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RE: [escepticos] Re: Veronica y sus tijeras



Aquella noche, en el albergue, al calor del fuego, surgieron, como solía ser
habitual, las historias más o menos terroríficas que hacían que todos
comenzaran a soltar risas algo histéricas, unas y otros se fueran juntando
más y, también, cierta atmósfera de desconfianza trazada por miradas cortas
hacia la puerta, a las caras de los otros todos íbamos realizando. Era parte
de un antiguo juego en el grupo, que nunca se reconocía como algo querido (o
necesitado) por todos los que allí estábamos.

Aquella noche, en el albergue, al calor del fuego Jon nos habló por primera
vez de Verónica. En su voz, que era suave, a veces titubeante a veces muy
directa, la historia que todos reconocíamos como ficticia tenía sin embargo
algo que desasosegaba. La tal Verónica, una joven precisamente del pueblo en
el que estábamos, en las laderas del Gorbea, era inteligente, alegre, la
envidia del lugar. Convencía a todos los jóvenes del pueblo de lo que se
propusiera: hoy acercarcase a la cima del monte, mañana una excursión a la
sima cercana... otro día montaba un pequeño teatro, u organizaba una
merienda en casa. Pero tenía, nos contaba Jon, un lado oscuro. Algo que de
repente surgía en su mirada y electrizaba a todos. Era en noches de verano,
a la luz de la luna llena cuando Verónica se volvía la Verónica de la
historia.

Verónica hablaba de la sima, de las personas que habían perecido en su
interior, de cómo sus almas estaban atrapadas en ese lugar, esperando
ser convocadas por quien quisiera atreverse. Verónica, que sabía antiguos
conocimientos mucho más allá de lo que nadie podría imaginar, invitaba a
hacer la llamada. Esas noches, sin embargo,
pocos la seguían o, al poco, a la entrada de la gruta, cambiaban de parecer
y
acababan volviendo al pueblo.

Verónica desistía entonces de su idea, la noche acababa de forma incómoda,
en un paseo silencioso y breves adioses, y al día siguiente, el sol, la
mirada, la propia Verónica mostraban que aquello había sido algo que seguro
que no había sucedido.

Pero una noche, una noche de luna llena de finales de agosto, Verónica no
quiso, o no pudo, desistir de su deseo. Los últimos amigos que la vieron
bajo el arco imponente de piedra caliza, aseguraron que sus ojos brillaban
más que nunca, que parecía otra. Aquella noche, Verónica desapareció para
siempre.

La noticia, verdadera conmoción en el pueblo, en todo el valle, salió a los
periódicos en aquellos años, comienzos de los sesenta. La guardia civil
rastreó el lugar, espeleólogos certificaron que no estaba en las zonas del
complejo kárstico accesibles a un ser humano. Sólo quedaba, en el atrio de
la cueva, usado a menudo por los pastores para guarecer sus ovejas de las
lluvias del invierno, una biblia en la que estaba insertada una tijera, el
conjunto atado por una cuerda blanca. Interrogados por las autoridades, los
amigos de Verónica confesaron que ese era el artilugio que, según Verónica,
hacía falta para convocar a los espíritus encerrados.

El caso de la desaparición de la jóven quedó sin resolver. Y la sima, que ya
tenía una historia antigua de maldad, como suele ser normal en las cuevas,
incrementó su negro currículo. De Verónica nunca más se supo, aunque las
noches de luna llena, dicen, si uno se acerca por esa zona, el viento silba
"Ve-ro-ni-caaa Ve-ro-ni-caaa..."

En ese punto de la historia, la puerta, que todos creíamos cerrada, se abrió
de repente y un viento fuerte nos recorrió a todos. Fue un sobresalto que
casi nos mata del susto, algunos gritaron, otros miraron enfadados a Jon que
se quedó callado y dijo:

"hoy es luna llena, por cierto... "

"seguro que podemos encontrar una biblia, unas tijeras, un cordel y
acercarnos a saludar a Verónica a la sima..."

¿Por qué no pudimos parar en ese momento toda la velada terrorífica?
Posteriormente, quienes vivimos lo que vivimos después hemos intentado
analizar por qué, sin comprenderlo. Algo, o alguien, nos empujó a seguir, a
buscar una biblia (siempre había una biblia en esos albergues diocesanos),
las tijeras, a preguntarnos en qué página deberíamos poner las puntas de las
tijeras (en ese momento la biblia se cayó al suelo y quedó abierta en una
página que, todos lo comprendimos sin necesidad de decir nada, era la
adecuada), a atar el nudo, a salir corriendo bajo la luz de la luna hacia la
cueva, a colocarnos allá, escuchando si el viento nos decía el nombre de
Verónica, a colocarnos en corro y dejar que Jon sujetara la biblia, la
tijera, la cuerda, viendo cómo el artilugio giraba más de lo que debería
girar algo así, cómo el viento parecía crecer en torno nuestro, esta vez
trayéndonos voces diferentes, unas graves, otras más agudas, cómo de repente
todo empezó a suceder muy deprisa, una luz lunar que casi cegaba y que no
venía de la luna, Maika que se cae, Aureli que grita, yo intento agarrarla y
me tropiezo cayendo sobre ella, Javito sale corriendo despavorido gritando
"¡Verónica!" y Jon... ¿dónde estaba Jon?

Hoy, más de veinte años después, seguimos sin saber qué fue de Jon. Os
podeis imaginar el lío que llevó la desaparición: policía, demás
autoridades, nuestras familias... Jon no apareció, sin embargo, nunca.
Tuvimos que confesar todo, contar la historia de Verónica, de su
desaparición en la cueva. Sin embargo, esa historia no existía, simplemente
no había sucedido. No había Verónica en el pueblo, no había habido un
decenio antes ninguna desaparición misteriosa. Ahora sí, ahora la historia
que Jon había contado había sucedido de verdad.

Por eso, cuando habeis traído a colación la historia de Verónica y la manera
de convocar a los espíritus he decidido contar la historia que nunca antes
había contado: un implícito pacto de silencio entre quienes allí estábamos
ha sido roto.

javier a.
PD. Quien quiera revisar los datos, que vaya a la hemeroteca, que busque la
desaparición de Jon Santos Alkorta en Dima (Vizcaya), el 21 de enero de
1981.