de leche. Lo notable es que siempre se trata de marcas muy
conocidas a las que se
quiere perjudicar. En Alemania los sociólogos les llaman a estos cuentos
la saga de la rata en
la pizza. Otro cuento dice que una famosa bebida sirve para aflojar
tornillos oxidados, con lo
que uno deduce que es una porquería.
En Bustinza y en otros pueblos y barrios se contó que a un enfermo del
corazón le
habían dado un remedio cuya etiqueta decía "Agítese antes de tomar". El
pobre lo interpretó al
pie de la letra y se puso a dar saltos en el patio, lo que le provocó un
flor de infarto.
Seguramente el lector conoce muchos cuentos referidos a remedios y recetas
mal interpretados
como este: Una familia italiana manda a pedir a sus parientes de Europa
levadura para el pan
dulce. Reciben una caja a vuelta de correo pero resulta peor que la
levadura de aquí y con un
gusto muy feo. Al tiempo se enteran que las cartas se cruzaron y que la
caja contenía las
cenizas de la abuela. En otra historia una chica que es estudiante de
medicina trae a su casa un
cerebro humano para estudiarlo y lo guarda en la heladera. La madre
prepara con eso torrejas
de seso. El malentendido se aclara recién a los postres. Malestar
estomacal generalizado que
no se cura ni con carqueja.
Cómicos o tétricos, algunos de estos cuentos han tenido resultados
nefastos. Se decía
que los ocupantes de una Combi blanca se dedicaban a secuestrar niños para
sacarles un riñón
y que reaparecían a los quince días con una cicatriz. Un repartidor de
Villa Gdor. Gálvez
estuvo preso por unas horas por culpa de ese cuento. Se habló tanto que el
jefe de policía
reclamó por televisión que el que supiera algo se presentara, porque hasta
ese momento no
había habido ninguna denuncia. No pasó nada.
Si lo pensamos la historia no tiene asidero. Para hacer un transplante de
órganos se
necesita un estudio previo de compatibilidad, que no es posible en un
secuestro al voleo.
Asimismo las operaciones de extracción e implante se hacen en forma
simultánea. Requieren
de tanta gente especializada que no es posible realizarlas a escondidas.
El resultado de estas
fabulaciones ha sido que en Rosario la gente tiene una enorme desconfianza
hacia los
trasplantes, sin parangón en otras ciudades del país.
Lo que voy a decir es muy pesado: Hay mucho interés en promover la
desconfianza
contra los trasplantes porque la mayoría de las personas que deben ser
dializadas por sufrir de
insuficiencia renal dependen de PAMI, y algunos de sus directivos derivan
los pacientes a sus
clínicas particulares por medio de los famosos "pamiductos" para
beneficiarse con los
enormes honorarios que dejan, total paga Pichín Pami. Como se comprende,
hay muy poco
interés en que se hagan trasplantes de riñón, que solucionan para siempre
la insuficiencia
renal. Por eso se difunden falsos rumores de que se roban órganos, que se
mata a la gente para
conseguirlos, que se los vende a alto precio. Por el contrario, el CUDAIO
nunca pregunta a las
familias que se anotan para recibir un órgano cuánto dinero tienen. Hay
gente que teme
posibles acomodos. Si sabemos de algo así, con valentía hay que
denunciarlo, pero por lo
menos hay que hacer saber que nunca nadie dijo que no recibió un órgano
por falta de dinero.
Por el contrario, a todos los que tienen un ser querido en la lista de
espera les indignan esas
disparatadas historias.
El resultado de esta verdadera conspiración contra los transplantes es
terrorífica: Desde
1980 a 1994 en Córdoba (ciudad comparable en habitantes con Rosario) se
hicieron 420
trasplantes a afiliados del Pami. En Rosario solamente 66. Con tratamiento
de diálisis en
Córdoba hay 474. En Rosario solamente 115. La diferencia está muerta. Son
por lo menos 713
desaparecidos por esta causa que tenemos en Rosario en plena democracia.
Sin embargo el
PAMI de Rosario recibe tres millones de pesos anuales para los enfermos
renales crónicos,
más que el PAMI de Córdoba. ¿Cómo se entiende eso, si tiene solamente la
cuarta parte de
pacientes, ya que se libraron de los otros tres cuartos al no hacerles
trasplantes? ¿Dónde va a
parar tanto dinero?.
Al empezar esta colaboración quería escribir algo liviano y divertido,
que no desatara
las polémicas que generó mi anterior artículo en el que criticaba las
excentricidades de
algunas protectoras de animales, pero la realidad golpea a la puerta. La
abro, y siento que algo
huele a podrido en Dinamarca. No sé si me explico.
De todos modos, cuando escuche alguno de esos cuentos malintencionados,
especialmente si se trata de presuntos robos de órganos, ponga cara de
entendido y diga que es
un "foaf tale" que ya se contaba hace diez años en España. Pero le
prevengo de que no se haga
ilusiones de pararlos, porque hay grandes intereses económicos envueltos.
Eso sí, dígales que
el negocio sucio consiste en impedir los trasplantes, no en realizarlos y
que el que difunde
esos cuentos tiene que cargar en su conciencia la vida de un niño que no
recibió un corazón a
tiempo o de un abuelo que se murió intoxicado por insuficiencia renal.
Héctor