Muchos de ellos están muy mal de la cabeza. Por un
lado, les han enseñado a ver vicios y pecados en acciones y tendencias
absolutamente naturales e inevitables. Les advierten que estas maldades son casi
tan omnipresentes como su Dios. A unos tipos que les enseñan a enjabonarse con
cuidado y sin mirar según qué partes de su cuerpo es normal que se les crucen
los cables y que vean suciedad en todas partes, puesto que siempre llevan su
"cruz" encima. Y como hasta la intención, el pensamiento y la imaginación
son pecaminosas, es fácil que empiecen a imaginar monstruos lascivos hasta
entre los más tiernos infantes; ante la duda, todos los demás son unos esclavos
de la lujuria. No tardan en atribuir a los demás sus propios deseos, naturales y
gratificantes cuando no hay sentimiento de culpa pero totalmente enfermizos en
su caso. El diablo está en todas partes y ellos lo encuentran donde sea; sólo
necesitan buscarlo con toda la "fe". Y tanto diablo les produce los naturales
calentones. Por este proceso, el sexo que querían destarrar de sus vidas pasa a
ser el eje central de su existencia, y se refieren a él constantemente, aunque
sea para condenarlo.
Otros, en cambio, se desahogan confiando en la
posterior confesión. Lo malo es que a veces se aprovechan de su falsa
condición de guías espirituales para gozar de los cuerpos de quienes se acercan
a ellos en busca de ayuda en momentos críticos; engañan a las personas en un
estado más vulnerable. Pero hasta en estos casos tienen la respuesta: siempre es
culpa del otro/a, puesto que, obviamente, ellos sólo son víctimas de la
tentación.
También recurren a autoaplicarse
dolorosos castigos físicos preventivos o expiatorios, y ya me dirás si esto es
propio de una persona mentalmente sana (he conocido a alguno que ha
empleado el cilicio, y no hace tantos años).
Los más sanos simplemente mienten y se pasan por el
forro eso de la castidad sin el mínimo remordimiento. Son falsos, pero al menos
llevan una vida personal ordenada y equilibrada. Estos son los más peligrosos,
porque si cunde su ejemplo igual aumentan las vocaciones :-). Por este mismo
motivo, soy un vivo partidario de que mantengan el voto de castidad como
condición inevitable para ingresar en la Iglesia.
Pepe Rodríguez ha escrito un libro sobre el tema
"La vida sexual del clero católico", o algo así. Ahí sí que está bien explicado
esto del morbo clerical. Es una lectura realmente instructiva. Creo que este
libro debería ser obligatorio en las clases de religión de las escuelas
públicas.
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