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[escepticos] Articulo cubano sobre seudociencia y medicina (largo)



Buenas.

Para todos, por supuesto, pero sobre todo por si le resulta de utilidad
a nuestro amigo cubano, transcribo completo un artículo crítico con las
seudociencias medicinales. Es de una revista científica cubana, y su
autor parece ser un científico (matemático, no médico) de relevancia,
con abundante participación en congresos internacionales y algunos
libros publicados. Es una voz crítica que tal vez sea interesante
conocer. Como sorpresa, entre la bibliografía referenciada cita el libro
editado en su momento por ARP sobre homeopatía, lo que parece indicar
que ese libro se encuentra en Cuba. Lo que no sé es en dónde. 

Pero bueno, este artículo está en internet, no es demasiado antiguo
(1997) y trae todos los datos de su autor. Para lo que pudiere ser
menester. Da la impresión de que no todo es magufería en la medicina
cubana, incluso en la Cuba oficial. :-)

Está en http://www.infomed.sld.cu/revistas/ibi/ibi01297.htm , pero lo
transcribo completo por si alguien no tuviese acceso a la navegación por
la www.



Rev Cubana de Invest Biomed 1997;16(2):78-82

EDITORIAL

Ciencia y pseudociencia: una distinción crucial


  La pseudociencia no puede progresar porque se las arregla para
interpretar cada fracaso como una confirmación, y cada crítica como si
fuera un ataque... como la magia y como la tecnología, la pseudociencia
tiene un objetivo primariamente práctico, no cognitivo, pero, a
diferencia de la magia, se presenta ella misma como ciencia y, a
diferencia de la tecnología, no goza del fundamento que da a ésta la
ciencia. 
                                                                                        
Mario Bunge



Ya en 1976 Illich1 alertaba que "el compromiso social de proveer a todos
los ciudadanos de las producciones casi ilimitadas del sistema médico
amenaza con destruir las condiciones ambientales y culturales para que
la gente viva una vida autónoma y saludable. La medicina
institucionalizada ha llegado a ser una grave amenaza para la salud". La
parafernalia tecnológica desempeña un papel singular, por ejemplo, en el
enfermo terminal, ya que contribuye a ignorar que la prolongación de la
muerte no es sinónimo de prolongación de la vida.

Paralelamente, se ha producido un auge espectacular de la producción y
comercialización farmacológicas que ha permitido que la industria
farmacéutica escale el tercer lugar mundial en cuanto a volumen de
ganancias y al adquirir un poder económico manipular el consumo mundial
de fármacos. 

Paralelamente, cabe tener en cuenta que por medio de la práctica social
las sociedades han desarrollado experiencias y sistematizado formas
especiales de "conocer y saber" acerca de la salud y la enfermedad, que
han ido configurando un conjunto de nociones y conocimientos formados en
la práctica cotidiana y espontánea de la gente común, hasta llegar a la
práctica empírica que concentra y sistematiza la experiencia de la
colectividad en largo tiempo.2 Este saber informal, de indudable valor
cultural, es considerado por algunos
salubristas como algo que es necesario conservar o recuperar debido a su
valor secular. 

Todo ello explica en parte la tendencia a que cada vez más gente eluda
la "medicina oficial" y acuda a procedimientos marginales o
alternativos, parte de los cuales se encuadran en la llamada Medicina
Natural y Tradicional (MNT), fenómeno que emerge con especial énfasis en
países desarrollados pero que ha alcanzado gran empuje en Cuba, donde se
parte de una cultura popular propensa a este tipo de prácticas y de un
favorable contexto sociocultural e histórico. Cuba es un país con gran
tradición de yerberos y prácticas mágico-religiosas, como señalaba
Fernando Ortiz en 1951:3 

La medicina folklórica es la que más se practica en la realidad, pues
las clases pobres, que son más numerosas e ignorantes, tienen que acudir
en sus dolencias a la medicina casera y a los recursos del curanderismo
profano o religioso, benéfico o explotador, bien intencionado o con
malicia y eficaz o inútil y hasta nocivo, por no tener ellas a su
alcance otros medios defensivos de su salud. 

Las terapias de este tipo producen, sin embargo, un marco polémico. Se
identifican en la actualidad dos posiciones extremas: una, caracterizada
por la defensa sectaria y vehemente de estas prácticas; la otra,
representada por su negación categórica desde posiciones cientificistas.
Posiblemente, ambas sean perniciosas. Naturalmente, entre esos dos polos
se ubica una amplia gama de posiciones, en muchos casos matizadas por la
confusión y el desconcierto. 

Este proceso se ha venido desarrollando a lo largo de los últimos años
en un marco carente de nítidas directrices orientadoras en lo que se
relaciona con la investigación y el carácter científico o no de las
diversas expresiones posibles de la MNT. Parece claro que la actividad
de investigación en este campo ha sido -con excepción de la fitoterapia-
fragmentada, no exigida ni sistematizada, muy escasamente estimulada y
no sentida como necesaria por la casi totalidad de los practicantes,
quienes se contentan en general con sus observaciones y las anécdotas
que pueden relatar. 

Es imposible valorar una propuesta científica si no se cuenta con un
marco teórico potente que permita distinguir entre ciencia y
pseudociencia. Con frecuencia se escuchan debates en que intervienen
declaraciones del tipo "la práctica X sí es científica pero la Y no lo
es, en tanto que la teoría Z aún está en discusión". 

Muchas veces, lamentablemente, se trata de palabras vacías de contenido,
pues no dimanan de un examen sistemático y correcto de X, Y y Z, sino de
convicciones nacidas de la intuición, de la asimilación inercial de lo
que dicen o hacen otros, o de una concepción errónea de los objetivos y
procedimientos de la ciencia. 

Por lo tanto, lo primero que debe establecerse con transparencia es que
el propósito central de la ciencia es el establecimiento de las leyes
que rigen los fenómenos que examinan, así como conformar teorías
(sistemas de leyes) que expliquen los acontecimientos, tanto los
actuales como los potenciales. Tal esfuerzo se orienta a conseguir, a la
postre, el control tecnológico más fructífero de esos acontecimientos. 

Es bien conocido que el proceso de conformación de dichas leyes y
teorías exige la aplicación de un método riguroso, que muchas veces es
arduo y árido, complejo y lento, a diferencia de la especulación no
científica, que resulta más fácil y en principio más interesante que la
paciente colección de datos objetivos en un marco teórico previo y el
proceso subsiguiente de desentrañarlos y organizarlos dentro de
estructuras teóricas que sean interna y externamente coherentes. 

La ciencia no pretende ser final, incorregible y definitivamente cierta.
Como resume Bunge,4 lo que afirma la ciencia es: 

     que es más verdadera que cualquier modelo no científico del mundo 
     que es capaz de probar, sometiéndola a contrastación empírica, esa
pretensión de verdad. 
     que es capaz de descubrir sus propias deficiencias 
     que es capaz de corregir sus propias deficiencias. 

Lo que se propone sobre estas bases es construir representaciones
parciales de la realidad que la modelen de manera cada vez más adecuada.
Nunca parte de postulados mesiánicos e inamovibles; en todo caso, de
hipótesis siempre abiertas a ser desechadas o mejoradas si se hallan
motivos para ello. Ninguna especulación extracientífica es tan modesta
ni da tanto de sí. La pseudociencia es, en cambio, típicamente
arrogante, se autoproclama dueña de la verdad y raramente se
autocritica. 

Las especulaciones no científicas acerca de la realidad suelen
caracterizarse por uno o más de los siguientes rasgos: 
  no suelen formular interrogantes transparentes, sino más bien
problemas para los que ya se tienen respuestas anticipadas 
  no proponen hipótesis ni explicaciones fundamentales y contrastables;
para averiguar la verdad se valen de técnicas inescrutables 
   no se proponen hacer contrastaciones objetivas de sus tesis y
desdeñan o eluden los estándares
universalmente admitidos para ello 
  suplen los argumentos estructurales con ilustraciones de sus
concepciones y las evidencias estadísticas con anécdotas 
  las leyes que esbozan o enuncian son básicamente especulativas y se
definen a través de categorías difusas y elusivas 
  permiten la coexistencia de contradicciones internas en su propia
formulación; su carácter sectario no consiente las enmiendas que se
podrían derivar de dichas contradicciones. 

Algunos defensores de prácticas que carecen de toda explicación racional
o que están en franca oposición a leyes comprobadas de la ciencia,
arguyen que lo único importante es si el método funciona o no. Esto trae
a colación un viejo dilema: si los tratamientos no suponen iatrogenias
ni efectos secundarios negativos, y además hay testimonios favorables a
su efectividad, ¿por qué cuestionarlos?, ¿por qué no aprovechar el
recurso terapéutico sin más discusión?, ¿cuál es la posición
científicamente válida ante este dilema? 

Hay dos razones de naturaleza diferente pero cada una suficiente para
objetar la traslación de este burdo pragmatismo a la ciencia médica. La
primera concierne al espíritu del pensamiento científico. Aceptar las
terapias a partir exclusivamente de sus éxitos clínicos, supone un error
metodológico, porque tiende a convalidar la renuncia a determinar su
base teórica y restringe la investigación, si es que la admite, a un
marco puramente empírico. El problema de aceptar oficial o socialmente
terapias sin base científica, y manejarlas como válidas, puede suponer
un freno y un retraso grave en dicha investigación, e implicar a la
larga grandes despilfarros en inversiones y subvenciones. Además de lo
anterior, hay que enfatizar que tal convocatoria supone restringir
nuestras herramientas valorativas al marco del pragmatismo, como si la
teoría y el conocimiento general no pudieran ser útiles incluso para el
propio perfeccionamiento de dichas terapias.

Cabe no perder de vista una realidad admitida en todos los entornos
mundiales en que rige un sentido estratégico de la ciencia: "La práctica
sin teoría es ciega y la teoría sin práctica es estéril".5 

Por otro lado, hay otra razón práctica: no es nada insólito que un
paciente, ante una enfermedad grave, preocupado o irritado por una
ausencia de mejoría, acuda al terapeuta alternativo abandonando el
tratamiento prescrito inicialmente. Cuando más tarde, en ausencia de
mejoría o tras una recaída, vuelve a su médico habitual, el abandono del
tratamiento ha resultado clave. Esta pérdida de tiempo, puede resultar
trágica.6 

La especulación acientífica ofrece muy poco a la ciencia contemporánea.
Prestar atención automática a cada propuesta, por descabellada y
contradictoria que sea, no puede ser la regla de conducta, aunque sólo
fuera por mero afán de racionalidad y de ahorro de recursos humanos y
materiales. Sin embargo, aun en casos como estos, pudiera ser
aconsejable contrastar rigurosamente y con estándares valorativos
indiscutibles las pretensiones de corte pseudocientífico, pues
establecer que ellas son falsas significará adquisición de
conocimiento y, llegado el caso, permitirá combatir convicciones
absurdas o erróneas, especialmente cuando han conseguido extenderse. 

La condición más importante que tiene que cumplir una tecnología
terapéutica para verse dignificada por el escrutinio científico no es,
sin embargo, que se asiente en un cuerpo teórico adecuado. Aunque ello,
desde luego, es altamente recomendable para, como se ha dicho, no
despilfarrar recursos, no resulta absolutamente indispensable. 

Existen diversas expresiones terapéuticas alternativas que invocan
sistemáticamente la existencia de energías desconocidas para la física,
y procesos fisiológicos no descubiertos por la bioquímica ni la
biología. La pertinaz y enmarañada alusión a tales energías y procesos
no sólo no aporta un ápice de evidencia en favor de su existencia real
(del mismo modo que la repetición machacona de que se ha alcanzado un
obejtivo no contribuye en nada a la convicción de que se ha alcanzado)
sino que obstaculizan seriamente su valoración.

Por lo tanto, constituye una demanda crítica que la propuesta
tecnológica esté definida claramente y no maneje términos borrosos e
inapresables; y lo que sí es simple y directamente imprescindible para
proceder a la contrastación rigurosa que demanda su convalidación
inicial es que formule con nitidez sus presuntas virtudes. 

Se vislumbra un confuso entramando teórico-conceptual que involucra a
todos: practicantes, investigadores, personalidades científicas y
dirigentes de la ciencia. La disparidad de actitudes y posiciones entre
personalidades relevantes de las ciencias de la salud es tal que se
registra desde gran entusiasmo hasta honda preocupación y alarma; no se
observa, sin embargo, indiferencia. Es necesario aprovechar ese interés
para promover espacios de discusión científica dentro y entre los
estamentos involucrados. 

Luis Carlos Silva Aycaguer, Dr. C. 
Vicerrectoría de Investigaciones y Posgrado 
Instituto Superior de C. Médicas de la Habana 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  1.Illich I. Némesis médica. Joaquín Ortiz, México, 1978. 
  2.Breilh J. El deterioro de la vida. Corporación Editora Nacional,
Quito, 1990. 
  3.Ortiz F. La medicina folklórica de Cuba. Bohemia/1951;12(48):16-8. 
  4.Bunge M. La investigación científica. Ciencias Sociales, Instituto
Cubano del Libro, La Habana, 1972. 
  5.Bernal J. La ciencia en nuestro tiempo. Nueva Imagen, México DF,
1979. 
  6.Tellería C, Sanz VJ, Sabadell MA. La homeopatía: historia,
descripción y análisis crítico. Alternativa
     Racional a la Pseudociencia. Zaragoza, 1994.